Mi Madre nunca imagino lo que mi Padrastro hizo.

Mi madre nunca se imaginó que mi padrastro hiciera esto conmigo.  Mi padrastro es realmente un buen hombre, pero yo nunca pensé que me haría tal cosa y me asombro.

Mi Padrastro se esforzaba por convertirse en mi padre, pero sinceramente yo no lo veía como a un papá, y tampoco lo quería a él como tal.  Pero es qué también no se ponía a pensar que si mucho me llevaba a mí unos cuatro años.  Pero bueno aquí te cuento lo que me pasó con mi Padrastro.

Lo que mi Padrastro despertó en mí.

Me sentía abatida, como si un enorme peso oprimiera mi pecho, cada respiración se volvía difícil y el nudo en mi garganta no me dejaba pensar con claridad. Pero no era por haber perdido el trabajo, sino más bien porque mi corazón se inclinaba por completo a mi Padrastro. Mi madre notó mi estado, Yo estaba sentada en la cocina, rodeada del silencio de la tarde que apenas era interrumpido por el suave tictac del viejo reloj de pared. El sonido de los cubiertos en el fregadero hacía eco en la estancia vacía.  Mi Madre con su dulce semblante, dejó lo que estaba haciendo y se acercó a mí.

Hija ¿qué es lo que te pasa?, preguntó inclinándose hacia mí, con sus ojos llenos de preocupación.  Suspiré levantando apenas la mirada para encontrarme con la suya.  Hoy fue mi último día de trabajo mamá, me despidieron… Dicen que la empresa no está en buen momento.  Mi madre se quedó en silencio por un momento, intentando procesar lo que había dicho. Mientras tanto, percibí la presencia de mi Padrastro recostado en el umbral de la puerta de la cocina.  

Su figura se recortaba bajo la luz tenue que entraba por las cortinas de la ventana. Sus ojos me observaban, fijos y atentos.   Apreté los labios, levantando las cejas en un gesto de resignación. No había nada que pudiera hacer, de todas maneras, ya veré que hacer, dije con un suspiro.  Mi madre, siempre optimista, intentó reconfortarme.

Mi Padrastro se ofrece ayudarme de esta manera.

Bueno hija, no te pongas triste, seguro encontrarás algo mejor pronto. Las cosas siempre pasan por algo.  Mientras mi madre hablaba, la voz de mi Padrastro rompió el silencio. Era profunda y calmada, pero su tono siempre me ponía nerviosa.  Bueno si lo permiten, creo que puedo opinar algo, dijo, y sus palabras llenaron el lugar de una energía diferente.  Es que Yo solo de escuchar su voz me derretía completamente.  Quizá para algunos yo necesitaba ayuda, pues muchos hablaran de mi comportamiento.  Pero sinceramente Yo estaba que me moría por él.

Mi madre y yo giramos nuestras cabezas hacia él, y asentimos dándole permiso para hablar.  Me parece que esta es una oportunidad, una que podrías aprovechar para desarrollarte. Las cosas no suceden por casualidad, todo tiene un propósito.  Hizo una pausa, como si midiera sus palabras antes de continuar.  Tu madre me ha contado que te faltan solo dos años para terminar la carrera de abogacía.  ¿Por qué no retomas los estudios? Sé que ahora no tienes trabajo, y puede parecer imposible costear todo, pero yo estoy dispuesto a ayudarte con lo necesario para que termines.

Sus palabras llegaron a mí con una mezcla de sorpresa y confusión. Había algo en su voz, algo paternal y protector, pero al mismo tiempo una tensión subyacente. Lo miré buscando alguna señal de intención oculta, pero sus ojos solo reflejaban una sinceridad que me desarmó. Sin embargo, detrás de esa oferta generosa, crecía dentro de mí un sentimiento que me aterraba. Algo que había estado intentando ignorar.

Mi respuesta a mi Padrastro fue dura.

Cada día ese sentimiento hacia él se hacía más grande, más incontrolable.  Las palabras que salieron de mi boca no pasaron por mi mente. Fueron una reacción impulsiva, casi defensiva.  No estoy dispuesta a recibir limosnas de nadie, dije sin pensarlo.

Mi madre horrorizada por mi respuesta, levantó las manos intentando calmarme.  ¡Hija tranquila!, no hay necesidad de que te pongas así; Él solo quiere ayudarte, nada más.  Sentí una punzada de arrepentimiento al ver la expresión de mi padrastro. No había enfado en su rostro, solo una calma resignada que me hizo sentir aún peor. 

Está bien no pasa nada, dijo con una sonrisa comprensiva que me desarmó aún más. Había algo en su postura, en cómo se quedaba allí, en el umbral que hacía que mi corazón latiera más rápido de lo que debería.  No quise decir nada más y Me levanté de la silla rápidamente, haciendo que las patas de madera rechinaran en el suelo de forma abrupta.

El eco del ruido resonó en la sala, llenando el espacio con una incomodidad que me perseguía mientras me dirigía a mi habitación. Al cerrar la puerta detrás de mí, me recargué en ella, dejando que el silencio me envolviera.

Planeando como conquistar a mi Padrastro.

Me quedé parada frente al espejo, observando cada uno de mis gestos, cada línea de mi rostro y cada detalle de mi cuerpo.  Los reflejos del sol entraban por la ventana, iluminando el polvo suspendido en el aire y dándome una sensación de irrealidad, como si estuviera viviendo en una película. Respiré hondo y solté el aire despacio, frotándome el rostro con ambas manos. La duda me inundaba, pero a la vez, una extraña convicción se iba asentando en mi interior. Sabía que lo que estaba a punto de hacer no era correcto, pero la idea se había aferrado a mí con la fuerza de una obsesión.

Me acerqué más al espejo, mientras mis dedos rozaron el borde frío y metálico del peine que estaba sobre la cómoda.  Lo tomé y comencé a pasar sus dientes por mi cabello con movimientos lentos y repetidos. El sonido del peine contra mi cabello, un suave “crick”, se mezclaba con el susurro de mis pensamientos. Mientras lo hacía, miré mi reflejo con nuevos ojos, como si acabara de descubrir algo que siempre había estado ahí, pero que no había sabido ver. Mi pecho subía y bajaba con cada respiración, y mis ojos se detuvieron en mi figura.

Arreglándome para mi Padrastro.

La naturaleza sin duda había sido generosa conmigo.  Sacudí la cabeza, y un leve temblor recorrió mis hombros. “¿Cómo no me había dado cuenta de esto antes?”, pensé casi en voz alta. Era como si finalmente hubiera encontrado una llave que había estado buscando durante meses, sin saber siquiera que la necesitaba. Me enderecé, dejando el peine de lado, y empecé a buscar entre mis cosas. Algo en mi interior me empujaba a actuar, a probar lo que hasta ahora había mantenido en silencio.

Entre las prendas que desordenaban mi cajón, encontré una blusa liviana, de una tela tan delgada que casi podía ver a través de ella. Su color claro resaltaba el tono de mi piel, y el escote dejaba a la vista lo justo para generar curiosidad. La combiné con un pantaloncillo corto y mis chancletas de siempre. Me miré una última vez en el espejo, dándome una vuelta rápida, observando cómo la tela seguía el contorno de mi cuerpo con cada movimiento.

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