El MEJOR AMIGO de mi Esposo me Hizo Esto.

El mejor amigo de mi esposo, con su mirada fija en mí, como si buscara en mis ojos las palabras correctas para consolarme. Pero lo único que consiguió fue aumentar el peso de mi rabia y mi pena.  «Yo… no sé qué decirte», comenzó con su voz rota por la incomodidad.

«No entiendo cómo puede ser tan ciego, tan… tonto; Y perdona que hable así de él, pero no puedo concebir cómo puede hacerte esto.» Su mirada se desvió un instante, como si no pudiera soportar la intensidad de mis lágrimas. Luego volvió a mí, y aunque sus palabras eran sinceras, no encontraba consuelo en ellas.

Me pasé la mano por el rostro, secando las lágrimas que caían de forma incontrolable. «Creo que hubiera sido mejor si nunca nos hubiéramos quedado en la ciudad», murmuré con mi voz apenas un susurro. «Si no hubiéramos vuelto, él no la habría visto de nuevo…»  Él se inclinó hacia adelante con las manos entrelazadas, con sus dedos moviéndose nerviosamente.

El mejor amigo de mi esposo me hace reflexionar

«No te engañes», «Habría sido igual en cualquier lugar. Ese hombre… él habría hecho lo mismo, No importa dónde estuvieras.»  Una ola de dolor atravesó mi pecho, y las lágrimas volvieron con más fuerza. Él amigo de mi esposo se acercó tomando mis manos con suavidad, sus dedos cálidos tratando de ofrecerme un apoyo que yo no podía aceptar en ese momento.

«Es que no lo entiendo», «¿Cómo pudo cambiarte por ella?, pues no hay comparación entre tú y ella. Y no es que yo no valore lo que ella pueda tener… pero hay que ser sinceros, y tú mi querida amiga, tienes más… mucho más de lo que ella podría ofrecerle a tu esposo.»  Sentí una punzada de ironía y de amargura. «Eso lo dices tú», «Porque tú no estás cegado como él. Él no ve lo que yo soy, Solo ve lo que ella le da.»  Él negó con la cabeza suspirando.

«No es justo lo que te ha hecho, Es increíble lo ciego que está, pero tú no mereces esto; más bien nadie lo merece.»  El calor de su toque contrastaba con el frío vacío que sentía en mi pecho, un abismo que parecía crecer con cada palabra que pronunciaba. Y entonces, algo se rompió dentro de mí. La rabia, la frustración y el dolor, todo se mezcló en un torbellino que no pude contener más.

El mejor amigo de mi esposo nota mi rabia.

«Estoy llena de rabia», le dije apretando sus manos con más fuerza, «Quiero que pague. Quiero que sienta lo que yo siento ahora.» Mis palabras resonaron en la sala como un juramento oscuro, lleno de veneno.  Quiero que tú le des un escarmiento, quiero qué tú seas mi cómplice en esto que pienso hacerle a mi marido. Él parpadeó sorprendido por la intensidad de mi confesión. «¿Qué… qué quieres que haga?» Su voz temblaba levemente, como si temiera la respuesta. «Sabes que no soy alguien dado a la violencia, No sé si pueda ayudarte en eso.»

Una risa amarga y vacía escapó de mis labios. «¡No, claro que no!», dije inclinándome un poco hacia él, acercándome más. «No quiero que le hagas daño físico, Eso sería demasiado fácil.» Mis ojos buscaron los suyos, intensos y llenos de una determinación que nunca había sentido antes. «Lo que quiero… es que tú y yo tengamos algo.» Tú sabes pagarle con la misma moneda, para que él sienta lo que yo siento ahora, dejar que tomé de su propio chocolate. Quiero que vea lo que ha perdido, lo que le arrebataron por su propia insensatez.»

El amigo de mi esposo no acepta lo que le pido.

El mejor amigo de mi Esposo se reclinó en el sofá con sus cejas levantadas en señal de sorpresa. «Ya veo… es la desesperación la que te está haciendo hablar», dijo con una sonrisa triste. «Pero no deberías dejar que la venganza te consuma. Eres una mujer hermosa, no solo por fuera… sino por dentro. No hay nadie como tú para mis ojos, pero… hacer algo así, solo para saciar esa sed de revancha… no me parece justo ni para ti, ni para mí.»

Sus palabras deberían haberme calmado, pero no lo hicieron. Me acerqué aún más, dejando que mis dedos se deslicen hacia mi escote, ajustando la tela de mi blusa. «¿O es que tienes miedo?, o te faltan pantalones», lo reté con una sonrisa que no llegaba a mis ojos.  Lo vi tragar saliva, y su manzana de Adán subía y bajaba con rapidez. Estaba a punto de decir algo cuando el sonido de la puerta abriéndose nos hizo girar bruscamente. El clic de los tacones sobre el suelo de mármol resonó en la casa; era mi cuñada.

Mi cuñado interrumpe la conversación con el mejor amigo de mi esposo.

Mi cuñada se plantó frente a mí, con los ojos centelleantes, y sus palabras resonaron como un eco inquietante. «Siento mucho lo que pasó, me acabo de enterar y aquí estoy para ayudarte. ¿Dónde está ese sinvergüenza de mi hermano?», preguntó con su voz cargada de indignación.  El calor de su furia me reconfortó un poco, pero al mismo tiempo, amplificó mi propia rabia. «No ha venido, se quedó seguramente con esa mujer», respondí sintiendo cómo las palabras se deslizaban de mis labios como un veneno. 

«Cuñadita, te agarraste con esa mujer, ¿verdad?», dijo con un tono que ampliaba su asombro. Mi rostro se encendió, y sentí cómo el rubor se extendía por mi piel, cada vez más visible bajo el tejido de mi vestido negro, que a esas alturas se sentía como una trampa.

«Ven, te voy a secar esas pequeñas heridas», continuó ella, como si pretendiera aliviar no solo mis contusiones físicas, sino también las que me carcomían el alma. Aquel gesto de bondad, envuelto en la crudeza de la situación, me hizo sentir un extraño alivio. 

«Sí cuñada, pero hubieras visto cómo quedó ella», murmuré recordando el caos en el que la había dejado.  Mi cuñada frunció el ceño, y con un tono más firme me dijo: «Bueno vamos y te quitas ese vestido, porque ya parece que estuvieras haciendo show, ya es solo un trapito sobre ti». La brusquedad de sus palabras me hizo sentir vulnerable, y la tensión se hizo palpable entre nosotros.

El mejor amigo de mi esposo se sintió mal por esto.

El mejor amigo de mi esposo, quien había estado en un rincón observando la escena, bajó la cabeza, incapaz de sostener la mirada. «Creo que yo me voy», murmuró pero su voz se perdió entre el torrente de emociones.  «No te vayas todavía, por favor espera un momento», le dije en un intento de retener su presencia, un hilo de conexión con la realidad que aún intentaba asirme. «Porque mejor mientras yo voy y me arreglo, tú cocinas un poco de café y te tomas uno».  La propuesta salió de mis labios casi por instinto.

Mientras me dirigía hacia el baño, el eco de mis pasos parecía burlarse de mi desdicha. Al cerrarme la puerta tras de mí, el mundo exterior se desvaneció, dejándome sola con mis pensamientos, mis heridas visibles y las invisibles que me devoraban. Tomé una respiración profunda, y me dije: es hora de enfrentar lo inevitable.

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