Mi esposo hizo algo impensable con la mujer de su hermano.

El hermano de mi esposo me miraba con una intensidad incómoda, de esas miradas que parecen capaces de destapar hasta el alma. Sus ojos se enfocaban en mi escote, recorriendo cada detalle con un descaro, que honestamente no entendía de dónde sacaba.  El hermano de mi marido, apenas estaba a unos pasos de distancia, y en el espacio que quedaba entre nosotros, sentía su respiración pausada y calculada, como si midiera cada inhalación, como si cada exhalación llevara consigo algún mensaje oculto.  Cuñado ya hablando en serio… le dije intentando mantener un tono firme.

¿No le da pena lo que hace? Mire que debería ponerse en los zapatos de su esposa. Pobrecita ella, tan buena gente que es, y usted se aprovecha de su nobleza.  Él soltó una risa suave y burlona que me hizo apretar los puños. Se acercó aún más, y con sus dedos me toco la cintura. La calidez de su toque no me incomodó, sino al contrario algo como una corriente eléctrica me recorrió, y por eso no me moví. No quería darle la satisfacción de pensar que podía afectarme tanto. Mantuve la compostura, tratando de que mis ojos no revelaran la inquietud que empezaba a nacer en mi interior.

El hermano de mi Esposo me dijo así.

El hermano de mi Esposo dijo: ¿Y qué es lo que estoy haciendo pues, que es lo que ve usted mi cuñadita querida?, murmuró con una voz tan baja que casi sentí que era un susurro para sí mismo, mientras su mirada se volvía cada vez más intensa y su sonrisa más atrevida.  Más bien, ¿por qué no aprovechamos que mi hermano no está?, siguió con esa insolencia en los ojos que me recorrían de pies a cabeza, como si fuera la primera vez que me veía. Al sentir su mirada recorrerme tan descaradamente, un escalofrío recorrió mi espalda, como una advertencia silenciosa de que debía mantenerme firme. 

Ni en sueños cuñadito, ni en sus sueños podrá eso pasar, le respondí con una sonrisa desafiante, tratando de ocultar el leve temblor en mi voz.

Me mantuve allí, con la cabeza alta, pero cada segundo que pasaba, me sentía más vulnerable, atrapada entre sus palabras y su presencia que se volvía cada vez más imponente.  Mientras el Hermano de mi Marido, parecía encantado con mi reacción; sus labios se curvaron en una sonrisa pícara, una que casi parecía de complicidad, como si supiera algo que yo desconocía. 

Lo que el hermano de mi Esposo piensa.

Ay cuñadita, no es por nada, dijo manteniendo esa mirada firme que parecía querer desentrañar cada rincón de mi ser, pero en los ojos se le ve que le falta un poco de brillo a su existencia. Yo sé bien lo que le falta, y podría ayudarla si quiere. 

Noté cómo la voz del Hermano de mi Esposo se volvía un susurro grave y pausado, como si cada palabra fuera cuidadosamente elegida para hacerme dudar, para hacerme pensar en algo que en mi conciencia, jamás me permitiría. Su cercanía comenzaba a ser sofocante, y en su mirada había algo más profundo, algo oscuro y peligroso que parecía tentarme a cruzar una línea de la cual no habría vuelta atrás.

Las palabras de mi Esposo me pusieron la piel de gallina.

Cállese usted… respondí conteniendo la tensión que amenazaba con hacerme temblar. A mí no me hace falta nada; mi marido es más que suficiente.  El silencio que siguió fue denso, casi asfixiante, como si nuestras palabras flotaran en el aire esperando algo más.   La sonrisa del Hermano de mi Esposo se desvaneció apenas, y por un instante me miró sin esa insolencia que lo caracterizaba, con una seriedad que casi parecía una invitación a descubrir un secreto. Estaba a punto de decir algo más, algo que parecía importante, pero en ese instante, escuchamos la puerta principal cerrarse. 

Mi corazón se aceleró, ¿Era mi esposo? Mi cuñado se apartó de inmediato, dándome una última mirada que prometía que esa conversación estaba lejos de terminar. Sentí una mezcla de alivio y desconcierto, como si me hubieran quitado un peso de encima, pero al mismo tiempo, dejándome con una curiosidad extraña y por más que lo negara, una cierta inquietud que no lograba apagar.

