Mi HIJASTRO Vino a MÍ y me PIDIÓ… | Nunca…

Estaba levemente agachada, concentrada en limpiar el sofá, pasando el trapo de un lado a otro con movimientos casi automáticos. El sol de la mañana entraba a raudales por la ventana del salón, iluminando con suavidad la estancia. El aire era cálido, pegajoso, y el sonido del trapo rozando la tela del sofá parecía lo único que me rodeaba. Sin embargo, de pronto, sentí esa extraña y desagradable sensación: alguien me observaba. 

Mi respiración se detuvo por un segundo. La piel se me erizó, y algo en el fondo de mi estómago se revolvió, una mezcla de incomodidad y curiosidad. No necesitaba voltear para saber que era él. No sabía por qué, pero lo supe. Alzó la mirada con la esperanza de que mi intuición me estuviera engañando, pero al hacerlo, mis ojos se encontraron con los suyos.  Ahí estaba él, mi Hijastro, parado en el umbral de la puerta de la cocina, inmóvil. Sus ojos fijos en mí, como si todo lo demás hubiera dejado de existir.

Algo en su mirada era diferente, algo que no lograba identificar pero que de alguna manera, me hizo sentir vulnerables. Mi escote, que no había notado antes, parecía ser lo único que captaba su atención, y de pronto, me sentí expuesta, observada de una manera en que jamás lo había sido.  Los ojos de mi Hijastro estaban tan entretenidos, que ni cuenta se dio que yo lo noté.

El Hijo de mi Esposo no se avergonzó de lo que hacía.

Lo miré directamente a los ojos, esperando que el hijo de mi esposo se avergonzara, que apartara la mirada, como suele hacerlo cualquiera que es descubierto, cuando se sienten culpables de algo. Pero no, No fue así, no con mi Hijastro.  En lugar de eso, su rostro se relajó ligeramente, como si se sintiera cómodo en esa situación, incluso… entretenido.  Vaya que es afortunado mi padre, dijo con su voz grave y calmada.  Un nudo se formó en mi garganta.

Aquella afirmación, aunque inocente en apariencia, se sintió como una especie de desafío, como si el peso de sus palabras quisiera decir algo más, algo que aún no comprendía del todo. Tragué saliva, tratando de mantenerme serena, pero algo en mi interior se tensó. Mi cuerpo reaccionó por instinto, y me enderecé rápidamente, acomodando mi camiseta hacia atrás, cubriendo lo que él había estado mirando.

—Sí… —respondí, con una voz que no sonaba tan firme como me hubiera gustado—. Tu padre sabe cómo conseguir lo que quiere.  Un silencio incómodo llenó el espacio entre nosotros. Yo trataba de hacer como si nada hubiera pasado, como si aquello no hubiera sido más que un simple comentario sin importancia. Sin embargo, algo en la manera en que me miraba mi Hijastro seguía dándome vueltas en la cabeza, como un eco imposible de acallar. 

La Respuesta de mi Hijastro me herizo la piel.

—Ojalá y yo logré conseguir todo el éxito que él tiene —murmuró, esta vez con una mirada distante, como si pensara en voz alta, o quizás buscando aprobación, o tal vez algo más.  No sabía cómo responder a eso. La situación se había vuelto extraña, y de alguna forma, sentí que el aire se había vuelto más espeso. Opté por desviar la conversación, por hacerlo parecer más casual, más tranquilo. 

—Pues… creo que si sigues estudiando como lo haces hasta hoy, llegarás quizás hasta más lejos que tu padre —le dije, esperando que mis palabras fueran lo suficientemente inocentes como para deshacer la tensión que había crecido entre nosotros. El hijo de mi Marido me miró, sorprendido, como si no esperara escuchar eso de mi parte. Pero en sus ojos vi algo más. Algo que no logré descifrar de inmediato. ¿Era admiración?, ¿O algo más profundo, algo que no podía poner en palabras?  —¿Tú crees? —me preguntó, con su voz más baja ahora, como si estuviera buscando una señal, una certeza en mis palabras. Pues te cuento que hay cosas que mi padre tiene, y que yo quisiera tener. 

