Ay mi querido Suegro, dije mientras hojeaba aquel viejo álbum, no podía evitar notar que en casi todas las fotos aparecía mi suegro. Era como si su presencia estuviera marcada en cada página, como si el destino me lo tuviera siempre enfrente. A veces cuando la soledad me apretaba el pecho, me dedicaba a ver las fotos de mi esposo.
Eso me hacía sentir más cerca de él, aunque la verdad es que su ausencia ya se había vuelto demasiado difícil. Por cuestiones de trabajo, me decía, Pero después de casi nueve años de la misma historia, ya me estaba cansando de esas justificaciones. Varias veces le había dicho que ya era suficiente, que no necesitábamos más.
¿Para qué tanto sacrificio si nunca estábamos juntos? Pero él, terco como siempre parecía nunca conformarse. Y yo aquí, a la espera de que volviera a casa, soportando esas largas noches de vacío. Ya ni me acordaba de la última vez que habíamos estado juntos, de esa manera; ustedes saben a lo que me refiero.
A veces la necesidad me carcomía por dentro. Soy humana después de todo, y aunque intentaba hacerme la fuerte, había momentos en que me costaba. Pero siempre me aguantaba, porque había hecho un voto, y quería mantenerme fiel.
La tentación sin embargo, se colaba entre las grietas de mi paciencia, especialmente en esos momentos de soledad absoluta. Y bueno, como para calmar los nervios o quién sabe, quizás engañarme a mí misma con un poco de alivio, a veces me tomaba una copita de vino. No era mucho, solo lo suficiente para relajarme y engañar a mi mente por un rato.
Lo que mi Suegro hace me sorprendió.
Esa noche, después de haber pasado las páginas de aquel álbum por enésima vez, decidí que necesitaba otra copa. No sabía si era el vino o la melancolía, pero mi cabeza estaba comenzando a llenarse de pensamientos que prefería no tener. Me levanté lentamente, dejando el álbum abierto sobre la cama. Sentí el frío del suelo bajo mis pies descalzos mientras caminaba hacia la cocina.
Era tarde, pasada la medianoche, y el silencio que llenaba la casa hacía que cualquier pequeño sonido pareciera un eco interminable. De pronto, unos murmullos apenas perceptibles comenzaron a resonar en el pasillo. Era una voz suave, casi seductora que provenía del cuarto de lavandería. Reconocí a mi Suegro inmediatamente, esa forma de hablar confiada, como si siempre tuviera el control. No pude evitar sentir curiosidad, aunque sabía que lo más prudente habría sido darme la vuelta y regresar a la cama, pero no lo hice.
Mis pies parecían moverse solos, descalzos, evitando que el crujido del suelo traicionara mi presencia. Me acerqué lentamente, y con cada paso los susurros se hacían más claros. La otra voz, que yo no había identificado al principio, pertenecía a la Hermana de mi suegra. Algo no andaba bien, pero en lugar de sentir miedo o desconcierto, lo que me invadió fue una extraña mezcla de intriga y deseo.
Mi Suegro hace esto con su cuñada en la lavandería.
“Espera un momento”, decía ella con su voz temblorosa pero firme. “No vaya a ser que alguien entre, y si eso pasa, sabes bien que todo se acaba aquí. Tú no quieres eso, ¿verdad?”, o sí. A lo que mi suegro respondió, seguro de sí mismo, con ese tono que siempre me había parecido peligroso pero tentador: “No hay nadie, tú tranquila solo déjate llevar y deja que yo haga mi magia, o es qué no quieres hoy. Porque si no nos vamos ya, ella respondió de prisa: no para nada, está bien cariños no te enojes, sé que tú sabes bien lo que haces.
Sus palabras resonaban en mi cabeza como un eco embriagador, como si estuvieran destinadas a mí, aunque yo no era la que estaba allí. No sé si fue por la falta de sueño o por la atmósfera cargada de tensión, pero sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo, desde el cuello hasta la base de la espalda. Sabía que estaba mal, que debía irme de allí, pero algo me mantenía clavada al suelo.
Mi Suegro me asombró con su herramienta.
El cuarto de lavandería estaba apenas iluminado por una bombilla amarillenta que colgaba del techo, proyectando sombras suaves sobre las paredes. Me acerqué lo suficiente como para ver lo que sucedía. Mi suegro estaba de pie, haciendo algo que era obvio, aunque no era lo que realmente me impactó. Lo que me paralizó por completo fue ver la herramienta que tenía, Era… enorme. No había forma de que yo hubiera imaginado algo así antes.
Mis ojos se abrieron como platos y tuve que llevarme la mano a la boca para no soltar un grito de sorpresa. Había visto muchas cosas en mi vida, pero eso… eso era otra cosa. Mi mente, en lugar de horrorizarse por lo que estaba sucediendo entre mi suegro y la hermana de mi suegra, se fue por un camino inesperado. En lugar de juzgar o asustarme, empecé a imaginarme cómo sería tener esa herramienta con todo su tamaño y seguridad, a mi disposición.
Sacudí la cabeza, intentando despejar esos pensamientos, pero la curiosidad y el deseo ya se habían sembrado en mí. Sentí que mi cuerpo respondía de maneras que no comprendía del todo, una mezcla de culpa y anhelo. Sabía que debía irme, que no debía estar ahí, que no debía estar pensando en esas cosas, pero me era imposible moverme.
