El sonido del reloj de pared marcaba las cuatro de la tarde en la sala silenciosa, mientras yo permanecía sentada en ese sofá amplio y de cuero oscuro, esperando. Frente a mí, las fotografías del amigo de mi hijo colgaban en la pared con una precisión meticulosa, formando una especie de retrato de su juventud y vitalidad.
No podía evitar observarlas con detenimiento; en cada imagen, él lucía confiado, con su sonrisa atrayente, y su postura despreocupada irradiaba un encanto que atrapaba mi mirada. Sin darme cuenta, mi mente empezó a divagar hacia lugares que no debía, hacia pensamientos que no correspondían a una mujer de mi edad, una madre de cuarenta y un años.
El amigo de mi Hijo me observa detenidamente.
El leve crujir de los zapatos bajo el peso de alguien interrumpió mis pensamientos, sacándome de esa fantasía incómoda y tentadora a la vez. Giré la cabeza, y allí estaba el amigo de mi hijo parado en el umbral del pasillo, su figura destacaba bajo la tenue luz.
Su mirada llena de un descaro juvenil, me recorrió de pies a cabeza como si fuera un pintor detallando cada trazo de una obra. Me quedé quieta, desconcertada por la intensidad con la que sus ojos me hablaban sin decir una sola palabra. Me sentí halagada, no lo voy a negar.
Pues sinceramente mi reflejo en el espejo, aún me mostraba una mujer que mantenía su porte y su atractivo, aunque las décadas hubieran pasado.
El amigo de mi Hijo me mira intensamente.
Buenas noches señora, dijo el amigo de mi hijo rompiendo el silencio con una voz suave, pero cargada de un tono que me hizo estremecer. Lamento haberla hecho esperar, seguramente quiere saber sobre su hijo, ¿verdad?, continuó mientras sus ojos aún vagaban por mis piernas cruzadas.
Sí, vine por eso le respondí, sintiendo cómo el calor subía por mis mejillas. Entiendo, Por favor siga sentada, dijo mientras hacía una seña a la joven del servicio para que me ofreciera algo. En ese momento me di cuenta de que mi vestido se había subido un poco más arriba de lo que era apropiado, y al notar su mirada fija, traté de disimular mi incomodidad ajustándolo ligeramente.
El joven sonrió, pero al verse descubierto, agachó la cabeza avergonzado. Fingió buscar algo a su alrededor, como si de pronto se hubiera dado cuenta de que su atención había sido más obvia de lo que pretendía. La situación adquirió una tensión palpable, algo que flotaba entre nosotros pero que ninguno estaba dispuesto a verbalizar.
El amigo de mi hijo me convida café.
La joven regresó pronto, sosteniendo una taza de café humeante. El aroma intenso llenó la sala, y la porcelana fina de la taza era fría al tacto. Mientras la joven se retiraba en silencio, aproveché para tomar un sorbo, intentando ocultar el nerviosismo que se había instalado en mi pecho.
El café quemaba ligeramente mi lengua, pero me brindaba una excusa para apartar la mirada del joven, quien ahora me observaba desde su asiento, con las manos descansando sobre sus rodillas y una expresión que no podía descifrar del todo.
No se preocupe por su hijo, dijo el amigo de mi hijo, interrumpiendo mis pensamientos una vez más. Está aquí en mi casa, solo se quedó usando el baño y En un momento bajará. Sus palabras me trajeron un alivio inmediato, aunque no suficiente para eliminar esa sensación incómoda que me invadía desde que lo vi parado en la puerta
El amigo de mi hijo me declara que él esta allí.
Sentí un suspiro de alivio salir de mí, pero también una culpa creciente por la dirección que mis pensamientos habían tomado, en esos breves instantes de silencio. Él era el amigo de mi hijo, un joven apenas comenzando su vida, y Yo una mujer con una trayectoria y una madre. Intenté convencerme de que todo había sido producto de mi imaginación, de mi nerviosismo por la preocupación que sentía por mi hijo.