Una en especial, dijo mientras me escaneaba de pies a cabeza.  No pude evitar notar cómo se mojó los labios con la lengua, un gesto tan sutil pero cargado de algo más. Fue como un pequeño destello de algo… diferente. Algo que no debería estar allí. 

Respondía temblorosa al Hijo de mi ESposo.

—Creo que sí —respondí, sintiendo que mi respiración se aceleraba un poco más de lo normal, como si hubiera algo en el aire que me presionaba, que me envolvía. Y con la mente aún algo turbia, le pedí que me alcanzara el sacabasura que estaba al pie de él.  —¿Y qué pasó con la chica de la limpieza? —me preguntó con una sonrisa pícara.

—Me dijo ayer que no vendría, que su madre estaba un poco enferma. Pero ya ves, no es cosa del otro mundo —respondí, intentando mantener el tono ligero, como si todo fuera normal, como si no me estuviera afectando el hecho de que él estuviera ahí, tan cerca, observándome.  Me sentí más tranquila al pensar en la excusa que le había dado, al menos eso me ayudaría a darme un respiro, a poner las distancias que de alguna forma aún no comprendía.

Aunque, dentro de mí, algo seguía despertando, algo que no me gustaba, pero que por otro lado me atraía.  —Así que si tú quieres ver limpia tu habitación, también te tocará limpiar —dije, buscando una salida, un cambio de tema.  Él sonrió, esa sonrisa traviesa que siempre me había parecido sutil, pero que en ese momento tenía una cierta malicia que no lograba entender del todo.

Mi Hijastro se ofreció ayudarme con esto.

—Bueno, pues déjame aprender un poco contigo. No te molesta si te veo hacerlo, ¿verdad? —dijo con tono juguetón, casi burlón, mientras avanzaba un paso más hacia mí.  ¿En qué momento comenzó a sentirse todo tan extraño? ¿Tan cargado de algo que no podía describir con palabras? —No, claro que no —respondí, con una calma que solo pretendía cubrir la incomodidad que empezaba a formarse como una bola de nieve dentro de mí—.

Más bien creo que mientras vas viendo, mejor si vas practicando.  Le señalé la gaveta del aparador en la cocina, la que contenía las bolsas negras para la basura.  —En la gaveta del aparador, están unas bolsas negras. Trae una por favor.  —Con mucho gusto, capitán —dijo, y me sorprendió la forma en que se inclinó con un gesto exagerado, como si estuviera jugando un papel. 

Vi cómo se alejaba hacia la cocina, aún con esa sonrisa en los labios. Y mientras lo veía moverse, algo dentro de mí me decía que aquello no era solo un juego. No era solo una conversación inocente sobre limpieza.

La razón por la que el hijos de mi esposo llegó a casa.

Aquel chico… me estaba mirando de una manera que no me gustaba. Y lo peor de todo, yo no sabía si me desagradaba o si algo en mí comenzaba a responder a esa mirada.  Mi hijastro tenía apenas dos semanas de convivir con mi esposo y conmigo. Dos semanas, Solo dos semanas, pero bastaron para que mi mundo se trastocara de una manera que ni siquiera yo podía comprender del todo.

Todo comenzó cuando él, un joven de veintitrés años, se acercó a su padre, mi marido, con una historia que parecía un tanto predecible. Dijo que había metido la pata con una chica de la universidad, una de esas historias que uno podría imaginar sin mucho esfuerzo: un error, una irresponsabilidad, una joven inesperada en su vida que le había traído consecuencias que él no quería asumir. La chica estaba embarazada, y él no quería saber nada de eso. Aseguró que no era suyo, y su padre, mi esposo, le creyó.

