¿Te puedo decir “tía” verdad?, preguntó mi yerno con una sonrisa ladeada, de esas que parecen inocentes pero que esconden otras intenciones. Mi hermana lo miró de reojo, con la misma expresión de quien se divierte con el fuego sin temor a quemarse. Llevaba una blusa de tela fina, ligeramente abierta en el cuello, y jugueteaba con el botón superior de su camisa, como quien juega con una idea peligrosa en la cabeza.
Claro, respondió con voz melosa, puedes decirme como tú quieras. El aire en la sala se volvió denso, como si la temperatura hubiera subido de golpe. La luz de la madrugada entraba a través de las cortinas, dibujando sombras alargadas en el suelo. Y el tictac del reloj de pared marcaba el paso de los segundos con una cadencia insoportable. Entonces, como si el universo entero se hubiese encogido hasta dejarlos solo a ellos dos en esa lugar, vi cómo mi yerno extendía la mano y le acariciaba el mentón con la punta de los dedos.
Un roce ligero, casi imperceptible, pero con la intención de quien ya ha cruzado una línea. Y sin más, se inclinó sobre ella y la besó. El tiempo pareció detenerse, y ella no lo rechazó. Al contrario, se enroscó en su cuello con una naturalidad pasmosa, como si aquel beso ya hubiera sucedido en su cabeza mucho antes de que sus labios se tocaran. Sus manos se deslizaron sobre la nuca de él, y vi cómo sus cuerpos se acomodaban en el sofá, como si la piel de uno hubiese encontrado su sitio en la piel del otro.
No sé porque me quede callada.
Yo no dije nada, y no sé por qué, no sé si fue lo que mi cabeza me llevó a pensar, la incredulidad o una fascinación retorcida la que me mantuvo en silencio. Mi hija era la única que sufriría, lo sabía. Pero aun así, me quedé inmóvil, con la garganta seca y el corazón latiéndome con fuerza en las sienes. Los veía entrelazarse, su aliento volverse uno solo, sus cuerpos fundirse como si fueran una única sombra dibujada en el respaldo del sofá.
Fue entonces cuando la adrenalina me jugó una mala pasada. Sin querer, mi codo tropezó con la pequeña maceta de cerámica que reposaba en el alféizar de la ventana. La vi caer en un parpadeo eterno, estrellándose contra el suelo con un crujido seco y definitivo. Y la tierra oscura se esparció como una herida abierta en el piso. El sonido los sacudió, Yo, con el pánico encendido en la sangre, retrocedí torpemente y sin pensarlo dos veces, me escabullí por el pasillo. Cada paso que daba retumbaba en mi cabeza como un tambor de guerra.
Llegué a mi habitación y cerré la puerta de golpe, apoyando la espalda contra la madera, jadeante, con la piel erizada y la mente hecha un nudo de pensamientos que no quería enfrentar. Me llevé una mano al pecho, sintiendo los latidos desbocados de mi corazón. Sabía que tarde o temprano, aquella escena que acababa de presenciar traería consecuencias. Consecuencias que nadie, ni siquiera yo, estaba lista para afrontar. Pero como sea aún recordaba todo lo que había visto, y de alguna manera algo despertó en mí.
Me puse a pensar en que hace mucho que yo nada de nada.
Pues hacía ya cinco años que yo nada de nada, pero también me puse a pensar de que no era yo la que importaba en ese momento, sino mi hija. Pero te cuento como fue exactamente que esto ocurrió, así es que no te despegues hasta el final. El reloj de pared en la sala marcaba las once con su tictac constante, un sonido monótono que llenaba el aire de la casa como una respiración pausada.
Afuera, el sol caía sin piedad sobre las baldosas del patio, haciendo vibrar el aire con ese calor que parece querer derretirlo todo. Cuando sonó el timbre, un eco metálico se expandió por la casa. Desde la cocina, donde el aroma del café recién hecho aún flotaba en el ambiente, alcancé a escuchar el crujir de los tablones del suelo cuando mi yerno se dirigió a abrir la puerta. ¿Sí?, preguntó él, con esa voz suya que siempre lleva un matiz de desconcierto, como si el mundo lo sorprendiera a cada instante.
Del otro lado, la voz de mi hermana sonó clara y sin rodeos: Busco a mi hermana, ¿esta es su casa? Mi yerno tardó un segundo en contestar, pero no porque dudara de la respuesta. Lo sé porque desde donde estaba, pude ver perfectamente la escena. Su mirada recorriendo el cuerpo de mi hermana, como quien observa algo prohibido y a la vez fascinante. Ella llevaba puesto un pantalón vaquero, ajustado que resaltaba sus caderas con un descaro natural, y una blusa ligera que dejaba traslucir lo que la naturaleza le había dado sin miramientos.
así era mi Hermana de atrevida y bonita
Su cabello, recogido en un chongo alto, dejaba al descubierto su cuello largo y claro. Se apoyó en la puerta con una mano en la cadera, esperando la respuesta con esa mezcla de seguridad y coquetería involuntaria que siempre había tenido. Mi yerno tragó saliva, Sí…sí, aquí es. Y su mirada se paseó por ella con la torpeza de quien sabe que no debería mirar, pero lo hace de todos modos.
Mi hermana lo notó, claro que lo notó, y arqueó una ceja con una media sonrisa cargada de malicia. ¿Qué?, ¿Acaso tengo algo malo?, preguntó. Él parpadeó, como si despertara de un trance. No, no…al contrario, dijo titubeando, rascándose la nuca como un pequeño atrapado en una travesura. Es que…estaba pensando en voz alta. El ambiente se cargó de una tensión sutil, de esas que no necesitan palabras para hacerse notar.
Pasa, ahora llamo a tu hermana, añadió él, abriéndole paso con un gesto nervioso. Pero yo ya estaba en camino, Salí a recibir a mi hermana con una sonrisa forzada, como quien quiere ignorar lo evidente, aunque lo evidente arda en el aire como un incendio a punto de propagarse. Apenas crucé el umbral de la sala, mi hermana me vio y soltó su bolso de un golpe seco contra el suelo. No le importó que el cuero se arrugara ni que algo dentro hiciera un ruido sordo al chocar con el piso.