Mi Sobrino no me tuvo compasión | Nunca…

Mi Sobrino como yo le llamo, aunque en realidad es hijo del hermano de mi Esposo.  Es un hombre que está hecho un caramelito, y tiene un sentido del humor que me fascina.  Por eso cuándo mi marido me dijo que si estaba de acuerdo a que viniera a vivir a casa, yo no dude en decirle que sí.  Pero nunca pensé que mi sobrino fuera capaz de tal cosa, y sin compasión conmigo.  Así es que acomódate que ahora mismo te cuento que fue lo que pasó con tan semejante hombre.

Cuando se abrió la puerta principal, sentí el inconfundible sonido de sus pasos cruzando el umbral. Un leve crujido en las tablas de madera anunciaba cada movimiento, y con cada uno de ellos mi corazón parecía perder su ritmo natural. Al voltear la cabeza, ahí estaba él: El sobrino de mi esposo, con su cabello oscuro desordenado y esa sonrisa que lograba desarmar mi compostura en un instante. 

Mi esposo lo presentó con el entusiasmo de quien recibe a un hijo perdido. “Bienvenido a casa muchacho”, le dijo, y el abrazo que compartieron hizo que mis pensamientos se hundieran aún más en una maraña de emociones. Mi sobrino me miró, y por un segundo eterno, sus ojos oscuros encontraron los míos. Había algo en su mirada, una chispa, un mensaje que solo nosotros dos podíamos leer.

El Sobrino de mi Esposo me preguntó esto.

A la hora del desayuno, El Sobrino de mi esposo se paró a la entrada de la cocina, y con tanta calma, me dijo.  Oye tía, porque te puedo llamar así, ¿verdad?, me preguntó, con su voz que parecía un susurro, una mezcla de respeto y una extraña confianza que me hizo tensar los hombros. 

Lo miré y sonreí, tratando de disimular la leve aceleración de mi pulso.  Claro que me puedes llamar así, sería un honor para mí saber que me consideras como tal, respondí con un tono que pretendía ser casual, aunque sentía cada palabra arrastrándose por mi piel, haciéndome cosquillas.  El Sobrino de mi Marido con su porte atlético y esa mirada oscura que siempre había evitado sostener por mucho tiempo, se inclinó ligeramente hacia mí. La distancia entre nosotros se redujo, y por un instante, el aire pareció quedarse sin oxígeno.

Bueno entonces ya que estamos en confianza, quisiera hacerte una pregunta—dijo cruzando sus brazos y apoyándose contra el marco de la puerta. Sus ojos me recorrieron con una lentitud deliberada, estudiándome como si buscara descifrar un código oculto.  —Vamos dale, que estoy aquí para responderte—le dije, tratando de mantenerme serena, aunque la curiosidad y la alerta comenzaban a mezclarse en mi interior. 

No podía creer que me preguntara esto

El sobrino de mi Esposo esbozó una sonrisa que no llegó a sus ojos. Dio un paso hacia delante y pude sentir el calor que emanaba de su cuerpo, un calor que se propagó por la cocina y se instaló en mis mejillas.  —¿En verdad tú amas a mi tío?, soltó de golpe. Su voz que hasta entonces había sido un murmullo suave, se volvió precisa y cortante.  El peso de su pregunta cayó sobre mí como un balde de agua fría.

Noté cómo mis pupilas se dilataban, cómo mis labios se entreabrían sin que pudiera evitarlo. El silencio que siguió fue casi ensordecedor, solo interrumpido por el tictac del reloj de pared que marcaba cada segundo con la misma insistencia de un tambor en un juicio.

Arqueé las cejas, más por la sorpresa que por la indignación. Ladeé un poco la cabeza y tras una respiración honda que parecía no terminar, respondí:  —¿Y tú por qué crees que no lo amo, o a qué viene esa pregunta?, dije sintiendo cómo mi voz temblaba ligeramente al final.  Mi Sobrino se acercó otro paso, y pude ver cómo una sombra de incertidumbre cruzaba su expresión, antes de que volviera a esa mueca que combinaba osadía y ternura. 

El Sobrino de mi Marido responde esto.

—Porque tus ojos hablan de otra cosa—murmuró, y esta vez su voz era apenas un suspiro.  No te alarmes no pienses mal de mí, no vayas a creer que yo estoy juzgándote.  Es solo que tú eres una mujer muy bella, y creo que podrías estar con el que tú quieras.  Me sonrojé y le dije: ya cállate tú, realmente tú sí que eres tremendo. El espacio entre nosotros se redujo a nada, y podía sentir el latido en mis venas martillándome los oídos, acompasado al tictac del reloj, que en ese momento, parecía burlarse de nosotros.  Pero antes de que respondiera a su pregunta, mi marido me llamó desde la sala.

Mis mejillas ya encendidas por las palabras de mi sobrino, ahora ardían con una mezcla de nerviosismo y deseo no confesado. Los segundos se alargaron como una cuerda que amenaza con romperse en cualquier momento. Me obligué a girar la cabeza lentamente hacia la puerta, tratando de recobrar una composición que ya sentía escurrirse entre mis dedos. 

¡Allí voy amor!, respondí con mi voz firme, pero con un leve temblor que solo yo podía detectar. Mis ojos regresaron por un instante a mi sobrino, quien seguía observándome con una mezcla de curiosidad y osadía que me desarmaba.  ¡Nos vemos luego tía!— dijo él, con una sonrisa ladeada y un brillo en los ojos que dejaba claro que la conversación estaba lejos de haber terminado.

Mi Esposo me pregunta esto.

