Mi SUEGRO me TOMÓ por SORPRESA Y HIZO lo que más QUERÍA.

El sonido suave del agua chapoteando entre mis manos era el único acompañante de mis pensamientos esa mañana, hasta que el inesperado toque en mi cintura me hizo sobresaltarme. Sentí una corriente eléctrica recorrerme desde el punto donde sus dedos se habían posado.  Buenos días nuerita ¿cómo amaneciste?, su voz grave resonó detrás de mí, rozándome el oído con una calidez que me erizó la piel.  Me enderecé de golpe, llevándome las manos al pecho en un intento de recuperar la compostura. 

¡Uy no suegro!, ¡Qué susto el que me dio!, exclamé forzando una risa para disimular el extraño cosquilleo que todavía me recorría el cuerpo.  Él me miraba con una expresión entre divertida y perspicaz. Mi corazón latía con fuerza, y agradecí que el sonido del agua pudiera camuflarlo.  Pues todo bien suegro, ya aquí tratando de ver si lavo algo de ropa, le respondí, intentando sonar casual mientras volvía a agacharme para sumergir la tela en el agua. 

El sol de la mañana caía con fuerza, y mi playera, algo estirada por el movimiento, dejó a la vista un panorama que no pasó desapercibido para él. Me di cuenta de su mirada fija justo antes de enderezarme de nuevo, acomodándome nerviosamente el cuello de la prenda. ¿Y usted qué tal durmió?, pregunté buscando cambiar el foco de atención.  Él se pasó la lengua por los labios de manera casi imperceptible, pero lo suficientemente evidente para que me ruborizara. 

La respuesta de mi Suegro me dejó asombrada.

Pues creo que bien…aunque siempre me hace falta alguito, respondió con su voz cargada de una insinuación que me dejó sin palabras por un instante.  Intenté reír, aunque el sonido salió algo nervioso.   Ay suegrito, usted y sus cosas, le dije buscando mantener el tono en broma para desviar la creciente tensión.  “¿Qué nuerita? Si es la verdad”, quiera uno o no, siempre hay necesidades, añadió con descaro, con su mirada fija en mí como si estuviera probando los límites de esa conversación. 

Mi piel ardía, y aunque mi mente me decía que debía cortar aquello de raíz, mis labios se movieron antes de que pudiera detenerlos.  Pues no solo usted suegro, solté en tono juguetón, sin pensar demasiado en el peso de mis palabras.  El ambiente se tornó más denso de lo que ya era. Sus ojos brillaron con un destello que me hizo sentir expuesta, como si hubiera cruzado sin querer una línea peligrosa.  El silencio que siguió fue roto abruptamente por el sonido de pasos acercándose. Me incliné rápidamente sobre la tina de agua, fingiendo estar absorta en el remojo de la ropa.

Mi Cuñada intervino y mi Suegro hizo esto.

¿Todo bien por aquí?, preguntó la voz de mi cuñada desde la puerta del lavadero.  Sí, sí todo bien, respondí apresurada, sin atreverme a mirar a mi suegro, que se había vuelto hacia ella con una sonrisa tranquila, como si nada hubiera pasado. Ay no también yo tengo que lavar ropa, dijo mi cuñada.  Papá si tienes ropa que lavar, me la traes por favor que voy a ir arreglando aquí para lavar.  Levanté la vista apenas un poco, solo lo suficiente para captar de reojo la sonrisa coqueta de mi suegro.

Pues creo que hoy es mi nuerita la que va a lavarme la ropa, dijo él con ese tono despreocupado que siempre llevaba implícita una chispa de picardía.  El comentario cayó como una chispa en un charco de gasolina. Mi cuñada no tardó en responder con su habitual tono ácido: Ay papá en lo que tú estás. ¿No ves que tu nuerita es poco para hacer oficio?  Su voz tenía esa mezcla de burla y desdén que me erizaba la piel.

Mi cuñada no me llevaba tan bien y yo le respondía así.

Por más que había intentado mantener una relación cordial con ella, siempre había una barrera invisible que no podía atravesar. Sus comentarios solían ser pequeñas puñaladas disfrazadas de humor. Al principio me afectaban, pero con el tiempo había aprendido a ponerles un escudo. Respiré hondo y forzando una sonrisa, respondí: Tiene razón ella suegro. Ese trabajo no es para una dama como yo.  El rostro de mi cuñada se torció en una mueca de incredulidad. Sabía que mi respuesta cargaba una provocación sutil, pero preferí no darle más importancia. 

Mi suegro soltó una carcajada suave, intentando calmar las aguas.  Bueno ya, no van a venir a hacer un drama de esto. Yo también puedo lavar mi ropa, dijo levantando las manos en señal de rendición.  Antes de marcharse, me lanzó una última mirada. Sus ojos brillaban con una picardía que me hizo sentir un extraño calor en el rostro. Era una mirada breve, pero cargada de una intención que solo yo parecía percibir.

Se alejó silbando, con ese aire despreocupado que siempre lo caracterizaba. Mientras su silueta se perdía por el pasillo, mi cuñada se quedó mirándome con una ceja alzada. ¿Y a ti qué te pasa?, preguntó con tono inquisitivo.  Nada, solo me divierte lo dramática que eres a veces, respondí sin perder la compostura.  Ella resopló y se marchó, murmurando algo que preferí no escuchar. Me quedé sola en el lavadero, con las manos aún húmedas y el corazón latiendo con fuerza.

