Mi Suegro no tenía ni idea de lo que pasaría después de esto. Lo único que me cubría era la toalla que aún envolvía mi cabeza, mientras me deslizaba confiadamente por la habitación. Mi cuerpo todavía húmedo por la ducha, sentía el roce suave del aire fresco que se colaba por la ventana entreabierta. Estaba buscando el vestido que sabía despertaría en mi esposo esos deseos que ustedes ya imaginan.
Lo había dejado cuidadosamente doblado sobre la cama la noche anterior, sabiendo el impacto que tendría sobre él, y sobre mí también. Aquel pequeño ritual lo hacía con la intención de que el fuego se encendiera entre nosotros con fuerza. Justo cuando estaba a punto de deslizar el vestido por mis hombros, algo hizo que me detuviera en seco.
Mi Suegro me observa por la ventana.
Sentí una mirada clavada en mí, y al alzar la vista en el reflejo del espejo, mis ojos se cruzaron con los de mi Suegro. Él estaba allí, acurrucado entre las sombras, observándome a través de la ventana. El pánico me invadió, y mi reacción fue automática: di un brinco, llevé las manos a mi pecho y traté de cubrirme lo más que pude. El momento fue eterno, pero al girar la cabeza para comprobar de nuevo, ya no había nadie. Solo la brisa ligera que movía las cortinas como si nada hubiera pasado.
Me quedé paralizada unos instantes, con el corazón palpitando en mis oídos. No sabía qué pensar, ¿Había sido real?, ¿O quizás mi mente jugaba conmigo? El silencio de la habitación, interrumpido solo por el golpeteo de la ventana, me hacía dudar de mis propios sentidos. Y sin embargo, algo extraño comenzó a aflorar en mí, una sensación que no lograba comprender del todo. La idea de haber sido observada de esa manera despertó algo en mi interior, una mezcla de inquietud y curiosidad que me dejó sin aliento.
Mis pensamientos me llevaron hasta mi Suegro
Sacudí la cabeza, tratando de deshacerme de ese pensamiento. Y Entonces un escalofrío recorrió mi espalda, no solo por el aire frío que entraba, sino por la intensidad del momento. Me froté los brazos, como si el acto físico pudiera borrar lo que acababa de ocurrir. «No es nada trágico», me dije en voz baja, casi como una plegaria. «Es solo un hombre, un hombre como cualquier otro». Pero sabía que no era tan simple, mi suegro no era un hombre cualquiera; no para mí.
Decidí actuar como si nada hubiera pasado. Amarré mi cabello en un chongo desordenado y busqué unos zapatos cómodos antes de salir a la sala, intentando retomar mi ritmo normal. Al llegar, encontré la estancia vacía.
Mi Suegro desapareció y solo quedó mi Cuñada
Fui a la cocina, donde encontré a mi cuñada inclinada sobre la mesa, pelando unas frutas. Buenos días, le dije tratando de sonar despreocupada. Buenos días, pasa adelante y siéntate, me respondió con una sonrisa cálida mientras seguía con lo suyo. ¿Y los demás?, pregunté sintiendo la necesidad de llenar el espacio con algo de conversación. Tu marido está en el establo saludando a su caballo preferido, dijo con una ligera risa. Desde que se fue, no ha querido que nadie más lo monte. Hoy por fin lo vuelve a ver, mi padre no tardará en regresar de correr; siempre vuelve a esta hora.
La frase golpeó en mi mente como un eco. «Entonces no estaba aquí», me repetí internamente. Mi suegro no debería haber estado en la casa. Pero esos ojos que me miraron, esa sombra que desapareció, habían sido reales. Que linda te ves con ese vestido, añadió mi cuñada rompiendo mi cadena de pensamientos. Me encantaría tener tu figura, pero ya ves, no tengo freno con la comida. No seas así, le dije intentando mantener el tono ligero, tú te ves bien tal como eres. Además no es mucha la diferencia entré tú yo.
La duda me Embargo, sería mi Suegro.
