Nunca Imaginé que mi Mamá y mi Esposo… |Infidelidad

Pero como me lo iba a imaginar yo, si de quien hablo es de mi mamá y mi esposo, no cabía sinceramente en mi mente tal cosa.  Pero ya ven, lo que parece imposible se hace posible, y lo que es invisible, muy visible ante los ojos.  Mi madre estaba sentada frente a mí, sosteniendo una taza de café entre las manos, y mientras soplaba para enfriar el café, su mirada aguda y atenta se posó en mí.

Podía sentir su juicio cauteloso como si cada palabra que pensaba decirme, estuviera siendo minuciosamente revisada antes de salir de sus labios.  «Hija debes controlar un poco más a tu marido,» comenzó con su tono tan característico, mezcla de preocupación y advertencia, «porque así como se anda portando me huele a que no anda en tan buenos pasos que digamos.»  La mañana era aún fresca y el sol apenas rozaba las ventanas de la cocina, bañando todo el recinto con un brillo suave

Su comentario quedó suspendido en el aire, haciendo que el aroma del café se mezclara con el eco de sus palabras, resonando en mi mente. Mantuve el silencio mientras la escuchaba hablar; había algo en su voz, en su elección de palabras que me causaba una inquietud particular. Sabía que mi madre no era de hablar sin razón, pero en esta ocasión había algo que me alertaba.  Era como si ella tuviera algo oculto detrás de sus palabras, pero era mi madre y yo debía confiar en ella. 

Mi mamá habla de mi intimidad.

Sé que hay cosas que son solo de pareja, y sé que esto es algo privado solo de ustedes,» continuó en un susurro, como si quisiera asegurarse de que nadie más la escuchara. «Pero debes saber que si de repente ya no anda dándote tus buenas…ya sabes a lo que me refiero.»  La miré asombrada y con el rostro ardiendo, sin saber si sonreír de la incomodidad o desviar la mirada.

Con mi madre las palabras siempre caían sin filtro, y a veces no sabía cómo reaccionar ante ellas.   Sentí cómo mi rostro enrojecía mientras ella añadía, con esa misma tranquilidad, “Escuché de boca de alguien que como que lo vieron con alguien más.»  Y tú sabes hija que cuándo el río truena, piedras trae, hay que andar con los ojos bien abiertos, porque los hombres hacen las cosas en un abrir y cerrar de ojos.

Sino dímelo a mí que llegue a conocer cada movimiento de tu padre, que al final ya no pudo esconder nada de lo que hacía.  Todo hombre que no es capaz de mantenerse firme con una sola mujer, no es para nada útil.  Y yo no quiero que tú tengas que pasar y mucho menos sufrir lo que yo.   La frialdad de la sugerencia me sacudió por dentro.

Mi madre me hizo reflexionar y recordar lo que mi Esposo hace.

Me dolía el solo hecho de imaginarlo, aunque desde hacía tiempo algo en el fondo de mi pecho me decía que algo había cambiado. Recordé esos días, cada vez más frecuentes en los que él, se escabullía al trabajo antes de que yo despertara, y las noches en las que se dormía al instante, como si cualquier contacto conmigo fuera algo incidental. Aquellas noches en que yo anhelaba esa intimidad que parecía haberse desvanecido.

Mi madre seguía observándome esperando una respuesta, pero yo solo pude forzar una sonrisa, tratando de no mostrar lo que realmente sentía. “No mamá no pasa nada,» mentí con un tono ligero, «las cosas entre mi marido y yo están bien.»  Sin embargo mis palabras se desvanecían en mi mente, mientras trataba de recordar alguna señal, un indicio que hubiese pasado por alto. Intenté convencerme de que todo estaba bien, que eran solo las habladurías de alguien, rumores infundados; y aun así había algo innegable en mis pensamientos, en esas noches vacías en las que él se dormía sin siquiera mirarme. 

Pero nunca pensé y muchos menos pasó por mi mente de que mi mamá y mi esposo llegaran a tal cosa.  Entonces mi mamá dijo: hija entonces si escuchas algún chisme de que tu marido anda con alguien, no vayas a creer nada.  Porque aunque a mí me dijeron eso quizá sea solo envidia de la gente. 

Mi Esposo llega e interrumpe la conversación con mi madre.

De repente escuché el sonido de pasos acercándose por el pasillo.  Y antes de que pudiera recomponerme, mi esposo entró en la cocina con una sonrisa plácida. Saludó a mi mamá con un beso en la mejilla, y se acercó a mí posando un beso cálido y fugaz en mi frente.  Levanté la vista para mirarlo tratando de ver algo en sus ojos, una chispa que me confirmara lo que acababa de oír o mejor aún, que desmintiera aquellas palabras como algo ridículo.

Pero su expresión seguía siendo la de siempre: serena y confiada, como si nada en el mundo pudiera perturbarle.  ¿Interrumpo algo?, preguntó mirándonos a las dos con un tono despreocupado.  No, nada, respondí rápidamente tratando de disipar la tensión.

Mi Esposo halaga a mi madre de esta manera.

Mi Esposo se dirigió a mi mamá y le dijo: suegra cambió de perfume verdad, porque ahora trae un aroma distinto.   Un poco más entre dulce y agrió, me parece muy llamativo.  Observé a mi esposo mientras soltaba esa última frase con una sonrisa que parecía ensayada. El brillo en sus ojos, ese que había aprendido a leer con los años, parecía ahora teñido de un matiz inquietante.  Volteé a ver a mi marido y le dije: oye y tú como sabes de los aromas que mi madre usa. 

