Mi YERNO Hizo Conmigo lo que mi Hija nunca Imagino

Mi Hija nunca imagino que mi Yerno era el centro de mi vida.  Y mucho menos pensó que mi Yerno hacía conmigo tal cosa.  Sabía muy bien que esos sentimientos estaban fuera de lugar, entendía que mi Yerno le pertenecía a mi Hija.  Conocía muy bien que mi Yerno era el hombre de los sueños de mi Hija.  Mi Lucha para mantener los límites con mi Yerno, se derrumbó cuándo Esto que te voy a contar pasó.

Mi Hija me pide ayuda con mi Yerno.

Era mi día descanso, uno de esos tranquilos, de los que te envuelven en la pereza propia de un día de descanso. Me había levantado tarde, todavía en mi camiseta de dormir, esa desgastada pero cómoda prenda que no cubría más que lo esencial. Estaba disfrutando de la simplicidad del momento, el aroma de la comida comenzando a impregnarse en la casa, cuando mi hija me pidió ayuda en la cocina. 

Mamá, ¿puedes encargarte de picar la cebolla?, es que sabes que no soporto cómo me arden los ojos.  Sonreí un poco divertida, le pasaba desde pequeña, y siempre terminaba escapando del bendito ardor que la cebolla provocaba.

Me acerqué a la mesa y tomé el cuchillo con familiaridad. El día avanzaba despacio, y yo, aún aturdida por el ritmo lento del fin de semana, no pensé en cambiarme ni en arreglarme demasiado. Después de todo estábamos en casa.

Mi Yerno me observa por la ventana.

De repente, algo interrumpió mi flujo de pensamientos. Sentí una mirada, como si el aire se cargara de una presencia distinta, incómoda. Dejé de mover el cuchillo, con la cebolla a medio cortar, y levanté la vista lentamente. A través de la ventana de la cocina, capté una figura inmóvil.

Era mi yerno, estaba parado justo allí, al otro lado del cristal, con sus ojos clavados en mí.  Al principio, pensé que solo miraba hacia dentro, distraído. Pero no, su mirada no era inocente; Sus ojos estaban fijos, demasiado fijos en el vaivén de mi cuerpo mientras me inclinaba sobre la tabla de cortar. La camiseta tan fina, dejaba ver más de lo que cubría. El aire frío de la cocina de repente se sintió distinto, como si me abrazara de una manera incómoda y reveladora.

La mirada de mi Yerno casi me derrumba.

Por un instante, me quedé paralizada y mi corazón empezó a latir más fuerte, me sentí expuesta, sin intención de haberlo estado. Mi mano apretaba con fuerza el mango del cuchillo, mientras una mezcla de emoción y vergüenza se acumulaba en mi pecho.  Cuando mis ojos encontraron los suyos, él se dio cuenta de que lo había descubierto.

Su expresión cambió en un segundo, y como si quisiera disimular, llevó una mano a sus ojos, fingiendo estar cegado por la luz.  Cariño, ¿estás allí?, gritó en dirección a mi hija, con su voz insegura, como intentando borrar lo que había sucedido. Pero no podía ocultar el nerviosismo en su tono.

La excusa de mi Yerno

Es que tengo los ojos encandilados, apenas veo nada.  Mi hija, ajena a lo que acababa de suceder, le respondió.  Sí, estamos aquí amor, dijo con su típico tono despreocupado.  Su mirada me hizo sentirme viva, y hasta agradecí a mi camiseta por su ayuda. 

Pero luego me sacudí la cabeza, pues no debería tener esos pensamientos conmigo.  Pero aún con la moral mirándome, terminé haciendo lo que a continuación te sigo contando.

Escuchando a mi Yerno y mi Hija.

El Siguiente día que me tocó descanso, me levanté cuándo el sol aún no alcanzaba su punto más alto, y las sombras suaves del amanecer se deslizaban por los rincones de la casa.  Como era mi costumbre, decidí que debía aprovechar la tranquilidad de la mañana para lavar algo de ropa.

El sonido del viento suave me acompañaba mientras me dirigía al cuarto de lavado, pero al pasar por el pasillo, algo me detuvo. Mi paso vaciló frente a la puerta entreabierta de la habitación de mi Yerno y mi Hija. El murmullo de sus risas, suaves y cómplices, se colaba por la rendija de la puerta.

Me recosté contra la pared, mirando al techo, sintiendo cómo una oleada de pensamientos prohibidos y confusos me invadía. “¿Qué es lo que te pasa mujer?”, me pregunté en silencio, mientras mis dedos se aferraban al borde del canasto de ropa, buscando anclarme a la realidad. “No ves que te estás metiendo en llamas; ese caramelo puede ser dulce, pero en ti, terminará siendo amargo”. 

Regresando a la realidad

Respiré profundo y aparté los pensamientos de mi cabezota, tomando fuerzas para moverme. “Esto no está bien”, me repetía, y aunque mi yerno, en más de una ocasión me había lanzado miradas que me desconcertaban, nunca me había dado razones para pensar en él de otra forma. Pero algo en mí se revolvía cada vez que sentía sus ojos sobre mí, algo que me hacía sentir viva, aunque sabía que era peligroso.

Con el corazón latiendo más rápido de lo que me gustaría admitir, me dirigí al patio con el canasto de ropa sucia. El agua de la pileta caía con un ritmo constante, y el sonido del jabón frotándose contra las telas; ofrecía una distracción momentánea.

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