Mi Esposo se lo reventó a mi Madre de noche.

Mi esposo estaba frente a mi madre, y la escena se tornó incómoda en un abrir y cerrar de ojos. La forma en que él la miraba me generaba una incomodidad que no esperaba sentir. Allí estaba ella, mi madre, probándose ese vestido ajustado que resaltaba cada curva de su figura con precisión milimétrica. No podía evitar pensar en lo afortunada que había sido en mantener esa silueta tan bien definida, incluso a sus cuarenta y un años.

Yo en cambio, sentí una punzada de envidia que aunque sabía injustificada, no pude reprimir.  Mi esposo parecía hipnotizado, y con un leve golpecito en la quijada lo traje de vuelta a la realidad. “Cierra la boca que se te van a meter las moscas”, le dije en un tono juguetón, intentando disimular lo que en el fondo me molestaba. Él tosió nerviosamente, recuperando el control de su expresión.

“No es eso, es que… el vestido está muy bonito”, dijo intentando justificar su atención. “Deberías probarte uno tú también; quizás quieras llevarte uno.” Moví la cabeza con firmeza, sin poder evitar que mi mirada se posara de nuevo sobre mi madre. Su figura se dibujaba perfecta frente al espejo, con una confianza que yo empezaba a perder.

Mi madre y mi esposo les parece bien esto.

“Mamá, ¿no te parece que el vestido es un poco… atrevido?”, dije intentando sonar despreocupada, aunque sabía que esa frase cargaba más de lo que parecía. 

Mi madre, quien siempre había sido una mujer segura de sí misma, me miró con una sonrisa casi divertida, como si mi comentario fuera algo que esperaba. “¿Atrevido?, ¿A qué te refieres con atrevido?”, preguntó arqueando una ceja mientras continuaba admirándose en el espejo.

“Bueno… creo que te pone demasiado a la vista”, respondí sintiendo que me adentraba en un terreno peligroso, pero sin querer retroceder. Mi madre soltó una risa suave, esa risa que siempre había usado para quitarle peso a las situaciones. “Ay hija, por más que me cubra no puedo esconder todo esto”, dijo con orgullo dándose una vuelta frente al espejo, dejando que el vestido se amoldara a su cuerpo.  La tensión en el aire se hizo palpable cuando mi madre, sin dejar de mirarse, se dirigió a mi esposo.

Mi Madre le pregunta mi Esposo que tal el vestido

“¿Y a ti qué te parece yerno?, ¿Te parece simpático el vestido?, o ¿Crees que ya no debería usar algo así a mi edad?”  Mi corazón dio un vuelco, sabía que ella siempre había sido un tanto coqueta, pero escucharla pedir su opinión a mi esposo me incomodaba aún más. Mi marido con una sonrisa algo incómoda, intentó sortear la situación con elegancia. “Suegra no creo que mi opinión sea la que debe contar. Usted es quien debe decidir si se siente bien con lo que lleva puesto. La gente siempre tendrá algo que decir, pero lo importante es cómo se sienta usted.”

Yo me apresuré a intervenir antes de que la conversación tomara un rumbo aún más incómodo. “Ay no contigo, dándole alas a mi madre”, le dije intentando restar importancia. Pero él no se dejó intimidar. “No me digas que no te parece una mujer elegante y que se ve bien en ese vestido”, replicó, con su tono más serio de lo que esperaba. 

“Claro que se ve bien, pero creo que ya no está en edad de usar algo así”, respondí sintiendo cómo el ambiente se cargaba de una incomodidad que ninguno de los tres quería enfrentar.  Él me miró directamente, sin rastro de duda. “¿Cuál edad?, A sus apenas cuarenta y un años, no creo que tenga que esconder lo que la naturaleza le regaló.”

Mi Madre interviene entre mi esposo y yo

Mi madre, dándose cuenta de la dirección que tomaba la conversación, intervino con su característico tono conciliador. “Ya ya, no se pongan a discutir aquí, no ven que la gente se da cuenta. Mejor dejamos lo del vestido para otro día.”  Se giró hacia la joven dependienta que la atendía, y con un aire despreocupado, dijo: “Me voy a llevar solo la blusa y la bufanda.”

Mientras mi madre pagaba, mi mente seguía dándole vueltas a lo que acababa de suceder. La imagen de mi esposo, ensimismado en la figura de mi madre, me molestaba más de lo que quería admitir. No podía negar que mi madre se veía espectacular, pero ¿era solo eso lo que me molestaba?, ¿O había algo más, una sensación más profunda que no quería enfrentar? 

