Mi MADRE Pensó que Estaban Solos, Pero Yo los Vi

“Ojalá que tu madre no haya llegado a casa todavía”, dijo mi Padre, mientras cambiaba de marcha con un movimiento fluido. Su mano fuerte y segura, rozó la palanca con la misma delicadeza que lo hacía con todo lo que amaba. El auto avanzaba por la carretera casi vacía, con el zumbido de los neumáticos mezclándose con una suave brisa que se colaba por la ventana abierta. Y eso papá, porque no quieres que esté mi Madre. 

Pues sinceramente tengo una sorpresa para ella, y cómo mañana es su cumpleaños, quiero adelantarme y sorprenderla.  En ese momento no tenía ni la menor idea de lo que me encontraría en la casa. Ni por la mente de mi Padre, ni por la mía pasaba que mi Madre estuviera haciendo tal cosa.

El regalo de mi Madre

Miré la pequeña bolsita que descansaba en el asiento trasero, envuelta en un papel de un tono rojo brillante. Mis dedos comenzaron a moverse por pura curiosidad, pero antes de que pudiera tocarla, su mano se deslizó con rapidez sobre la mía, deteniéndome.  “No hija,” dijo con un tono juguetón, “es algo que solo tu madre tiene derecho a ver.” 

Sonreí entendiendo en el acto lo que esa pequeña bolsa probablemente contenía. “¿De encaje papá?”, pregunté riéndome. Él me lanzó una mirada cómplice, pero mantuvo el misterio. El brillo en sus ojos no hizo más que aumentar mi curiosidad. 

“Es un regalo especial, ¿sabes?”, dijo con su voz más suave ahora. “Hace tiempo que quiero hacer esto. Llevo meses ahorrando para irme de vacaciones con tu Madre, solo nosotros dos.  Y por eso quiero sorprenderla hoy con la noticia.”  Entiendo papá, y por eso el regalito para celebrar antes de irse de viaje, le dije con una sonrisa coqueta. 

Mi Padre se Sonrojó por el Regalo que le lleva a mi Madre.

Vi como mi padre se sonrojó, y le dije: ya papá tranquilo que eso es normal.  Acuérdate que también Yo soy una mujer casada, y de vez en cuando mi marido me lleva uno que otro regalo similar.  Lo sé hija, pero no me acostumbro a hablar contigo cosas como estas.  Porque, aunque tú seas una mujer hecha y derecha, sabes bien que para mí sigues siendo el iris de mis ojos.  Yo me reí y le dije: gracias papá, y tú sabes que para mí, tú serás siempre mi héroe.

El sonido del motor del auto retumbaba suavemente en el interior, un eco constante que acompañaba el crujido tenue del cuero bajo mi cuerpo. La luz del atardecer se filtraba a través del parabrisas, tiñendo todo con un dorado cálido que parecía amplificar el buen humor de mi Padre. Su sonrisa era amplia, y cada vez que me miraba de reojo, sus ojos chispeaban con una emoción que no había visto en él, desde hacía mucho tiempo.

 La revelación me tocó de una manera inesperada. La idea de que después de tantos años, mi padre siguiera teniendo esos detalles con mi Madre, me hizo sonreír con calidez. “Eso es hermoso papá”, le dije sintiendo una extraña mezcla de orgullo y ternura. “Me alegra mucho por ustedes dos.” 

El desfile que evita que mi padre sepa lo que mi madre hace.

Mi padre dijo: no puede ser, solo eso nos faltaba.  Apenas a una cuadra de distancia de la casa, estaba pasando un desfile.  Hija porque no te bajas y te llevas mis cositas, ya ves que tu Madre es bien curiosa y no quiero que me vea llegar con esto.  El sonido del desfile, el retumbar de tambores y trompetas, se mezclaba con el chasquido suave de mis zapatos contra las piedras del camino.

El sol comenzaba a descender, proyectando sombras alargadas sobre el vecindario, mientras yo caminaba con las manos llenas de las “cositas” de mi padre, envueltas en un papel oscuro que crujía ligeramente con cada paso.

Yo vi lo que mi Madre hacía con mi Padrino.

Al llegar a la puerta trasera, esa puerta que tantas veces usé en mi adolescencia para escabullirme de la casa, sentí un extraño nudo en el estómago. Me invadió una sensación de nostalgia y desconfianza, como si algo no encajara del todo. Empujé suavemente la puerta, que emitió un chirrido sordo, y me adentré en la penumbra del pasillo.

Todo parecía normal, pero el ambiente estaba cargado de una energía extraña, casi densa, como si el aire mismo supiera que algo estaba mal.  Caminé despacio, con mis pasos amortiguados por la alfombra, hasta llegar cerca de la sala. Fue entonces cuando escuché la voz de mi Madre, apenas en un susurro, como si temiera ser escuchada por alguien. 

“Ya vete cariño, que no vaya a ser que este hombre se le ocurra venir luego hoy”, dijo con un tono cargado de familiaridad, de secretos compartidos. Me congelé en el acto, y mis dedos apretaron el envoltorio que llevaba. Pero lo que me hizo tambalear fue la respuesta. Esa voz masculina… era inconfundible; mi padrino de bodas.

Mi Madre despide a mi Padrino

Un torbellino de emociones me invadió: sorpresa, rabia y confusión. ¿Qué estaba haciendo él aquí?, ¿Por qué hablaban de esconderse? Si mi Padre llegaba y lo encontraba… el caos sería inevitable. Pero peor aún, ¿qué significaba todo esto?  Retrocedí unos pasos rápidamente, casi tropezando con una mesita pequeña cerca del pasillo.

El jarrón sobre ella se balanceó peligrosamente, emitiendo un ligero tintineo, pero logré estabilizarlo justo a tiempo. Mi corazón latía con fuerza. No podía quedarme allí, tenía que salir antes de que ellos me vieran. Regresé por donde había venido, y con un nudo en la garganta, me dirigí a la puerta principal, fingiendo una calma que estaba lejos de sentir. 

Al tocar el timbre, sentí cómo la tensión se acumulaba en mi pecho. Apenas unos segundos después, la puerta se abrió con un crujido, revelando a mi Madre. Su expresión era una mezcla de sorpresa y nerviosismo.  Hija, ¿qué haces aquí?, dijo intentando sonreír, pero algo en su mirada la delataba.  Pero pasa cariño, no te quedes allí parada me dijo.

Sus ojos evitaban los míos, y puede como la luz del atardecer que entraba por la ventana lateral iluminó su rostro, y fue imposible no notar el desorden en su cabello y los rastros de lápiz labial desparramados por sus mejillas.

En ese momento, supe con certeza que algo estaba muy mal.  Quise gritar, confrontarla, decirle lo que había escuchado, lo que sabía; pero me contuve. Mi Padre llegaría pronto, y aunque mi rabia ardía en mi interior como fuego, él no merecía ser recibido por una escena caótica. Además, ella era mi Madre, y por mucho que me doliera, no podía actuar impulsivamente sin estar segura.

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