Mi Suegro espera con tranquilidad en la sala. Me preparaba para la ceremonia de graduación de mi marido, el día en que finalmente recibiría su título de abogado, un logro que significaba mucho para él, pero que para mí comenzaba a sentirse más como un paso hacia lo inevitable, hacia un camino en el que cada vez nos distanciábamos más.
Había decidido ponerme un vestido que sabía le gustaba, un tono profundo de azul que abrazaba mi figura de una manera sutil, pero que no pasaba desapercibida. El escote era justo lo suficiente para dejar algo a la imaginación, pero al mismo tiempo lo bastante llamativo para atraer miradas, incluso aquellas que intentaban no hacerlo.
Mientras ajustaba los últimos detalles frente al espejo, escuché el eco de pasos acercándose por el pasillo. Era mi suegro, él siempre había sido atento, siempre tenía una palabra amable o un gesto considerado, pero hoy había algo diferente en sus ojos. Lo sentía incluso antes de que hablara, deja te acomodo la etiqueta de tu vestido que se salió de tu cuello, dijo con esa voz grave que parecía resonar en el espacio.
Antes de que pudiera responder, ya sentía sus manos rozando la piel de mi nuca. Fue un contacto breve, pero el calor de sus dedos envió un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo, y por un segundo, contuve la respiración. Sabía que su mirada se había desviado, aprovechando el momento para ver más allá de lo que el vestido ocultaba.
Mi Suegro me puso nerviosa con esto.
Me moví ligeramente, tratando de recuperar el control de la situación, mientras apretaba los labios. «Gracias suegro«, dije con una sonrisa que no era del todo genuina. «Creo que sería bueno que tuviéramos ojos también en la espalda».
No quería sonar nerviosa, pero algo en mi voz traicionó el leve temblor que sentía por dentro. «Te ves muy bien con ese vestido», respondió él, con su voz apagada casi como si le costara hablar. Lo vi tragar saliva, y luego carraspeó para aclarar su garganta. Cuando nuestras miradas se cruzaron, me atreví a jugar un poco con la situación, sonriendo de manera leve, pero coqueta.
Gracias suegro», espero que también sea del agrado de mi marido, respondí permitiendo que la tensión entre nosotros se convirtiera en una especie de juego tácito. «Usted también se ve bien, hasta parece hermano y no padre de mi marido». Mientras hablaba, extendí la mano y toqué su antebrazo, sintiendo la firmeza de sus músculos bajo la camisa.
Mi Suegro me halaga con esto.
«Qué brazotes suegro, se ve que es fuerte usted», añadí casi en un susurro. Él respondió con un gesto inesperadamente tierno. Colocó su otra mano sobre la mía, cubriéndola con una calidez que me dejó inmóvil por un momento. «En cambio, tú tienes unas manos como de seda», dijo mientras sus ojos buscaban los míos por un segundo que se alargó. «Vaya que se ve que te cuidas nuerita». «Claro suegro«, respondí sintiéndome atrapada entre lo correcto y lo que el ambiente parecía dictar. «Hay que velar por lo que uno quiere», no creé usted.
Entonces él se acercó un poco más, su presencia invadía mi espacio de una manera que me hizo respirar hondo. Sentí su aliento junto a mi cuello mientras inhalaba profundamente. «Es tu perfume… muy envolvente y llamativo», dijo. «Es como si me atrajera hasta ti», El aire se tornó denso, y un nerviosismo me recorrió.
«Es como si me atrajera hasta ti», El aire se tornó denso, y un nerviosismo me recorrió. No era solo el hecho de que sus palabras me hacían sentir bien, como si estuviera siendo apreciada de una forma en la que hacía tiempo no me sentía. Era el hecho de que me estaba gustando. «Son varios olores los que se mezclan sobre ti», continuó inclinándose para tomar un mechón de mi cabello. Lo olió con delicadeza, casi como si fuera algo frágil que temiera romper. «¿Qué clase de jabón usas tú que hueles bien por todos lados?».
La hermana de mi Esposo interrumpe a mi Suegro.
No supe cómo responder, la cercanía de su cuerpo, el tono suave de su voz, todo contribuía a que mi piel se erizara. Mi corazón comenzó a latir más rápido, y antes de que pudiera decir algo, el sonido de pasos bajando las escaleras rompió el momento.
«Bueno ya nos vamos, que se nos hace tarde», dijo mi cuñada desde la escalera. Me giré hacia ella agradeciendo la interrupción, aunque parte de mí se sentía atrapada entre lo que había ocurrido y lo que podría haber seguido. «Pues te apuras tú, que eres la que falta y la que se está tardando», le dije con una voz más alta de lo necesario. Teníamos que ir a la ceremonia, pero en ese momento todo lo demás parecía secundario, una excusa para alejarnos de algo que no estaba segura si debía evitar.
