Desde mi habitación, apenas podía escuchar los murmullos que se deslizaban bajo la puerta, pero cuando mi padrastro elevó la voz, fue imposible ignorar lo que estaba ocurriendo. Las paredes parecían más delgadas esa noche, y cada palabra golpeaba mis oídos con la fuerza de un martillazo.
“¿Pero ¿qué te pasa mujer?, ¿Por qué actúas así?”, qué es eso de que no quieres, sabes bien que yo tengo mi necesidad. Hace ya un buen tiempo que tú y yo nada de nada, y ya no sé ni que pensar. Su tono era una mezcla de enojo y desesperación, una demanda de respuestas que no estaba seguro de querer escuchar. Mi corazón comenzó a latir más rápido, una respuesta automática al conflicto en el aire, mientras me movía lentamente hacia la puerta, tratando de escuchar sin ser notada.
“¿Es que ya te aburriste de mí o qué?, ¿O más bien ya te conseguiste a otro?” No será que otro te está dando tu buena ración. Porque ya con todo este tiempo no creo yo que no te den ganas, o es que estás enferma. Por qué si estás enferma, podemos solucionarlo; pero si tu enfermedad es del mal de amor, o porque ya te fijaste en otro, allí sí que no hay nada más que hacer. La amargura en su voz era casi tangible, y en ese momento supe que la noche iba a ser larga. No pude evitar acercarme un poco más a la puerta, mientras mis dedos acariciaban el borde frío de la madera, entonces sus palabras se colaban como veneno por la rendija
“Porque la forma en que tú te comportas parece que fuera así,” o qué otra cosa puedo yo pensar, insistió mi padrastro, con una nota de desesperación que intentaba disimular. Había algo en su tono que me hizo apretar los dientes, un sentimiento de que las cosas estaban a punto de salirse de control.
Mi madre respondió, con su voz más baja, casi resignada, como si ya hubiera pasado demasiado tiempo librando esta batalla silenciosa. “Ya te dije que no tengo ganas, y además ya no quiero eso contigo.” Y si lo que quieres es que me consiga otro, pues con gusto lo voy hacer. Las palabras cayeron como un martillo, contundentes y finales. “Y mejor si te vas a quedar en la sala, porque quiero dormir tranquila y tus ronquidos por la noche no me dejan.”
El silencio que siguió fue ensordecedor. Podía imaginarme a mi padrastro, con sus manos apretando el borde de la cobija, y sus nudillos poniéndose blancos mientras intentaba contenerse. Sabía que no iba a ceder fácilmente. Pero cariño dijo con la voz más tranquila, no quiero que te vayas a ningún lado, y mucho menos en brazos de otro; pero entiéndeme cariño. Tú sabes cuánto amor te tengo y te he demostrado con hechos que te quiero para bien. Ya son casi diez años juntos, solo mira a tu hija, ella ya es una mujer hecha y derecha con sus veintiún años. Pero mi madre dijo: ósea que me estás echando en cara lo que me has dado, y lo que has hecho por nosotras. Mi padrastro respondió y dijo: no pues, contigo no se puede; creo que es mejor que me quede en la sala,” dijo finalmente, con su voz teñida de una ira contenida que me hizo estremecer.
Sin querer escuchar más, retrocedí lo más rápido que pude, deslizándome silenciosamente sobre el suelo. Me escabullí de regreso a mi habitación, cerrando la puerta con un cuidado extremo, como si temiera que el más mínimo ruido pudiera desatar algo peor.
Me senté en la cama, con mis manos temblorosas agarrando las sábanas con fuerza, tratando de sacudirme la sensación de peligro inminente que parecía flotar en el aire. Afuera, la casa estaba sumida en un silencio casi sepulcral, interrumpido solo por los ocasionales crujidos de la madera envejecida. Mis pensamientos corrían en círculos, atrapados entre la necesidad de hacer algo y la impotencia total que sentía. El reloj en la mesita de noche marcaba el paso del tiempo con un tictac monótono, cada segundo se estiraba como una eternidad. Pensé en lo bueno que mi padrastro se ha portado durante todo este tiempo; y de la forma en que mi madre correspondía. El chirrido de la puerta abriéndose resonó en la casa, y supe que mi padrastro había salido finalmente de la habitación. Podía imaginarlo tumbado en el sofá, enfurruñado y herido, con su orgullo masculino destrozado.
Sabía que mi padrastro estaba en el sofá, y decidí salir a ver como estaba, yo estaba segura que la soledad lo tenía atrapado, después de lo que mi madre le dijo, y seguramente no podría dormir. cuando la soledad lo atrapaba después de que todos se habían ido a dormir. Tal vez si hablábamos, si compartíamos algunas palabras, podríamos mitigar el vacío que se expandía en la casa. Algo en mi interior me decía que esa conversación podría traer consuelo, no solo a él, sino también a mí. Abrí la puerta de mi habitación con calma, cuidando que no hiciera ruido, no quería despertar sospechas ni alertar a nadie de mi decisión. El pasillo estaba en penumbra, la luz apenas llegaba desde la cocina, y el resplandor parpadeante de la televisión en la sala dejaba sombras largas en las paredes. Caminé de puntillas, haciendo el menor ruido posible, con la excusa ya preparada en mi mente: iría a la cocina a buscar un vaso de agua, nada más.