Sinceramente no había elegido el vestido para que mi suegro me viera, pero el destino decidió que él sería quien más lo disfrutara. Al principio no me percaté de su presencia; estaba demasiado ocupada revisando la mesa, ajustando los últimos detalles antes del almuerzo familiar. Pero su mirada fue un peso palpable sobre mi piel, como si sus ojos fueran capaces de dejar marcas invisibles allí donde se detenían.
El vestido que llevaba era de una sola pieza, de tela suave y ligera, sostenido apenas por unos tirantes delgados que descansaban en mis hombros. El escote caía con una insinuación atrevida, incapaz de esconder del todo lo que la naturaleza había decidido regalarme. Mi espalda quedaba parcialmente al descubierto, el chongo alto que llevaba recogía mi cabello, dejando ver la curva delicada de mi cuello. Los aretes largos colgaban casi rozando mis hombros con cada movimiento, mientras los tacones de aguja estilaban aún más mi figura.
No era por vanidad, lo juro, pero no podía negar que el conjunto tenía un efecto poderoso. Me había vestido para sentirme bien conmigo misma, para enfrentar el día con la confianza que a veces la vida intentaba arrebatarme. Pero ahora, bajo la mirada intensa de mi suegro, esa seguridad se tambaleaba peligrosamente.
Las palabras del padre mi marido me dejaron asombrada.
Vaya nuerita…Hoy sí que el sol ha decidido salir dentro de casa, veo que vienes bastante liviana. El comentario me tomó por sorpresa, pero intenté disimular mi incomodidad. Hace calor, así que elegí algo fresco, respondí con una sonrisa forzada mientras fingía acomodar la servilleta en la mesa. ¿Fresco o provocador?, preguntó con una sonrisa ladeada. Sentí cómo el rubor subía por mi cuello, pero me negué a bajar la mirada. Creo que a veces uno se viste sin pensar en las opiniones de los demás, contesté intentando sonar tranquila.
No es una crítica, todo lo contrario, La naturaleza fue generosa contigo, y sería un pecado no reconocerlo. Sus palabras me dejaron sin aliento. ¿Era una simple observación o algo más? Mi corazón latía con fuerza, y una corriente eléctrica recorrió mi espalda, erizándome la piel. Intenté convencerme de que estaba exagerando, pero su mirada seguía fija en mí, como si buscara algo que no estaba dispuesto a perderse.
Mi respiración se volvió más pesada mientras fingía buscar el suéter detrás de la silla. Sabía que mis movimientos eran torpes, y que por más que quisiera disimular, mi nerviosismo era evidente. Qué tontería esa nuerita, dijo mi suegro con una voz grave, ligeramente burlona. ¿Cómo es que se ponen ropa así y luego quieren esconder lo que traen? El sonido de su voz retumbó en mis oídos, y aunque quise ignorar el comentario, sus palabras se quedaron flotando en el aire, cargadas de una provocación que no pude pasar por alto.
Respondí de esta manera a mi Suegro.
Me enderecé, con el suéter en la mano, pero su mirada ya había recorrido cada centímetro de mí, desde el escote pronunciado hasta la punta de mis pies. La ropa es solo una vitrina que se trae encima, continuó apretando los labios mientras hablaba, Depende de cada uno mostrar lo que quiera. Sentí un nudo en el estómago. El calor subía por mi cuello, pero no era solo por la temperatura del ambiente. Era esa mirada persistente, intensa, que me despojaba sin pudor alguno.
Mi mente luchaba entre el impulso de confrontarlo y la necesidad de mantener la compostura. A mí me parece que el vestido te queda muy bien, añadió con una sonrisa ladeada que me hizo apretar el suéter entre las manos. Y para qué vas a ponerte el sueter si hace tremendo calor aquí. Me quedé paralizada, sin saber cómo responder. Mi primer impulso fue decirle que no tenía derecho a hablarme así, pero había algo en su tono, una mezcla de autoridad y admiración, que me dejó sin palabras.
Hace calor, pero…me siento más cómoda con el suéter puesto, murmuré intentando recuperar el control de la situación. ¿Cómoda o protegida?, replicó inclinándose ligeramente hacia mí. Sus palabras me atravesaron como un dardo. Había algo en su tono que no era simple conversación, sino un desafío. Me sentí vulnerable, pero también intrigada, Esa línea que separaba lo correcto de lo prohibido se había vuelto borrosa, y mi mente no dejaba de cuestionarse por qué me afectaba tanto.
Mis palabras un poco subidas de tono continúe.
