Mi Esposo nunca se imagino lo que su hermano hizo, pero pasó. Frente a mí, mi esposo se había rendido al cansancio, su cuerpo se aflojaba en la silla mientras sus ojos pesados por el vino, permanecían cerrados. Cada respiración suya era un susurro grave, como una brisa pesada, ajena al momento que estaba a punto de cambiar todo. En ese mismo instante, el calor de una mano sobre la mía me devolvió a la realidad.
La mano de su hermano, cálida y firme me sostenía con una ternura que me desarmaba, desafiando todas las reglas de lo correcto. Mi pulso comenzó a acelerarse, mi voz quedó atrapada en mi garganta. Lo miré y encontré en sus ojos un brillo peligroso, un deseo que reflejaba el mío. Una chispa que no estaba alimentada solo por el vino, sino por algo mucho más profundo que ambos habíamos ignorado por tanto tiempo.
Los silencios entre nosotros se llenaron de sensaciones que rompían cualquier resistencia. Podía escuchar el sonido de su respiración hacerse más pesado, su pecho subir y bajar con un ritmo que iba en sintonía con el mío. Su mirada me recorrió despacio erizando mi piel, haciéndome sentir expuesta de una forma que jamás hubiera imaginado. No había barreras entre nosotros; la distancia era un fino velo que podíamos romper con el más leve movimiento.
Mi Esposo no se da ni cuenta de lo que su hermano hace.
Él se acercó lentamente, cada paso parecía resonar en el silencio absoluto de la casa, y el leve crujir del suelo bajo sus pies me mantenía en tensión. No había palabras, solo el peso de su mirada que parecía decirlo todo. El brillo en sus ojos reflejaba el vino, pero también el fuego de algo prohibido, algo que crecía entre nosotros sin frenos.
Yo tragué saliva, con mi garganta seca y mi boca incapaz de formar un solo sonido. Mi lengua pasó lentamente por mis labios, buscando humedecerlos, preparándome para algo que sabía estaba mal, pero que deseaba con una intensidad que no había sentido en mucho tiempo. Mi corazón palpitaba desbocado, un tambor inquieto que golpeaba contra mi pecho, recordándome lo que estaba en juego.
Su mano se alzó lentamente rozando mi piel al llegar a mi cabello. Con delicadeza, deslizó un mechón detrás de mi oreja izquierda, dejando al descubierto el arete de un suave tono rosa, a juego con el vestido que había elegido para la velada. Un gesto simple, pero cargado de intenciones que me hizo estremecer. El mundo parecía detenerse en ese punto, el eco lejano del reloj marcando las horas apenas llegaba a mis oídos. Todo mi cuerpo respondía a su cercanía, a su toque.
El Hermano de mi Esposo me hace esto.
Con la misma calma tomó mi mentón, levantando mi rostro hacia el suyo. Su aliento era cálido y su proximidad me hacía marear. Cada segundo antes de que sus labios rozaran los míos parecía estirarse eternamente, y la tensión crecía incontrolable. Sabía que no debía, que lo que estaba a punto de ocurrir iba más allá de lo permisible, pero en ese momento nada importaba. No quería detenerlo y no podía.
Entonces, justo cuando nuestras bocas estaban a punto de encontrarse, el cuerpo de mi esposo se movió bruscamente en su silla. El sonido del crujido del cuero al moverse me sobresaltó, cortando la conexión que habíamos construido en esos silenciosos segundos. Mi corazón dio un vuelco, y en ese instante, como si el universo decidiera intervenir, el timbre de la casa sonó, agudo y estridente.
El golpe del sonido me sacudió. Sentí cómo mis nervios se tensaban, como si una corriente eléctrica recorriera mi cuerpo. Mis manos temblaban y sin pensar, me levanté de la mesa tragando saliva con dificultad, mientras el peso de la culpa y el deseo me invadía a partes iguales. Mis pensamientos eran un caos, y mis manos temblorosas, alcanzaron el pomo de la puerta, sin saber qué o quién esperaba del otro lado.
Mi llega y nota que mi Esposo ya está dormido.
