Mi HIJA no le tuvo compasión a mi YERNO.

MI hija y mi Yerno se llevaban tan bien, que nadie podría haber pensado que ella haría esto con mi Yerno.  Mi yerno con esa sonrisa que iluminaba toda la cocina, me lanzó un guiño juguetón. «Suegrita le encargo mucho a mi mujer,» dijo en tono casi conspirativo. «Ya sabe que si se porta bien, y la cuida bien le voy a dar un premio, y tengo algo muy bonito para usted.» Su tono estaba lleno de una familiaridad descarada, esa confianza que solo se da con el tiempo y la cercanía. Me encogí de hombros, tratando de no prestarle demasiada atención. 

—»Ay yerno, tú y tus cosas, apenas y te alcanza con lo que ganas, y todavía piensas en darme algo a mí.» Intenté sonar despreocupada, aunque sus palabras habían encendido algo en mi pecho, una sospecha vaga que se desvanecía cuando veía su expresión tan desarmante.

Él sonrió aún más, como si ocultara un secreto que le daba un extraño poder. —»Pero suegra, hay cosas que no se compran y lo que pienso para usted no requiere dinero.» Me quedé en silencio un instante, y hubo un momento en el que sentí que un peso frío me recorría la columna vertebral.

A cualquiera que lo hubiera oído, estoy segura de que habría interpretado lo mismo que yo, pero al alzar la vista hacia él y ver su rostro sincero, supe que mis pensamientos habían sido un desatino. Me reí de mí misma, quitándole importancia al asunto, pensando que solo se trataba de mi imaginación traicionera jugando malas pasadas.

Mi Yerno se encuentra con mi Hija en la puerta.

—»Bueno aquí tienes tu comida,» le dije intentando disipar la tensión que solo yo parecía notar. —»Ya vete que no haces más que decir tonterías.» Lo empujé suavemente con la comida en sus manos, y él se acercó para darme un abrazo cálido, esos abrazos que solo él sabía dar, apretándome con genuino agradecimiento. 

—»Gracias suegra, es usted un amor de gente,» dijo, y yo sonreí.  Mientras él se dirigía a la puerta, mi hija apareció en la entrada, cansada tras su turno en el hospital. Su uniforme de enfermera estaba algo arrugado, y el cansancio asomaba en sus ojos, pero al ver a su marido, una sonrisa suave apareció en su rostro. Se dieron un beso rápido, uno de esos besos que hablan de rutina más que de pasión.

—»Cariño» dijo ella, mientras él se ajustaba el uniforme de portero del mismo hospital, «no te olvides de invitar a tus compañeros para que vengan mañana.»  Noté un leve titubeo en mi yerno, quien me miró con esa chispa pícara antes de responder. —»Así es, a ver qué pasa cariño,» respondió intentando restarle importancia al asunto. Fue entonces cuando recordé que al día siguiente era mi cumpleaños. ¿Se referiría a eso?, ¿Sería que planeaban algo especial?  Él salió de la casa rápidamente, mientras mi hija avanzaba hacia adentro, dejándose caer en el sofá con un suspiro pesado.

Veo tristeza en los ojos de mi Hija

Al ver a mi hija descansar con los ojos cerrados en el sofá, un torbellino de pensamientos comenzó a girar en mi mente. Había algo en su expresión, en esa tensión en los labios apretados y en la manera en que se aferraba al cojín, que me hacía sospechar que algo estaba mal. La pregunta que ardía en mi pecho amenazaba con brotar, pero la contuve.

No quería anticipar nada sin escucharla primero. Me acerqué forzando una sonrisa tranquila, y deslicé mis dedos por su cabello despeinado. Sentí la suavidad de los mechones enredados entre mis dedos y pensé en lo pequeña que se veía en ese momento, como si el peso de los años hubiese desaparecido.

Sentí sus dedos alrededor de mi muñeca y su agarre era firme, casi desesperado. Sus ojos se abrieron y me miraron con una mezcla de miedo y determinación. 

Mi Hija me confiesa lo inesperado.

Mamá tengo algo que quisiera contarte, dijo con la voz entrecortada, pero si te lo cuento… prométeme que no me juzgarás. Mis cejas se alzaron y sentí un nudo en el estómago. Quería asegurarle que pasara lo que pasara, la escucharía sin prejuicios, pero el tono de su voz, tan grave y quebradizo, me hizo dudar. Tragué saliva antes de responder, intentando ganar tiempo.

En su mirada había una súplica que no supe descifrar.  ¿Crees tú que yo pueda con eso?, le pregunté con voz suave, intentando ocultar el temblor que sentía en el fondo de mi garganta.  Ella apartó la mirada mientras sus dedos jugueteaban nerviosamente con el borde del cojín.

No lo sé mamá… murmuró como si temiera que cualquier palabra pudiera desmoronarla. Porque yo no puedo… y por eso necesito hablar con alguien; y pensé que quién mejor que tú…  Algo frío se deslizó por mi espalda, como un mal presagio. Me incliné hacia ella, me estás asustando hija, dije con una calma que no sentía, intentando mantener la compostura. Mis pensamientos iban y venían, imaginando escenarios oscuros y dolorosos

Mi Hija me declara que ya no ama a mi Yerno.

