Apenas crucé la puerta de la casa, solté un suspiro y sentí el alivio de estar de vuelta. Me quité la diadema del cabello y la dejé caer sobre la mesa de la entrada. Pero lo primero que quería hacer era liberarme de esos tacones. El dolor punzante en la planta de mis pies me recordaba que aunque la edad me favorecía, no era inmune al cansancio. Justo cuando me inclinaba para desabrochar una de las correas de mis tacones, la voz de mi yerno me sorprendió, haciéndome dar un leve respingo.
Despacio suegrita…no se vaya a caer, dijo con un tono entre divertido y provocador, mientras sus ojos hacían turismo descarado por cada curva de mi cuerpo. Lo vi desde el rabillo del ojo, su postura relajada, el medio giro de su rostro y esa leve sonrisa que le curvaba los labios. Instintivamente me giré, apenas unos centímetros, intentando apartar de su vista lo que al parecer, tanto lo entretenía.
Ay yerno, me asustaste, dije soltando una risa nerviosa mientras terminaba de quitarme un zapato. Pensé que estabas en el trabajo, levanté la vista, observándolo de arriba abajo, notando que no llevaba su uniforme habitual. ¿Y eso?, ¿Qué te pasó que ya estás en casa?, Peor si estás enfermo…pregunté con cierta preocupación.
El Esposo de mi Hija responde así.
Él soltó una pequeña carcajada y negó con la cabeza. No, para nada suegrita, más bien estoy feliz…y por eso la estaba esperando. Sus palabras acompañadas de esa forma de mirarme, me hicieron fruncir levemente el ceño. Antes de que pudiera decir algo más, levantó una bolsa de plástico y la sacudió levemente frente a mí. Mire, dijo con entusiasmo, sacando dos botellas de vino tinto, una de ellas de una marca bastante costosa.
Entreabrí los labios con un gesto de sorpresa, ¿Y eso yerno?, ¿Qué te tiene tan feliz que hasta quieres celebrar? Él dejó escapar un suspiro y su sonrisa se ensanchó. Póngase cómoda suegra…venga que le cuento todo. Permíteme solo me quito estos zapatos porque ya no los aguanto, dije sin mirarlo. Pero su respuesta me obligó a alzar la vista. Solo los zapatos suegra…Aún no se cambie el vestido, porque se ve muy bien en él.
Lo dijo con una sonrisa ladeada, con esa mirada pícara que parecía escanear cada centímetro de mi cuerpo. Su tono tenía algo distinto, algo que no supe si me inquietó o me halagó. Levanté las cejas y con una leve sonrisa, le respondí: ¿Y eso yerno?, ¿Qué le picó a usted hoy? Nada suegra, solo que creo que yo también merezco ver un poco de lo que los demás ven en la calle. Lo miré de reojo, sintiendo el calor subir por mi cuello.
Las palabras del Marido de mi Hija me erizaron la piel.
No era la primera vez que me decía algo así, pero jamás con tanta confianza. La verdad es que me siento orgulloso de tener una suegra tan juvenil, y sobre todo echada para adelante. Mis dedos juguetearon con la correa de mi bolso antes de que lo dejara caer suavemente sobre la mesita del centro de la sala. No respondí de inmediato, en su lugar, me permití observarlo aunque fuera solo un instante.
Alto, con esos ojos oscuros que parecían ver más allá de lo evidente, y esa complexión fuerte que hablaba de disciplina y trabajo físico. No es por nada, pero mi yerno estaba hecho un caramelo. Y como ser humano que soy, también tengo ojos y necesidades. Mi vestido no era ni demasiado recatado ni demasiado atrevido, pero sí resaltaba cada una de las curvas que la naturaleza, en su infinita generosidad me regaló.
Así es como yo soy físicamente.
Soy de estatura promedio, ni muy alta ni muy baja, con ojos pequeños que contrastaban con mi nariz chata, y mi rostro redondeado. No me consideraba una mujer irresistible, pero sabía que mi presencia tenía su peso. ¿En qué piensa suegra?, me interrumpió de repente. ¿Yo?, en nada…más bien, espérame que ya vuelvo le respondí rápidamente, dándome la vuelta con la intención de huir de la tensión, que sin saber cómo se había instalado entre nosotros.
Me marché a mi habitación con pasos apresurados, cerrando la puerta tras de mí y apoyándome contra ella. Respiré hondo, había algo peligroso en esa conversación. Algo que me había hecho estremecer de una manera que no estaba dispuesta a admitir. Y lo peor de todo…es que no sabía si quería evitarlo o seguir jugando con fuego.
