Mi Yerno me zangoloteó en mi cuarto de noche.

«Mi yerno con esa sonrisa coqueta, y esos ojos que parecían siempre estar midiendo mis reacciones, me dijo entre risas: ‘Uy suegra sí que estuvo buena la fiesta. Mire que traer usted el pelo tan enredado es muestra de que hubo de todo. Muy afortunado su acompañante, ya me lo imagino disgustando ese manjar tan dulce.’ 

Fruncí el ceño y cerré un poco los ojos, tratando de entender si aquello era una broma pesada o un comentario que había cruzado ciertos límites. ‘¿Qué manjar ni qué manjar?’ le respondí, esforzándome por mantener la calma. El peso de la resaca era palpable, me sentía confusa, como si la realidad fuera un eco distorsionado de lo que había pasado la noche anterior.

Me llevé las manos al rostro, intentando borrar el malestar físico y la incomodidad de su mirada, mientras mi cabeza aún daba vueltas. ‘La fiesta sí estuvo buena, pero no contaba con esta resaca tan brava,’ dije más para mí misma que para él, tratando de restarle importancia a lo que acababa de decir.  Cuando levanté la mirada, noté que sus ojos no estaban puestos en mi rostro, sino más abajo, fijos en mi escote. Su descaro era evidente, y yo aún algo desorientada por la resaca, bajé la vista para descubrir lo que había captado su atención: una parte de mi vestido estaba desgarrada, justo a la altura de ya saben. El tejido fino y roto, dejaba al descubierto más de lo que debería.

Mi Yerno me miraba de esta manera.

Un calor incómodo me subió por el cuello, y sin pensarlo, crucé los brazos para cubrirme, como si eso pudiera borrar el hecho de que él ya había visto lo que no debía. Me senté rápidamente en la mesa, tratando de recomponerme.

En ese instante, la voz de mi hija llegó desde la sala, fuerte y clara: ‘¡Cariño!, ¿Dónde estás?, Apúrate que nos vamos’. Esa voz inocente y alegre, me sacudió con la realidad de lo que estaba ocurriendo. Mi yerno no apartó la mirada de mí hasta el último momento, cuando finalmente respondió: ‘Bueno suegra, creo que la vamos a dejar sola un ratito’. Me lanzó una última sonrisa antes de salir, como si todo lo que acababa de pasar fuera parte de un juego que solo él entendía. 

Escuché sus pasos alejarse y las risas de ambos desvanecerse tras la puerta al cerrarse. Me quedé sola, sentada en la mesa, con las manos aún cruzadas sobre mi pecho y el corazón latiendo a un ritmo descontrolado. Las palabras de mi yerno seguían resonando en mi mente, como un eco venenoso, cargado de insinuaciones que no podía ignorar.  

Mi yerno me Hizo Reflexionar

Me levanté con torpeza, el dolor de cabeza seguía latente, pero ahora era lo de menos. Me dirigí al espejo del pasillo y observé mi reflejo. El vestido de seda que había sido elegante y favorecedor la noche anterior, ahora colgaba de mi cuerpo de forma desaliñada, con esa desgarradura que lo arruinaba todo. Mi cabello, un desastre, como bien había notado él, era un rastro visible del caos de la fiesta. 

Pero lo que más me perturbaba no era mi aspecto, sino la mirada que mi yerno me había lanzado. No era la primera vez que había notado ese brillo en sus ojos, esa chispa juguetona que siempre me incomodaba pero que había decidido ignorar. Hoy sin embargo, había sido demasiado evidente. Y lo peor de todo era que algo en mí le gustaba la forma en que mi Yerno me trataba.

Mi yerno y mi Hija en pleno…

Pasarían tal vez dos o tres horas, aunque yo no era consciente del tiempo que había transcurrido. Estaba envuelta en el silencio espeso de la casa, secándome del baño de agua fría que me había dado, intentando disipar los restos de la noche pesada. El agua helada había sido mi única compañía en la soledad de esas paredes, un frío necesario para sacudirme el cansancio.

Pero justo cuando me pasaba la toalla por los hombros, el sonido de la puerta de calle abriéndose llegó hasta mis oídos. El mal diseño de la casa hacía que el baño quedara prácticamente en la sala, lo que me permitía escuchar cada palabra, cada mínimo movimiento que ocurría afuera.

