Mi Padre HIZO con mi amiga lo que nunca imaginó.

El padre de mi amiga, un hombre siempre tan educado y caballeroso, se levantó del sillón de cuero en el que había estado leyendo el periódico y se acercó a mí, con una sonrisa afable, pero esta vez su mirada tenía algo más… algo que me hizo sentir un pequeño nudo en el estómago.  Agradeciendo a la joven del servicio le pidió que se retirara.  

El salón estaba tenuemente iluminado por la luz suave que entraba por las ventanas. Las cortinas de lino ondulaban ligeramente con el aire que se colaba desde el jardín, donde las hojas secas crujían bajo el viento otoñal.  ¿Me permites tu chaqueta?, me dijo el padre de mi amiga con voz suave mientras extendía la mano.  Su tono era casi inofensivo, pero cuando lo miré a los ojos, sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Había una tensión extraña en el aire, y no era solo el frío del exterior.

El padre de mi amiga me mira pícaramente.

Desabotoné la chaqueta con manos algo torpes, tratando de ocultar mi nerviosismo, y se la entregué. Al quitármela, la blusa ajustada que llevaba dejó a la vista el escote profundo, y noté cómo los ojos del padre de mi amiga se desviaban hacía lo que el escoté no era capaz de ocultar, deteniéndose allí más tiempo del que era apropiado.

Fue solo un instante, pero suficiente para que ambos supiéramos que lo había visto. Tragué saliva, mientras una risita nerviosa escapaba de mis labios, más como un mecanismo de defensa que por diversión.  Gracias, le dije mi voz quebrándose levemente.

Él sin embargo, el padre de mi amiga no parecía ni incómodo ni avergonzado. De hecho, su expresión permanecía inmutable, casi complacida, como si disfrutara de esa pequeña revelación que ambos compartíamos en silencio. Con un gesto lento, levantó la chaqueta hasta su nariz y aspiró profundamente, cerrando los ojos un segundo. 

El padre de mi amiga huele mi chaqueta.

Vaya que huele muy bien tu perfume, murmuró con su voz grave y con un tono sugerente que me puso la piel de gallina. Me observó detenidamente mientras añadía: ¿Cómo se llama?  Abrí la boca para responder, pero en ese instante el sonido de pasos resonó en el pasillo, ligeros pero firmes. La figura de su esposa apareció en la puerta, interrumpiendo la atmósfera tensa. Su cabello estaba recogido en un moño algo desordenado, y me miró con una mezcla de curiosidad y algo que no logré descifrar.

¿Y tú qué haces con la chaqueta de la joven?, preguntó cruzando los brazos mientras su mirada oscilaba entre su esposo y yo, en una evaluación silenciosa.  El padre de mi amiga sonrió, una sonrisa que me pareció extrañamente falsa en ese momento, y bajó la chaqueta despacio, con una calma que solo me inquietaba más.  Nada, solo la iba a acomodar en el colgadero, respondió él, con su tono algo despreocupado. 

La Esposa del padre de mi amiga sospecha.

¿Desde cuándo tú eres tan servicial?, inquirió ella con una ceja arqueada, una pequeña chispa de incredulidad en su voz. Había una tensión subyacente entre ellos que parecía tan antigua como el mobiliario de la casa.  Él soltó un suspiro exagerado, moviendo la cabeza en señal de negación.  Al final, si no hago nada estoy mal, y si hago algo, también, replicó el padre de mi amiga con sus palabras cargadas de una resignación irritada. Era evidente que esta clase de intercambios ocurría con frecuencia entre ellos.

Ella lo observó un segundo más, quizás evaluando la situación, pero al final optó por dejarlo pasar. Giró hacia mí con una sonrisa forzada y me dijo: ya en un momento está mi hija contigo.  Mejor ve y Arranca el auto que nos vamos, le dijo a su esposo, señalando la puerta con la barbilla

Sus ojos me hicieron una rápida inspección, y en ellos detecté un destello de algo, como si sospechara algo, algo que ni siquiera pasaba por mi mente en ese momento.   El sonido de las llaves en las manos del padre de mi amiga rompió el silencio incómodo. Él me dirigió una última mirada, breve pero cargada de intenciones que no necesitaban palabras, antes de desaparecer por la puerta junto a su esposa.

Yo pensaba en el padre de mi Amiga.

Mientras esperaba en la sala, mis ojos recorrían el espacio familiar, pero mi mente estaba lejos, atrapada en pensamientos que no debería tener. El sonido tenue del reloj de pared marcaba cada segundo con un suave tictac, pero yo apenas lo notaba. Lo único que rondaba en mi cabeza era la imagen del padre de mi amiga. 

Era difícil ignorarlo; un hombre que pese a su edad, oscilando entre los cuarenta, tenía una apariencia que fácilmente lo hacía parecer más joven. Sus ojos de un tono oscuro y misterioso, me habían mirado más de una vez con una intensidad que me hacía tambalear, como si quisiera leer mis pensamientos más profundos. Recordé el roce de sus manos firmes cuando tomó mi chaqueta. 

Y luego estaban sus labios… carnosos y perfectos para mí, esos labios que me habían distraído mientras hablaba, haciéndome imaginar cosas que me hacían sentir culpable al instante.  Pero era imposible evitarlo, la manera en que sus ojos penetrantes se clavaban en mí, la manera en que su cuerpo parecía esculpido por el tiempo y el esfuerzo, seguramente pasaba horas en el gimnasio, cuidando de cada detalle. Su ropa le quedaba ajustada, dejando entrever una figura atlética que hacía difícil no admirarlo.

Mis pensamientos viajaban sin control, y una oleada de culpabilidad se mezclaba con el innegable deseo que empezaba a formarse en mí. Era el padre de mi amiga, ¡por Dios! Pero a veces, la razón no puede contra lo que el corazón y el cuerpo desean en silencio. 

Mi amiga interrumpe mis pensamientos

Justo cuando mi mente estaba a punto de seguir por caminos aún más peligrosos, el sonido de pasos en la escalera rompió el hechizo.  ¡Hola!, Qué bueno que ya hayas llegado, dijo mi amiga con una sonrisa, mientras bajaba las gradas desde el segundo nivel.  Me giré hacia ella, esforzándome por sonreír con naturalidad, pero la sensación del calor subiendo por mi cuello hasta mis mejillas era innegable.

Traté de concentrarme en su rostro, en su pelo suelto cayendo en ondas sobre sus hombros, mientras ella se acercaba con esa energía alegre que siempre la caracterizaba. ¿Llevas mucho rato esperando?, preguntó sacándome de mi ensueño con una risa ligera.  No, no mucho, respondí con mi voz algo más aguda de lo que pretendía. Me aclaré la garganta, intentando ocultar mi nerviosismo.

El sonido del auto encendiéndose afuera, probablemente el coche de sus padres, llegó amortiguado a mis oídos, y por un instante, me pregunté si él me había estado pensando de la misma manera.

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