El SOBRINO de mi ESPOSO entro a mi cuarto de noche.

El sobrino de mi Esposo esta siempre atento a todo en casa, por eso nunca pensé que llegaría hacer tal cosa conmigo. El sonido de las fichas de la tablita de dama se deslizaba con suavidad sobre la mesa, creando un leve eco en la cocina. Esa tarde, como otras tantas, el Sobrino de mi esposo y yo habíamos decidido pasar el rato jugando. El tablero con sus cuadritos negros y blancos se había convertido en una rutina compartida, una especie de escape para ambos, aunque hoy había algo distinto en el aire, una tensión sutil que no lograba definir del todo. 

Mientras observaba las piezas, moviendo la cabeza de un lado a otro, sumida en la estrategia del juego, levanté la vista y me encontré con algo que me sorprendió: los ojos del sobrino de mi Esposo no estaban en el tablero. Estaban en mí, en lo que la naturaleza con cierta generosidad, me había dado.

Sentí un escalofrío recorrer mi espalda, y un impulso instintivo me llevó a acomodarme el escote con nerviosismo. No estaba segura de si se trataba del clima o de esa mirada intensa que había descubierto, pero algo en mí vibraba, una incomodidad mezclada con una extraña complacencia.

El sobrino de mi Marido se sonrojo al ver que lo descubrí viéndome.

Su reacción fue inmediata: las mejillas del joven se tiñeron de un rojo profundo, como si la vergüenza lo hubiera emboscado. Decidí no decir nada, no quería avergonzarlo más de lo que ya estaba. Después de todo, era apenas un muchacho, quizá una chispa de curiosidad mal encaminada.

Pero a decir verdad, esa chispa había dejado una marca en mí, una que no sabía bien cómo interpretar. Me aclaré la garganta en un intento por romper el silencio incómodo, y dije con una voz algo más quebrada de lo que pretendía: Está complicado el juego hoy, ¿verdad?  Él no levantó la mirada, ahora si sus ojos fijos en el tablero, quizá temiendo que si me veía nuevamente no podría controlar lo que su mirada delataba.

Sí tía, dijo en voz baja, está muy difícil el juego hoy.  Había algo en su tono, una mezcla de respeto forzado y nerviosismo, que me hizo sonreír de manera involuntaria. Sentí la necesidad de moverme, de alejarme de esa sensación extraña que invadía el ambiente. Me arqueé un poco, estirando la espalda como si con ello pudiera sacudirme el escalofrío que me había dejado su mirada.

Pero fue inútil, La blusa que llevaba puesta, una de esas que me gustaba por ser fresca en los días de calor, se había vuelto mi peor enemiga. De manga corta y ligeramente transparente, dejaba poco a la imaginación, y ahora comprendía que no había sido solo su mirada furtiva la culpable de ese momento incómodo.

Mi Esposo llega sin saber lo que pasa con su Sobrino y conmigo.

De pronto rompió el silencio: Parece que ya le dio frío tía.  Lo miré con una ceja levantada, tratando de descifrar si sus palabras llevaban algún doble sentido, pero su rostro seguía mostrando esa mezcla de nerviosismo y timidez. Decidí seguirle el juego, no quería prolongar la tensión. 

—¿Por qué dices eso? —le pregunté, frotando mis antebrazos con las manos, intentando en vano disipar esa sensación de incomodidad.  —Es que la piel la tienes como de gallina —respondió él, desviando nuevamente la mirada, como si lamentara haber hablado.  Mi corazón dio un vuelco. A veces hay silencios que dicen más que las palabras, y en ese instante, el ambiente se cargó de una incomodidad palpable.

Sentía que aunque él trataba de no mirar directamente, su mente seguía atrapada en lo que había visto. Y algo dentro de mí, algo que no entendía, no se sentía completamente molesto por ello.

Mi Esposo entra confiado a casa.

El sonido de la puerta principal abriéndose resonó en la casa. Mi esposo estaba de vuelta, y su voz familiar llegó desde el recibidor, y por un momento me sentí aliviada. Pero también, en lo más profundo me sentí atrapada entre dos mundos: el de la normalidad que me brindaba su presencia, y el de las emociones nuevas que el sobrino había despertado sin querer. 

—¿Quién va ganando? —preguntó él al entrar en la cocina, con su mirada casual recorriendo el tablero y luego a nosotros.  El sobrino, más rápido de lo que esperaba, respondió sin mirarme a los ojos: —Creo que nunca podré ganarle a tu esposa tío. Es muy buena con este juego, y de nota que es una mujer muy inteligente.  Su respuesta parecía simple, pero había algo en la forma en que lo dijo, una admiración oculta que no pasó desapercibida para mí. Mi esposo rio, golpeando amistosamente el hombro de su sobrino.

