Mi COMPADRE hace de las SUYAS cuándo mi MARIDO dormía.

Mi compadre, de figura robusta y sonrisa confiada, se acercó con esa mirada pícara que siempre llevaba guardada en el bolsillo. Su camisa ligeramente abierta dejaba entrever el bronceado de su piel, y sus manos ásperas reflejaban años de trabajo bajo el sol.  El ambiente de la tarde era tibio, con el aroma dulzón de las flores del patio mezclándose con el olor a leña quemada de la cocina. Comadre, me dijo con voz grave y pausada, yo he visto que usted ha estado sufriendo mucho. 

Mi corazón dio un pequeño brinco; esas palabras, dichas con semejante entonación, prometían algo más que consuelo. Intenté mantener la compostura, pero su cercanía era una invitación difícil de ignorar.  La verdad comadre, dijo apretando los labios, es que yo tengo con qué ayudarla, y quisiera ofrecerle mi ayuda. No es necesario que siga discutiendo con su marido por lo que le hace falta, y por como él vive. Todo quedaría entre usted y yo, usted me entiende, ¿verdad comadre?

Pues a lo que me refiero creo que lo comprende, o no sé quizá no sepa cómo decirlo. Su tono adquirió una dulzura peligrosa, como el borde de una copa llena de vino fuerte. Su mirada bajaba y subía por mi cuerpo sin disimulo alguno. Sentí cómo el calor subía por mi cuello, tragué saliva intentando no desviar la mirada.  Yo solo quiero un buen pedazo del pastel y nada más, agregó con un guiño.

Mi Compadre me dejó pensativa.

La osadía de sus palabras me dejó un poco perpleja; ¿Acaso mi compadre se estaba atreviendo a…lo que tú ya sabes,  no, no podía ser? Pero la firmeza en su voz dejaba poco espacio para malentendidos.  Dio un paso más hacia mí, y con una naturalidad inquietante puso su mano en mi hombro. El contacto fue cálido, pero cargado de intenciones distintas.  ¿Qué dice comadre?, ¿Le entramos o qué?, me susurró con una sonrisa ladeada. Bueno lo digo porque ya ve que la vida es muy corta, y para que esperar que las cosas caigan del cielo. 

Miré que usted es joven y atractiva, tiene todo lo que yo he buscado durante toda mi vida, y yo tengo lo que a usted le hace falta.  Más bien tomémoslo como un dando y dando, como una forma de ayudarnos el uno al otro.   Yo lo miré directo a los ojos, sintiendo la presión de su mano sobre mi hombro. Su olor, mezcla de tierra y jabón fresco, me nublaba los pensamientos. Era un hombre que cualquier mujer consideraría atractivo: seguro de sí mismo, fuerte y con una galantería casi extinta.

Pero también era mi compadre…y yo aunque también quería, no se me podía olvidar que estaba comprometida, y que tenía marido.  Pero ya verás que más adelante todo esto se me olvidó.  Compadre, dije con voz temblorosa, tratando de recuperar la compostura, lo que usted dice se escucha muy bonito, pero no se le olvide que yo he prometido ser fiel.

El compadre se sintió un poco avergonzado.

Un brillo de sorpresa cruzó sus ojos antes de dar un paso atrás, y se llevó una mano a la nuca avergonzado.  Creo que me pasé, ¿verdad?, Si es así, sírvase disculparme, dijo bajando la voz.  No pensé que se diera por vencido tan fácilmente, me dije a mi misma.  Estaba a punto de responderle, cuando una voz estridente rompió el momento.  ¡Cuñada!, gritó mi cuñada desde la cerca del patio. Tu marido está bien jalado y ya no puede caminar, Ven ayúdame a traerlo. 

El peso de la realidad cayó sobre mí como un balde de agua fría. Miré a mi compadre, quien esbozó una media sonrisa, como si me dijera: ya ve comadre, a eso me refiero.  Levanté las cejas y apreté los labios y moviendo la cabeza en señal de negación me fui tras mi cuñada.

Mi Marido estaba que no podía con él mismo.

Mi marido estaba desparramado en la banqueta, con la cabeza ladeada y el cabello revuelto. El hedor al vino era tan fuerte que me quemaba la nariz. Su teléfono asomaba precariamente del bolsillo trasero de su pantalón. No sé qué impulso me llevó a levantarlo, Tal vez el cansancio de tantas dudas o una corazonada amarga.  Con esfuerzo, mi cuñada y yo tratamos de levantarlo, pero sus piernas no respondían. Parecía un muñeco de trapo, y su peso nos vencía, y yo ya sentía el sudor resbalando por mi espalda cuando vi a mi compadre acercándose.