Primero, el crujido de las bolsas al ser dejadas sobre el sofá rompió el silencio. Mi hija había llegado, y su voz clara resonó suavemente: «Ya tranquilo cariño, ¿qué te pasa hoy que estás como muy prendido?» No me digas que no te bastó lo de la noche, el susurro bajo de mi yerno le respondió, casi con urgencia: «No preguntes cariño… solo déjate llevar.» 

 Había algo en sus palabras que hizo que todo mi cuerpo se tensara de inmediato. Mi respiración se entrecortó, y mi piel, que apenas unos momentos antes sentía el frescor del agua, ahora parecía haberse encendido en llamas. Las voces eran suaves, pero innegablemente cargadas de una tensión extraña. Podía sentirlo en el aire, en la manera en que las palabras de ambos chocaban contra las paredes y rebotaban hasta mis oídos.

Mi Hija se opone a lo que mi Yerno quiere hacer.

«Pero cariño, aquí no… no ves que puede venir mi madre», replicó mi hija en un tono que parecía dividirse entre la razón y algo más profundo, algo más impulsivo.  El corazón me dio un vuelco cuando escuché a mi yerno con su voz ahora más decidida, más confiada: «¿Qué va a estar viniendo tu mamá? Si a esta hora ha de estar bien dormida, y con esa resaca que tiene, ni ganas le darán de levantarse.»  Sentí como si el suelo bajo mis pies desapareciera.

Me quedé completamente inmóvil, pegada a la puerta del baño, el sonido de su conversación me golpeaba una y otra vez. «¿Qué hago ahora?» pensé, con el corazón latiendo frenéticamente. El baño era mi refugio, pero también mi prisión. Ellos estaban allí, a solo unos pasos de mí, ignorando completamente mi presencia, asumiendo que estaba lejos, tal vez inconsciente o dormida, cuando en realidad yo era testigo de cada palabra.

El silencio fue interrumpido por el susurro contenido de mi hija. «Cariño pero… y si viene mi madre…» «Tranquila» insistió él, «si viene nos acomodamos como si nada pasara.» 

Mi curiosidad de ver a mi yerno.

Una mezcla de curiosidad y pánico me invadió, y casi sin querer me acerqué a la puerta. Necesitaba ver, aunque fuera solo un atisbo. Me agaché buscando alguna pequeña abertura, buscando cualquier señal del exterior. Pero todo estaba cerrado, no había ni una rendija para espiar.  Decidí entonces girar la manecilla de la puerta, lo más despacio que pude y con el mayor cuidado, como si con ello evitara ser descubierta. Pero apenas abrí la puerta un centímetro, mis ojos se toparon directamente con los de mi Yerno.

Él me miró fijamente, con una sonrisa tan calmada que me hizo sentir un escalofrío. Fue una sonrisa que no debería haber estado allí, una sonrisa que transmitía algo que no quería entender. No dijo nada, ni hizo ningún gesto.

Simplemente me observó por unos segundos eternos antes de continuar con lo suyo, como si no le importara en absoluto que yo estuviera ahí, espiándolos.  Con el corazón desbocado, cerré la puerta rápidamente y me apoyé contra ella, sintiendo cómo mi cuerpo temblaba. 

Mi yerno me descubre viendolos.

Con la boca seca y la mente en blanco. No podía pensar con claridad, ¿Cómo había llegado a estar atrapada en esta situación? Hoy su qué me metí «En camisa de once varas», me dije a mí misma. Y era cierto, pues no había escapatoria fácil. Cada opción parecía estar cargada de más confusión, de más peligro.

Esperé hasta que el silencio volvió a llenar la casa. Los minutos pasaron lentos, muy lentos. Escuché a mi hija moverse hacia la cocina, llevando con ella las bolsas que trajo del mercado.  Entonces un suave golpe en la puerta del baño me sacó de mis pensamientos. La voz de mi yerno, firme pero baja, resonó a través de la madera.

«Ya puede salir suegra», dijo con una calma que me descolocó, y luego, escuché sus pasos alejarse.  Me quedé allí, en ese pequeño espacio, todavía apoyada contra la puerta, tratando de recuperar el aliento. Las manos me temblaban mientras las apretaba contra la toalla húmeda. Salí del baño como si fuera una extraña en mi propia casa, evitando ser vista por alguien y me fui para mi habitación.

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