Mi Suegro es un hombre bastante reservado, tanto que prefiere estar en su habitación que compartir con nosotros. Y aunque nunca me había faltado el respeto, y tampoco me ha dicho nada. Yo notaba que mi Suegro de vez en cuando me miraba de tal manera, que a mí me erizaba la piel. En dos o tres ocasiones lo noté, pero no le di importancia, en todo caso, me decía a mí misma: es un hombre y tiene ojos.
Y quién te va impedir a ti mirar lo que te gusta. Y aparte que Yo soy una mujer que ha sido muy bendecida por la naturaleza. Y aunque quisiera esconder lo que la providencia me concedió, no es posible, porque si tú me vieras estoy segura que también te robaría un suspiro.
🙋♀️Dale para esuchar el relato: mi Suegro no tuvo compasión🤦♀️.
Pero llego el momento en que mi Suegro ya no se aguantó y no tuvo compasión e hizo esto. Y todo comenzó de esta manera. Yo tenía la intención de sorprender a mi marido y por eso estaba buscando que ponerme.
Eligiendo mi Vestido para la ocasión.
Que me pongo, me decía a mí misma, mientras miraba fijamente el ropero. No es que no tuviera ropa, ni que no me gustaran mis prendas, pero aquella noche tenía un propósito claro. Estaba decidida a despertar en mi esposo lo que ya hace tiempo parecía apagado, esa chispa que solía prenderse con una mirada, con un roce, con una palabra.
Pero no sé si la rutina, las responsabilidades, o simplemente el paso del tiempo, nos habían ido distanciando de esa pasión que antes nos envolvía. Claro, una como mujer tiene sus necesidades. No se trata solo de estar con alguien, sino de sentirse amada, de sentir que al mirar a esa persona, algo más que cariño se enciende.
Y si en la casa no se encuentra lo que una busca, pues a veces la solución es muy sencilla: salir a buscarlo afuera. Pero antes de correr a brazos ajenos, decidí que esa noche iba a ser todo lo necesario para conseguir lo que esperaba de mi marido. Para no tener que ir a buscar fuera lo que podría avivar aquí, en casa y con mi Esposo.
El Camisón efectivo que elegí.
Frente a mí colgaba el camisón. El camisón de encaje color crema que compré en un impulso una tarde. De apariencia sencilla, pero en cuanto lo vi, supe que tenía que ser mío. No era un camisón cualquiera, era como un escaparate de lo que se podía mostrar, de lo que podía ser. Transparente y Seductor; Era perfecto para la ocasión. Lo tomé entre mis manos y le susurré en voz baja, casi como si me hablara a mí misma: “Hoy tú serás mi cómplice, Y si tienes que sufrir uno que otro jalón, todo sea por amor.”
El momento estaba por llegar. Me enfundé en el camisón, y sentí un leve escalofrío cuando la tela suave y delicada rozó mi piel. Un escalofrío que no era solo físico, sino algo más profundo, una sensación de intriga que me atravesó. Y aunque mi intención en este momento era estar con mi marido, nunca pensé que sería las manos de mi Suegro las que terminarían despojándome de tal prenda, pero aguanta un poco que para ya vamos.
Miré mi reflejo en el espejo, viendo cómo el encaje caía sobre mí con una gracia que nunca imaginé. No me reconocía, pero me gustaba lo que veía. Respiré hondo, sabiendo que en ese instante mi ser hablaba por sí mismo. “No creo que él diga que no», me dije a mí misma, y una sonrisa se dibujó en mis labios. “Porque hoy le voy a dar hasta para llevar, hasta que le salga por las narices.”
Hoy va a conocer a la mujer que traigo escondida por dentro, y que saldrá a la luz para ser devorada. La seguridad creció en mí con cada palabra interna, con cada pensamiento. Aquel camisón no era solo un trozo de tela, era una invitación, un acto deliberado.
Poco tiempo para que mi plan se lleve a cabo.
La hora avanzaba rápidamente, y cuando miré el reloj, me di cuenta de que solo faltaban quince minutos para que él llegara. Como un ritual, encendí una vela aromática y la coloqué en el centro de la habitación. Su luz era tenue, cálida, y el aroma de lavanda llenaba el aire, envolviendo la estancia en una atmósfera íntima, en una mezcla de calma y expectación.
Arreglé la cama, la dejé perfecta, pero no fue el lugar lo que más importaba. Lo que quería era que al entrar mi Esposo, se sintiera atrapado por el momento. Me recosté lentamente, y tomé el libro de consejos que había estado leyendo sobre cómo mantener encendido el fuego de la pasión en una pareja. No es que pensara que un par de trucos pudieran cambiar la historia, pero uno nunca sabe.