Te estaba buscando, dijo mi esposo, sin notar el sutil temblor de mis dedos cuando me acerqué a él. Le di un beso rápido en la mejilla, como una mueca de normalidad. Estaba con tu sobrino, respondí, y traté de no desviar la mirada, pero el peso de sus ojos sobre los míos fue suficiente para recordarme que en el fondo de mi ser, algo había cambiado. 

Al final de ese día, el aire de la noche se colaba por la ventana abierta, agitando levemente las cortinas y trayendo consigo el tenue sonido de los grillos. Las sombras danzaban en la penumbra de nuestra habitación, reflejando el titilar de las luces de la calle y creando una atmósfera cargada de un misterio inquietante. Me acerqué a él, a mi Marido, deteniéndome un instante al borde de la cama, y con voz suave, casi susurrante, le dije: —Cariño, ¿sabes qué día es hoy?

Mi Esposo se niega a darme aquello

Sus ojos, oscuros y profundos, me miraron con un destello de picardía que solo había visto en los momentos más íntimos. Pero pronto su expresión se tornó seria, y tras un breve silencio, asintió.  Sí lo sé amor, dijo, pero vamos a tener que acomodar esto. No olvides que mi sobrino está en casa. Sus palabras cayeron como hielo sobre el calor que había empezado a envolveme.

Lo observé de cerca, intentando descifrar si la preocupación en su voz era real o una excusa más que había preparado con antelación. Sentí un impulso de rebeldía recorrerme y me acerqué un poco más, lo suficiente para que la luz de la luna iluminara mis ojos.  Cariño, le dije, modulando mi voz para que sonara firme pero dulce, sabes que espero este día, porque tú lo has impuesto así.  

 Porque si por mí fuera, sería todos los días sin descansar. Y ahora vienes a decirme que no habrá nada… ¿Acaso no confías en que podamos ser discretos? Tu sobrino está hasta la última habitación, no nos oirá si tenemos cuidado.

La escusa de mi Marido.

Mi marido se frotó el mentón, pensativo como si evaluara todas las posibilidades y sus consecuencias. Yo Fruncí los labios impaciente. Había algo en su mirada que me irritaba, un resquicio de duda que no solía estar allí.  Sé que está lejos, admitió, pero si se despierta por alguna razón y pasa por aquí, lo escuchará todo. Para ir a la cocina hay que pasar frente a nuestra puerta, y lo sabes.  Respiré hondo, intentando controlar la creciente frustración que me quemaba el pecho.

¿De verdad estás preocupado por eso, o solo estás buscando excusas?, lo reté, mirándolo fijamente a los ojos. Un destello de incomodidad cruzó su rostro antes de que pudiera disimularlo. La chispa que buscaba prender estalló al ver su ademán esquivo. Me acerqué un poco más, y le dije: No será que ya no puedes… ¿Cómo que los años te pesan, tal vez?  Su rostro se tensó, una mezcla de molestia y orgullo herido iluminándole los ojos. 

¿Qué quieres decir con eso?, ¿Acaso piensas buscarte a un muchacho?   Me mordí el labio inferior, y con un gesto que pretendía ser desafiante pero que traicionó mi propia vulnerabilidad, aparté la vista.  No se trata de eso, susurré finalmente. Solo quiero sentir que esta noche importa tanto para ti como para mí.  Además, sabes bien qué si tomé la decisión de vivir contigo, es porque quiero estar contigo. 

El Sobrino de mi Esposo me confiesa esto.

A la mañana siguiente no tenía ánimo de nada, la verdad. El sol apenas comenzaba a filtrarse por las cortinas de la cocina, bañando el mármol con una luz que parecía querer arrancar la somnolencia del lugar. Mi mente seguía presa de la frustración; la noche que tanto había anticipado con mi marido había sido robada por la presencia inesperada de su sobrino.

Era como una piedra en el zapato, un obstáculo incómodo en mi camino.  El sonido de pasos suaves sobre el suelo interrumpió mis pensamientos. Levanté la mirada y lo vi entrar, con esa sonrisa despreocupada que siempre parecía portar, como si el mundo girara a su favor.  Y sus ojos oscuros brillaban con una chispa de diversión, era el Sobrino de mi Marido.

—Buenos días tía, ¡Qué maravilla de día el que amaneció hoy!, ¿No crees? me preguntó, con su voz cálida y burlona a la vez.  Supongo que sí, respondí sin mirarlo, concentrada en el café que revolvía lentamente. Intentaba que mi tono fuera neutral y desinteresado. Pero él no era de los que se dejaban ignorar tan fácilmente.  Vaya, parece que alguien amaneció con el pie izquierdo hoy— replicó, avanzando unos pasos hasta que su presencia fue imposible de obviar. 

El sobrino de mi marido me hace costillas.

Pero eso tiene solución.  Antes de que pudiera entender a qué se refería, sentí sus dedos deslizándose con ligereza por mi costado, provocando un estallido de risa involuntaria. Una risa que rompió la tensión en mi cuerpo, pero que al mismo tiempo la cargó con una corriente distinta, nueva, que me recorría la piel como una descarga.

—Todo está bien— mentí, deteniendo su mano con la mía. Mi voz salió un poco más agitada de lo que hubiera querido, una traición que él notó de inmediato.   No te creo, dijo inclinando el rostro hasta que nuestros ojos se encontraron. Y La sombra de una sonrisa pícara jugaba en sus labios. Pero tengo la fórmula y el bálsamo que necesitas para volver a la vida.   Arqueé una ceja, tratando de mantener la compostura, pero fallando en el intento.

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