Vi como mi Esposo lo HACÍA a mi PRIMA. Al ver a mi marido dándole a mi prima, me enojó. No sé le ha pasado a alguien más, pero lo que a mí me pasó fue algo que no sé ni cómo llamarlo. Mi Jefe me dijo: siéntate por favor ahora te atiendo. Él se inclinó hacia adelante, moviendo el bolígrafo entre sus dedos con un ritmo que casi hipnotizaba. Sus ojos, de un café que alguna vez me pareció atractivo, me escrutaban con una mezcla de calculadora frialdad, y una chispa de algo más oscuro. Cuando humedeció sus labios con un movimiento lento, una oleada de incomodidad me recorrió.
Sentía mi piel erizarse, pero no era el tipo de escalofrío que precede un buen presagio. Bueno no quiero darle tantas vueltas al asunto, comenzó con su voz baja y controlada, con una cadencia que pretendía transmitir poder. Tú eres una muy buena pieza dentro de la empresa y has mostrado dedicación y muy buenos resultados. Su mirada no se apartaba de la mía, buscando una grieta en mi fachada, un temblor que le diera la ventaja que deseaba.
Mi Forma de vestir es de esta manera.
Acostumbro a usar ropa que me hace sentir libre, una prenda ligera, cómoda, que no pide nada más que lo necesario para moverse con la suavidad del viento. Pero, claro, la libertad siempre viene con un precio en un mundo que se dedica a juzgar lo que llevamos encima. Mi vestimenta, tan simple y despreocupada, para muchos no era más que una invitación, ustedes saben, una señal clara de que estaba dispuesta a todo y a lo podía venir.
Aunque en realidad no era esa la forma en que yo pienso. Pero bueno ya saben que todos vemos las cosas con diferentes ojos, y pues tenemos derecho a ver como queramos. Para mí sin embargo, no significaba nada más que comodidad. Nunca antes me había detenido a pensar en lo que los demás pudieran interpretar. Hasta ese preciso momento. Estaba sentada frente a mi jefe, del otro lado de su escritorio, pero cuando sentí esa mirada, tan fija, tan penetrante, la calma se desmoronó como una torre de cartas.
La Mirada de mi Jefe me erizó la piel.
Era como si el tiempo se hubiera detenido, y de repente, todo mi ser estuviera expuesto a los ojos de alguien que hasta entonces, había sido simplemente mi jefe. Su mirada me recorrió lentamente, desde la parte superior de mi cabeza hasta mis pies, como si estuviera escaneándome. Mis músculos se tensaron, y un frío extraño empezó a envolver mi espalda, especialmente en la zona del cuello. Miré al frente, intentando no ceder ante el vértigo de su presencia. Pero no pude evitarlo.
Mi piel reaccionó, se erizó, un calor incómodo subió por mi cuerpo y mi garganta, como si una mano invisible me estuviera apretando. En un movimiento instintivo, mis manos se cruzaron sobre el escote, como si pudiera esconder la evidencia de lo que la naturaleza me regaló, aunque en el fondo, ya sabía que era inútil. Mi vestido, tan ligero, tan inocente antes de esa mirada, ahora me parecía una segunda piel, cada costura como una frontera que se volvía peligrosa.
¿Era mi mente la que estaba jugando trucos o realmente había algo en la forma en que me miraba? La tensión en el aire era palpable, insoportable. Entonces, como si hubiera leído mis pensamientos, vi cómo su lengua se deslizaba lentamente sobre sus labios, un gesto casi imperceptible, pero cargado de un significado que me paralizó. Su sonrisa, casi un suspiro de satisfacción, se asomó, tímida al principio, luego más definida, como si se estuviera deleitando con algo oculto tras esa fachada profesional que ambos manteníamos.
No sabía que hacer ante la mirada penetrante.
Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente. No sabía si quería salir corriendo de la sala o quedarme allí, atrapada en el hechizo de su mirada. No entendía qué había cambiado. Hasta ese momento, su presencia era una mera formalidad, un vínculo necesario en este lugar de trabajo, pero ahora… ahora sentía una brecha profunda entre nosotros, una línea invisible que al parecer, él estaba dispuesto a cruzar.
La oficina estaba cargada del leve zumbido del aire acondicionado, un sonido constante que solía pasar desapercibido, pero que ahora parecía ensordecedor. Me obligué a mantener la compostura. Noté cómo sus dedos se movían alrededor del bolígrafo, un gesto nervioso que contrastaba con la seguridad de sus palabras. Como usted dice, es mejor ir directamente al grano. ¿Por qué no me dice lo que realmente quiere, o más bien lo que pasa?, le dije. Mis palabras salieron más firmes de lo que esperaba, pero por dentro, un leve temblor las acompañaba. No podía permitirme mostrar debilidad.
La propuesta de mi jefe me deja atonita.
Él suspiró, reclinándose en el respaldo de su silla y cruzando los brazos con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. Vamos a tener que prescindir de tus servicios, a menos que tú… bueno ya sabes, su tono bajó aún más, volviéndose una sutil invitación, una trampa disimulada tras la autoridad de su voz. No sería nada complicado, ya sabes que tú y yo, en algún momento, arreglemos y nos pongamos de acuerdo.
Aunque cueste decirlo, creo que hacerlo es menos difícil, dijo él con sus ojos puesto en mí. Además, tengo entendido de que tienes un crédito que aún te falta pagar, y ya ves como está ahora la situación allá afuera, no está como para quedarse sin trabajo. Aparte de que va hacer beneficioso, también si quieres puedes, no sé sentirle el gusto.