No me ilusiones respondió ella entre risas, aquí en la casa hay espejos, y créeme que no mienten. La carcajada de mi cuñada resonó por la cocina, pero en mi cabeza, el silencio era ensordecedor. Antes de que pudiera responder, la puerta se abrió y mi marido apareció acompañado de uno de los muchachos del rancho. El joven llevaba dos canastillos llenos de huevos que dejó sobre la mesa. Mi esposo me sonrió, pero mi mente seguía atada al suceso de hacía unos minutos. ¿Había sido todo producto de mi imaginación?, ¿O realmente había estado mi suegro observándome?
Me sentía inquieta, atrapada entre lo que acababa de vivir y la cotidianidad que intentaba imponerse. Mientras mi cuñada y mi esposo charlaban sobre la faena del día, mis pensamientos no podían escapar de la mirada que me había atravesado minutos antes. Una parte de mí quería enfrentarlo, preguntar, hacer algo. Pero otra más profunda, se aferraba a la sensación que aquella extraña interacción había dejado en mi piel. El vestido, que había elegido para atraer la atención de mi esposo, ahora se sentía como una segunda piel que ocultaba secretos que aún no comprendía del todo.
Mi Suegro se presenta en la cocina.
Mi suegro entró en la cocina con el pelo todavía húmedo y gotas de sudor que le recorrían la frente. Su respiración entrecortada lo delataba; parecía haber corrido más de lo habitual. Apenas pudo pronunciar un “buenos días”, que salió ahogado entre el sofoco. Todos en la mesa respondimos al unísono, pero yo sentí algo extraño en su actitud, como si se esforzara por evitar mirarme directamente. Algo no encajaba en su comportamiento, un nerviosismo palpable que me inquietaba. Mi esposo despreocupado como siempre, ni siquiera levantó la vista de su taza de café. “¿Hasta dónde fuiste a correr hoy papá?” preguntó sin sospecha alguna, mientras mordía su pan tostado.
Mi suegro con una voz más controlada, respondió: “El mismo recorrido de siempre. Salgo a las seis y media y regreso a esta hora.” Sus palabras resonaron en la cocina, pero había algo que no cuadraba.
Eran las ocho de la mañana, y si algo sabía yo, era que hace tan solo veinte minutos lo había visto por la ventana. Y no corriendo, sino espiando; Me estremecí al recordar el instante. Aunque el sudor en su frente y su respiración agitada parecían confirmar su relato, pero esa duda persistía, clavada en mi pecho como una espina.
El Joven que descubre el secreto de mi Suegro.
El joven que estaba con nosotros, un muchacho que mi suegro había contratado para ayudar en la casa, soltó una pequeña carcajada. “Hoy solo se mojó el pelo el patrón, lo vi en el jardín,” dijo con una sonrisa traviesa. Todos en la mesa rieron con la broma, excepto yo. Mi mirada se cruzó con la de mi Suegro por un breve segundo. Él intentó disimularlo con una sonrisa forzada, pero sus ojos evitaron los míos con demasiada precisión.
“Bueno” me dije a mí misma, “seguramente quiere hacerme creer que no fue él quien estaba allí, pero esos eran sus ojos.” Había un pequeño espacio en mi mente que aún dudaba, pero no lo suficiente como para borrar lo que había visto. Mi esposo se sentó a mi lado, sin darle importancia a la conversación. El aroma del café y la tostada llenaban el ambiente de una tranquilidad engañosa.
Mi Suegro se entretiene con mi Escote.
Tomé un pedazo de pan y mientras levantaba la vista para alcanzar la mantequilla, noté algo que me dejó helada: mi suegro estaba entretenido mirando hacia mi escote, con una intensidad que me hizo sentir un calor incómodo subiendo por el cuello.
El instinto me hizo reaccionar de inmediato. Me acomodé el escote con un gesto rápido y automático, esperando que ese simple movimiento bastara para romper la tensión que se había instalado en el aire. Fue entonces cuando vi, cómo él dándose cuenta de que lo había descubierto, desvió la mirada, pero ya era demasiado tarde para disimular.
Sentí un nudo en el estómago, una mezcla de vergüenza y rabia, aunque también había algo más, algo que me inquietaba profundamente. La figura de mi suegro, firme y atlética a pesar de su edad, no pasaba desapercibida.