Mi esposo estaba recostado en la cama, con la mirada fija en la pantalla del televisor, pero algo en su postura rígida me inquietaba. Desde hacía días notaba algo distinto en él, una lejanía que no sabía cómo descifrar. Mientras lo observaba, no podía evitar sentir una mezcla de deseo y frustración.
Su presencia me había atraído desde el primer día, y ahora, aun cuando estaba a solo unos centímetros de él, sentía que nos separaba una distancia que no podía medir. Y sinceramente yo estaba ardiendo de ya sabes tú. Calor y temperatura que el Padre de mi Esposo me hizo favor de apaciguar.
Mi Esposo se niega a estar conmigo.
El cuarto estaba en penumbra, la única luz provenía de la lámpara de noche, cuya luz cálida bañaba la habitación en un tono dorado suave. Me movía con cautela, sintiendo cómo el encaje de mi camisón rozaba suavemente mi piel. Cada movimiento parecía resonar, y el susurro del tejido se mezclaba con el latido acelerado de mi corazón.
“Sabes cariño,” susurré acercándome lentamente a Mi Esposo, cuidando de no romper el débil hilo de intimidad que aún nos unía. Mis labios rozaron su cuello, apenas un leve contacto, esperando encender algo en él, un gesto o algo más. “Creo que ya son varios días que te noto… distante.” Mi voz era suave, cargada de preocupación disfrazada de coquetería. “Recuerda que me tienes a mí para escucharte, por si algo te está molestando.”
Él desvió la mirada del televisor solo por un segundo, y con sus ojos oscuros y fríos como el mármol, dijo. “No me pasa nada cariño, todo está bien,” respondió con una indiferencia que me atravesó como una daga. “Solo estoy viendo el programa, relajándome, porque quiero dormir tranquilo.”
Mi Esposo hace a que yo me detenga de mis intenciones.
Mis manos que habían comenzado a acariciar con ternura el brazo de Mi Esposo, se detuvieron, congeladas por sus palabras. Aun así intenté suavizar el momento. “Y qué tal si yo te sirvo de relajante,” sugerí en un tono más bajo, casi un murmullo.
“Tú sabes que ya hace un buen tiempo que tú y yo no… bueno nada de nada.” Hice una pausa, buscando en su rostro algún destello de deseo, alguna chispa que me indicara que él también lo necesitaba. “Creo que yo necesito que tú me des… ya sabes, como dicen los muchachos, mi buena ración de aquello.”
Esperaba una sonrisa, un gesto cómplice, pero en su lugar recibí una mirada helada que me dejó sin aire. Sus ojos normalmente cálidos y protectores, ahora parecían impenetrables. Mi Esposo dijo: “No estoy para eso ahora,” dijo con una frialdad que hizo que mi pecho se apretara, como si una mano invisible me apretara el corazón. Mi respiración se volvió lenta y descontrolada, mientras intentaba procesar sus palabras. Me incliné ligeramente hacia atrás, y la suave tela de mi camisón rozo la cama con un sonido apenas perceptible. “¿Y cuándo entonces?, ¿En qué tiempo vas a estar para eso?”, le pregunté.
Mi voz salió más dura de lo que pretendía, reflejando la rabia que crecía en mi interior. “O es que… ¿tienes otro lugar donde quitarte las ganas?” Él resopló con desprecio, un sonido bajo y lleno de desdén. “Piensa lo que quieras,” dijo girando su cuerpo completamente, dándome la espalda sin remordimiento. “Pero déjame descansar, porque con esa actitud tuya, no despiertas ni lástima.”
Las palabras de mi Esposo hicieron esto conmigo.
Sus palabras flotaron en el aire como un veneno, lentamente extendiéndose por cada rincón de la habitación. Lo observé, viendo cómo se tapaba con la cobija, creando una barrera física entre nosotros que sentí imposible de romper. En ese momento, el silencio se hizo denso y opresivo. El único sonido era el viento afuera y el suave crujir de la cama bajo su peso, mientras yo me quedaba en la oscuridad, observando su espalda como si fuera una pared impenetrable.
El sueño huyó de mí, dejándome sola en la penumbra de esa fría habitación. El peso de las cobijas sobre mi cuerpo apenas lograba calmar el temblor de mi piel, que no sabía si provenía del frío o de la frustración acumulada. A mi lado, los ronquidos de mi esposo comenzaron a marcar el ritmo de mi insomnio, un sonido grave y pesado que resonaba en mis oídos como una burla. Él dormía profundamente, completamente ajeno a mis pensamientos, a mis deseos no satisfechos, mientras yo me revolvía entre las sábanas con una mezcla de rabia y frustración.
Intenté cerrar los ojos de nuevo, pero las imágenes que se agolpaban en mi mente eran demasiado intensas. Me levanté despacio, con cuidado de no hacer ruido, como si él pudiera notar que mi malestar no era solo por no poder dormir. Al salir de la cama, el suelo frío de la habitación me despertó aún más, una sensación helada que me recorrió los pies descalzos hasta las piernas. Miré el reloj sobre la cómoda, y las manecillas marcaban las once y media de la noche.
El Encuentro con el Padre de mi Esposo.
A esa hora, el silencio de la casa era absoluto, roto solo por el eco distante de los ronquidos de mi marido. Caminé hacia el baño sin encender la luz, con el camisón deslizándose sobre mi piel, transparente bajo la tenue luz de la luna que se colaba por las ventanas.
El baño estaba oscuro, pero la luz de la luna me bastaba para guiarme. Cerré la puerta tras de mí con un leve clic, que resonó más fuerte de lo esperado en el silencio. No tardé mucho dentro, pero al salir, algo cambió en el ambiente. La luz del pasillo se encendió repentinamente, bañando el suelo con un resplandor inesperado. Me quedé paralizada en el marco de la puerta, con el camisón pegado a mi cuerpo por la humedad del ambiente.
Y ahí, a unos tres metros de donde estaba yo, lo vi. El padre de mi esposo estaba de pie, inmóvil, con sus ojos clavados en mí durante un segundo eterno. Mi corazón comenzó a latir más rápido, no por miedo, sino por la súbita conciencia de mi propio cuerpo, expuesto bajo la fina tela del camisón que con la luz, no ocultaba nada.