«Córrase un poco más allá, que me da un no sé qué,» le dije a mi Yerno, casi en un susurro, mientras lo observaba. Él me miró fijamente, con esos ojos chisporroteando con una mezcla de picardía y algo que no supe definir. Aquella mirada me erizó la piel, me aceleró el pulso, y de alguna forma, me hizo temer lo que vendría después. «Ya ve que hay algo que nos une,» respondió mi Yerno, con su voz suave, como si nuestras palabras compartieran una complicidad secreta.
«Esa corriente que usted siente y que yo emito, no creo que sea causalidad Suegrita.» Para mí que solo es cuestión de tiempo de que usted y yo, bueno ya sabe. Aunque ya solo es cuestión suya, porque yo ya estoy más que listo. Mis labios se curvaron en una sonrisa nerviosa, y me sacudí como para restarle importancia al asunto.
Quería que pensara que estaba bromeando, que todo era parte de esa ligera tensión que siempre ha existido entre nosotros, pero no podía negar que algo, algo profundo y palpable, estaba recorriéndome por dentro. Esa «corriente» de la que hablaba, no solo era evidente, sino que también me inquietaba de una manera que no sabía cómo manejar.
Mi hermana interrumpió y mi Yerno se jalo un poco.
En ese momento mi hermana irrumpió en la cocina. Ella siempre tenía el don de llegar en el momento justo, como si sus sentidos pudieran oler el aire denso de los secretos a medio decir. «Y ustedes ¿qué fingen o qué esconden?», dijo con una risa que aunque ligera, traía consigo un filo que cortaba cualquier intento de disimulo. Nos reímos, sí, pero la risa no alcanzó a cubrir la incomodidad que se había instalado entre los tres.
Mi yerno salió rápidamente de la cocina, quizás sabiendo que la situación no se podía prolongar. Y mi hermana, con su mirada incisiva, se acercó más, no para ayudar, sino para darme una de esas observaciones que solo ella sabía hacer, cargadas de una verdad incómoda. «Oye,» comenzó en un tono que solo ella utilizaba cuando algo no le encajaba. «Me parece que tú debes tener un poco más de límites con tu yerno. Porque recuerda que él es hombre, y esta joven…»
La pausa fue significativa, como si las palabras; «esta joven» quisieran traer consigo una interpretación aún más precisa, más peligrosa. «… además de que está como quiere.» Porque para qué vamos a negarlo, sinceramente esta echo un caramelito, y pues sé que tú hace ya un buen tiempo que nada de nada. Y no vaya hacer que sea tu yerno quien te termine dando para los dulces.
Mi Hermana insinuá que mi Yerno y Yo.
Mi corazón dio un vuelco, y la risa de mi hermana me pareció de pronto cruel, hiriente. Yo por supuesto, traté de quitarle importancia. «Ya cállate tú, ¿cómo vas a creer esas cosas?» respondí, intentando sonar firme, pero mi voz tembló ligeramente. Ella no se dejó amedrentar por mi respuesta, y se acercó aún más. Su mirada era de esas que penetran en lo más profundo, como si ya lo supiera todo.
«Yo no lo creo,» dijo con calma, «sino más bien veo cómo ustedes se tratan. Y ya sabes que las cosas empiezan con bromas.» Y de broma en broma aquel uno se asoma, y no perdona. La presión en mi pecho se intensificó. Quería desmentirla, rechazar esa insinuación, pero algo dentro de mí me decía que tal vez no estaba tan equivocada.
Yo no quería pensar en eso, no podía permitirme pensar en eso. Mi hermana, en su insistencia, estaba sacando lo peor de mí, las dudas que no quería enfrentar. «No, no puede ser,» balbuceé, «Eso ni pensarlo es bueno.» Pero la verdad, en lo más hondo de mi corazón, era que a pesar de mis palabras, sentía una inquietud creciente. Aunque intentara ignorarlo, algo estaba comenzando a germinar dentro de mí. Y aunque lo ocultara tras una fachada de indiferencia, las palabras de mi hermana se quedaban dando vueltas en mi cabeza.
Mi hermana sospechaba lo que mi Yerno y yo.
Mi hermana tenía razón, aunque yo no quería admitirlo. Porque, en lo más íntimo, algo había cambiado entre nosotros. Mi yerno… mi yerno era tan, no sé cómo decirlo, tan él. Su manera de mirarme, su tono de voz, esa confianza con la que hablaba, todo en él había encendido en mí algo que hacía mucho tiempo había estado apagado, algo que creía que había dejado atrás.
Y, mientras me lo negaba una y otra vez, esa chispa crecía. Como una llama secreta, una que yo no había prendido, pero que no podía apagar, por más que tratara. Esa corriente que él decía que existía entre nosotros, esa que yo había sentido en el fondo, seguía allí, invisible pero poderosa.
En ese instante, el sonido del teléfono me sacó de mis pensamientos. El timbre familiar me hizo levantar la vista de la taza de café, como si algo dentro de mí supiera lo que venía. El número que apareció en la pantalla era el que siempre tenía grabado con su nombre. Mi hija, sí era mi hija, la mujer de ese hombre que ahora ocupaba mis pensamientos.
La llamada de mi Hija me hizo reaccionar.