La tensión del momento me tenía atrapada. Con el mayor cuidado y sin hacer ruido, me retiré de la puerta. Mis manos aún temblaban, y mi corazón latía con fuerza, pero no solo por lo que había visto, sino por lo que había sentido. Algo dentro de mí había despertado, algo que nunca había imaginado que podría sentir. Y aunque sabía que todo aquello estaba mal, no podía evitar que la imagen de esa herramienta, y de lo que era capaz de hacer.
Lo que pasó con mi Suegro por la mañana.
Por la mañana, mientras recorría el pasillo, me topé con mi suegro, una toalla descansaba sobre su hombro, listo para su ducha matutina. «Buenos días», me saludó con su tono amable de siempre. «Buenos días suegro», respondí con una sonrisa, aunque por dentro mi corazón empezaba a palpitar más rápido.
La idea de seguirlo discretamente cruzó mi mente, pero justo en ese instante sonó mi teléfono. Era mi marido, hablando sobre más herramientas para su negocio de carpintería. Apenas le presté atención, ansiosa por colgar y continuar con mi plan. Fue entonces cuando vi a la hermana de mi suegra aparecer por el pasillo, con una sonrisa radiante en su rostro.
«Buenos días», me saludó con entusiasmo, «necesito tu ayuda con algo». Asentí y la seguí obedientemente. «Aquí está todo listo, solo ponle azúcar al café y llévaselo a tu suegra», me dijo señalando hacia la cocina. Preparé el desayuno con gusto y me dirigí hacia la habitación de mi suegra, sabiendo que ella se recuperaba de una cirugía.
Vi a mi Suegro como Adan en su habitación.
Al pasar de nuevo por el pasillo, mis ojos se desviaron hacia la puerta del baño donde suponía que mi suegro estaría refrescándose. Inhalé profundamente y sin pensarlo dos veces, empujé la puerta de la habitación de mi suegra. Lo que vi dentro me dejó completamente sorprendida: mi suegro estaba allí, como si estuviera en su propio paraíso personal, sin una pizca de nada. Mis manos se soltaron del azafate y me volví avergonzada hacia la pared.
Mi suegra regañó a mi suegro por no haber cerrado bien la puerta y luego me consoló diciendo que no me preocupara. «Este hombre nunca tiene cuidado», se quejó ella, «te dije que pusieras un seguro en la puerta». Mi suegro se defendió débilmente, «pero ella podría haber tocado antes de entrar». Me fui de allí, sin saber qué pensar, mientras la hermana de mi suegra se acercaba curiosa. Le conté lo que había visto y ella soltó una carcajada. «Entonces viste todo», dijo entre risas, mientras yo me ruborizaba hasta las orejas y movía la cabeza negativamente, incapaz de decir una palabra más.
La cuñada de mi Suegra sale al mercado.
Me fui para mi habitación intentando mantener la compostura, pero el peso de lo sucedido aún colgaba sobre mis hombros. Cerré la puerta detrás de mí, aunque sabía que no sería suficiente para detener el torbellino de pensamientos que me invadía. El sonido distante de los pasos en el pasillo me devolvió a la realidad justo antes de escuchar la voz de la hermana de mi suegra: Oye voy a salir por las cosas del almuerzo, te quedas encargada de tu suegra. —Está bien, no hay cuidado —le respondí con mi voz sonando extrañamente tranquila para lo agitada que me sentía por dentro.
Me quedé de pie por unos instantes en medio de la habitación, dudando sobre qué debía hacer. Mi mente volvía una y otra vez a lo que había ocurrido, a lo que había visto. ¿Cómo podría mirar de nuevo a mi suegro después de aquello? Sabía que tarde o temprano tendríamos que hablar, pero el solo hecho de pensar en enfrentar esa conversación me producía una mezcla de ansiedad y curiosidad.
Mi Suegro entra a mi habitación.
Justo cuando estaba a punto de dejarme caer sobre la cama, la puerta de mi habitación se abrió lentamente. Mi cuerpo se tensó al instante, Era mi suegro; Entró con una elegancia que me desarmó, sus pasos firmes pero tranquilos, como si estuviera completamente seguro de lo que estaba haciendo.
—¿Podemos hablar un momento? —me dijo, con ese tono suave, pero había una firmeza que no se podía ignorar. —Claro suegro, pase y acomódese —respondí con un nudo en la garganta. Intenté sonar casual, pero mis manos temblaban, y no podía evitar sentirme atrapada entre el deseo de deshacer lo ocurrido y la intensa curiosidad por lo que vendría a continuación. El silencio entre nosotros se alargó unos segundos, aunque para mí parecieron eternos.
Él me observaba con una calma inquietante, y aunque intenté mantener la mirada en algún punto neutro de la habitación, inevitablemente mis ojos se cruzaron con los suyos. La incomodidad se mezclaba con otra sensación que no quería admitir. Y entonces él habló, —Siento mucho lo que pasó hace rato, pero creo que esto no es algo nuevo para ti. Tú sabes bien de estas cosas, por lo que no hay mucho que aclarar ni que explicar —dijo, con una naturalidad que me desconcertó.