Mi Suegro me Dio todo de noche y mi Esposo nada.

Mi Suegro se acercó por detrás, yo sabía a lo que venía, pero respiré hondo. Sentí su mano en mi cintura y al girarme, me encontré con una mirada pícara y una sonrisa coqueta que me erizaron la piel. Mi Suegro se acercó más de lo habitual y moviendo la cabeza, me preguntó: «¿Y desde cuándo está la damita comiendo fuera de casa?». 

Me quedé sin palabras, consciente de que había sido sorprendida en una situación comprometedora con el mejor amigo de mi esposo. El camisón que llevaba puesto no ofrecía suficiente cobertura, haciéndome sentir aún más vulnerable. Nadie está preparado para responder a una pregunta así, especialmente cuando se es descubierto en flagrante, como decimos por aquí: con las manos en la masa.

Me giré despacio tratando de que el camisón delgado como una segunda piel, no dejara entrever más de lo que ya mostraba. Sus ojos me atraparon como dos faros en medio de la mañana, pero no era una mirada protectora ni cariñosa. Había algo más en su expresión, una especie de juego que nunca antes había visto en su rostro.

Mi Suegro me preguntó algo que no sabía como responder

El peso de la pregunta me cayó encima con la fuerza de un golpe seco. No supe qué responder. Mi mente se quedó en blanco, mientras sus palabras se repetían una y otra vez en mi cabeza. Mi suegro había escuchado, y más aún, había visto claramente cómo me envolvía en los brazos del mejor amigo de mi esposo, justo en el pasillo unos minutos antes.

La imagen del mejor amigo de mi esposo pegado a mí, y sus manos explorando como un turista se mezclaba con la mirada fija de mi suegro, penetrante, como si estuviera evaluando cada rincón de mi alma.  El camisón fino y traicionero, apenas lograba cubrirme. Me sentía expuesta y vulnerable, como si la tela apenas existiera entre mi piel y sus ojos, que recorrían mi cuerpo sin pudor alguno. Intenté tragar saliva, pero mi garganta estaba seca, y mi voz cuando intentó salir, fue un murmullo apenas audible.

Mi Suegro me interrumpe antes de responderle.

—Suegro yo… —empecé a decir, pero las palabras se me atragantaron.  Él no me dejó continuar, Dio un paso más cerca, tan cerca que pude sentir el calor de su aliento irradiar en la escasa distancia entre nosotros. Su sonrisa se ensanchó y sus ojos se pasearon por mí de manera descarada, como si estuviera midiendo cada centímetro de vulnerabilidad que me cubría. 

—No es tanto por tu esposo, ¿verdad? —dijo con su tono casi cómplice, como si hubiera leído mis pensamientos—. Me imagino que ya ni llevas la cuenta de cuántas veces te ha engañado.

Asentí sin hablar, no hacía falta, sabía que él lo sabía. Desde que mi marido me había sido infiel por primera vez, el pacto entre nosotros se había roto, y con cada traición suya, una parte de mí se había ido desmoronando. No era tanto la falta de fidelidad lo que me dolía, sino la ausencia de amor, el frío en el que vivíamos, rodeados de lujos pero carentes de cualquier vestigio de ternura.

Lo que me preocupaba en ese momento no era el daño a mi matrimonio, eso hacía tiempo que estaba roto. Lo que me asustaba era la posibilidad de perder los beneficios de vivir en esa casa, el confort, la estabilidad, la sensación de seguridad material que aunque vacía de afecto, me había mantenido ahí. La casa grande y lujosa, era mi refugio, y perderla significaría enfrentar un abismo mucho más grande de lo que podía manejar.  Respiré hondo y lo miré a los ojos, buscando algún resquicio de comprensión, de compasión.

La respuesta que le di a mi Suegro

—Suegro —dije finalmente, con mi voz más firme de lo que esperaba—. Creo que lo importante no es el tiempo que llevo haciendo esto, sino lo que usted va a hacer con lo que ahora sabe.  Él alzó una ceja, intrigado, y su sonrisa no desapareció ni por un segundo. Sus ojos brillaron con algo más que simple curiosidad, y el silencio se volvió insoportable antes de que yo lo rompiera de nuevo.  —No es que quiera justificarme, pero usted sabe bien todo lo que su hijo me ha hecho. Esto, —dije señalando vagamente hacia donde mi acompañante había desaparecido—, esto fue solo devolverle un poco de su propio chocolate. 