El peso de sus palabras se alojó en mi pecho como una roca. Pero una fracción de segundo fue suficiente para decidir qué hacer. El silencio que siguió resonó en mis oídos, marcando cada latido de mi corazón como un tambor distante. Me levanté despacio, con una firmeza que no sentía pero que proyectaba como un escudo.
Mi Respuesta a su propuesta fue esta.
Gracias, pero eso nunca va a pasar, y menos por mantener un puesto. Usted es un hombre atractivo y bien parecido, dije, sintiendo el veneno mezclarse con la sinceridad de mis palabras, pero su actitud lo vuelve horrendo. Sus ojos perdieron el brillo pícaro y se tensaron en líneas de disgusto. Un tic apareció en su mandíbula, señal de que mis palabras habían cortado más profundo de lo que esperaba. Mantuve mi mirada fija, sin dejarme arrastrar por el miedo que latía en mi interior.
Dígame dónde firmo y me voy, rematé buscando en la mesa con la vista, aunque sabía que el papel que pondría fin a esa escena estaba en su cajón, bajo llave. Él no respondió de inmediato. La rabia contenida y la humillación danzaban en sus pupilas, pero su control volvió, aunque quebrado en los bordes. Extendió una mano hacia el cajón, con su gesto tenso, y lo abrió con un chasquido que resonó más de lo debido en el silencio.
El contrato de despido se deslizó sobre la mesa y lo firmé con un trazo decidido. Al salir, con la puerta cerrándose tras de mí, supe que había ganado más de lo que perdía. Pero algo más me esperaba, y como no tenía más que hacer, regrese a casa para contarle a mi Esposo lo que me pasó.
Imaginense como me sentía después de esto.
El despido había caído sobre mí como un balde de agua helada en una noche de invierno. La mezcla de tristeza y desesperación me envolvía mientras caminaba por la acera, mis pasos resonando como un eco hueco entre los edificios grises. Cada paso era un recordatorio de la incertidumbre que se avecinaba, una sombra que empañaba los sueños que había compartido con mi esposo. Un apartamento nuevo, nuestro refugio, ahora parecía un espejismo más distante. Pero bueno me decía a mí misma, lo importante es que nos tenemos el uno al otro
Y de que me serviría tener un apartamento nuevo a costa de aquello, me decía a mí misma. No tendría yo la valentía de ver a los ojos de mi marido, cuando estemos en nuestros que aceres. No creo que hice lo correcto, o qué piensas tú, aunque te cuento que las cosas cambiaron más adelante; ya verás.
Camino a casa en busca de mi Esposo.
El aire estaba cargado de humedad, y las hojas de los árboles susurraban entre sí, como si supieran un secreto que yo desconocía. Fue entonces cuando al alzar la mirada, vi a la señora, mi vecina de la cuadra, observando a través de su ventana entreabierta. Su silueta desaliñada se movió rápidamente, y un segundo después, la puerta de su casa se abrió con un rechinido. ¡Ay perdone que la ataje así!, dijo con su voz aguda y un tono de urgencia, mientras se acomodaba la bata estampada con figuritas de ositos.
Parecía un personaje salido de un sueño extraño, con el cabello despeinado cayéndole en bucles desordenados alrededor de la cara. La sorpresa me dejó sin palabras un instante. La señora rara vez hablaba con alguien; era el tipo de vecina que se mantenía al margen, siempre observando, pero nunca participando. Intenté esbozar una sonrisa cansada.
La vecina me dice esto.
Siempre he querido hablarle, pero según entiendo usted sale muy temprano y vuelve tarde a casa. Sí es verdad, pero creo que ahora voy a tener más tiempo, porque me acaban de despedir. Por lo tanto no se preocupe, respondí, pero ¿qué sucede? Sus ojos se agrandaron, y una expresión de lástima y nerviosismo se reflejó en su rostro. Dio un paso hacia mí y miró alrededor, como si temiera que alguien más pudiera escucharla.
Mire, no sé cómo estén las cosas entre usted y su esposo, y no quiero meterme donde no me llaman. Pero como mujer, siento que debo decirle algo. Es algo que… me pesa en la conciencia desde hace semanas. El frío de la mañana se intensificó, recorriendo mi piel como un escalofrío de advertencia.
La mezcla de su tono urgente y la seriedad en sus ojos hizo que mi corazón comenzara a latir con fuerza. Una oleada de aprensión me invadió, pero traté de mantener la calma. Me acerqué un poco más, inclinándome para escucharla mejor.
¿De qué se trata señora?, pregunté intentando que mi voz sonara tranquila, aunque mis manos comenzaban a temblar levemente. Ella abrió la boca y por un momento, solo el susurro del viento llenó el silencio entre nosotras. Cerró los ojos, buscando las palabras, pero antes de que pudiera decir algo, mi teléfono sonó.
La llamada que interrumpe a la vecina.
El tono estridente cortó el aire y mi aliento, haciendo que diera un pequeño salto. Perdón deme un segundo, dije levantando la mano mientras sacaba el móvil del bolso. Era mi hermana mayor, y una urgencia diferente, más aguda, reemplazó la inquietud que había comenzado a gestarse. Contesté con rapidez, y su voz, tensa y temblorosa, me lanzó la noticia como un golpe directo al pecho.
Oye, no quiero que te pongas nerviosa, pero mamá ha tenido un accidente. Tienes que venir a la clínica… te envío la dirección.