El suave murmullo del televisor encendido apenas se escuchaba, mientras mi Esposo se concentraba en buscar una canción que nunca llegaba.
El Compadre, con su sonrisa siempre lista y sus maneras despreocupadas, estaba más atento a mí que a cualquier otra cosa en la sala. Cuando le pedí que me ayudara con las copas, su respuesta fue rápida y su tono familiar, pero lo que me hizo estremecer no fueron sus palabras, sino el roce de su mano contra la mía. El contacto fue sutil, casi accidental, pero la chispa que encendió en mi piel fue imposible de ignorar. Sentí un escalofrío recorrerme, desde el brazo hasta la base de la nuca. Su mirada oscura y penetrante, me sostuvo por un segundo, cargada de una picardía que no se molestó en disimular.
Con gusto Comadre, dijo con una voz más grave de lo normal, y luego bajando la vista por un instante, añadió: Ya sabe que estoy aquí para lo que la damita quiera. Sus palabras, aunque inocentes en apariencia, llevaban una carga de intención que me hizo sentir un nudo en el estómago. Traté de mantener la compostura, pero mientras me agachaba para colocar las copas sobre la mesita del centro de la sala, sentí sus ojos fijos en mi escote.
El Compadre notó que lo descubrí mirándome.
El Compadre notando que había sido descubierto, apartó la mirada rápidamente, intentando disimular su interés, pero la sensación de su atención en mí permaneció. Mi esposo por su parte, seguía absorto en su tarea, ajeno a lo que sucedía a su alrededor. Lo miré de reojo, frustrada por su indiferencia y con voz baja, traté de advertirle: Por favor no te vayas a pasar. Y ojalá y tengas para lo que tenemos pendiente en el banco. Además, hoy vino el señor por el cobro del refrigerador.
La preocupación y el resentimiento se mezclaban en mi voz. No estaba contenta con él, y aunque sabía que no debía decir esas cosas frente al Compadre, no pude contenerme. Me dolía que mi esposo, en lugar de enfrentar nuestras dificultades, se refugiara en el trago, dejando que otros, como el Compadre, vieran nuestra vulnerabilidad.
Él me miró con una sonrisa despreocupada, como si mis palabras no fueran más que una ligera molestia, que podría disiparse con un gesto. Tranquila mujer que ya todo esto está resuelto. El Compadre me va hacer el favor de prestar lo necesario, luego ya le voy a ir pagando a él poco a poco y sin prisa. ¿Verdad compadre?, dijo dirigiéndose al Compadre.
El Compadre dispuesto a todo.
El compadre asintió, dirigiéndose a mí con una mirada que parecía prometer mucho más que un simple préstamo. Así es comadre, ya no se preocupe más, más bien acompáñenos un momento. De todas maneras ya todo está resuelto, y pues creo que usted debe dejar que su mente descanse un poco. La música finalmente comenzó a sonar, un bolero lento y melancólico que contrastaba con la atmósfera tensa, que se había instalado en la sala. Sus notas llenaron el espacio, envolviéndonos en una sensación de inevitable desenlace.
Gracias Compadre, respondí manteniendo la voz lo más firme posible, pero sea el banco o sea usted, al fin y al cabo seguimos debiendo. Me giré sin esperar respuesta, dirigiéndome a la cocina. Mientras caminaba, el sonido de mis tacones sobre el piso resonó en el silencio que había dejado mi partida. Sabía que el compadre me seguía con la mirada, podía sentir su atención quemando en mi espalda.
Analizando la Situación con el Compadre.
En la cocina, me apoyé contra la encimera de mármol, tratando de calmar los latidos acelerados de mi corazón. El clink de las copas al chocar unas con otras en la sala, me devolvió a la realidad. Respiré hondo, consciente de que aunque había salido de la sala, el verdadero peligro no estaba en las deudas económicas, sino en las otras, las que aún no sabía cómo iba a pagar. Pues el Compadre parecía más interesado en mí que en el dinero.
El olor a madera barnizada y el aroma de la bebida que ya se había impregnado en el aire, me recordaban que la tarde se había alargado más de lo planeado. Tomé una bandeja de madera, pulida con esmero, y la llené con unas botanas: aceitunas verdes rellenas, almendras tostadas y pequeños trozos de queso. Todo dispuesto con precisión, buscando que el equilibrio visual fuera tan perfecto como el sabor.
Al regresar a la sala, vi a mi esposo y al Compadre conversando en voz baja. Ambos tenían las mejillas ligeramente sonrosadas por el trago, pero la conversación parecía animada, como siempre cuando se juntaban. Sin embargo, había algo en el ambiente, una tensión apenas perceptible, que no había estado ahí antes.