Mi Esposo nunca imagino lo que mi Alumno hizo.

Mi Alumno estaba completamente en silenció mientras yo le explicaba, o eso pensaba Yo. Cuando levanté la mirada, lo hice con un gesto mecánico, ajustando los lentes sobre el puente de mi nariz, mientras mis ojos recorrían la sala.  Fue entonces cuando noté que mi alumno no estaba concentrado en la lección, sino en algo mucho más tangible. La mirada de mi alumno se había desviado, enfocándose en aquello que la naturaleza me había otorgado con generosidad, una distracción evidente que me hizo apretar los labios con un leve suspiro de resignación.

Con un gesto casi imperceptible, llevé mis manos a la blusa ajustándola con un botón más, para cubrir mejor lo que tanto lo intrigaba. El suave roce de la tela contra mi piel fue casi un recordatorio, de que aunque debíamos mantener la formalidad, a veces las fronteras se desdibujaban de maneras incómodas.  El rostro de mi alumno se encendió de inmediato en un rubor intenso. Era como si el calor en sus mejillas delatara la vergüenza de ser descubierto en medio de su distracción. Con una voz quebrada y vacilante, intentó retomar la compostura. “¿Qué fue lo que dijo de último?”,  preguntó, pero su tono no disimulaba el nerviosismo que ahora lo invadía.

Mi Alumno se da cuenta que lo descubrí mirándome.

Por dentro, una sonrisa me recorrió como una ráfaga fugaz, casi imperceptible, pero exteriormente mantuve mi rostro inmutable, seria, como si aquella pequeña infracción no me afectara en lo más mínimo. Tenía que establecer el control de la situación antes de que se deslizara aún más.  “Ya veo en lo que te entretienes,” dije con una calma afilada mientras mis ojos lo escrutaban con intención.  Mi voz resonó en la sala con una frialdad calculada, y el eco suave de mis palabras rebotaron en las paredes.

“Si sigues así, no vas a aprender mucho, le dije.”  El crujido leve de la silla de mi alumno cuando se removió incómodo en su lugar, no hizo más que subrayar su incomodidad.  “Lo siento,” balbuceó bajando la mirada hacia sus manos nerviosas, que jugaban con el bolígrafo entre sus dedos. “Es que estaba pensando en otras cosas, dijo tartamudeando.”

Mis ojos se estrecharon, “¿Y qué cosas pueden ser más importantes que asegurarte de pasar este semestre?” Esas palabras seguramente cayeron como un martillo sobre él, cada sílaba bien calculada para hundirse en su mente. “Recuerda que si dejas este curso, no avanzarás al siguiente semestre. Estarás atrapado hasta que limpies tu expediente.”  El silencio que siguió fue pesado, y cargado de una tensión latente.  Afuera, el murmullo de un automóvil pasando por la calle apenas rompía el peso del momento.

Mi Esposo llega a casa y me ve con mi Alumno.

De repente, el sonido de la cerradura girando y el clic de la puerta al abrirse rompió el silencio de golpe. Un leve chirrido de las bisagras resonó por el pasillo, y supe inmediatamente quién era antes de escuchar siquiera su voz.  “Buenas tardes,” dijo mi esposo con su tono familiar, aunque algo en su voz parecía distante, como si ya notara el cambio en el ambiente.  Entró a la sala con su paso firme, dejando que la puerta se cerrara detrás de él con un sonido sordo. Mi corazón dio un pequeño vuelco, pero traté de mantener la calma.  

“Buenas tardes señor,” respondió mi alumno, enderezándose en su silla, y con la voz temblorosa, tratando de sonar respetuoso y formal, aunque el rubor aún coloreaba sus mejillas. Mi esposo dejó caer su maletín de cuero sobre el sofá y me miró de reojo, mientras se quitaba la chaqueta, sin decir nada, pero su gesto fue suficiente para que yo sintiera un nudo en el estómago. “¿Todo bien?”, preguntó con su tono casual, aunque su mirada lo decía todo. Él era un hombre observador, y el cambio sutil en mi voz o en el ambiente no se le escaparía fácilmente.  “Sí claro,” respondí rápidamente, fingiendo una sonrisa que no sentía del todo.