Vamos, súbanlo al carro porque así les va a costar mucho, dijo tomando el control de la situación.  Su voz firme y segura me dio cierto alivio. Lo sentamos en el asiento trasero del auto, y mi cuñada se acomodó junto a mi marido, tratando de mantenerlo erguido.  Súbase adelante comadrita, me dijo el compadre, con esa sonrisa suya que siempre llevaba como tarjeta de presentación. 

Sin cuestionarlo me subí al asiento del copiloto. El olor a cuero del auto y el ronroneo del motor creaban una atmósfera extrañamente íntima. El trayecto no era largo, pero el compadre parecía decidido a hacer cada segundo memorable.

Mi Compadre hace esto en el auto.

Cada vez que hacía un cambio de marcha, sus dedos rozaban mis muslos con una naturalidad inquietante. No era un simple accidente, sus movimientos eran precisos, como si supiera exactamente dónde y cómo tocarme sin que pudiera protestar. Un calor inesperado subió por mi cuerpo, y mi respiración se volvió errática.  Decidí distraer mi mente para evitar caer en el abismo de sensaciones que él estaba provocando.

Tomé el teléfono de mi marido y lo encendí. La pantalla brilló en la penumbra, revelando una serie de notificaciones. Entre ellas, un mensaje capturó mi atención: “Gracias cariño, me encantó verte hoy; Ojalá podamos repetirlo pronto.”  El nudo en mi garganta fue instantáneo. Tragué saliva y apagué el teléfono, intentando controlar la tormenta que se desataba en mi interior. ¿Quién le había escrito eso?, ¿Qué significaba “repetirlo”? La duda me mordía como una serpiente venenosa. 

El compadre debió notar mi cambio de expresión, pero no dijo nada. Solo sonreía, como si estuviera esperando su momento.  Llegamos a la casa y entre los tres logramos bajar a mi marido, que balbuceaba incoherencias mientras se tambaleaba. Lo acostamos en el sofá, y yo sentí que el peso de todo caía sobre mis hombros.

El compadre se despide de esta manera de mí.

Ya sabe comadre, dijo el compadre con una voz que tenía un matiz cálido y tentador. Estoy para servirle, cualquier cosa no dude en llamarme, sin importar lo que sea ni la hora.  Su mirada me sostuvo por un instante que se sintió eterno. Había una promesa velada en sus palabras, una que sabía que no debía aceptar, pero que me resultaba difícil ignorar. 

Claro compadre lo tendré muy en cuenta y gracias por su ayuda.  Cuando mi cuñada se fue para su casa, que en realidad no estaba lejos, pues era la vecina de al lado.  Yo me senté junto a mi marido en el sofá.  El sonido de mi propia respiración llenaba el lugar mientras miraba fijamente el teléfono bloqueado en mis manos. La pantalla apagada parecía devolverme una mirada desafiante, como si supiera el torbellino de emociones que había desatado.

La curiosidad hervía dentro de mí, mezclada con una punzada de inseguridad y el temor de lo que podría descubrir. ¿Quién era esa persona que le escribía a mi esposo con tanto cariño? ¿Desde cuándo me había convertido en una extraña en su vida? Solo podía ver el mensaje por encimita, porque para verlo completo tenía que desbloquear la pantalla.

Llame al compadre para que me ayudara con esto.

El pensamiento me quemaba la garganta, pero me negaba a tragarme la impotencia. Necesitaba respuestas, y las necesitaba ya. Fue entonces cuando mi dedo tembloroso marcó el número del compadre. Él respondió al primer timbrazo, como si hubiera estado esperando mi llamada. Comadre no pensé que me necesitara tan pronto, pero me siento muy afortunado de que me haya llamado, dijo con su tono desenfadado.  El eco de su voz me provocó una mezcla de nerviosismo y alivio.

Compadre…¿qué tan bueno es usted para los teléfonos?, pregunté sin rodeos. Es que quisiera quitarle la clave o el patrón al de mi esposo.  Hubo un silencio breve al otro lado de la línea antes de que él hablara de nuevo, con una seguridad que me desarmó.  Bueno, yo soy muy bueno para eso comadre; Déjeme ya regreso a su casa.  Colgué el teléfono y solté un suspiro que llevaba rato conteniendo.

Me quedé sentada unos segundos, sintiendo cómo la ansiedad seguía apretándome el pecho. Luego, sin pensarlo mucho, me levanté y caminé hacia el espejo del pasillo.  Mi reflejo me devolvió una mirada decidida, aunque con las emociones a flor de piel. Me observé con atención: el cabello recogido sin gracia, la camiseta sencilla y el pantalón holgado no ayudaban a mejorar mi ánimo. Una idea fugaz cruzó por mi mente, una que me hizo sonreír con cierta ironía.   Compadre…esto es lo que tú quieres, susurré hablando conmigo misma. Pues déjame adornártelo un poco.

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