Mi Hija sin compasión de mí hizo esto con su padrastro. Será eso un acto de una hija que ama a su madre, bueno juzgue usted. Aquí la historia de mi hija y su padrastro.
Mi padrastro, recostado en el marco de la ventana, me miraba con esa sonrisa que siempre he sabido esconde algo. Entonces dijo: tú solo pídeme lo que quieras, solo es cuestión de que digas unas cuantas palabras, y Yo concederé cada uno de tus deseos. No soy un genio, pero tengo lo necesario y un poco más para cumplir cada cosa que anheles
Sus palabras resonaban en mi cabeza como una melodía tentadora, pero con un dejo de peligro que no podía ignorar. Me había dicho que podía concederme lo que quisiera, cualquier capricho. Era una oferta envuelta en palabras dulces, pero el precio… el precio me inquietaba más de lo que estaba dispuesta a admitir.
«Hablas muy bonito», le dije con una sonrisa que intentaba disimular mi incomodidad. “Pero me pregunto, ¿cuánto me costará a mí recibir de ti lo que me ofreces?» Su risa fue baja, casi como un susurro, mientras se acercaba con pasos lentos y calculados.
Mi Padrastro hizo el calculo de lo que me costaría a mí su propuesta.
Mi Padrastro ladeando un poco la cabeza y con tanta seguridad dijo: «Te aseguro que lo que tú pagarás no será nada difícil», sus ojos brillaban con una intensidad que me puso la piel de gallina. «Y mucho menos costoso, Más bien estoy seguro de que lo que darás como pago, será un deleite también para ti».
Sentí el aire detenerse en mis pulmones. Arqueé las cejas, intentando ocultar la mezcla de asombro y anhelo que me invadía. Él seguía sonriendo, confiado como si ya supiera que sus palabras habían tenido efecto en mí. Y Claro que lo habían tenido efecto, pero no de la manera en que él pensaba. Mi mente estaba enredada en una maraña de emociones: desconcierto, rechazo, pero también lo admito, una peligrosa curiosidad.
Mi Padrastro me convence de hacer esto.
«Vaya que eres bueno para convencer», le respondí, intentando mantener el control de la situación. Pero por dentro sentía que todo se desmoronaba. Mi padrastro se acercó un poco más, «No creo que necesite convencerte», dijo con una voz más grave, casi confidencial. «Sé que tú también quieres lo mismo que yo, no ves que nuestros caminos se unen en este punto». No importa cuanta distancia exista entre nosotros, siempre nos volvemos a encontrar, cuándo pensamos en esto.
Esa frase me golpeó como un cubetazo de agua fría. Quise dar un paso atrás, crear distancia, pero mis pies no respondían. «Hace ya un buen tiempo que te vengo observando», continuó, y sus palabras eran como hilos envolviéndome, apretando lentamente. «Y por eso me atreví a decirte esto. Pero yo sinceramente quiero recompensarte… si es que tú te animas; Qué dices». Cada músculo de mi cuerpo se tensó, sentía mi corazón martillar en mi pecho.
Mi mente buscaba desesperadamente una salida, una forma de rechazar lo que me ofrecía sin que eso desatara una tormenta en casa. Sabía lo que implicaba decir que no, pero también sabía lo que podría pasar si decía que sí. Me estaba empujando hacia un precipicio, uno del que tal vez no habría retorno.
Mi Padrastro se queda en silencio cuándo mi madre llega.
Abrí la boca para contestar, pero justo en ese momento, el sonido de la puerta principal nos interrumpió. Mi madre llego a casa cargadas de unas bolsas. «Hola hija», dijo mientras dejaba las bolsas del mercado sobre la mesa. Todo bien por aquí, preguntó mi madre. Mi padrastro retrocedió unos pasos, recuperando rápidamente su compostura habitual, como si nada hubiese ocurrido.
«Sí, todo bien» respondió con una voz tan natural que casi me hizo dudar de lo que acababa de pasar. Yo, por otro lado no podía ocultar la tensión, aún sentía su mirada sobre mí, como un peso que me quemaba la piel. Me giré hacia mi madre, intentando sonreír, pero mis labios apenas lograron un gesto torpe.