Vi qué mi Esposo tragó saliva de un golpe, pero con tranquilidad dijo: sencillo cariño, no me digas que no has notado que tu bella madre casi se vacía un frasco de loción cada vez que se arregla.  Toda la casa queda con su olor, y cualquier puede sentirlo, yo creo que hasta los vecinos ya saben que esta casa huele a puro perfume.  Mi Madre interrumpió y dijo: ay yerno usted y sus ocurrencias, pero sí tiene razón, cuando me da la gana me embellezco y me hecho suficiente perfume, para que quien pasé a mi lado, pueda sentir la frescura que me envuelve.

Yo me esforcé en aparentar despreocupación, observándolo sin parpadear mientras él se levantaba de la mesa, alisando su camisa con movimientos que parecían más para calmarse que para corregir alguna arruga. 

Mi esposo me dejá con la duda y se marchó.

Bueno las dejo para que sigan con su charla, dijo él lanzándome una mirada que esperaba que lo siguiera. Me limité a sonreír, intentando disimular la marea de pensamientos que se arremolinaban en mi mente. Él se acercó a mi madre y depositó un beso en su mejilla, un acto que siempre había sido cordial, pero que hoy parecía calculado.  Me sentí mal por lo que mi mente me dictaba, pero no podía evitar lo que sentía. 

Como era posible de que mi Marido reconociera el perfume de mi mamá, mientras que el olor mío ni siquiera lo sentía. Cuando salió, el silencio en la sala se volvió casi pesado. Mi madre se acomodó en el sillón, dándome una sonrisa que yo misma conocía bien: esa que usaba para convencerme de que todo estaba en orden. 

Tu esposo es tan atento…dijo con su voz deslizándose entre un suspiro de admiración.  Le devolví una sonrisa apagada, y con una calma que apenas sentía, le pregunté: ¿Desde cuándo cambiaste de perfume mamá? No me habías contado de esta nueva elección, quizá yo hubiera podido encontrar algo para mí también, porque creo que ya es necesario un nuevo aroma.

Mi madre no sabía como responder ante mis preguntas.

Ella soltó una risita suave, de esas que usaba para disimular cuando algo la incomodaba. Se echó hacia atrás, mirando el techo mientras pensaba en su respuesta.  —Ay hija… Desde hace unas semanas, porque sentí que necesitaba un cambio, y ya sabes…dijo mientras agitaba su mano en el aire, en un gesto de aparente trivialidad. 

Noté que desviaba la mirada, como si se refugiara en la decoración de la sala para evitar mis ojos.  ¿Un cambio mamá?, insistí, manteniendo mi voz en un tono casual, aunque la tensión me apretaba el pecho. Era la clase de pregunta que esperaba que respondiera con naturalidad, pero su reacción me hacía sospechar.  Sí, un cambio, a veces una necesita sacudirse un poco de las cosas que ya están a punto de caducar, replicó con una sonrisa forzada. 

Pensé en cómo mi madre siempre había sido la reina de los detalles; ella conocía todas las fragancias de moda, pero rara vez se aventuraba a cambiar la suya, ese perfume suave y floral que la había caracterizado por años. Que ahora usara algo que hasta mi esposo notaba como «entre dulce y agrio» me parecía… interesante.

Para alejar la intriga que comenzaba a hacerse un hueco en mi mente, traté de suavizar el ambiente.  Sí, supongo que todos necesitamos renovarnos un poco…incluso los aromas.  Sonreí, pero mis pensamientos seguían recorriendo cada una de sus palabras y gestos. Mi madre dijo que saldría y yo me puse hacer mis qué aceres. 

Mi Esposo y yo reavivando lo nuestro.

Al llegar la noche, el ambiente estaba cargado de expectativas mientras esperaba el regreso de mi Marido. Me miré en el espejo, con aquel camisón de seda que había guardado durante tanto tiempo, reservado para un momento especial. Era la prenda perfecta para dar inicio a una noche que estaba segura avivaría los sentimientos, que habían quedado en segundo plano en los últimos meses. Sabía que la situación entre nosotros necesitaba ese impulso.

O al menos esa noche quería borrar las dudas y dejar atrás los pensamientos que me atormentaban, sobre su ausencia y los rumores que cada tanto llegaban a mis oídos. Escuché el sonido de la puerta y sonido de sus llaves cayendo en la pequeña mesa de la entrada. Mi corazón comenzó a latir con fuerza cuando lo vi aparecer en el umbral. Con una sonrisa casi pícara, tiró su chaqueta al suelo y se acercó a mí. Lo sentí envolverme en sus brazos, y mi piel reaccionó a su toque.

Me besó lentamente, como si con cada segundo se disiparan las sombras de los rumores, las dudas y la distancia. Súbele un poco al volumen de la radio para que tu madre no nos escuche, me susurró con una sonrisa que tenía algo de complicidad y otro tanto de picardía.  Asentí sin dudar y mi pecho se llenó de un cálido alivio, y en ese instante creí que quizás las habladurías eran solo eso, palabras vacías.

Con los suaves acordes de una vieja canción nos dejamos llevar. Su mano recorrió mi espalda, y me sentí envuelta en la mezcla de su perfume y la promesa de una noche en la que solo éramos él y yo. Pero entonces vi que mi madre…

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