Mi ESPOSO se lo DESCORCHO a mi Nuera.

Apenas estaba comenzando la mañana, y ya mis dificultades se asomaban por mi cabeza. Mi mente no lograba escapar de los pensamientos que se agolpaban, cada uno más pesado que el anterior. Sabía que en unos minutos, tendría que enfrentar una entrevista de trabajo crucial. Me había preparado cuidadosamente, eligiendo un vestido rojo de seda que acentuaba cada curva de mi cuerpo. No era solo una cuestión de vanidad; era mi escudo, mi forma de sentirme fuerte en un mundo que parecía decidido a quebrarme.  El vestido se ajustaba a mi figura como un guante, destacando lo que la naturaleza me había otorgado. El escote en forma de V, profundo pero elegante, mostraba lo justo para atraer miradas sin parecer descarado. Mi cabello caía en suaves ondas, enmarcado por una sencilla diadema que mantenía los mechones bajo control, mientras los tacones negros elevaban mi estatura, y con ella mi confianza.

Estaba a punto de salir cuando el señor de la casa, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos, se detuvo frente a mí. “Yo no sé por qué te sigues negando”, comenzó con su voz impregnada de una familiar condescendencia. “Mira, aparte de que no tendrás más problemas con la renta, también vas a darte un buen gusto. Además, ese hombre que tenías como marido, en este momento ha de estar riendo y felizmente con la otra.” Su mirada se desvió, y sus ojos bailaron sobre mi escote, disfrutando descaradamente del espectáculo que ofrecía.  El asco que sentí en ese momento fue palpable, pero me lo tragué, como había hecho con tantas otras cosas en los últimos meses. “O es que te parezco muy feo,” agregó como si realmente esperara que respondiera a esa burda provocación.

Antes de que pudiera articular una respuesta, el sonido de pasos en las escaleras resonó en el ambiente. Mi corazón se aceleró cuando vi a mi suegro subiendo, un hombre con una presencia que siempre me había desconcertado. Había algo en su manera de mirar, una mezcla de comprensión y autoridad que me hacía sentir vulnerable, y segura al mismo tiempo.  “Buenos días,” dijo con su tono habitual, pero había una pregunta implícita en sus ojos. “¿Pasa algo?”  “No, no pasa nada,” mentí intentando mantener la calma en mi voz. Y volteando a ver al señor de la casa, die: “Ya el señor se va.”  El señor de la casa, sintiendo la tensión en el aire, se limitó a decir: “Bueno, solo tiene una semana. Si no consigue para la renta, me voy a ver en la obligación de desalojarla a usted y a su niño.”

Con una mirada final que era más una amenaza que una despedida, se alejó, dejándonos en un silencio incómodo.  Mi suegro, llevando bajo el brazo izquierdo un ramo de flores, se acercó a mí. “Puedo hablar un momento contigo,” dijo con su voz más suave de lo que esperaba. Yo, aún alterada por la interacción previa, respondí: “Me gustaría, pero tengo prisa. Tengo una entrevista de trabajo y tengo que irme ya.”  Él asintió, pero no parecía dispuesto a dejar el tema. “Entiendo,” dijo, “pero ¿por qué no me dejas ayudarte? Sé que las cosas no van bien contigo, y no quiero que mi nieto sufra teniendo yo lo necesario para ayudarlos.”  Mi pecho se apretó ante sus palabras. Había una genuina preocupación en su voz, pero también algo que no podía descifrar del todo. “Sabe qué es lo que pasa,” comencé, con mi voz temblando ligeramente, “pasa que yo no quiero nada que venga de la familia de ese hombre que me abandonó. No quiero saber nada de ustedes. Yo sabré cómo arreglármelas sola.”

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