«Voy a mi habitación», dije buscando una excusa para salir de esa sala que de repente se sentía tan pequeña y sofocante. Mi madre me lanzó una mirada curiosa, pero no preguntó nada. Mientras subía las escaleras, sentía los ojos de mi padrastro clavados en mi espalda, incluso cuando ya no podía verlo.
Reflexionando sobre lo que mi Padrastro me pidió.
Cerré la puerta de mi habitación, pero sabía que aquello no había terminado. Solo había sido el comienzo. Me apoyé contra la puerta, respirando hondo intentando aclarar mi mente. Sus palabras seguían rebotando en mi cabeza: «Sé que tú también quieres lo mismo que yo». Como era posible que él supiera lo que yo pensaba, me decía a mí misma.
Sabía que tenía poder, tanto emocional como económico, y lo había usado muchas veces para conseguir lo que quería. Pero esta vez… esta vez era diferente. Sentía la presión crecer dentro de mí, y El dilema entre lo correcto y lo tentador crecía más. Entre lo que debería hacer y lo que una parte oscura de mí, una parte que nunca había reconocido hasta ese momento, me susurraba al oído.
Me senté en la esquina de mi cama, y tomé el teléfono en la mano. Mi padrastro… Mi mente no paraba de repetir esas palabras. Aunque no lo dijo de manera directa, su intención quedó clara, tan clara como el agua. Me ofreció todo lo que siempre había soñado: independencia, lujo, la vida que jamás pensé que tendría… pero a cambio de algo que no podía ignorar.
Mi amiga me aconseja tomar la propuesta de mi padrastro.
Decidí llamar a mi mejor amiga. Si había alguien en el mundo que podía entender la situación, era ella, o eso fue lo que pensé yo. «Ni sabes qué me pasó hace rato,» le dije tratando de sonar casual, aunque mi voz temblaba levemente. «Pues cuéntame mujer,» respondió con la energía de siempre. «Lo que tanto quería lo acabo de escuchar de la boca de mi padrastro.
No me lo dijo claramente, pero… para mí fue más claro que el agua. Como ves que me ofreció de todo, Y tú ya sabes a cambio de qué.» Hubo un momento de silencio al otro lado de la línea. Finalmente, mi amiga dijo: «¡No me digas que ese caramelo te dijo eso!» Su risa era contagiosa, y aunque yo quería seguir manteniendo el tema serio, me encontré soltando una pequeña carcajada.
«Yo que tú ni lo pensaría dos veces,» continuó ella, y me imaginé la expresión en su rostro, siempre dispuesta a ver el lado práctico de las cosas. «Además, tendrías como dice él, lo que quieras. ¡Sácale provecho a tu juventud mujer! Mira si yo estuviera en tu caso, ya estaría comprando a esta hora.»
Mi mejor amiga me aconseja hacer lo que mi Padrastro me pide.
Nos reímos juntas, aunque yo lo hacía más por inercia que por convicción. Era típico de ella, bromear sobre cualquier cosa, verlo todo de forma ligera. Para ella, el mundo se dividía en dos: los que se aprovechaban de las oportunidades y los que las dejaban pasar. Pero esta oportunidad… tenía un costo que no estaba segura de querer pagar.
«Sí pero…» empecé y me quedé callada por un momento, mirando al techo de mi habitación, como si las respuestas estuvieran escritas allí. «Y mi madre ¿qué? La verdad es que pienso en ella, en cómo reaccionaría si supiera.» «Y aunque me gustó lo que me dijo… me hubiera gustado que fuera de otra manera. Así me parece más como si yo fuera una mercancía.»
Mi amiga suspiró al otro lado del teléfono, «Ay tú en lo que estás pensando.» «Sea como sea, el asunto es que tú tengas lo que tanto has querido. No te pongas a pensar en lo que está bien o mal. Al final, lo que importa es que te hagas un favor a ti misma.