Mi esposo me tomó de la mano cuando salimos de la tienda, pero su toque no tuvo el mismo efecto reconfortante de siempre. Me quedé callada mientras caminábamos juntos, intentando procesar lo que sentía. ¿Celos, y por mi madre?, ¿Inseguridad, porque si era mi madre?, ¿O simplemente una mezcla incómoda de ambas?

Mi esposo me rechaza

Esa noche, el ambiente en la casa estaba cargado de una tensión que no podía ignorar. Después de lo que pasó con mi madre en la tienda de vestidos, el aire parecía denso, casi sofocante. Me invadía una mezcla de incomodidad y culpa por lo sucedido, aunque una parte de mí sentía que debía tomar las riendas de la situación.

Quería aliviar lo que sentía, y en un intento de reconectar con mi Esposo, tomé una decisión: tratar de acercarme a él de una manera más íntima, más directa.  Fui a nuestro cuarto, abriendo el cajón donde guardaba un camisón que hacía meses no me ponía, uno que él solía adorar. Lo deslicé por mi cuerpo, sintiendo el roce suave de la tela que antes me hacía sentir poderosa y atractiva. Miré mi reflejo en el espejo, tratando de convencerse de que esto funcionaría, que él no podría resistirse a este gesto.

Caminé hacia la cama, donde él estaba reclinado, completamente absorto en el televisor. El brillo de la pantalla iluminaba su rostro, y sus ojos estaban clavados en el partido como si el mundo exterior no existiera. Me detuve frente a él, con mis pasos silenciosos pero firmes, bloqueando su vista del televisor. Quería que notara mi presencia, quería que volviera a verme, a desearme.  ¿Qué tal me veo cariño?, le pregunté con una sonrisa tratando de sonar seductora

Mi Esposo prefiere a la tele que a mí

Esperaba una mirada, una sonrisa, alguna señal de que apreciaba mi esfuerzo. Pero lo que obtuve fue algo muy diferente.  —Te verías mejor si te quitaras de ahí —dijo sin mirarme directamente, con su tono indiferente. —No me dejas ver el partido y está en su mejor momento.

Sentí cómo algo dentro de mí se rompía. El rechazo y la frialdad me atravesaron como una espada. Había esperado una reacción diferente, algo que aliviara la tensión que flotaba en el aire, pero en lugar de eso, me había encontrado con una pared, una barrera de indiferencia que no sabía cómo romper.

Mi primer instinto fue la rabia, —¿Ah pero si fuera mi mamá, allí sí pones atención? —escupí las palabras antes de que pudiera detenerme.  En cuanto lo dije, supe que había cruzado una línea. La expresión en su rostro cambió, su mirada pasó del televisor a mí, con su ceño fruncido y sus labios apretados. Se levantó lentamente de la cama, pero no se acercó. Se quedó allí, en el borde, mirándome como si no pudiera creer lo que había salido de mi boca.

Mi Esposo se defiende de mi acusación

—¿De qué estás hablando?, ¿Te volviste loca o qué? —Su voz estaba cargada de incredulidad y algo más. Algo que no pude identificar del todo, —¿Cómo vas a decir esas cosas?; Que no se te olvide que hablas de tu madre.  El silencio se extendió entre nosotros, tan denso que casi podía sentirlo presionando contra mi pecho. No sabía qué decir, pero la frustración que llevaba acumulada comenzó a brotar de mí.

El vacío, la distancia, la falta de atención. Todo aquello que había callado empezó a encontrar su salida, aunque sabía que no estaba eligiendo el mejor camino.  —¡Ya déjate de cosas! —le grité—. Como si no me hubiera dado cuenta de cómo la mirabas.  Su expresión cambió nuevamente, esta vez a algo más frío, más distante. Era como si mis palabras hubieran creado un abismo entre nosotros. Se pasó las manos por el rostro, claramente molesto y exasperado. Me miró como si no supiera quién era la mujer que tenía delante.

—Parece que mejor me voy a ver el partido a la sala —dijo en tono bajo pero firme, como si ya no quedara nada más que discutir.  Se levantó de la cama y salió de la habitación sin mirar atrás. La puerta se cerró con un suave clic que resonó en mis oídos como un eco amargo. Me quedé allí, de pie, con el camisón que había usado para tratar de salvar lo poco que quedaba entre nosotros.

Relatos de Infidelidades

Quieres escucharme dale al botón
Facebook
Twitter
Relatos de infidelidades

© 2021 All Rights Reserved.

Relatos de Infidelidades.

Facebook
Twitter