Mi suegro rio entre dientes, un sonido bajo y profundo que resonó en el pequeño espacio de la cocina. Y creo que hoy tuve mala suerte, pues nunca pensé que me descubriría usted.  Dio otro paso hacia mí, tan cerca que casi sentí su aliento en mi rostro.

—Puede que para ti sea mala suerte —dijo con su voz grave y lenta—, pero para mí… es muy buena suerte.  Un escalofrío recorrió mi espalda; Lo miré con ojos entrecerrados, intentando descifrar lo que quería decir. —¿A qué se refiere? —le pregunté con mi voz ahora llena de cautela. 

Mi Esposo interrumpe la conversación con mi Suegro.

Pero antes de que pudiera responder, el estruendo de una puerta abriéndose rompió el silencio. Mi esposo irrumpió en la cocina, con su voz retumbando en las paredes mientras me llamaba por mi nombre. 

—¡Buenos días! —dijo con una sonrisa despreocupada.  Mi suegro y yo contestamos al unísono, con nuestras voces más tranquilas de lo que la situación merecía.  El peligro no había desaparecido; solo había sido interrumpido, aplazado por un momento. Pero la mirada de mi suegro me dejó claro que esto no había terminado, que lo que había comenzado con una pregunta pícara no se quedaría allí.

Mi corazón dio un vuelco cuando mi esposo me pidió que despertara a su mejor amigo.  Mis manos temblaban mientras trataba de mantener la compostura, el calor en mi pecho se entrelazaba con el miedo, mientras recordaba cómo su mejor amigo y yo habíamos cruzado una línea que nunca debió ser cruzada. 

Mi Suegro habla del amigo de mi Esposo.

 Antes de que pudiera moverme, mi Suegro habló. «Creo que tu mejor amigo solo se sirvió con la cuchara grande y se fue.» Su tono, cargado de una verdad peligrosa, dejó caer un peso en el aire, tan denso que parecía sofocar mis pensamientos. Su mirada se detuvo sobre mí durante un segundo que pareció eterno, como si supiera exactamente lo que estaba sintiendo.  

Mi esposo aún adormilado, no captó la insinuación en sus palabras. Se frotó los ojos, despejando las últimas trazas de sueño, y preguntó con una inocencia que me retorcía el estómago. «¿Cómo así?, ¿Qué quieres decir con que se sirvió con la cuchara grande?»

Un nudo se formaba en mi garganta; Yo estaba petrificada, incapaz de encontrar una salida, sintiendo que en cualquier momento, todo se desmoronaría. Mi mente se aferraba a la esperanza de que Mi Suegro no revelara lo que había presenciado, pero el pánico seguía creciendo, pues lo había visto todo. 

Mi Suegro sonrió de lado, una sonrisa cargada de significado. «Pues porque ya ves que solo vino a dormir y ni adiós dejó dicho antes de irse.» Su mirada volvió a deslizarse hacia mí, rápida pero lo suficientemente intensa como para enviarme una advertencia silenciosa.

Mi Esposo no sospecha nada de lo que mi Suegro dice.

Mi esposo ajeno a todo, bufó. «Es bueno que elijas mejor a tus amigos, y por sobre todo que no metas a cualquiera en la casa.» El alivio momentáneo que sentí se vio aplastado rápidamente por la presión creciente en mi pecho. Estaba jugando con fuego, y la verdad estaba peligrosamente cerca de ser revelada. 

Antes de que pudiera reaccionar, mi suegro agregó: «Bueno me voy, tengo algo importante que hacer.» Se levantó y se dirigió hacia la puerta con pasos lentos pero seguros, dejándome sumida en el desconcierto. Su partida me dejó con la sensación de que había dejado mucho más que una advertencia: había plantado una semilla de duda en mi esposo, una semilla que podría germinar en cualquier momento.

Mi esposo me dijo desde la mesa del comedor, sin levantar mucho la voz, pero con ese tono cortante que apenas podía disimular su molestia: “Oye hace mucho que no te veo con esa clase de ropa. No crees tú que sería mejor que cuando vengas a la cocina, te pongas algo más decente. Recuerda que mi padre es hombre y ese camisón tuyo no sirve para jugar a las escondidas, porque es muy fácil encontrar lo que se quiere ver”. 

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