El día había comenzado como cualquier otro, con el sol despuntando apenas y una brisa suave entrando por la ventana abierta de la cocina. Preparé el desayuno con calma, pensando en que me gustaría no solo llevarle el desayuno al Yerno de mi Esposo, sino que también estar un momento en el lugar de su hija.
Yo me había ofrecido voluntariamente para ayudar a la hija de mi Marido, pues mi Yerno por así decirlo, por estar solo metido jugando futbol, se había lesionado el tobillo, y otras partes del cuerpo. Él era joven y fuerte, pero ese accidente lo había dejado temporalmente inmovilizado. Mi nuera, salía temprano para su trabajo, y mi responsabilidad es asegurarme de que todo estuviera en orden.
La bandeja de desayuno estaba lista: huevos revueltos, tostadas doradas, una jarra pequeña de jugo de naranja y una taza de café negro. La cerámica de las tazas tintineaba suavemente al ponerlas sobre la bandeja, un sonido familiar que de alguna manera me reconfortaba. Mientras caminaba hacia la habitación, el crujido del suelo bajo mis pies se mezclaba con el leve tintineo, creando una sinfonía sutil que solo se escucha en las mañanas tranquilas.
Entrando a la habitación del Yerno de mi Esposo.
Al llegar a la puerta, tomé un respiro profundo antes de girar el pomo. No esperaba nada fuera de lo común, pues ni el yerno ni yo nos habíamos pasado ningún límite; solo cumplir con mi tarea y regresar a mis propias labores. Aunque en realidad yo quería salirme de todos los límites y hacer más que lo que hacía. Sin embargo, al entrar algo en el aire cambió. El yerno de mi esposo estaba recostado sobre la cabecera de la cama, y su rostro reflejaba una expresión que no supe interpretar de inmediato.
Sus ojos oscuros y profundos, se movían con rapidez, como si intentara capturar cada detalle de mi figura. La habitación iluminada tenuemente por la luz que se filtraba a través de las cortinas, se sentía más pequeña bajo su intensa mirada. ¿Y a ti qué te pasa?, pregunté tratando de mantener el tono ligero, aunque una leve inquietud comenzaba a crecer en mi pecho. Pareces loco mirándome así, como si fuera yo una desconocida.
Él sonrió, una sonrisa que no era del todo inocente. Se incorporó un poco más, apoyándose en su brazo sano, y sus ojos brillaron con una chispa que no había visto antes. Ojalá fueras una desconocida, dijo con su voz baja y grave, cargada de un matiz que me hizo estremecer, porque así yo tendría más valor para lo que pienso y quiero.
Ojalá y te hubiera conocido en otro lugar y en otras circunstancias, decía sin apartar sus ojos de mí. La bandeja tembló ligeramente en mis manos, y el metal resonó contra la porcelana. No esperaba esas palabras, aunque mis oídos si querían oírlas; Intenté mantener la compostura mientras caminaba hacia la mesita de noche, colocando la bandeja con cuidado para que no se notara mi ligera vacilación.
Locuras las tuyas, le respondí esforzándome por sonar despreocupada. Pero su mirada me seguía, penetrante e inamovible. Me gustó cómo te mirabas ayer con ese vestido rojo, continuó ignorando mi intento de desviar la conversación. Sinceramente me encendió, sentí como si el fuego me fuera a consumir, y tú estabas lejos de mí para apagarme. Mi Suegro sí que es un hombre afortunado, y esperó que te cuide y te valoré, porque tú eres una joya invaluable. Yo tratando de buscar detener sus palabras, que ya me estaban derritiendo y exponiendo a su voluntad, dije: y yo espero que tú valores también a tu mujer, porque ella también es una mujer invaluable.
Él me miró y con una sonrisa coqueta, bajó un poco la guardia. Sus palabras quedaron suspendidas en el aire, tan cargadas de insinuación que por un momento el tiempo pareció detenerse. Los sonidos habituales de la casa, como el leve crujir de la madera o el canto lejano de los pájaros, desaparecieron, dejando solo el eco de su declaración en mis oídos. Sentí el calor subir a mis mejillas, con una mezcla de sorpresa, indignación y algo más que no quería admitir ni siquiera ante mí misma.
Mi Esposo interrumpe la conversación con su Yerno
Justo en ese instante, como un salvavidas lanzado a un náufrago, escuché la voz de mi marido llamándome desde el pasillo. Y digo salvavidas, no porque mi yerno fuera un peligro para mí, sino más bien porque yo era el peligro para mí misma
El sonido rompió el hechizo que se estaba tejiendo en esa habitación. Me enderecé, recuperando rápidamente la compostura que había comenzado a resquebrajarse. Allí te comes el desayuno, dije con mi voz un poco más firme de lo que sentía por dentro. Evité mirarlo a los ojos mientras me dirigía a la puerta, sintiendo el peso de su mirada en mi espalda. Cerré la puerta tras de mí con un clic suave, pero en mi mente, las palabras del Yerno de mi Esposo seguían resonando.