“Estamos repasando lo que vimos en la última clase.” Pero creo que ya llegó la hora de finalizar.  Me incliné sobre el escritorio, fingiendo reorganizar los apuntes esparcidos. Mi alumno por su parte, intentaba concentrarse en su cuaderno, pero no podía evitar mirar de reojo a mi esposo.

Mi Esposo discute por la presencia de mi Alumno.

Mi esposo me llamó aparte para decirme algo, y sentí una tensión extraña en el ambiente, como si algo estuviera a punto de estallar. Me dirigí a mi alumno, que permanecía concentrado en los libros esparcidos sobre la mesa, y le dije con voz suave: “Puedes intentar resolver la siguiente operación mientras vuelvo.” El muchacho asintió sin decir palabra, y sus ojos apenas se apartaron del cuaderno. El leve sonido de mi silla arrastrándose al levantarme fue la única interrupción en la calma.

Caminé tras mi esposo hasta la habitación, notando cómo su respiración se hacía más pesada con cada paso. Al cerrar la puerta tras de mí, lo vi girarse bruscamente, su rostro enrojecido por una ira apenas contenida, Y Su mandíbula se tensaba mientras hablaba.  No me gusta para nada que ese joven venga a casa, dijo con sus palabras saliendo como una espada.  Lo miré con una mezcla de sorpresa e incredulidad.  

Cariño es mi trabajo, sabes que doy clases particulares, le dije tratando de apaciguar la tensión que vibraba en el aire.  Sí, sé que es tu trabajo, pero no me gusta cómo te mira ese muchacho. Sus ojos están sobre ti de una manera que no puedo soportar. Y no quiero que estén solos, especialmente cuando yo no estoy aquí, y su voz adquirió un tono más grave.

Mi esposo muestra su inconformidad con mi Alumno.

Lo observé detenidamente, y los nervios en su cuello palpitaban bajo la piel, y sus puños estaban cerrados con fuerza. No podía entender por qué estaba tan alterado. Entonces hablé con más firmeza de lo que pretendía.  No entiendo nada de lo que me estás diciendo, repliqué con una mezcla de cansancio y frustración.  Solo lo ayudo con sus estudios, eso es todo, ¿Qué otra cosa podría pasar?  Mi esposo se acercó más, reduciendo la distancia entre nosotros de manera inquietante.

Podía sentir el calor de su enojo irradiar de su cuerpo.  No será más bien que a ti te está gustando el muchacho, dijo con veneno en la voz.  Mi estómago se revolvió ante la acusación, y la injusticia de sus palabras me golpeó con fuerza, recordándome sus propios errores pasados. Algo en mí se rompió en ese momento, y antes de poder contenerme, las palabras salieron como un torrente.

Recordando las infidelidades de mi Esposo.

¿Tú crees que yo soy igual que tú?, dije mirándolo directamente a los ojos, dejando que mi rabia se sintiera en cada palabra.  Que Yo me voy con el primero que veo, así como tú lo hiciste con tu secretaria… y con la vecina.  El silencio que siguió fue ensordecedor. Solo el leve crujir del reloj de pared marcaba el tiempo entre nosotros. Mi esposo desvió la mirada, visiblemente incomodado. Su enojo se transformó en algo más oscuro, pero también más controlado. 

Ya vienes tú con tus reclamos, gruñó con una indiferencia que me hirió profundamente.  Eso ya pasó, no sé por qué todavía lo recuerdas.  El tono despreocupado en su voz, como si su traición no tuviera importancia, me encolerizó aún más.  Pero él no estaba dispuesto a seguir la conversación. Caminó hacia la puerta del armario, sacó unos documentos y los metió en su maletín con prisa.

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