Mi Suegro ocupa mis pensamientos.

Había algo en la forma en que mi suegro se comportaba conmigo últimamente que no podía ignorar. Las miradas, los comentarios cargados de doble sentido, y esa chispa en sus ojos que parecía encenderse cada vez que yo estaba cerca.  Mientras el agua seguía corriendo, me pregunté si todo estaba en mi cabeza o si él realmente estaba cruzando una línea peligrosa. Y lo peor de todo: ¿por qué una parte de mí no quería detenerlo?

Mi Suegro me llevó limonada.

El sol castigaba sin piedad, y el aire parecía espesarse con cada segundo que pasaba. Mi piel comenzaba a sentir el ardor del medio día, cuando la voz de mi suegro rompió el pesado silencio.  Oye, te traje un poco de limonada, porque este calor lo amerita.  Me giré y lo vi acercarse con dos vasos llenos de limonada. Su camisa ligera estaba pegada al torso, y el cabello revuelto por el sudor le daba un aire despreocupado. 

Gracias suegro, dije alzando la mano para recibir el vaso.  Nuestros dedos se rozaron en el intercambio, y aunque fue un contacto breve, la sutileza de ese roce llevó un mensaje que me estremeció. Mi garganta se secó aún más, pero no por el calor. Él mantenía su mirada fija en mí, cargada de una complicidad que parecía desafiar al mundo.  Antes de que pudiera responder o alejarme, la voz de mi cuñada retumbó como una trompeta desafinada.

Uy no papá, en vez de que ella sea quien te sirva a ti, vienes tú a servirle a ella. Eso nunca lo hubieses hecho con mi mamá, no sé qué pasa contigo.  Su tono estaba cargado de reproche, y no había forma de disfrazar el veneno en sus palabras.  El ambiente, ya denso por el calor, se volvió insoportable. Me tensé, esperando una respuesta evasiva de mi suegro, pero en lugar de eso, él se plantó firme y le respondió con una autoridad que pocas veces mostraba.

Mi Suegro confronta a mi Cuñada.

Oye, me respetas que yo soy tu padre, y lo que yo haya hecho en el pasado no es asunto tuyo.  El silencio que siguió fue tan cortante que casi pude escuchar el crujir de la tensión en el aire. Mi cuñada abrió la boca para replicar, pero las palabras se le quedaron atrapadas en la garganta.  Sentí que la situación estaba a punto de explotar, y la última cosa que quería era ser el epicentro de un drama familiar.

Me aclaré la garganta, y buscando una salida elegante, dije: creo que mejor me voy a duchar. Porque aparte de este solote, también la temperatura aquí está subiendo.  Sin esperar respuesta, di media vuelta y me alejé. Mis pasos eran firmes, pero el corazón me latía con fuerza. Sabía que mi cuñada seguiría con sus sospechas y comentarios venenosos. Pero lo que más me preocupaba era la intensidad de las emociones que mi suegro despertaba en mí, emociones que ni el agua más fría podría apagar.

Cerré la puerta del baño tras de mí y apoyé la frente contra la madera, respirando hondo. Las gotas de sudor bajaban por mi cuello, y aunque el agua de la ducha me esperaba para calmarme, el verdadero incendio ardía dentro de mí.

Mi Suegro toca a la puerta del baño.

El vapor aún llenaba el baño, envolviendo el espacio en una neblina cálida. Me envolví la cabeza con una toalla, dejando que algunas gotas resbalaran por mi cuello. Con una mano firme, me sequé los pies, intentando disfrutar de aquel momento de calma después del sofocante calor del medio día.  Fue entonces cuando lo escuché, un leve empujón en la puerta.  Mi cuerpo se tensó de inmediato, y contuve la respiración. La manecilla giró lentamente con un crujido suave, pero la puerta no cedió; el pasador la mantenía firme.

Sentí cómo mi corazón comenzó a latir con fuerza, martilleando en mis oídos. La incertidumbre me paralizó, ¿Quién podría ser?, Y lo más inquietante: ¿por qué tan sigiloso? Pero aunque yo quisiera engañarme, la verdad sabía quién era, porque dime tú quien más podía ser.  De pronto un toque suave, casi imperceptible rompió el silencio. Era el tipo de golpe que das cuando no quieres que nadie más lo escuche, cuando buscas discreción.  El aire se volvió más denso que el vapor que aún llenaba el baño.

Una parte de mí quería preguntar quién estaba ahí, pero otra, la más instintiva me decía que no lo hiciera.  Tomé una bocanada de aire y carraspeé deliberadamente, dejando claro que había alguien en el baño. Pero el toque no cesó.  Con los nervios crispados, decidí hacer algo que rompiera el ambiente incómodo. Comencé a tararear una canción cualquiera, una melodía alegre que contrastaba con el nudo en mi garganta. Elevé la voz, esperando que quien estuviera del otro lado entendiera el mensaje: vete, aquí no es posible, pero espera a que salga y hablamos.

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