Nos vemos cuñadita, dijo él, antes de desaparecer por el pasillo.  El hermano de mi esposo había despertado en mí algo que durante mucho tiempo busqué en mi propio esposo. Esa chispa, ese fuego que creí se había apagado en mí por completo, parecía resurgir, aunque fuera en un rincón escondido y secreto de mi corazón.  Me acerqué a mi marido con la intención de ya sabes ustedes, le susurré cosas bonitas al oído.  Sin embargo, la realidad me golpeó en el rostro esa misma Mañana.

Mi Esposo me trató de esta manera.

Mi Marido con el rostro cansado y la voz rasposa, se dejó caer en la cama, cubriéndose de inmediato con la cobija y casi como en una súplica, me dijo:  Cariño no ves que vengo cansado… Trabajar el turno de noche no es tan sencillo, como para que tú vengas con eso.

Fue como un golpe en el pecho. Me quedé mirándolo, sintiendo cómo mi anhelo se evaporaba en el aire frío de nuestra habitación. Él se hundió en la almohada cerrando los ojos, ajeno al ardor que me consumía. No me quedaba más que salir de allí, con el peso de la frustración oprimiendo cada paso que daba.  Caminé hacia la cocina, intentando ahogar mis pensamientos en los quehaceres.

Pero al pasar cerca de la habitación de mi cuñado, el sonido de voces elevadas me detuvo en seco. Reconocí el tono de ella, su esposa, estaban discutiendo, y por alguna razón no pude moverme, algo en mí quería saber lo que pasaba tras esa puerta entreabierta. No sé talvez tener un apoyo y saber que no era yo la única que tenía dificultades.  O talvez quería saber si había alguna oportunidad con el Hermano de mi Marido.  En fin, beto a saber.

La mujer del hermano de mi esposo.

Sabes que ya te he aguantado mucho, la voz de ella sonaba firme, pero contenía una rabia retenida por demasiado tiempo. Si quieres algo, vas a tener que demostrarme que has cambiado. Porque de lo contrario, nada de nada.  La voz de él emergió, baja y tensa, con un filo que cortaba el silencio.  No ves que si tú te niegas, lo único que haces es empujarme a los brazos de alguien más. Quiero hacer las cosas bien, por eso te busco y quiero estar contigo. Pero si tú me condicionas, no sé si podré aguantar. Así que si algo pasa, recuerda que ya no estaba en mis manos detenerlo. 

Mis manos temblaron al escuchar esas palabras, sentí cómo mi respiración se aceleraba sin poder evitarlo. No podía apartar mis pensamientos de lo que insinuaba, de esa promesa de buscar a alguien más. “¿Alguien más?”, resonaba en mi cabeza mientras escuchaba su desesperación y la confrontación de ella.

La mujer del hermano de mi Marido se defiende.

No me vengas a querer echar la culpa de tus cochinadas, le respondió ella, con una fuerza contenida en cada palabra. No por eso voy a ceder fácilmente, Como te dije, ya me cansé. No es la primera vez que lo haces, y si escucho que lo estás haciendo nuevamente, me voy de aquí y te dejo sin nada. Porque soy capaz de pelear por todas tus posesiones.  Mi cuñado, por unos segundos se quedó en silencio. Pude casi imaginar su rostro, un hombre atrapado entre la culpa y el orgullo herido. 

Como si me importara a mí las cosas materiales, puedes hacer lo que quieras… —dijo al fin, con un tono derrotado—. Mejor me voy, al escuchar cómo la cama rechinaba mientras él se levantaba, un instinto me invadió y me alejé de la puerta en silencio, sin atreverme a que él supiera que había estado allí, siendo testigo de su dolor.

El hermano de mi esposo salió de esta manera.