Me puse más cómoda para mi Yerno.
Me puse una blusa de cuello redondo, sencilla pero con un ajuste que aún insinuaba mi figura sin exageraciones. La combiné con una falda que caía justo por debajo de mis rodillas, con una ligera abertura en el costado derecho. No quería dar la impresión equivocada, pero tampoco ocultar lo que la naturaleza me había dado. Al calzarme los zapatos bajos, me miré en el espejo de cuerpo entero. Me giré apenas un poco, inspeccionándome con ojo crítico.
Mi reflejo me devolvió una imagen que me hizo sonreír con cierta picardía. Vaya que tremenda eres…murmuré para mí misma, acomodando algunos cabellos rebeldes en el chongo que me había hecho. Sí que Aún arrancas suspiros mujer. Inspiré profundamente, como preparándome para lo que venía. Bueno, pues…veamos qué celebra mi yerno. Salí de la habitación con paso firme pero controlado. No quería que se notara que mi curiosidad era más grande de lo que debería ser.
Cuando llegué a la sala, él ya había destapado la primera botella, y servía el vino con la facilidad de alguien acostumbrado a ese tipo de cosas. Me observó apenas crucé la puerta y noté ese destello de aprobación en su mirada. Mire nada más suegra, dijo con una sonrisa ladeada, aun arreglándose tan sencilla, sigue viéndose espectacular. Me acomodé en el sofá, cruzando las piernas con elegancia mientras él me observaba desde donde estaba. Su cercanía se hizo evidente, demasiado evidente.
Le pregunte al marido de mi hija la razón de su alegría.
Tomé la copa que me ofrecía, Yerno, ¿y exactamente qué celebramos? Porque con tanto entusiasmo que tienes, ya me diste curiosidad. Él tomó asiento a mi lado, más cerca de lo que esperaba, y levantó su copa en un gesto elegante. Celebramos el éxito suegra. Un gran trato cerrado en el trabajo, que no solo me deja ganancias, sino también un buen reconocimiento. Y además…celebramos la buena compañía.
Sus ojos se fijaron en los míos con intensidad. Salud por eso entonces, dije chocando suavemente mi copa con la suya antes de llevarla a mis labios. El vino era suave, con un toque dulce al inicio y un final cálido que se deslizaba por mi garganta. Mmm, buen vino, comenté saboreándolo con calma. Pero dime algo, ¿por qué quisiste compartir este momento conmigo? Mi pregunta lo tomó apenas por sorpresa, pero no dudó en responder.
Porque suegra, usted y yo tenemos más en común de lo que cree. Me quedé en silencio, esperando que continuara. Los dos sabemos lo que es luchar por algo y no recibir el reconocimiento merecido. Sabemos lo que es darlo todo y sentir que a veces, no es suficiente. Sus palabras me hicieron bajar un poco la copa. ¿Y qué significa eso exactamente?, pregunté con cautela. Que a veces, uno necesita a alguien que lo valore de verdad, respondió él, inclinándose apenas un poco hacia mí.
La mirada del Esposo de mi hija me erizó la piel.
Sentí su mirada recorrerme, no de manera vulgar, sino con una curiosidad contenida. ¿Y tu esposa?, le recordé con suavidad, como quien pone un límite sin necesidad de levantar un muro. Él sonrió, como si esperara la pregunta. A veces, aunque uno ame, se siente solo…susurró girando la copa entre sus dedos. Y a veces, la persona que menos imaginamos nos hace sentir todo lo contrario. Mi corazón latió un poco más rápido.
¿Yerno, te has tomado ya muchas copas?, bromeé intentando aligerar la tensión. Él soltó una pequeña risa y negó con la cabeza. No, para nada suegrita. Estoy completamente consciente de lo que digo. Tomé otro sorbo de vino y decidí cambiar el rumbo de la conversación antes de que todo se volviera aún más peligroso. Pero en el fondo, una parte de mí no podía negar que aunque no debía, disfrutaba demasiado de aquella atención.
Oye quiero que no me ocultes nada, y que seas sincero conmigo. Está pasando algo entre tú y mi hija, porque si es así podemos arreglarlo juntos. Mi yerno me miró y agachó la cabeza, y vi como su pecho se infló antes de suspirar profundamente. Pues suegra este no es momento para tristeza, más bien para alegría. Por favor Yerno, dime lo qué pasa con mi Hija, yo estoy aquí y con gusto te escucharé, quien quita y pueda ayudarte o por lo menos darte un consejo.