Mi hermana es diez años menor que yo, y en este momento estaba pasando dificultades con su Marido. Por eso quiso venir a quedarse unos días a mi casa, sin pensar que mi Esposo le haría esto que te voy a contar. Porque es Increíble, pero hay muchas cosas que suceden pero que nunca se cuentan.
Mi HERMANA espera la Respuesta de mi Esposo.
Mi hermana esperaba afuera, bajo el cielo nublado anunciando que estaba punto de llover a corros. Mientras Yo hablaba con mi Esposo, la brisa agitaba ligeramente las cortinas que colgaban en el marco de la puerta, una improvisada barrera entre nuestra intimidad y el mundo exterior.
Podía verla desde el pequeño comedor, su figura delgada, los brazos cruzados sobre el pecho, mirando nerviosa hacia ambos lados, como si en cualquier momento fuera a aparecer su esposo buscándola. Sabía lo que significaba para ella estar aquí, en este refugio temporal que apenas podíamos llamar hogar.
Mi Esposo Analiza la Situación de mi Hermana.
Mientras tanto, mi esposo se paseaba inquieto por la sala, y sus pasos resonaban sobre el suelo rustico sin pulir. “Pero cariño, no ves cómo estamos viviendo aquí”, dijo con un susurro casi exasperado. “Aún no está la casa terminada, y solo tenemos cortinas como puertas en las habitaciones. ¿Te imaginas un descuido?, ¿Qué tal si nos ve?”, o qué tal que también se le antoje. Yo lo miré de reojo, con una sonrisa juguetona.
Había un destello de picardía en mis ojos cuando me recogí el cabello en un chongo, rápido y desordenado. Hay cariño tú en lo que te pones a pensar, le dije mientras mis labios se curvaban en una sonrisa. Pero es que es verdad cariño, mira que ninguna puerta hay todavía, y fácilmente puede vernos.
Yo le dije: bueno el que no tengamos puestas no importa, pero lo otro quizá tengas razón, dije mientras le daba un golpecito en el hombro. Y mi Esposo me dijo: no me digas que tú dejarías de hacerlo. Luego se acercó de inmediato, con esa mirada traviesa que conocía tan bien.
Lo que a mi Esposo le preocupaba de mi Hermana.
Antes de que pudiera apartarme, sentí sus dedos deslizándose por mis costillas, haciéndome cosquillas. La risa escapó de mis labios antes de que pudiera detenerla, resonando por toda la habitación vacía. “¡Claro que no!”, exclamé entre carcajadas; “Sabes que eso es de ley.” Pero como en cualquier pareja, o por lo menos nosotros, se habla las cosas claras, pero en ese preciso momento, no pasaba por mi mente lo que mi esposo planeaba en la suya.
Ya ves cariño, y tener aquí a tu hermana nos puede poner límites y tú sabes que entre nosotros no lo hay hasta este momento. Mientras me abrazaba por detrás, pude sentir la tensión en su cuerpo, la preocupación que no lograba ocultar del todo. Sabía que aunque intentara hacerme reír, la idea de tener a mi Hermana aquí, compartiendo ese espacio tan precario, lo inquietaba. Pero también comprendía que no teníamos opción. No podía dejarla sola, no cuando su esposo era capaz de cualquier cosa.
“Mi hermana no puede ir a otro lado”, le expliqué mientras me apartaba suavemente de su abrazo, volviendo mi atención hacia la puerta entreabierta. Dice que aquí se sentirá más segura, Que aquí, si viene su marido estará protegida, pues estás tú, en cambió si se va donde mi madre, ella dice que con ella ya solo mujeres viven. Porque si mi padre estuviera las cosas serían distintas. Y sinceramente si mi padre hubiera estado, le hubiera dado otro infarto al enterarse de lo que Esposo hizo. Pero tranquilitos que ya vamos llegando a lo que venimos a contar.
Mi Esposo acepta que mi hermana se quedé en casa.
Mi Esposo con un suspiro profundo dijo: “Bueno pues dile que es bienvenida”. Yo lo miré y lo abracé, mientras le susurraba a al oído: gracias cariño ya sabes lo que te has ganando. Sabía que no podría negarse, aunque cada palabra le costara. Se volvió hacia la ventana, observando cómo el viento hacía danzar las ramas de los árboles.
Un trueno lejano retumbó, y el sonido hizo eco en nuestra pequeña casa. Me quedé en silencio un momento, observando a mi Hermana a través de las cortinas que ondeaban con la brisa, sintiendo un nudo en el estómago.
Mi hermana la más afortunada
Ella siempre había sido la más agraciada, no solo por la juventud que aún llevaba en su rostro, sino también por la generosidad con la que la naturaleza la había dotado.
Era más alta que yo, con una figura esbelta que cualquier mujer envidiaría. Y allí estaba, esperando a la puerta, mordiendo nerviosamente sus labios, como si temiera que hasta pedir ayuda fuera un fracaso personal. La imagen de su antigua vida, en una casa grande y lujosa, parecía un recuerdo distante en ese momento.
“Ven”, le dije finalmente empujando la cortina hacia un lado para dejarla pasar. Al hacerlo, el metal de la barra rechinó ligeramente, un sonido molesto en medio de la quietud. Me acerqué para ayudarla con su maleta, que parecía más pesada que nunca, no tanto por su contenido, sino por todo lo que simbolizaba. La única puerta estaba en la de entrada y salida de la casa, y escuché cuando se cerró con un suave clic detrás de ella.