No creo que tenga que explicarle mis razones, ¿verdad?, o sí, dije intentando sonar firme, aunque mi voz tembló ligeramente. Él sonrió, como si hubiera ganado una pequeña batalla. No, claro que no nuerita, dijo levantando las manos en señal de rendición. Solo digo que es una pena esconder lo que se ve tan bien. Mi corazón latía con fuerza, y una parte de mí se preguntaba por qué su comentario había despertado una mezcla tan confusa de emociones. Me odié por el ligero temblor que recorrió mi cuerpo cuando sus ojos volvieron a encontrar los míos.
Le voy a servir algo de beber, le dije intentando escapar de la situación. Me giré con el suéter aún en la mano, sintiendo su mirada clavada en mi espalda mientras tomaba la jarra con tamarindo.
Lo que mi Suegra me dijo, me dejó pensativa.
La tarde transcurría entre risas y el aroma a comida recién servida. Cuando mi suegra se sentó a mi lado, su sonrisa era amplia y sincera, irradiando una calidez que aunque agradable, me puso un poco nerviosa. Ella siempre ha sido una gran mujer conmigo, y yo no tengo ninguna queja contra ella. Pero creo que si llegas hasta el final, ella sí que las tiene para conmigo. Mi suegra me miró y dijo: Qué linda te ves con ese vestido hija, mientras tomaba mi mano entre las suyas.
Me da alegría que estés empezando a arreglarte otra vez. Sinceramente te ves toda una princesa. ¿Verdad que sí?, preguntó dirigiéndose a todos en la mesa. El murmullo aprobatorio fue casi instantáneo. Mi cuñado levantó su copa con una sonrisa despreocupada, y su esposa asintió con entusiasmo. Pero la voz que realmente me descolocó fue la de mi suegro. Sí, claro…dijo con un tono lento y meditado.
Se ve más radiante, más viva…más mujer. La frase quedó suspendida en el aire, cargada de un significado que nadie parecía querer descifrar, o tal vez no se atrevían. Sentí un nudo formarse en mi garganta, mientras mi piel se erizaba bajo el peso de su mirada. Él estaba sentado justo enfrente de mí, y aunque su rostro mantenía una expresión serena, había una chispa en sus ojos que me desarmó.
No sabía como reaccionara ante tal situación con mi Suegro.
Intenté sonreír para aliviar la tensión que solo yo parecía percibir. Gracias suegro, dije tratando de sonar natural. Solo quería cambiar un poco la rutina. Él levantó su copa con una pequeña inclinación de cabeza, como si brindara en mi honor. A veces, un pequeño cambio lo transforma todo, respondió con esa voz grave que parecía resonar en el ambiente. Mi suegra, ajena a la corriente eléctrica que yo sentía, soltó una carcajada.
¡Eso es verdad!, Y yo que le decía siempre que debía arreglarse más, pero bueno, parece que finalmente me hizo caso. Los demás retomaron sus conversaciones habituales, pero yo seguía atrapada en la frase de mi suegro, que reverberaba en mi mente como un eco persistente. Bajo la mesa, mis dedos se entrelazaron nerviosamente. Sentía que una línea invisible se había dibujado en ese instante, una línea que no estaba segura de querer cruzar.
Pues sus ojos, ah sus ojos, me hablaban de otra cosa. Y luego agrego: Sabes, creo que ya queda poco para que dejes de llamarme suegro.
La mirada de mi Suegro me derretía.
El aire se me atascó en la garganta, pero intenté sonreír como si sus palabras no tuvieran mayor importancia. ¿Ah sí?, y eso porque, respondí esforzándome por parecer despreocupada. ¿O por qué dice eso? Él se inclinó un poco hacia adelante, dejando la copa sobre la mesa. Y la luz cálida de la lámpara iluminaba su rostro, acentuando las líneas de expresión que tanto respetaba. Pero había algo distinto en su mirada, algo que no había visto antes o que tal vez me había negado a reconocer.
Pues porque si en ti se despertó la intención de rehacer tu vida, otro ocupará mi lugar. Tendrás otro suegro y otra suegra… Su voz se tornó más suave, como si quisiera envolverme en un susurro que solo yo pudiera escuchar. Pero qué bueno, agregó con una sonrisa ladeada, y sus ojos pegados a mí como si fueran chicle. Qué bueno que por ahora todavía estés aquí con nosotros. Mi suegra intervino y dijo: pues si tú encuentras a alguien que te valoré y te respete.
Yo estaría más que feliz de recibirlo también en esta casa. Porque creo que mi hijo también desearía que tú seas feliz. Ya hace mucho que él no está, y sabemos bien que a donde fue no regresara jamás, y agachó la cabeza en señal de tristeza. Por eso me gusta verte bien arregladita y no dejes de contarme si de repente se te aparece un pretendiente, dijo mientras reía. Sin saber que el pretendiente era su propio marido.