El sonido de la puerta al cerrarse reverberó en el pasillo como un trueno, retumbando con tanta intensidad que me hizo detenerme por un segundo, con el plato aún en la mano, y mirar hacia el lugar por donde el hermano de mi esposo había salido. Sabía que él salió molesto por lo que acaba de pasarle. Su rostro estaba tenso, y esa forma de apretar los labios… llevaba rato notando el peso de las sombras en su mirada, como si llevara dentro un enojo mudo, a punto de reventar.

Mientras seguía acomodando los platos, intentando no darle demasiada importancia, la mujer del hermano de mi Marido apareció en la puerta de la cocina. Su silueta parecía frágil bajo el marco de la puerta, y sus ojos, por primera vez no evitaban el contacto conmigo, como si quisiera que entendiera algo. Su pregunta llegó como un susurro apenas audible: “¿Ya casi terminas?”. Parecía una frase casual, pero había algo en su tono, en la manera en que se frotaba las manos con nerviosismo, que me dejó en guardia. 

“Sí, ya casi termino, solo me faltan las ollas que usamos ayer”. Sonreí con amabilidad, intentando no mostrar la inquietud que comenzaba a despertarse en mí. “Qué bueno,” murmuró llevándose una mano a la frente, en un gesto que parecía ocultar más que cansancio, “es que quería pedirte un favor”. Sus palabras se fueron ralentizando, como si cada una le pesara, y al mismo tiempo le costara contenerlas. La miré con una mezcla de compasión y curiosidad.

La mujer del hermano de mi Esposo me pide un favor.

“Claro dime en qué puedo ayudarte”. Y me acerqué un poco más, percibiendo en ella una angustia tan palpable que parecía envolver la cocina. Sus hombros se tensaron, y su mirada se clavó en algún punto indefinido mientras se frotaba la cara en un intento de serenarse.  “Es que no tengo ánimo de ir al mercado,” susurró al final. “¿Podrías ir tú en mi lugar?, ya mañana y pasado voy yo. Mientras tanto, yo me quedo aquí lavando lo que falta en la casa.”  Teníamos la costumbre de que un día cada una íbamos al mercado para evitarnos el cansancio.  

“Por supuesto,” respondí de inmediato, “Pero dime, ¿te pasa algo?, o ¿Te sientes enferma?” No esperaba que ella fuera a decirme nada más, y mucho menos que se sincerara. Pues Yo ya sabía de sobra lo que le atormentaba. Pero me hice la desentendida, porque a veces la distancia ayuda a que los secretos no se derramen tan rápido.

Suspiró, dejando que el aire se llevara un poco de su contención. “Es lo mismo de siempre, Ya no sé qué hacer con este hombre. Cada día siento que lo nuestro se va derrumbando, que lo que construimos se deshace como arena entre los dedos. No sé quién va a aguantar más, si él o yo, porque estoy hasta el copete de sus cosas.” Su voz sonaba al borde de las lágrimas, pero resistía; había en ella una fuerza que no se quebraría fácilmente, aunque el agotamiento la estuviera empujando hacia el borde. 

Pensando en mi marido de esta manera

La escuché con atención, mientras por dentro me sentía envuelta en una ola de sensaciones encontradas. Por un lado, su dolor me parecía familiar, resonante, y por otro, no podía evitar sentirme aliviada, como si todo lo que me había molestado alguna vez con mi esposo se desvaneciera al ver el caos en que ella vivía. “Tal vez no tengo nada de qué quejarme”, pensé. “Mi esposo, en comparación, es un hombre tan distinto… Un hombre bueno.”

Ella terminó de hablar y me dio las gracias por ofrecerme a hacer el mercado. Noté que aún no encontraba las fuerzas para mirarme a los ojos, y sin decir más, comenzó a darse la vuelta, pero la detuve antes de que se fuera. “No te preocupes,” le dije, mientras llenaba la tetera con agua. “Mejor descansa un poco, te llevaré un té antes de salir para el mercado.”  Sus ojos se suavizaron un poco, y pareció como si un alivio silencioso la envolviera.

Escúcha mis Relatos en YouTube

Relatos de Infidelidades
Relatos de infidelidades

© 2021 All Rights Reserved.

Relatos de Infidelidades.

Share on facebook
Facebook
Share on twitter
Twitter