Nunca imagine que el Mejor amigo de mi Marido fuera capaz de tal cosa. La mirada del mejor amigo de mi esposo me puso nerviosa. Era como si sus ojos pudieran descubrirme, como si en un instante pudieran atravesar las capas de tela que me envolvían. El día está soleado, y el aire estaba impregnado de risas y charlas animadas, pero en medio de la multitud, sentí una corriente de tensión.
La naturaleza que ha sido muy generosa conmigo, también a veces me ponía en unos aprietos como en este caso. Pero había algo que me gustaba, pues sinceramente hacía ya tiempo que mi esposo se había olvidado de aquello en lo que antes se entretenía. Y ahora ver que otros ojos estaban ocupando ese lugar, me llenaba de un no sé qué.
El escote que tanto había considerado al elegir mi atuendo, se convirtió en un traidor silencioso. Agaché la cabeza para ver que tanto era lo que se asomaba, y en un descuido solté la cuchara, vi el postre deslizarse con torpeza, como si estuviera danzando para llamar la atención. Unas gotas de crema se derramaron sobre mi vestido, dejando un rastro de vergüenza que se extendía hacia mi escote. La risa burlona de las compañeras de trabajo de mi esposo resonó en mis oídos, como un eco de mi torpeza.
Mi Esposo me puso en mal en vez de defenderme.
Mi esposo al percatarse de la situación, se acercó a mí, y sentí su aliento cálido rozando mi oído mientras murmuraba: “Solo eso faltaba, que vinieras solo para ponerme en ridículo”. Sus palabras, aunque en un tono de broma, me hicieron sentir aún más pequeña. La mirada del amigo de mi esposo se volvió más intensa, como si cada palabra que mi marido pronunciaba solo alimentara una chispa oculta entre nosotros.
“¿Qué es lo que a ustedes les causa risa? A cualquiera le puede pasar”, intervino el amigo de mi Esposo, con una voz que sonó casi protectora, pero que también tenía un matiz de desafío. Yo quería sumergirme en el suelo, desaparecer entre la hierba, pero el eco de su voz me mantenía cautiva. Mis ojos se desviaron hacia el amigo, y por un instante, en su mirada vi un destello de complicidad, una chispa que me provocó un escalofrío.
“Sí, pero es que ella no tiene cuidado de nada”, dijo mi esposo, y sentí que el aire se cortaba entre nosotros. Las risas se intensificaron, y la atmósfera se volvió densa, como si la tensión se pudiera cortar con un simple soplo. Y La ironía en su tono me dejó un sabor amargo en la boca.
Me busqué refugio en el baño
El joven que nos servía se acercó trayendo una servilleta, pero mi mente estaba en otra parte, atrapada entre la incomodidad y el extraño magnetismo que emanaba del amigo de mi esposo. Sin atreverme a mirar a nadie, me levanté, sintiendo el peso de todas las miradas a mis espaldas. “Necesito ir al baño”, murmuré, y como si esa fuera la solución a mi desdicha, me alejé de la mesa.
Antes de entrar al baño volteé a ver a la mesa donde estaban todos sentados, y por los ademanes que mi esposo hacía, noté que se disculpaba por mí. del baño». Mientras me limpiaba con una servilleta mojada en el baño, el eco de las risitas burlonas de las compañeras de trabajo de mi Esposo resonaba en mi mente, como un eco doloroso que no podía acallar. Era una especie de tormento: y mi esposo en vez de defenderme, se había alineado con ellas, sonriendo mientras se burlaban de mí.
El amigo de mi Esposo me defendió.
La decepción me llenó como una nube oscura que me seguía a donde fuera. Pero en medio de esa oscuridad, la figura de su mejor amigo apareció en mi mente, desdibujando las sombras. Él había sido el único que se atrevió a levantarse, a interponerse entre el odio y yo. En un instante fugaz, me imaginé en ese pequeño espacio del baño con él, ustedes ya saben en qué forma, pues nada más y nada menos que ofreciéndome consuelo.
Un escalofrío me recorrió al pensar en lo que podría pasar, pero rápidamente sacudí la cabeza, tratando de alejar esos pensamientos osados. «No, eso no puede ser», me dije convencida de que no podía dejar que esa chispa se convirtiera en fuego. Tranquilízate mujer que tú ya no puedes saltar de esa manera, porque puedes caer donde no debes.
En ese momento, una de las chicas que estaba con nosotros en la mesa entró al baño. Al verme, su mirada fue un alivio inesperado en medio de mi tormenta interna. «No vayas a sentirte mal por eso», me dijo con su voz amable rompiendo el silencio pesado. «No pongas atención a las risitas de las otras». Algo en su tono me hizo sentir que quizás no estaba tan sola. Sabes, no te había visto nunca, pero creo que tú eres mejor que…No logró terminar la frase antes de que otra chica entrara, interrumpiendo con su energía desbordante.
La otra la saludó con un entusiasmo que yo no sentía. Se quedaron hablando entre risas, mientras yo, en un rincón, me sentía invisible.
Regrese en busca de mi Esposo y su amigo.
Salí del baño y el aire del salón me golpeó con un frescor inesperado, como si la risa y la música se hubieran congelado en un instante. En la mesa, casi no había gente; la mayoría de los colegas de mi esposo estaban dispersos, pero lo que captó mi atención fue la tensión en su postura. Hablaba con una de las chicas, su rostro estaba tenso y gesticulaba de manera animada.