«Bueno nos vamos entonces», dijo mi suegro. Al dar el primer paso, su mano rozó la mía de una manera tan sutil, pero tan cargada de significado que me estremeció de nuevo, esta vez de una forma que no pude ignorar. Nos dirigimos hacia la puerta, cada uno atrapado en sus propios pensamientos, pero sabiendo que algo había cambiado entre nosotros, aunque ninguno de los dos se atrevía a decirlo en voz alta.
Mi Suegro me observa por el retrovisor del auto.
El sol de la mañana ya estaba alto cuando mi suegro detuvo el auto frente al teatro. Había sido un trayecto tenso. Su mirada furtiva a través del espejo retrovisor me hacía sentir incómoda, pero cada vez que intentaba enfrentarlo, giraba la cabeza hacia la ventana, fingiendo que observaba el paisaje. Las calles estaban tranquilas, pero dentro del coche, la atmósfera era densa, cargada de palabras no dichas y pensamientos que ambos evitábamos.
Cuando bajé del auto, mi vestido, el mismo que había elegido con esmero esa mañana, me abrazaba la piel. Sabía que era ajustado, pero me gustaba cómo me quedaba, a pesar de los comentarios que seguramente recibiría de mi marido. Sabía que había ganado un poco de peso, pero no era algo que me molestara… hasta que lo vi acercarse con esa expresión rígida en el rostro.
Mi Esposo me humilla delante de mi Suegro.
—Oye pero tú sí que no tienes ni un poco de consideración, dijo apenas estuvo lo suficientemente cerca como para que su voz me golpeara directamente. Te dije que vinieras a las nueve de la mañana y mira, ya casi son las diez. No se te puede agradecer ni un favor, sus palabras cayeron sobre mí como una bofetada. Sabía que la culpa no era mía, pero su tono… su tono siempre tenía la habilidad de hacerme dudar de mí misma.
—Y ese vestido que traes… ya no deberías usarlo, no ves que hasta grita de lo ajustado que está detrás de ti, agregó sin preocuparse por disimular su desagrado. ¿Por qué no trajiste otro?, Solo viniste a avergonzarme. Bajé la cabeza, sentí cómo el rubor se apoderaba de mis mejillas mientras sus palabras me clavaban al suelo. Podía sentir a otros mirándonos, y lo único que quería era que la tierra me tragara. Lo peor de todo era que sabía que no estaba tan mal. A pesar de todo, me sentía bien en el vestido. Pero ahora, con su mirada crítica y sus crueles palabras, todo parecía derrumbarse.
Mi Cuñada me defiende de las palabras de mi Esposo.
Mi cuñada interrumpió la escena antes de que pudiera empeorar. —Ay no ya ni gracia tienes, ¿Cómo puedes tratar así a tu mujer?, dijo interponiéndose entre nosotros—. La que se tardó fui yo no ella, y si vas a reclamar algo, que sea a mí. Además no digas que no se ve bien con el vestido, porque eso es una mentira. La gratitud que sentí hacia mi cuñada fue instantánea, aunque mis ojos seguían fijos en el suelo. No quería que nadie viera las lágrimas que luchaban por salir. En ese momento, desearía haber sido invisible.
Mi Suegro me alienta hacer esto.
—Bueno ya basta, interrumpió mi Suegro con su habitual tono conciliador. Discutir no nos llevará a ninguna parte. Vamos, que con esto solo estamos perdiendo más tiempo. Mientras todos comenzaban a caminar hacia la entrada del teatro, me quedé unos pasos atrás, temblando ligeramente por la mezcla de emociones. Mi suegro, notando mi retraso, se detuvo y me esperó. —Oye —dijo suavemente, poniendo una mano sobre mi hombro—, no te preocupes. Te ves muy bella, Seguro que él solo está estresado por todos los preparativos; No te lo tomes a pecho.
Su gesto aunque leve, me reconfortó por un instante. Acarició suavemente mi hombro antes de continuar caminando, dejándome sumida en mis propios pensamientos. Caminaba detrás de ellos, y por primera vez en mucho tiempo, me sentí… observada. Pero no de la manera que mi marido solía hacerlo, con desdén y crítica. La mirada de mi suegro, aunque discreta, era diferente. Era cálida, casi apreciativa. Me estremecí al darme cuenta de que esa sensación no me desagradaba.
Pensé en hacer tal cosa con mi Suegro.
«Si a él no le parezco bonita», me dije para mis adentros, «quizás a mi suegro sí». El pensamiento me atravesó como un relámpago. Inmediatamente traté de sacudírmelo de la mente, pero estaba allí, persistente, insidioso. Sentí una mezcla de culpa y curiosidad, ¿Cómo había llegado a pensar en él de esa manera? Mientras nos dirigíamos hacia nuestros asientos, mis pensamientos se volvían más oscuros.
Mi marido, tan ensimismado en su propio estrés y críticas, parecía haber olvidado hace mucho tiempo cómo hacerme sentir deseada. Pero su padre… él había sido amable y atento. Y en ese momento, en ese preciso instante en que sus palabras me ofrecieron consuelo, mi mente comenzó a divagar por un camino que jamás habría considerado antes.