¿Estaría enferma?, ¿Habría ocurrido algo grave en el trabajo? Pero cuando finalmente volvió a mirarme, sus ojos reflejaban una especie de culpa, no miedo.  Visto desde el sentido trágico… dijo ella con un intento fallido de sonrisa, no es tanto. Pero… sí es complicado mamá.  Me incliné hacia adelante, sentándome junto a ella en el sofá, y sentí mi corazón latir con fuerza contra mis costillas. Intenté que mi voz sonara neutral, afectuosa.

Dime lo que pasa cariño, estoy aquí para escucharte, sea lo que sea.  Ella respiró hondo, cerró los ojos por un segundo y luego soltó una frase que cayó como una piedra al fondo de un lago: Mamá… creo que ya no quiero a mi marido.  Su confesión me golpeó como un mazazo. Mi respiración se detuvo, y durante un instante sentí que el aire me abandonaba por completo. Mi Yerno, siempre tan atento, tan amable, siempre tratando de hacer las cosas bien.

Nunca había notado un solo indicio de frialdad entre ellos. Mi primera reacción fue negarlo, pero vi la tristeza en su mirada, la desesperación oculta tras esa confesión. Ella no estaba mintiendo, ¿Qué quieres decir con eso?, pregunté intentando mantener la calma, mientras mi mente luchaba por procesar sus palabras.

Mi Hija tiene un amante en el trabajo.

Ella se retorció las manos, clavando la mirada en el suelo, y continuó. No siento lo mismo por él, es como si… solo fuera un compañero de cuarto, un amigo. Cuando estoy con él, no hay nada mamá. Ya no quiero que me toque, ya no siento nada cuando lo hace…   Cada palabra era un golpe, una grieta más en la imagen de la vida perfecta que había imaginado para ella.

Sentí un frío creciente en el pecho y noté que mi garganta se secaba. Había creído que su matrimonio era sólido, que mi hija había encontrado un buen hombre, un compañero leal y devoto. Y ahora, todo eso se desmoronaba.  Hija…dije con la voz temblorosa, intentando encontrar una explicación lógica. Solo hay dos cosas que pueden causar eso.

Uno es que el trato de tu marido sea inadecuado, que él haya hecho algo que te hiriera…  No es eso, interrumpió ella rápidamente, negando con la cabeza, casi con desesperación.  Entonces… dije mi voz apenas un susurro, ¿hay otra persona?

El silencio que siguió fue absoluto, pesado y cargado de significados. Mi hija bajó la cabeza y asintió, sin atreverse a mirarme. El dolor que sentí fue como una puñalada, un dolor físico que me hizo encogerme.  Sí mamá…estoy saliendo con un compañero de trabajo. Mi mente se nubló, y sentí que el suelo desaparecía bajo mis pies.

Ay de mi yerno me dije a mi misma.

Apreté las manos sobre mi regazo, luchando por no dejar que la emoción se apoderara de mí. No quería juzgarla, no quería, pero la decepción y la tristeza se arremolinaban en mi interior. Había tantos pensamientos, tantos sentimientos encontrados que apenas sabía cuál era el correcto.

Ella me miró, esperando alguna reacción, pero todo lo que pude hacer fue levantarme lentamente del sofá, como si mi cuerpo necesitara espacio para asimilar lo que acababa de escuchar. Caminé hasta la ventana y miré hacia el jardín, intentando ordenar mi mente. Las palabras me pesaban en la lengua, se arremolinaban en mi mente, pero ninguna parecía la correcta.

Vaya Regalo de cumpleaños me dije.

Déjame… déjame digerir esto hija, dije finalmente, mi voz apenas un hilo. Porque ahora mismo… no sé ni qué pensar. Luego sin querer dije en voz alta, vaya regalo de cumpleaños en mío.  Mi hija se levantó del sofá y dijo: mamá lo siento.  Creo que no debí contarte nada de esto, no quiero que se opaque tu día y menos en de tu cumpleaños. 

No pasa nada hija, no te preocupes, al final de cuentas es solo un día más.  Mamá ahora que lo sabes, quiero que me des el visto bueno, pues mañana que celebraremos tu cumpleaños, vendrá tu nuevo Yerno y quiero que lo conozcas.  Quise decirle que prefería no tener ningún cumpleaños.  Pues no quería convertirme en su cómplice en sus andadas, pero algo me detuvo y solo asentí con la cabeza. 

Las horas pasaban y había sido un día largo, lleno de pequeños detalles que me mantenían distraída, pero la verdad, mi mente no podía apartarse de ese inquietante secreto que cargaba mi hija. La cena había transcurrido entre conversaciones vagas y miradas evitadas; mi hija había estado especialmente silenciosa, sus ojos parecían huir de los míos como si temiera encontrar un reproche no dicho en ellos.

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