Y si algo me había quedado claro, era que el anhelo no solo se alimentaba de lo que vemos, sino también de lo que sentimos, de lo que evocamos. Pero no tenía ni la menor idea de que ese fuego se encendía también en el interior de mi querido Suegro.
Cerré el libro y dejé que el silencio me envolviera. Mi corazón latía rápido, y no solo por la anticipación. No sabía qué esperaría de él, si lo que había planeado realmente tendría el efecto que deseaba. Pero en el fondo, lo que más me importaba era que al final de esa noche, algo cambiaría entre nosotros.
Mi Marido llega a casa y me ve con el Camisión
Mi esposo llegó a casa después de un largo día de trabajo. Su voz sonó como una corriente de aire al entrar: «Oye cariño, ¿y tú qué?, ¿Se te sobaron los tornillos o qué te pasó?» Lo miré de reojo, sin perder la calma, y me acerqué lentamente. Mi mirada pícara le transmitió lo que quería, mientras una sonrisa coqueta se asomaba a mis labios.
Sí cariño, se me sobaron los tornillos, respondí, haciendo una pausa dramática para que lo procesara bien. Y quiero que tú me los acomodes, quiero que tú me los atornilles todo. Porque necesito que todo esto, sea acomodado en su lugar, que todo esto reciba su buena aceitadita para no oxidarse.
Porque últimamente ha quedado sin uso y parece que necesita una desempolvada. Ya sabes lo que dicen cariño, que lo que no se usa se daña. Lo vi detenerse, como si no supiera cómo reaccionar ante mi tono tan directo. Mi Esposo dejó su maletín en la mesa, pero no parecía del todo convencido.
Vamos deja eso allí, le dije, haciendo un gesto para que no se preocupase más por el trabajo. La comida se enfría, y sabes bien que no me gusta que la comida se pierda. O es que no se te antoja, o ya olvidaste mi sazón, le dije.
Mi marido no sabe que decirme.
Él se quedó parado en el umbral de la puerta, y por un instante, sus ojos se entrecerraron, pero luego su expresión cambió, y dijo con una sonrisa que me dejó helada: Te agradezco mucho, pero la verdad es que no tengo hambre de eso, más bien… ponte algo encima y ve por mi cena. Además, no es hora todavía de eso.
Tienes que saber que apenas estoy llegando y vengo muy cansado. Las palabras de mi Marido me golpearon como una ola fría. Me quedé en silencio, tratando de entender qué estaba sucediendo. Lo miré de arriba abajo, y le dije: cariño, pero sabes bien que tú yo ya hace un buen tiempo que nada de nada.
Y creo que no nos vendría mal aprovechar esto que he preparado. Mi marido cambió de rostro y dijo: es que acaso no me tienes un poco de consideración, yo trabajo todo el día y me canso.
Tú porque solo te mantienes en la casa, y pues no haces sino arreglar y cocinar. No eran las palabras ni la forma en yo esperaba que reaccionara. Como si lo que yo hacía todos los días no tuviera valor. Como si mi esfuerzo fuera invisible para él.
Mi Esposo me rechazo.
No me molestó tanto que me rechazara, porque al final de cuentas, eso era solo un juego de roles, ¿no? Lo que me molestó profundamente fue que no se tomara ni un momento para valorar lo que hago en casa. Yo también estaba cansada, pero mis esfuerzos no parecían ser importantes para él. Mi Esposo estaba tan ensimismado en su cansancio y sus papeles que ni siquiera me miró. Y sin embargo, decidí no quedarme callada.
No quería hacer una escena, pero sí que necesitaba su atención. Vamos cariño, ya verás que esto no durará mucho tiempo. Ven aquí, sé que te vas a relajar. Después te traigo tu cenita, y te la sirvo yo misma… en tu boquita. En ese momento, me miró con una mezcla de sorpresa y desdén.
«Pues tú sí que no entiendes que significa no, o es que yo hablo otro idioma, no es no. Luego se acercó a la vela y la apagó con un movimiento brusco, y encendiendo la luz de la habitación, como si esa luz, tan fuerte y fría, pudiera despejar cualquier sombra entre nosotros. Me volteó la espalda y dijo sin mirar atrás: Levántate de allí y ve por mi cena.
El tono de su voz se hizo autoritario. Y a pesar de todo lo que sentía dentro, no quise ceder. Me quedé allí, observando cómo sacaba algunos papeles de su portafolios, sin prestarme la más mínima atención.
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