Ella Llevaba dos años fuera, había tomado la decisión de irse al otro lado, como se dice aquí en el pueblo. Hacía tanto que no la veía, que hasta el simple eco de su voz se me hacía distante. Respiré hondo antes de contestar. Sentí una punzada en el pecho, ese nudo que no se acaba de disolver nunca cuando te separas de un ser querido. Como si las palabras ya no tuvieran el mismo peso, como si la distancia las diluyera, dejándome sólo con un eco de lo que fue.
Hola hija, ¿cómo estás?, dije intentando disimular mi desconcierto. Era la misma voz, pero al mismo tiempo, era distinta. Hola mamá, estoy bien y tú ¿Cómo estás?, su tono sonaba cálido, pero con un deje de inseguridad que nunca había notado en ella. Estoy muy bien hija, Ya sabes, aquí como siempre la vida sigue igual. Tenemos que movernos todos los días, ver qué conseguimos, ya sabes cómo es la situación aquí.
En el fondo, mientras hablaba, sentía que algo no estaba bien. Era una sensación extraña, como un presagio. Algo en el aire, algo en la manera en que su voz se filtraba a través del teléfono, me decía que venía algo que cambiaría todo. Mamá, quiero hablarte de algo, pero no sé cómo empezar, su voz se quebró, y me erguí en la silla, sintiendo que la conversación tomaba un giro inesperado—. Es que hay algo que me está pasando y quiero sacármelo ya, para tener tranquilidad. Necesito realmente que tú me des tu bendición…
Mi hija me confiesa esto
Mis ojos se entrecerraron, mi corazón latía más rápido. ¿Tu bendición?, Eso sonaba a algo importante, algo que no podía ser algo simple, como la elección de un vestido o la compra de un auto. No, sino había algo más, Y no me gustaba nada la sensación que me recorría la espalda. ¿Qué pasa, hija?, pregunté sintiendo que un peso comenzaba a asentarse en mi pecho. Mamá, la verdad es que me enamoré de otra persona aquí.
Y ya llevo dos meses viviendo con él. —Su voz era un susurro, pero había algo en esa frase que me destrozó. Dos meses… ¿Y yo sin saber nada? El aire se me escapó del cuerpo, dejándome vacía, y por un segundo, la realidad se desmoronó a mi alrededor. Mi hija, la que había dejado todo para ir a buscar algo mejor, ahora me decía esto.
—Mamá, no te preocupes, estoy bien. Yo sé que si no te lo digo, ni tú ni mi marido, el que está allá contigo en casa, no se van a enterar. Lo que dijo después me hizo sentir como si un millón de pensamientos me atropellaran a la vez—. Pero la verdad es que ya no quiero estar con él. No lo quiero más mamá. Y necesito que tú me ayudes a que él lo entienda. No puedo seguir engañándolo, ni a él, ni a mí misma.
Mi hija quiere que sea yo quien le diga a mi Yerno lo hizo.
Sentí cómo el frío me invadía, como si una capa de hielo se formara dentro de mi pecho. Las palabras de mi hija se mezclaban con recuerdos, con imágenes de aquella vez en que ella me hablaba del futuro que quería construir con su marido, de los sueños que compartían. ¿Cómo era posible que todo eso se hubiera desvanecido tan rápido? ¿Qué clase de vida estaba construyendo mi hija ahora, a miles de kilómetros de casa?
—¿Pero… hija, ¿cómo es eso? —dije, apenas pudiendo articular las palabras—. No entiendo, y no sé qué decirte. —No tienes que decir nada mamá. Ya está dicho, Yo ya no quiero volver con él. Y si me quedo callada, seguiré sintiéndome culpable, pero lo que quiero, lo que realmente te pido, es que me des tu bendición. Y que por favor seas tú quien le diga lo que pasa, para que él se vaya de tu casa. Un vacío enorme se abrió dentro de mí, y mi mente se quedó en blanco. No tenía palabras, no sabía cómo reaccionar.
¿Cómo le explicaba a un hombre que se quedó en mi casa, esperando a que su esposa regresara, que su mundo se había desmoronado? —Está bien hija —respondí finalmente, con la voz temblorosa—. Déjame pensar en la mejor forma de decirle. Sinceramente lo vi como una oportunidad para mí, pero no quería aprovecharme de la situación. Porque, aunque mi Yerno es un hombre muy llevadero, no sabía si él me miraba como lo hacía, porque sentía algo por mí. O solo era parte de su forma de ser conmigo.
Ahora como le digo a mi Yerno que su mujer ya no quiere con él.
Colgué el teléfono con la mente aturdida. No supe cuánto tiempo pasé sentada en la cocina, con las manos en el regazo, tratando de ordenar mis pensamientos. Mi hija se había ido hace dos años, pero en ese momento sentí que la distancia entre nosotras se había hecho aún más grande. Había algo más entre nosotras ahora, algo que no podía entender. Algo que no podía deshacer.
Estaba atrapada entre la lealtad a mi hija y la compasión hacia un hombre que se había quedado esperando, confiado, creyendo que su vida tenía un sentido que ya no existía. ¿Cómo se le dice a alguien que todo lo que había planeado se ha roto? ¿Cómo le damos a nuestra hija la paz que necesita cuando lo que nos pide es deshacer el pasado? Toqué la puerta de la habitación de mi hermana, y ella me dejó entrar con una mirada curiosa, como siempre. Lo que vi en sus ojos sin embargo, no fue esa chispa juguetona de los días tranquilos, sino una especie de desconcierto, como si estuviera esperando algo, algo que no podía identificar.