Aunque, sinceramente, algo en su relato me sonaba extraño. No tanto la parte del error juvenil, que eso podría entenderlo perfectamente, sino la manera en que su tono se tornaba arrogante y desafiante al negar su responsabilidad. Había algo en su actitud, algo que se me quedaba dando vueltas en la cabeza.

yo sospechaba de las intenciones de mi Hijastro.

No podía ser que un joven tan inteligente, tan capaz, hubiera sido tan tonto como para escapar de las consecuencias de algo tan importante. Lo observaba y me convencía más de que no era solo la chica la que quería evitar, sino la responsabilidad misma, el peso de lo que estaba haciendo.

Me preocupaba, Y no era solo porque su conducta me inquietara, sino porque a medida que lo observaba, una sensación extraña comenzaba a crecer dentro de mí, algo que no había buscado pero que en su presencia, empezaba a tomar forma.  Era el brillo de sus ojos y La forma en que me miraba.  Mi marido, con sus años de experiencia y madurez, nunca parecía percatarse de los pequeños detalles.

En su mundo, él era el centro de todo, y aunque me amaba, su presencia era a veces una sombra distante. Veinte años nos separaban, y a pesar de lo mucho que lo amaba, a veces no podía evitar sentir que me faltaba algo… algo que ni su amor, ni su estabilidad podían llenar por completo. No me malinterpreten: él era el hombre de mi vida, el que me había dado seguridad, la base sólida sobre la cual podía construir todo lo demás.

Mi Esposo cambió comigo cuando su hijo llego.

Pero, a veces, se volvía tan predecible, tan… inalcanzable en su madurez. Y entonces él apareció, Mi hijastro, con su cara de incomprendido y su cuerpo de hombre joven, con ese aire inquietante que no podía ignorar. Siempre tan atento, tan disponible, tan sumiso en cierto modo. Hacía todo lo que le pedía sin dudar, siempre dispuesto a ayudar, a estar a mi lado, como si fuera un sombra, casi invisible, siempre cerca, nunca fuera de lugar. Cualquier tarea que le solicitara, por mínima que fuera, él lo hacía con una rapidez y precisión que me desconcertaba.

Era extraño, porque con el paso de los días, comenzó a parecer más como una necesidad que una cortesía. No era solo que quisiera que me ayudara; era la forma en que lo hacía, la forma en que parecía leer mis deseos sin que yo dijera nada. ¿Cómo era posible que tan rápido llegara a conocerme de esa manera? Y no es que yo le pidiera algo demasiado personal o revelador.

No, Pero a veces, se quedaba demasiado tiempo en la cocina, o en la sala, mirando con una intensidad que ya no podía disimular. Sus ojos buscaban los míos, y aunque siempre hacía como si no pasara nada, yo sentía el peso de su mirada. Como si me viera de una forma diferente a la que yo deseaba.

Quizá sea esto lo que me hacía pensar en mi Hijastro.

Mi marido estaba cambiando también, claro. El hecho de que su hijo viviera con nosotros lo había dejado más distante. Ya no me acariciaba con la misma frecuencia, ni me susurraba palabras de cariño por la noche. Había comenzado a limitarse. Y yo, yo que nunca le había pedido más de lo que podía darme, empecé a sentir una insatisfacción creciente.

¿Era la presencia de su hijo lo que estaba haciendo que él se apartara de mí? ¿Era esa frialdad lo que me empujaba a buscar calor en otros lugares? En esos momentos en que mi marido estaba ausente, ya sea por trabajo o por su cansancio habitual, él, mi Hijastro estaba allí, tan cerca, tan atento. Su cercanía era algo que ni él ni yo podíamos controlar, y la tensión en el aire, la incertidumbre, me dejaba atrapada en algo que no podía nombrar.

Nunca había sido una mujer que pensara en el poder de las tentaciones, ni en los dilemas de un amor prohibido. No, para nada, pero cuando él comenzó a tocar mi vida con esa suavidad disimulada, con esa forma tan natural de estar en todas partes sin estar presente, empecé a cuestionarme cosas que nunca me habría imaginado. 

Relatos de Infidelidades

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