Cuando me vio, ella se sacudió el cabello hacia un lado, un gesto que en el fondo, me pareció casi desafiante. Se giró hacia el hombre que estaba a su lado, como si de repente yo hubiera sido un intruso en su pequeño drama. No me pareció nada normal, pues la conversación entre ellos era intensa, casi como una pelea de marido y mujer, y la incomodidad se instaló en mi mente.
Me senté en una esquina de la mesa, con la vista fija en mi esposo, esperando que sus ojos me buscaran, que encontrara en mí un ancla en medio de esa marejada.
El mejor amigo de mi Esposo celebra por esto.
En ese momento, el mejor amigo de mi esposo hizo su entrada triunfal, con dos botellas de vino en la mano, seguido por otro compañero. Risas y música se entrelazaron cuando proclamó: «¡Bueno, llegó el momento de celebrar el ascenso de nuestro nuevo jefe!» Su mirada se detuvo en mi marido, que al instante se enderezó en su silla, como si se preparara para un duelo.
Todos aplaudieron, pero la chica con la que parecía discutir minutos antes, no se movió y tampoco aplaudió. Sus ojos permanecieron fijos en el suelo, y un gesto despectivo cruzó su rostro. La tensión creció cuando de repente se levantó y dijo que iba al baño, antes de marcharse con una actitud que me hizo sentir un escalofrío.
Observé a mi esposo; su expresión había cambiado sutilmente, un atisbo de preocupación asomaba entre su sonrisa. «¿Pasa algo cariño?», le pregunté buscando su mirada con ansiedad. «No, claro que no», me respondió, forzando una sonrisa que no encajaba del todo. «Es solo que hoy estoy siendo celebrado por algo que he esperado tanto tiempo.» Levantó su copa, y por un instante mi corazón se sintió ligero, pero algo en su mirada seguía inquietándome.
Mi Esposo hablando de sus logros.
Con voz firme se puso de pie y habló: «Amigos y compañeros, sé que hemos estado juntos durante todo este tiempo, y que cada uno de nosotros se conoce muy bien. Quiero que sepan que lo único que me hace distinto es el puesto; porque por todo lo demás, sigo siendo el mismo.» El salón estalló en aplausos, pero mi atención seguía atrapada en la ausencia de aquella chica, y en la forma en que la risa se había desvanecido para ella.
«Gracias por haber aceptado la invitación, y Hoy corre por mi cuenta todo», agregó, y alzó su copa una vez más, dijo «¡Salud!». Todos brindaron, mientras el vino corría y las risas llenaban el aire, no podía sacudir la sensación de que había algo más, un secreto oculto entre las palabras y las miradas.
Miré a mi alrededor, buscando respuestas en los rostros de sus amigos, en sus risas, pero lo único que encontré fue el eco de una risa distante, como un susurro que prometía complicaciones en esta celebración aparentemente perfecta. La música empezó a subir un poco, mientras Yo seguía sentada en la mesa, pues mi Esposo y todos sus compañeros bailaban en la pista.
El amigo de mi Esposo me invito hacer esto con él.
En eso se acercó el mejor amigo de mi Esposo y me dijo: oye que tal si bailas conmigo. Mira que es necesario sacudir un poco el polvo de los zapatos. Yo le sonreí y le dije: creo que tienes razón, me levanté y lo seguí hasta la pista. La música seguía llenando el ambiente con un ritmo envolvente, y aunque mis pensamientos divagaban, dejé que la cumbia y el merengue me arrastraran al centro de la pista.
Hacía tiempo que no sentía el impulso de bailar con tanta libertad. Me dejé llevar, soltando una risa suave cada vez que girábamos o dábamos un paso inesperado. Mis dudas se disiparon momentáneamente, flotando junto a las notas de aquella melodía embriagadora. Sentía el suelo bajo mis pies, el calor de la pista y las miradas dispersas de los otros invitados, pero aun así, solo el amigo de mi esposo y yo parecíamos danzar en un mundo aparte.
Mi Esposo desaparece y su amigo aprovecha para esto.
No sentí como el tiempo pasó, pero en un momento, mis ojos comenzaron a buscar a mi marido de forma casi automática. Ya no estaba en la pista, ni tampoco la chica que había visto junto a él en varias ocasiones esa noche. El amigo de mi esposo lo notó de inmediato, y con una sonrisa que intentaba tranquilizarme, me murmuró al oído: «Quizá fue al baño, tranquila que no se va a perder. Intenté reírme, pero no podía apartar esa sensación de inquietud.
«Sí claro», respondí, sin embargo al mirarlo directamente, sus ojos chispeaban con una calidez inesperada y algo que parecía como… ¿curiosidad? Le dije: sabes creo que voy a sentarme un momento para recuperarme un poco. Pero antes de que pudiera profundizar en mis pensamientos, se inclinó más cerca y me susurró: «Anda, deja que bailemos esta canción. Es una de las románticas y me va a parecer un desperdicio si la pasas sentada.»
Acepté algo distraída, pero cuando su mano se deslizó suavemente por mi cintura, sentí un leve escalofrío recorrer mi piel. No sé si fue la presión de sus dedos o el perfume que llevaba, tan cercano al mío, que hizo que el espacio entre nosotros se desvaneciera en un suspiro. «Qué bien hueles,» susurró con sus palabras envolviéndome en una mezcla de calor y sorpresa. «Es un aroma dulce… tan suave como tú.»