Nunca Imaginé que viviría esto con mi Sobrino.

Frente a mí, mi sobrino estaba sentado, con su postura relajada y su atención fija en mí. Sentía su mirada como un peso sobre mi piel, una sensación difícil de ignorar.  “Es solo tu imaginación”, me repetía a mí misma mientras cortaba un pedazo de carne y lo llevaba a mi boca, tratando de mantener el rostro indiferente, como si el mundo no se estuviera cerrando en esa pequeña mesa.

Pero el momento se volvió ineludible, cuando de repente un roce suave y apenas perceptible, rozó mi pie bajo la mesa. Al principio pensé que se trataba de un accidente. Tal vez él había movido la pierna sin querer. O en mi intento por racionalizarlo, pensé que intentaba tocar el pie de su esposa, quien estaba sentada justo a mi lado. Pero cuando levanté la mirada, lo vi. Vi esos ojos claros y pícaros clavados en los míos, con una sonrisa que no intentaba ocultar su intención.

Mi corazón se aceleró, y el aire en mis pulmones pareció espesarse. Sentí que mi rostro se encendía al comprender lo que realmente estaba sucediendo. Mi mente iba a mil por hora, intentando procesar la situación, buscando una explicación que no me dejara en la espiral de nervios en la que estaba cayendo.

Lo que mi impresiono de mi Sobrino.

Lo que más me impactaba no era el atrevimiento, sino lo que ese gesto había despertado en mí: un cosquilleo en mi nuca, un escalofrío recorriendo mi espalda, algo que contra todo pronóstico, me erizó la piel.

“¡Oye!, ¿Por qué no te esperas a que la noche llegue?”, le dije con una leve sonrisa, tratando de mantener la voz calmada, aunque la firmeza en mi tono delataba el nerviosismo que me invadía. Intentaba desviar la atención de lo que realmente había sucedido.  Mi Sobrino levantó las cejas mostrándose asombrado, como si no supiera nada de lo que Yo estaba hablando. 

Luego dije: “No ves que aquí te estás confundiendo”, mira que para todo hay tiempo.  Y ustedes tendrán su momento más tardecito.  Así es qué no apresures las cosas, está casa es amplia y podrán ustedes hacer lo que quieran.  

La esposa de mi Sobrino interviene.

Su esposa, quien era mi sobrina, pues es la hija de mi hermana mayor, se giró hacia mí con el ceño fruncido, claramente desconcertada. “¿Qué pasa tía?”, preguntó con una mezcla de curiosidad y preocupación en la voz.  Mi mente corría buscando las palabras correctas, pero opté por una salida directa.  No había forma de disfrazar aquello, y el hecho de que ella ya me mirara con esa mezcla de inquietud y alerta, me empujó a hablar.

“Pasa que tu marido es bastante juguetón”, dije en tono ligero, aunque sentía la presión de las miradas sobre mí, “pero se confundió. En vez de tocar tu pie, tocó el mío”. Un silencio incómodo se instaló por un segundo eterno, mientras mi sobrina, sorprendida, miraba a su esposo. Sus mejillas se tornaron de un rojo intenso, reflejo claro de la vergüenza que sentía. “Oye, ¿qué te pasa?”, lo increpó ella, su voz baja, casi como un susurro, pero cargada de reproche.

“¿Por qué haces eso?”  Mi Sobrino en una muestra de falsa inocencia, alzó las manos en un gesto defensivo. “Lo siento no quise molestar a nadie”, dijo con una sonrisa aún en los labios, aunque había bajado el tono coquetón. “Solo quería decirte algo sin palabras”, añadió mirando a su esposa, pero sabíamos ambos que ese mensaje no era para ella.

Mi Hermana llega a llevarse a mi Sobrina.

El timbre de la puerta sonó en ese momento, salvándome de tener que prolongar más la escena. Me levanté con prisa como si ese sonido me liberara de una tensión, que hasta hace unos minutos ni siquiera sabía que existía. Mientras caminaba hacia la puerta, mis pensamientos corrían desordenados, entremezclados con el latido acelerado de mi corazón. 

“¿Qué acaba de pasar?”, me pregunté mientras ponía la mano en el pomo de la puerta.  Si mi sobrino no se había confundido… ¿eso significaba que le llamaba la atención?, quiere eso decir qué Yo soy de su agrado, pero no solo como la tía de su esposa.   La idea me resultaba inverosímil, mi sobrino con su vida hecha y su esposa sentada a mi lado, su papel de marido intachable ante todos los demás. Y yo, la tía y la hermana mayor de su suegra.

Todo aquello era imposible, Pero al mismo tiempo había algo en esa sonrisa que me hizo dudar.  Algo en su mirada, algo en el roce bajo la mesa que había encendido una chispa que no supe cómo apagar.

Esta soy Yo la Solterona del barrio.

A mis cuarenta y un años, las expectativas ajenas sobre el matrimonio o los hijos hacía tiempo que habían dejado de pesar en mis hombros. “Solterona”, como decían algunas personas, con ese tono cargado de lástima disfrazada de simpatía. Pero yo no necesitaba de su aprobación. Había encontrado paz en mi rutina, en la independencia de mis días.  Tras los treinta, dejé de preocuparme por encontrar a alguien con quien compartir mi vida.

No es que la suerte no hubiera estado de mi lado; tuve oportunidades, sí.  Hombres que se sintieron atraídos por mí, hombres que me prometieron compañía, y algunos incluso hablaron de amor. Pero al final todos se iban una vez que obtenían lo que querían. Esa realidad aunque amarga al principio, dejó de ser dolorosa con el tiempo. Me había acostumbrado a la soledad, y con los años llegué a apreciarla; No necesitaba a nadie más para sentirme completa.

Mirándome al espejo, no podía negar que aunque ya no tenía veinte años, mi cuerpo seguía siendo el mismo que tantos habían admirado. La naturaleza me había favorecido con una figura que a pesar de los años, seguía atrayendo miradas, y con un rostro que apenas mostraba los signos del tiempo. A veces me preguntaba si eso era lo que alejaba a los hombres: una atracción física que una vez satisfecha, se volvía insuficiente para mantenerlos a mi lado. 

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