Mi YERNO me Propuso esto porque Descubre Esto.

El ambiente en la casa estaba cargado de una tensión sutil que solo yo parecía percibir del todo. El tintineo de las copas a medio llenar, y las risas distantes de mi Hija y mi Esposo, se entremezclaban con un aire pesado. Mi Yerno, sentado frente a mí, me observaba con una intensidad que solo acentuaba mi incomodidad.  Su sonrisa coqueta, apenas disimulada, y esa mirada que me recorrió de arriba a abajo, me pusieron en alerta.

Fingí como que no pasaba nada, dirigiendo mi vista hacia el jardín por la ventana, observando el balanceo de las hojas al ritmo de la brisa suave. Pero su insistencia fue inmediata.  Suegra, ahorita que no hay tanto calor, debería soltarse el pelo, dijo con una voz cargada de esa picardía que no se molestaba en ocultar. Mi mano, que jugaba nerviosa con el borde de mi servilleta, se detuvo de golpe. Sabía lo que intentaba, sabía que esto era mucho más que una simple sugerencia.

Antes de que pudiera responder, dirigió la palabra a mi esposo, como si buscara una especie de complicidad absurda.  ¿Verdad suegro, que se vería distinta con el pelo suelto?  Mi esposo, ajeno a la tensión subyacente, rio suavemente y asintió.  Hace tiempo que no te veo así cariño, podrías soltártelo un rato.  Mi corazón dio un vuelco; Sentí que los ojos de todos en la mesa estaban sobre mí, esperando, observando cada movimiento.

Antes de poder formular una excusa, sentí el roce en mis pies, algo sutil pero inconfundible. Un toque que no debía estar allí; Al bajar la vista, vi los pies de mi Yerno descalzos bajo la mesa, aproximándose demasiado a los míos. Me alejé un poco, disimulando, pero nuestras miradas se cruzaron. Él no apartó la suya; había algo en su expresión que me hizo sentir atrapada.

Mi Yerno quiere que haga algo que no quiero.

A ver suegrita, denos ese gusto de verla sin el chongo de siempre, insistió con esa insolencia disfrazada de broma.  Yo sabía lo que estaba en juego. Si bien mi Yerno y yo compartíamos un secreto que nunca debió existir, él parecía deleitarse en su capacidad para controlarme con su simple presencia, con esa mirada que podía exponerme en cualquier momento. Me encontraba entre dos fuegos: el temor de que mi esposo descubriera algo, y la vulnerabilidad que me hacía sentir bajo la mirada de aquel hombre joven y atrevido. 

Es que lo tengo tan largo, dije buscando sonar despreocupada, y cuando lo llevo suelto se me enreda en las cosas. Además, no deja que luzca bien mis aretes y mis gargantillas, sonreí forzadamente mientras me tocaba los pendientes que llevaba, intentando desviar la conversación. Pero la verdad era que no quería ceder, no quería darle esa satisfacción a mi Yerno.

La incomodidad seguía creciendo. Mis pies no encontraban paz, y sentía su presencia demasiado cerca, demasiado intensa bajo la mesa. Mi hija, ajena a lo que ocurría, fue mi salvavidas.  Ya dejen a mi madre tranquila, dijo con una ligera risa, no ven que no le gusta que la molesten con eso.  Agradecí su intervención silenciosamente.

No podía quedarme más tiempo sentada allí, con ese juego peligroso desarrollándose bajo los ojos inocentes de mi familia. Me levanté abruptamente, usando la primera excusa que vino a mi mente.  Voy a ayudarte a servir hija.  Mi hija me miró sorprendida, negando con la cabeza.  No mamá, ustedes son mis invitados hoy, yo me encargo de todo.  Pero yo insistí, casi suplicando con los ojos.

Buscando Escapar de las miradas de mi Yerno.

Déjame ayudarte por favor, dije casi tropezando con la silla al levantarme. Necesitaba salir de allí, alejarme del contacto furtivo, de esas miradas que me despojaban de todo, pero sin mi permiso.  Me dirigí a la cocina con pasos rápidos, tratando de calmar el torbellino en mi cabeza. Al llegar, apoyé mis manos en el borde de la encimera, tomando aire profundamente. Sentí la presencia de mi hija tras de mí, Mamá, ¿estás bien?, preguntó ella con preocupación en la voz.  Sí, claro hija, porque no he de estarlo, si estoy conviviendo con mi princesita linda; solo quería un momento para respirar, respondí sin atreverme a mirarla a los ojos.

Sabía que mi Yerno no cedería tan fácilmente, que este juego peligroso seguiría desenvolviéndose si no encontraba una forma de detenerlo. Pero en ese momento, lo único que podía hacer era seguir fingiendo, seguir sonriendo, y esperar que esa tarde terminara sin mayores incidentes.

La mesa, llena de platos apenas tocados y vasos a medio vaciar, reflejaba la tensión que flotaba en el aire. Las risas de mi Esposo y mi Hija, parecían lejanos ecos que no lograban penetrar el muro invisible que me separaba de la calma. Y en el centro de todo, mi Yerno con su mirada pesada, escrutando cada uno de mis gestos. No lo podía soportar más; sus insinuaciones, sus miradas furtivas y el insidioso juego que parecía disfrutar me tenían al borde de la desesperación.  Durante la comida, no podía dejar de sentir su presencia como un peso sobre mi nuca. Intenté concentrarme en las conversaciones, en la comida, pero su mirada constante me perseguía como una sombra.

Mi yerno se da cuenta y sugiere esto.

Suegrita, parece que no la está pasando bien, dijo rompiendo el incómodo silencio con una sonrisa que me pareció venenosa.  Su voz resonó en mis oídos, pero lo que me hizo estremecer no fue el tono de falsa preocupación, sino la manera en que lo dijo. Era como si todo el tiempo me hubiera estado observando, consciente de cada detalle, cada pequeño gesto que revelaba mi incomodidad. 

Luego se dirigió a todos en la mesa con un aire despreocupado.  He preparado un espacio en el jardín, dijo con esa facilidad que tienen los que saben que controlan la situación. Quizá el aire fresco nos ayude a relajarnos, a olvidar las cargas del trabajo.  El suave tintineo de los cubiertos cesó. Mi esposo y mi hija se levantaron, distraídos como si su propuesta no fuera más que una invitación inofensiva. Yo, sin embargo, sentía una corriente de ansiedad bajo la piel, como si algo oscuro estuviera a punto de desatarse.

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