Mi SUEGRO me Impresionó con su Gran Paquetón.

Mi suegro siempre se levantaba antes que todos. Era una costumbre que mantenía desde que se había jubilado; caminaba por la casa buscando acomodar alguna cosa en su lugar.  Además de ser el primero en bañarse, para no molestar después.  Esa mañana todo parecía igual, salvo por la incomodidad creciente en mi estómago, como si algo hubiera decidido organizar una tormenta en mis entrañas.

Sentía náuseas, y un malestar que apenas me dejaba pensar. El calor pegajoso del aire matutino no ayudaba, y el zumbido de un ventilador en la distancia apenas lograba mitigar la sensación de encierro. Sabía que algo en la cena de anoche me había caído mal. El reloj en la pared marcaba las 5:30 am, demasiado temprano para cualquiera, excepto para él.

Mi Suegro en el baño.

Esta vez, el retorcijón en mi estómago me empujó a salir de la cama sin demora. No podía postergar más el ir al baño. Avancé por el pasillo, sintiendo el frío de las baldosas bajo mis pies descalzos, cuando de repente lo vi. Él salió del baño, pero no llevaba nada más que su piel.  Mi corazón dio un vuelco.  

Mi suegro, tan recatado y reservado siempre, ahora se presentaba completamente al descubierto ante mí.  Nuestros ojos se encontraron en un choque silencioso. Los segundos parecían estirarse como una cuerda tensa entre ambos. Mi mente intentaba procesar lo que veía, pero mi cuerpo simplemente se quedó paralizado. No era solo la sorpresa, era algo más, una extraña mezcla de incomodidad e intriga. No debería estar viéndolo así, pero ahí estaba, expuesto ante mí como un secreto que nadie debía descubrir.

Sus manos se movieron instintivamente hacia su cuerpo, como si de repente fuera consciente de su estado. “Perdón… es que se me olvidó la toalla, y no pensé que te levantarás tan temprano”, murmuró en un tono bajo, con su voz quebrada por la vergüenza, mientras intentaba cubrirse inútilmente con las manos. 

Sentí cómo mis mejillas se encendían de rojo, como si la situación me envolviera en una especie de aura incómoda que no sabía cómo manejar. Volteé la cara inmediatamente, enfocando mi vista en el suelo, en las baldosas del pasillo que ahora parecían lo más interesante del mundo. “Suegro no se preocupe”, le respondí tratando de mantener la compostura. “Solo pase rápido… que yo necesito hacer uso del baño”.

Mi suegro sale corriendo del baño.

Sus pasos sonaron apresurados, como un eco en el pasillo mientras intentaba alejarse lo más pronto posible. El crujir de las baldosas bajo su peso se mezclaba con el sonido distante de los pájaros que comenzaban a despertarse afuera. El aire entre nosotros parecía cargado de una tensión incómoda, como si el silencio mismo llevara un peso que no podíamos ignorar.  Finalmente lo escuché pasar junto a mí, su piel rozando ligeramente la mía en ese espacio reducido.

Era un contacto accidental, apenas un roce, pero suficiente para que mis sentidos se agudizaran. Mi estómago, que hasta hacía unos momentos me había empujado al baño con urgencia, parecía haberse calmado de repente, como si aquella escena hubiera anulado cualquier otra sensación.

Entré al baño rápidamente, cerrando la puerta detrás de mí con un clic que resonó más fuerte de lo necesario. Me apoyé contra la puerta, con mi respiración entrecortada, y cerré los ojos intentando procesar lo que acababa de suceder. El sonido del grifo goteando en el lavabo marcaba un ritmo constante, casi hipnótico, mientras mis pensamientos se agolpaban. 

No podía sacarme de la cabeza lo que había visto. La imagen de mi suegro, su ya saben qué y la vergüenza en sus ojos.  Intenté centrarme en el malestar estomacal que había sentido momentos antes, pero era imposible.

Mi mente seguía regresando a ese instante, a esos segundos interminables en los que nuestros ojos se habían cruzado.  Me acerqué al espejo, tratando de distraerme, pero mi reflejo me devolvía la misma imagen: y mis mejillas aún enrojecidas, mis labios ligeramente entreabiertos, y la mirada perdida.

Bucando a mi Esposo para aquello.

Al regresar a la habitación, la luz tenue de la lámpara de la mesita de noche iluminaba suavemente el perfil de mi esposo, aún sumido en el sueño. Me acerqué sigilosamente a la cama, sintiendo el crujido suave de las sábanas bajo mis pies descalzos. El aire en la habitación estaba tibio, y mis pasos parecían resonar más de lo normal en la quietud.

Lo miré por un momento, dudando. ¿Debería contarle lo que pasó?, ¿Cómo se lo explicaría sin que todo sonara… extraño? Pero antes de poder pensarlo más, una corriente de calor subió por mi cuerpo, despertando en mí un impulso que no podía contener. Lo toqué suavemente, esperando que se moviera hacia mí.

Sin embargo, su reacción fue completamente distinta a lo que imaginaba. Abrió los ojos de golpe y con una expresión de fastidio, me empujó con fuerza hacia atrás. El contacto me tomó por sorpresa, haciéndome tambalear mientras me quedaba de pie junto a la cama, con el corazón latiéndome en los oídos. 

Tú sí que no tienes llenadero, dijo sin molestarse en ocultar el desdén en su voz.  ¿Acaso no tuviste lo que querías anoche?  Su tono fue como un golpe frío. Me quedé ahí, inmóvil, mientras él volvía a esconderse bajo las cobijas, como si mi presencia fuera una molestia más que un deseo compartido. 

Cariño nunca pensé que eso fuera un trabajo, le dije con voz suave, intentando calmar la tensión que se sentía en el aire. Pues para mí es algo maravilloso, algo que no me trae ningún cansancio.

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