Mi Esposo tenía tanta confianza en él mismo, y pensó que tenía control total sobre mi hija. Pero ni cuenta se dio cuándo las cosas se le fueron de las manos. Mi hija empezó a sentir seguramente algo más, y quería llevar las cosas a otro nivel, pero mi Esposo solo quería pasarla bien. Entonces fue que yo me enteré de lo que estaba pasando y aquí te lo cuento.
Mi Esposo me tenía en un profundo abrazo.
Mi esposo se acercó por detrás de mí, con esa suavidad que siempre tenía para sorprenderme. Sentí sus brazos envolviendo mi cuello, sus manos grandes y fuertes, deslizándose lentamente hasta quedar sobre mis hombros. Su aliento cálido rozaba la piel expuesta de mi cuello, haciéndome estremecer involuntariamente.
Sus labios se posaron con delicadeza en mi mejilla izquierda, y su voz profunda y aterciopelada, resonó cerca de mi oído. Cariño, sabes que me siento muy afortunado de tenerte, susurró con su voz acariciando cada palabra. Te veo y pienso: qué mujer tan bella, tan elegante y noble; pienso que me he sacado la lotería contigo, amor.
Sus palabras se deslizaron por mí como una caricia. Mi cuerpo se relajó, derritiéndose en el momento. Pero había algo oscuro y denso que yacía justo debajo de la superficie, una verdad que no me atrevía a enfrentar del todo. Aún no sabía lo que él escondía, lo que hacía cuando no estaba entre mis brazos.
Hasta este momento no imaginaba que mi Esposo tenía un secreto.
Ni siquiera me cruzaba por la mente, que esos mismos brazos que ahora me envolvían, también abrigaban a mi hija. Era inimaginable, doloroso incluso pensarlo, como una sombra que no quería ver a plena luz del día.
Con un suspiro me giré hacia él, con mi brazo derecho alcance su cabeza, enredando mis dedos en su cabello oscuro, mientras mis labios buscaban los suyos, con una familiaridad que me reconfortaba. Justo cuando estaba a punto de perderme en ese beso, escuché el sonido sutil de la puerta. Era apenas un leve chirrido, pero suficiente para que algo en mí se tensara.
Mi hija muestra su disgusto con mi Esposo
Ay mamá, dijo una voz con un tinte de desdén que reconocí al instante. Era mi hija, de pie en la puerta cruzada de brazos, observándonos con una mezcla de fastidio y disgusto. Si vas a hacer tus cosas, al menos cierra la puerta. No me miraba directamente, como si el simple hecho de vernos juntos le produjera una incomodidad insoportable.
Ya no puede una ni hablar contigo, continuó, dando media vuelta para marcharse. Sus pasos resonaron en el pasillo mientras murmuraba para sí misma. Siempre tiene que haber un intruso, no sé cuánto más voy a soportar esto. Mi esposo soltó un suspiro, separándose un poco de mí, aunque sus manos aún descansaban sobre mis hombros.
Mi Esposo considera que mi Hija no lo acepta
Parece que no le caigo nada bien a tu hija, dijo con un tono que mezclaba la resignación y una ligera sonrisa. Mientras su pulgar rozaba mi piel con una ternura que me inquietaba. Intenté mantener la calma, aunque algo dentro de mí se revolvía.
Mi hija había sido siempre distante con él, pero en ese momento su actitud parecía más afilada, más cargada de algo que no lograba descifrar. Ten paciencia cariño, le respondí, girándome para mirarlo a los ojos, tratando de sonreír aunque mi mente seguía atrapada en la tensión del momento. Ya verás que con el tiempo ella va a aceptar que tengo derecho a vivir. Él asintió, pero su sonrisa se desvaneció un poco, revelando una sombra de frustración.
Sí cariño, pero ¿cuánta más paciencia voy a tener?, dijo con una ligera amargura en su tono. No ves que ya han pasado tres años y ella sigue igual. Su comentario me golpeó, no tanto por lo que dijo, sino por lo que dejó implícito.
La actitud de mi Hija con mi Esposo me tranquilizaba
Me molestaba la actitud de mi hija, pero al mismo tiempo, esa misma frialdad hacia él, me traía una extraña tranquilidad. Mientras ella mantuviera esa distancia, mientras su desdén permaneciera intacto, yo no tenía que preocuparme. Porque la edad de mi Esposo es casi igual a la de mi hija.
Y Yo tenía mis miedos, pues por eso prefería que ella no lo quisiera. Quizás… comencé a decir, sin saber muy bien qué palabras seguirían, quizás ella necesita más tiempo.
Él soltó una leve risa, y sus manos finalmente dejaron mis hombros, dejando un frío vacío donde antes había estado su calor. Bueno pues démosle un poco más de tiempo, o más bien démosle todo el tiempo que necesita. A mí al fin de al cabo no me molesta cariño, dijo él.
La vecina habla de mi Esposo y mi Hija.
Todas las tardes, al regresar del trabajo, tengo la costumbre de llevarle un pan al perrito que rondaba la cuadra, se había vuelto una rutina casi terapéutica para mí. Cada día al caer la tarde, lo veía aparecer a lo lejos, moviendo la cola con un entusiasmo tan genuino que no podía evitar sonreír.
Esa tarde no fue diferente; mientras le extendía el pan, escuché la voz de mi vecina. Parece que el perrito le tiene mucho cariño, me dijo acercándose, con ese tono entre simpático y curioso que siempre usaba. Hasta ya sabe la hora en que usted pasa por aquí. Yo Asentí mientras acariciaba al perro.
Creo que sí, la verdad no me cuesta nada traerle un pan, respondí con una sonrisa, intentando seguir con mi rutina en paz. Pero entonces su tono cambió, y su voz se hizo más baja, casi como si compartiera un secreto prohibido.
La vecina me cuenta haber visto a mi Esposo y a mi Hija de tal forma.
Vecina, no es que sea de mi incumbencia, dijo mientras inclinaba la cabeza, acercándose un poco más, pero vi algo que no me puedo guardar. Vi a su hija en un gran abrazo con su esposo. Estaban en el patio, y él la rociaba con la manguera del agua, ambos empapados de pies a cabeza, riendo a carcajadas. Y luego, lo vi abrazarla… con mucha pasión. Mi sonrisa se congeló, y en ese instante sentí cómo algo dentro de mí se tensaba.
“Mi hija no puede ni ver a mi esposo“, pensé, recordando las interminables discusiones entre ellos. Mi mente quiso descartar lo que mi vecina decía; como un chisme más de una solterona aburrida, buscando caos donde no lo había. Pero algo en la seriedad de su expresión, en la certeza de sus palabras, hizo que mi confianza titilara. Mantuve la calma, Gracias vecina, lo tendré en cuenta, dije fingiendo indiferencia mientras le daba la espalda, y me despedía del perrito.