Mi SUEGRO se METIÓ en la Habitación de noche.

Mi suegro se acercaba lentamente, como si cada paso estuviera cargado de un secreto que él mismo temía revelar. Giraba la cabeza escudriñando a su alrededor, con una mezcla de cautela y expectativa. Yo estaba en mi habitación, oculta tras la cortina de la ventana, sintiendo cómo el latido de mi corazón resonaba en mis oídos.

Jamás pensé que aquel momento llegaría; la idea de que él cruzara el umbral de mi espacio privado me llenaba de una mezcla de miedo y curiosidad.  A medida que se acercaba más, una oleada de instinto me hizo deslizarme bajo las sábanas, buscando el refugio de la oscuridad. «No puede ser real», pensé mientras la tensión en el aire se hacía más pesado. La puerta se abrió lentamente, y escuché ese crujido que pareció congelar el tiempo. Me quedé inmóvil, con el aliento contenido, en un intento desesperado de convencerlo de que estaba dormida.

Pude sentir su presencia al lado de mi cama, como una sombra que alteraba la atmósfera de la habitación. A través de la fina tela, su silueta se transparentaba, delineando una figura que a pesar de ser la de un hombre mayor, emanaba una energía que me resultaba intrigante y peligrosa. Su respiración era agitada, como si hubiera corrido para llegar hasta allí, y me pregunté si sería capaz de algo más.  Porque al final de cuentas Yo solo estaba esperando el siguiente paso.  El silencio era tal que podía escuchar incluso el leve susurro de su respiración, mientras un torbellino de pensamientos pasaba por mi mente.

Pensé en que Mi Suegro también pensa así.

Me deslumbraba la idea de que en algún lugar de su corazón, había una chispa de deseo oculto, un sentimiento que nunca se atrevería a confesar.  Ese mismo sentimiento que ya hacía un buen tiempo estaba tocando a mi mente y mi corazón.  Finalmente después de lo que me pareció una eternidad, retrocedió lentamente, como si se diera cuenta de que había cruzado una línea invisible. La puerta se cerró detrás de él con un leve clic, y en ese instante supe que nada volvería a ser igual. Había algo en el aire, un cambio sutil que había encendido una llama peligrosa en mi interior.

Me quedé allí temblando, preguntándome qué sucedería la próxima vez que nuestras miradas se cruzaran, y si aquel secreto que nos unía y nos separaba a la vez, acabaría revelándose.  Al rato de haberse marchado mi suegro, el silencio en la casa se volvió denso. Me acomodé en la cama, dejando que la oscuridad me cubriera como un manto, intentando encontrar en ella algo de calma.

Mi Esposo llega a casa y pide esto.

Sin embargo, al poco rato, el sonido de la puerta de calle abriéndose rompió la tranquilidad. Sabía que era él, mi marido regresaba como cada noche, tambaleándose por el pasillo, arrastrando consigo el eco de unas risas que no eran mías, y un perfume dulce y extraño que ya no trataba de ocultar.  Para nadie era un secreto que él tenía a otra y que a veces ni se ocultaba cuándo alguien del vecindario lo veía.

Apreté los ojos con fuerza y me giré hacia la pared, mientras me hice la dormida esperando que su torpe andar pasara de largo, que se desplomara en la cama sin decir nada. Pero no fue así, Lo sentí detenerse a mi lado con su respiración pesada. Sin previo aviso me movió con brusquedad, zarandeándome por el hombro como si quisiera arrancarme de un sueño profundo.  Ya vine mujer, gruñó con un tono que arrastraba los restos de su borrachera. Así es que quiero que me sirvas la comida, que tengo un hambre que estoy que me como una vaca entera.

Mi Esposo pide lo que yo no quería.

Abrí los ojos de golpe con un calor de rabia que me subió hasta la cara. Me destapé lentamente y lo miré, sintiendo el resentimiento que se acumulaba en mi pecho, tensando cada músculo de mi cuerpo.  ¿Pero no ves la hora que es?, dije señalando el reloj en la pared; ¡Son las dos y media de la mañana!, No es momento para comer. 

Él me miró con esos ojos apagados como si estuviera a punto de reventar, pero demasiado borracho para reaccionar. Tambaleándose, se dejó caer sobre la cama con una sonrisa burlona y me respondió: ¿Y quién eres tú para decirme cuándo debo comer?, dijo con una risa seca que retumbó en la habitación. Para eso te doy dinero, para que hagas lo que yo te diga, así que Ahora levántate y tráeme lo que pedí.

No dije nada, pero sentía una mezcla de impotencia y desprecio que me dejaba sin aliento. Me levanté y fui a la cocina, arrastrando los pies por el suelo frío. Abrí el frigorífico con manos temblorosas, saqué los restos de la cena que había preparado y los metí en el microondas. Mientras esperaba los cinco minutos, miré por la ventana que daba al jardín trasero.

Todo estaba en penumbra, y solo se escuchaba el zumbido del aparato calentando la comida. Había una calma afuera que no coincidía con el caos que sentía por dentro. 

Mi Esposo se duerme antes de que le diera lo que me pidió

Con la comida caliente en una bandeja volví a la habitación. Pero cuando entré lo encontré dormido, roncando en un sueño profundo, completamente ajeno a la espera, al silencio roto, a la angustia que había dejado suspendida en el aire. Me quedé inmóvil, mirando su figura despreocupada, y moví la cabeza en señal de desaprobación, sintiendo cómo la desesperanza me envolvía.