El Sobrino de mi Esposo sale de la cocina.

—Bueno, me voy a hacer una tarea que tengo pendiente de la universidad —dijo el joven, levantándose de la mesa apresuradamente, sin terminar el juego—. Voy a salir toda la tarde, así que probablemente vuelva tarde, y no me esperen para cenar.  Mi esposo, siempre ligero de palabras y con una sonrisa fácil, bromeó: —Parece que el hombrecito ya encontró con quién divertirse, seguro que la chica es bonita, ¿no?  El sobrino solo sonrió de forma nerviosa antes de desaparecer por el pasillo.

Me quedé allí, con el tablero frente a mí y las piezas a medio jugar, y la mente enmarañada en pensamientos que no debía tener. El silencio que dejó su partida me invadió de repente, y con él, la pregunta que no podía dejar de hacerme: ¿qué pensaba realmente el sobrino de mi esposo de mí? Pero más importante aún, ¿por qué me importaba? 

Me levanté lentamente, llevando las manos a mi blusa, aun sintiendo el rastro de su mirada sobre mi piel, como si fuera algo tangible. No podía negar que había algo en esa interacción, algo que me había hecho sentir viva de una manera extraña y peligrosa, algo que no podía, ni quería ignorar.

Quise que mi conyugue me diera mi gusto.

El sonido seco de la puerta cerrándose detrás del sobrino aún resonaba en la sala cuando su despedida se desvaneció. «¡Nos vemos al rato y se portan bien!» Había dicho con ese tono despreocupado que siempre traía una mezcla de juventud y libertad. Y sin embargo, lo que él despertó en mí fue una urgencia que no había sentido en mucho tiempo.

El silencio que dejó al marcharse hizo que mi corazón comenzara a latir más fuerte, como si algo en ese preciso momento, se hubiera encendido dentro de mí. Me acerqué a mi esposo, quien estaba sumergido en sus propios pensamientos, y me permití imaginar por un instante que ese fuego que sentía él también lo percibía. 

Me acerqué a mi Esposo para estó.

Cariño susurré suavemente, deslizando mis manos sobre sus hombros, ¿qué tal si te doy un buen masaje? Aprovechemos que tu sobrino no está, tenemos la casa para nosotros solos… —Mis palabras fluían con una mezcla de anhelo y esperanza, sabiendo que hacía tiempo no disfrutábamos de nuestra intimidad. Me incliné hacia su oído, sintiendo su calor cerca de mí—. Estoy dispuesta a todo lo que quieras y donde quieras.

Mis manos exploraban sus hombros, queriendo disipar cualquier tensión, queriendo recuperar algo que parecía haberse perdido en el transcurso del tiempo. Pero para mi sorpresa, su reacción fue fría y abrupta. Se apartó de golpe, como si lo que ofrecía fuera un fardo pesado.  —¿Ya viste la hora? —dijo con tono seco—. Apenas son las tres y media de la tarde, ¿Cómo puedes pensar en desperdiciar el tiempo en eso? 

Lo miré incapaz de procesar lo que acababa de decir. ¿Desperdiciar el tiempo? La sensación de rechazo fue como una bofetada. Cada palabra suya perforaba esa delicada burbuja que había construido en mi mente. Mi voz a pesar de la emoción que me embargaba, salió con firmeza.

Sin pensar le dije esto a mi Marido.

—¿Desperdiciar el tiempo? —repliqué con un amargo sabor en la boca—. Para mí esto no es perder el tiempo; sino más bien es Compartir, y disfrutar el uno del otro… ¿Eso es lo que tú crees que es una pérdida de tiempo? ¿O es que acaso lo que realmente importa es solo lo que tú quieres? Porque lo único que yo te pido es tu tiempo y tu cariño.

No estoy por ahí de tienda en tienda gastando y pidiéndote que trabajes más. Yo solo quiero estar contigo.  Pero él ni siquiera me miraba. Sus ojos vagaban por la habitación como buscando una excusa, una salida de esa conversación. Entonces, lanzó la sentencia que me dejó helada.

—Lo que a ti te hace falta es un buen baño de agua fría. Ese calor que llevas lo tienes hasta en los poros. Mejor vete a ducharte, y cuando termines, mira si hay ropa para lavar.  Sentí que algo dentro de mí se rompía. No era solo su rechazo físico, era la indiferencia total a mis sentimientos. Mientras lo veía alejarse hacia su oficina, la desesperanza me envolvió por completo.

¿En qué momento habíamos llegado hasta aquí? ¿En qué momento se había vuelto tan distante, tan frío? El sonido de la puerta de su oficina cerrándose fue como un eco lejano de lo que alguna vez habíamos sido.

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