Al abrir la puerta, mis ojos se encontraron con la figura siempre vibrante de mi hermana. Su cabello desordenado y la sonrisa amplia anunciaban su habitual entusiasmo. Ella entró sin vacilar, con esa energía que siempre parecía llenar cualquier habitación que pisaba. Su mirada se fijó en mí con curiosidad mientras pasaba la mano por su frente, intentando apartar algunos mechones sueltos. Oye, ¿qué estabas haciendo?, que hasta Estás sudando, me preguntó frunciendo el ceño con una ligera sonrisa. Rápidamente busqué una excusa, No podía decirle la verdad, ni ahora ni después.
Nada, acabo de llegar del mercado, respondí mientras intentaba no parecer nerviosa. Pero ven, que aquí en la cocina están mi marido y su hermano. Ella soltó una risita y meneó la cabeza. Ay no, ¿ya empezaron la fiesta entonces?, dijo burlona. Pues vamos, que la vida es una y hay que vivirla.
La seguí hasta la cocina, y al entrar, lo primero que capturó su atención fue la imagen de mi esposo, babeando profundamente dormido en la silla del comedor, su cabeza inclinada hacia un lado, respirando con el ritmo pesado de alguien que ha bebido de más.
Oh, pero a este ya le llegó la noche, dijo entre risas mientras lo señalaba con el dedo. El hermano de mi esposo, reclinado sobre el lavaplatos, observaba en silencio. Se sostenía con las manos en la espalda, su postura rígida contrastaba con el ambiente distendido que mi hermana traía consigo. Mi mirada se cruzó con la suya, y algo oscuro y pesado se movió entre nosotros. Sabíamos lo que había pasado minutos antes, lo que casi había ocurrido.
Mi Hermana me ayuda a llevar a mi Esposo.
Rompí el silencio con un murmullo, más para desviar la atención de lo que sentía, que para actuar. Ayúdame a llevarlo a la habitación, le pedí a mi hermana. Ella, sin perder su chispa, levantó una mano en señal de espera. Claro, claro que sí, solo dame un segundo, que si no me hago en los pantalones, dijo y se dirigió al baño, con su risa resonando detrás de ella.
El silencio se cerró entre el hermano de mi esposo y yo. Su respiración era apenas audible, pero sus ojos me quemaban, expectantes. Caminó lentamente hacia mí, ¿Y ahora qué hacemos?, me preguntó con voz baja, pero cargada de anhelo. Lo miré, deseando no tener que enfrentar lo que estaba surgiendo entre nosotros. Sentía mi corazón palpitar en mi pecho, cada latido más fuerte que el anterior, como si quisiera huir de la verdad que ambos conocíamos.
Nada, no vamos a hacer nada, esto no está bien, lo que estábamos intentando hacer… no puede ser. Él frunció el ceño, y en su cara reflejo decepción y súplica. No me digas eso, sabes que he esperado esto por mucho tiempo. Y ahora que estamos tan cerca… ¿me dices que no? Podía sentir el calor de su cuerpo acercándose más al mío.
El hermano de mi Esposo me suplica por esto.
Me tomó la mano, su toque cálido y tembloroso me hizo estremecer. Sus dedos rozaron los míos, y la sensación de su piel contra la mía me atrapó en una mezcla de deseo y culpa. No hay nada malo en esto, insistió. Si le encuentras el sabor, verás que es mejor que lo que cocinas en tu casa.
Sus palabras se deslizaban entre suspiros entrecortados. Podía sentir cómo su corazón latía tan fuerte como el mío. Se acercó más, su rostro apenas a unos centímetros del mío, y aunque quería apartarme, mis pies se negaban a moverse.
Pero entonces, la voz de mi hermana rompió el silencio desde el baño. ¡Oye!, ¡No hay agua!, Si van a entrar piénsenlo dos veces, gritó, seguida de una carcajada resonante que llenó la casa. Di un paso hacia atrás, recuperando el control de mis pensamientos. Lo miré a los ojos, y aunque en su mirada veía deseo, en la mía sólo había confusión.