Pero entonces, sus ojos volvieron a buscar los míos, y esa chispa de desafío y de interés, seguía allí. Me estremecí por dentro, y la distancia entre ambos parecía haberse acortado de manera imperceptible, aunque él no se hubiera movido de su lugar.
Había algo en esa sala que creaba una tensión extraña, como si el espacio se hubiera cargado de energía. ¿Está todo bien señora?, preguntó con una sonrisa ligera, casi burlona, mientras jugaba con la manga de su camisa.
El amigo de mi hijo ve mi nerviosismo.
Sí claro, porque no habría de estarlo, dije rápidamente, cruzando las piernas de nuevo, esta vez con mayor cuidado. Solo estaba preocupada por mi hijo, le dije. Él asintió, pero la manera en que sus ojos se mantenían fijos en mí, en cada uno de mis movimientos, me decía que sabía que mi preocupación no era lo único que me estaba afectando.
A través del cristal de la ventana, el sonido de una brisa nocturna agitó las ramas de los árboles, y el reloj seguía marcando el paso del tiempo en la pared, cada segundo y cada tictac resonaba en mis oídos, subrayando la incomodidad de la situación. El joven se levantó lentamente de su asiento, como si se tomara su tiempo para disfrutar el momento, y se acercó a la mesita del centro entre nosotros.
Se inclinó levemente hacia mí, lo suficiente para que pudiera oler su colonia, fresca y amaderada. ¿Le gustaría otro café?, preguntó con su voz más suave ahora, pero con un matiz de intenciones no dichas. No gracias, creo que con esté es más que suficiente, le dije yo.
El amigo de mi Hijo halaga mi belleza.
El amigo de mi hijo estaba frente a mí, y su presencia dominaba el espacio de una manera que parecía intencionada. Aquel joven de veintiún años, con esa confianza que solo la juventud otorga, me miraba como si viera algo más que la madre de su amigo. Señora yo quisiera tener una madre como usted, dijo él, con una voz suave pero cargada de intenciones. Sus palabras salieron lentas, cuidadas, mientras se mordía el labio inferior.
Una madre tan bella y comprensiva, que dicha sería eso. La sala parecía hacerse más pequeña con cada palabra suya, con cada sutil gesto. No era solo lo que decía, sino cómo lo decía. Su mirada nunca se apartó de mí, y la manera en que sus labios se movían, no correspondía a la inocencia que intentaba aparentar. Había algo más, algo que sus palabras no revelaban, pero que su lenguaje corporal gritaba.
Porque sé que usted es una gran mujer, continuó con su tono volviéndose más juguetón, más atrevido. Es una verdadera mamacita, soltó sin filtro, con una sonrisa que me hizo reír ligeramente, aunque el aire de la sala parecía haberse vuelto más denso.
Sentí que mis mejillas se calentaban, no de vergüenza, sino de una incomodidad que no sabía cómo manejar. Traté de mantener la compostura, pero sus ojos seguían estudiándome, desafiándome.
Tratando de cambiar el tema con el amigo de mi hijo.
No sabes ni lo que dices, le respondí entre risas nerviosas. Mis palabras intentaron sonar firmes, pero no pude evitar que una ligera broma escapara de mis labios. Te hace falta un poco más de claridad en lo que dices, y sobre todo, valentía para decirlo.
Él sonrió, y esa sonrisa se quedó flotando en el aire como una promesa no dicha. Sabía perfectamente lo que estaba haciendo, y no tenía intenciones de retroceder. Sentí un escalofrío recorrerme mientras trataba de cambiar el tema, recordándome por qué estaba ahí.
Mejor dime qué sabes o qué pasó con mi hijo, le dije intentando llevar la conversación de vuelta a un terreno más seguro. Su expresión cambió, suavizándose un poco, aunque esa chispa de atrevimiento no desapareció por completo.