«¿Cuánto más voy a aguantar con este hombre así?», me pregunté sabiendo que la respuesta me aterraba.  Apagué la luz y dejé la bandeja sobre la mesa de noche, como si con ese gesto cerrara la discusión que nunca llegamos a tener. Me volví a acostar, pero esta vez no pude conciliar el sueño tan fácilmente.

Mi mirada se quedó fija en el techo, buscando respuestas entre las sombras.  Había algo en mi suegro, algo en su manera de tratarme, que me hacía sentir diferente. Su voz serena, sus palabras cuidadosas, siempre al filo entre lo paternal y lo prohibido. Me trataba como si fuera alguien digno de respeto, algo que mi propio marido había dejado de hacer hace tiempo.

Y aunque nunca había ocurrido nada entre nosotros, había momentos fugaces pero intensos, en que nuestras miradas se cruzaban y yo sentía una tensión que me dejaba sin aire. Como la otra tarde en la cocina, cuando me había rozado el brazo al pasarme una taza, y nuestros dedos se habían encontrado por un instante más largo de lo debido. Y no digamos esto que acaba de pasar, pues mi Suegro había estado parado cerca de mí, pero no se atrevió a más.

Mi Esposo no sabe que mi mente piensa en mi Suegro.

Sabía que esos pensamientos eran peligrosos, y no dejaba de repetirme que tenía que apartarlos de mi mente. Suspiré y cerré los ojos, esta vez obligándome a dormir. Me giré hacia mi marido, sintiendo su calor y su respiración pesada a mi lado, y traté de convencida de que seguía ahí por él, por el compromiso, por las promesas rotas que una vez creí. Pero, en el fondo, sabía que me quedaba porque, al irme, dejaría atrás no solo un matrimonio que se desmoronaba, sino también la sensación extraña y peligrosa que me asaltaba cada vez que pensaba en mi suegro.

El sueño me alcanzó lentamente, en medio de pensamientos que se arremolinaban sin orden ni sentido, y la última imagen que pasó por mi mente fue la del rostro de mi suegro, mirándome con esa mezcla de compasión y deseo que yo no quería admitir, pero que había empezado a anhelar en secreto.

Mi Esposo casi se ahoga en el sueño.

Eran las cinco de la mañana cuando un sonido ahogado me despertó bruscamente. En la penumbra de nuestra habitación, vi la silueta de mi esposo agitarse. Se retorcía en la cama llevándose las manos a la garganta, mientras el sonido de arcadas se hacía más fuerte. Me levanté de un salto, con el corazón latiéndome en la garganta y lo ayudé a incorporarse. Su rostro estaba rojo, y su expresión retorcida por el esfuerzo. Entre toses violentas por fin pudo respirar.  ¡Ya ves!, le dije, irritada y asustada al mismo tiempo. Por eso te digo que deberías tener más cuidado, tomas como si no hubiera un mañana, y bebes sin medida.

Él me miró con los ojos pintados de rojo, la cara sudorosa y pálida; Con esa voz ronca, casi un susurro ahogado, se defendió: No fue eso… No fue el trago… Creo que tuve… un reflujo. Fue la comida que me diste… anoche.  ¿Ahora resulta que es mi culpa?, contesté señalando con la barbilla hacia la mesita de noche.

 Ni siquiera tocaste la comida, Solo me haces levantarme en mitad de la madrugada para calentar algo que ni probaste.  Suspiré exasperada, mientras observaba el desastre que había dejado en el suelo al vomitar. Sentía el malestar crecer en mi pecho, como una masa pesada de cansancio y resentimiento acumulado. Voy por unas servilletas, dije dándole la espalda con un suspiro cansado, porque quien más se encargará de esto, Alguien tendrá que limpiar tu cochinero.  Mi marido dijo: pues quién más va hacer sino solo tú, para eso te tengo aquí.

El encuentro con mi Suegro en el pasillo.

Salí de la habitación y caminé a paso rápido hacia la cocina. El piso estaba frío bajo mis pies descalzos, y el aire apenas disipado por los primeros destellos del amanecer. Tomé unas servilletas del armario y regresé, tratando de no pensar en el desorden que me esperaba.  En el camino de vuelta, al girar en el pasillo semi claro, me detuve en seco. Mi suegro estaba ahí, de pie, como si hubiera salido de la nada.

La luz débil del amanecer se colaba por las ventanas, proyectando sombras alargadas que dibujaban su silueta alta y delgada. Lo primero que noté fue la intensidad de su mirada: sus ojos estaban clavados en mí, en lo que mi camisón de seda no lograba cubrir. Sentí el calor de su atención recorrerme como una caricia helada. Me tensé, sintiendo un escalofrío recorrer mi espalda, y de forma instintiva traté de cubrirme con las servilletas que llevaba en la mano.

Él pareció darse cuenta de mi incomodidad porque apartó la vista con un movimiento torpe, mirando a un punto indefinido en la pared. Y luego tosió incómodo, ¿Qué pasó?, preguntó en voz baja, pero la tensión en su tono era evidente.

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