La lavandería estaba oscura, solo iluminada por una pequeña lámpara en la esquina, cuyo parpadeo nervioso llenaba el ambiente con sombras inconstantes. Mi mente estaba en el uniforme de mi hijo, que se me había olvidado lavar, y pensaba en cómo podría lograr que se secara para la mañana, pero no fue hasta que levanté la vista que noté la extraña escena que me esperaba.
Allí, de pie junto a una de las estanterías, mi Suegro sostenía algo en sus manos, inhalando su fragancia con una intensidad casi desconcertante, como si estuviera absorbiendo recuerdos de algún rincón olvidado. El sonido de mi entrada, con la ligera fricción de mis pantuflas contra el suelo de cerámica, lo tomó por sorpresa.
El Encuentro con mi Suegro de noche.
Buenas noches suegro, dije mientras entraba; Él se giró bruscamente, ocultando lo que tenía en sus manos detrás de su espalda. Algo en su expresión, un destello que apenas se mantuvo un segundo en sus ojos, me hizo sentir incómoda, aunque me esforcé en ignorarlo. El cansancio del día pesaba sobre mí, y mis pensamientos estaban más preocupados por la ropa que por cualquier otra cosa.
Buenas noches, respondió mi Suegro con una leve inclinación de cabeza, y noté que su tono era neutro, pero algo tenso. Su mirada no me sostenía como solía hacerlo en otros encuentros. Y Cómo cuando alguien ha sido descubierto infraganti, sin necesidad de preguntarle nada, se apresuró a explicar, como si ya supiera que su presencia a esa hora podría parecer extraña. Estaba buscando algo… pero parece que no está por aquí, dijo, y sus manos permanecían firmemente escondidas detrás de su espalda, y su voz ligeramente entrecortada.
La Mirada de mi Suegro me eriza la piel.
Yo asentí distraída, volviendo la vista al uniforme de mi hijo, al inevitable apuro que me esperaba. Se me olvidó lavar el uniforme de este muchacho, dije mientras abría la lavadora y acomodaba las prendas con rapidez. Mañana lo necesita, y voy a tener que ver si se seca durante la noche. Si no, pues tocará secarlo con la plancha por la mañana. Mi voz sonaba práctica, aunque el cansancio la arrastraba un poco, pero lo que me sacó de mis pensamientos domésticos, fue un leve silencio que se prolongó demasiado, el tipo de vacío que llena el aire cuando alguien se detiene a observar algo con más atención de la necesaria.
Al levantar la vista, me encontré con los ojos de mi suegro, fijos en mí. No en mi cara, sino más abajo, donde la seda de mi bata colgaba floja, dejando entrever más de lo que pretendía. Su mirada, tan fija y envolvente, me hizo bajar la vista, notando cómo la bata no estaba correctamente ajustada. Sentí el calor subiendo por mi rostro, una mezcla de vergüenza y sorpresa. Con un movimiento lento y casi imperceptible, me ajusté la bata, tirando de la seda para cubrirme mejor, intentando mantener la calma para no hacerlo sentir incómodo.
Sin embargo, fue evidente que se dio cuenta de mi gesto. Se apresuró a desviar la mirada, murmurando algo ininteligible, y luego con una prisa inusual en él, salió de la lavandería. Que tengas un buen descanso, me dijo mientras se retiraba, sin mirarme directamente. Espero que se seque el uniforme.
Descubrí lo que mi Suegro escondía.
Mientras esperaba que el uniforme de mi muchacho se lavara, mis pensamientos deambularon entre las tareas pendientes del día. El zumbido constante de la lavadora llenaba el silencio de la casa, casi como un susurro que intentaba calmarme, pero sin éxito. Fue entonces cuando al girar hacia la estantería, algo capturó mi atención. Ese era el lugar donde guardaba mis prendas más pequeñas, las delicadas, las más mías, lugar en donde las tenía listas para ser lavadas. Al fijarme bien, noté que algo no cuadraba. Me acerqué lentamente, con una sensación de inquietud que comenzaba a germinar en mi pecho.
“¿Será posible?”, me pregunté a mí misma. El recuerdo de haber visto a mi Suegro parado precisamente allí, sosteniendo algo en las manos de forma extraña, como si tratara de ocultarlo, invadió mi mente. Será que mi Suegro estaba husmeando entre mis cosas, y sí se ha llevado una de ellas. Mis pensamientos corrían desbocados, y el uniforme de mi hijo pasó a ser una preocupación secundaria. Me acerqué aún más, y mis dedos temblorosos comenzaron a apartar las cosas, buscando alguna señal de lo que temía. Mi corazón latía con fuerza, casi ensordecedor. Conocía perfectamente la disposición de mi ropa. Sabía exactamente qué prendas debía haber allí, tanto los colores como las texturas. Aún más, recordaba claramente haber puesto uno de mis conjuntos favoritos, un delicado conjunto rosa de encaje, justo en esa estantería al medio día; Pero ahora no estaba.
Mi mente se imagino cosas de mi Suegro
Un frío helado recorrió mi espalda, como un escalofrío de advertencia. Algo no estaba bien, pero Decidí no precipitarme, así que con un esfuerzo por mantener la calma, comencé a reorganizar meticulosamente todo, convencida de que quizá lo había movido sin darme cuenta. Sin embargo, la prenda rosa seguía desaparecida. “Quizá se cayó detrás de la estantería”, pensé para tranquilizarme, pero la inquietud en mi pecho seguía creciendo. El sonido agudo y penetrante de la lavadora al terminar el ciclo, rompió el tenso silencio que se había apoderado de la casa. Me obligué a apartar mis pensamientos y me dirigí a la lavandería. Al abrir la puerta de la lavadora, el vapor tibio me envolvió el rostro. Saqué el uniforme, empapado aún, y lo exprimí con fuerza. Sentí el peso del agua entre mis manos, pero también el peso de la incertidumbre que cargaba en mi mente.
Mi Suegro me dejó pensando
Salí al patio, con la esperanza de que el viento frío de la noche acelerara el secado de la ropa. El aire me golpeó el rostro con una intensidad que me devolvió momentáneamente a la realidad. Colgué el uniforme, asegurándome de que las mangas no se doblaran, y observé cómo la prenda oscilaba suavemente al compás de la brisa nocturna.
Mis ojos vagaron por el cielo despejado, pero mi mente seguía anclada en la estantería, en lo que podía significar la ausencia de esa prenda. Volví al interior de la casa, sintiendo el peso de cada paso. Me dirigí a mi habitación, donde el reloj en la pared marcaba las once con quince minutos. Me dejé caer sobre la cama, pero el cansancio no me brindaba consuelo. Cerré los ojos, pero las imágenes de mi Suegro, se repetían en mi mente. El comportamiento de mi suegro, sus miradas, esa forma incómoda en que había sostenido algo… no podía dejar de pensar en ello.
Mi respiración se aceleraba cada vez más, y esos pensamientos se volvían más claros. Intentaba calmarme, recordarme que tal vez todo era producto de mi imaginación, pero la ansiedad crecía, como si una sombra invisible se hubiera posado sobre mí. No sé en qué momento me venció el sueño, pero lo último que sentí fue la tensión en mi cuerpo.