Nunca Imaginé Que Mi Suegro Me Diera Consuelo.

Ni por mi Mente pasaba que fuera mi querido Suegro quien se encargara de tal cosa conmigo.  Vaya que fue una gran sorpresa para mí el que mi Suegro hiciera esto, y bien que sabe hacerlo. Pero mejor vamos y te cuento como sucedieron las cosas.

¿Y tú para qué tanto arreglo?, dijo mi Marido mirándome mientras se arreglaba, Acaso no has escuchado el dicho que dice: “la mona aunque se vista de seda, mona se queda”? ¿Quién no ha escuchado esa frase más de dos veces? Pero que te lo diga una amiga, o un compañero, está bien. A veces eso es lo que uno espera de alguno que otro al que no le caes bien, hasta lo aguantas. Pero que te lo diga la persona a quien amas… y con esa cara de desprecio… no, eso no está bien, No tiene gracia, claro que no lo tiene.

O que piensas tú, tú que estás ahora con la mente fresca y sin presión alguna, verdad que no, eso pensé. 

Mi Esposo ni cuenta se dió de como yo estaba.

Me acomodé el escote, y noté como la tela se estiró un poco más de lo que me hubiese gustado. Había subido algunos kilos, y el vestido me quedaba un poco apretado, y las palabras de mi marido más el vestido, me recordaba lo que había dejado de ser. Aquella silueta que un día me hizo sentir tan segura, ahora era una jaula, una trampa que me devolvía la imagen de una mujer que no encajaba, ni en el vestido ni en su vida.

Pero, aun así, mi intención era clara: quería que él me mirara, que me deseara como antes. Había puesto todo mi empeño en esto, hasta en la elección de los tacones, aunque mis pies lo odiaran. Quería que al verme, su respiración se acelerara, que al menos por un segundo se diera cuenta del manjar que tenía a su disposición, y que podía tenerlo cuando quería.  Pero no, no fue así.

Yo me pregunté:  ¿De verdad me veo tan mal?, o es que la cosas con mi Marido ya no van para más.  Porque sinceramente para mi Esposo yo ya era más como si fuera una broma, como si todo lo que hacía estuviera mal. Su mirada recorrió mi cuerpo con una indiferencia que ya no era nueva, pero que dolía más cada vez. 

Le dije todo esto a mi ESposo por enojo, sin saber que mi Suegro sería mi consuelo.

No me aguanté más y dije: ¿Sabes qué?, Es mejor que vayas tú solo a esa fiesta. Mi voz salió firme, más firme de lo que sentía en mi interior. Si yo te causo pena o vergüenza, prefiero quedarme en la casa. Un nudo se me formó en la garganta, pero lo solté rápido, como si esa era la última gota que había caído sobre la copa que ya se desbordaba. No quiero ser una carga para ti, y si es tan difícil estar a mi lado, es mejor que te vayas solo.

Y ya que estamos en eso, busca a alguien que me ayude en la casa. Porque yo no voy a seguir quitándome la vida, con todo lo que hago por ti, para además tener que atender a tu padre. Mi suegro llevaba solo dos días viviendo aquí, y aunque no era una carga real, lo dije como si lo fuera. Como si al menos, ese fuera el único recurso que tenía para hacerle ver lo que me estaba haciendo, y Lo que me hacía sentir. Tal vez no debí haber dicho eso, pero es que no tenía otra forma de defenderme.  O qué hubieras hecho tú, déjame saber en los comentarios.

Mi Marido, ajeno a todo lo que pasaba dentro de mí, seguía mirando al espejo, arreglándose con la misma meticulosidad con la que siempre se preparaba. Ni siquiera se giró hacia mí cuando me habló. ¿Y tú crees que yo no hago mucho?, Con todo lo que hago por ti, dándote de comer, manteniéndote… ¿Acaso tú trabajas? Lo único que haces es cocinar, lavar la ropa, mantener limpio. Eso lo puede hacer cualquiera, Ya veo que eres malagradecida.  La rabia me subió como una ola, pero me la tragué, me la tragué entera, momento aquí no seas mal pensado.  No podía gritar, no podía desmoronarme allí, en medio del dolor.

mi Esposo me dijo todo esto.

Mi Esposo prosiguió, Y sí te pedí que me acompañaras a la reunión anual de la empresa.  Es Porque todos van a llegar con sus mujeres. Si no quieres venir, entonces mucho mejor. Yo veré cómo soluciono mis asuntos. Y mírate, ¿no te da pena ponerte ese vestido cuando ya ni siquiera te queda?  Mis ojos se inundaron de lágrimas, pero las contuve. Él no merecía ver mi dolor, Ya no.

¿Sabes qué?, Fue lo único que pude decir, y mis palabras eran un susurro de desesperación, de rabia contenida; Que te vaya muy bien.  Me quité los zapatos de tacón con una brusquedad que me sorprendió. Y tomé con fuerza mi vestido y tiré de él con fuerza, El sonido del desgarro de la tela del vestido me hizo pensar que algo en mí también se rasgaba, que lo que quedaba de mi dignidad se desvanecía junto con él. 

Me senté en la cama, dejé mi bolso sobre la mesita de noche y lo miré por última vez, y con una fuerza que no sabía que aún tenía. Dije: Ya que este vestido ya no debería de usarse… murmuré mientras con una fuerza insólita, rasgaba la otra parte del vestido. Las fibras cedieron con un sonido seco, y al mismo tiempo, algo dentro de mí también cedió.

Reflexionando en el baño

Me levanté aún con el vestido sobre mí, pero ya desgarrado, rasgado, como si el tiempo y el dolor me hubieran tratado de esta manera. Me dirigía al baño, No recordaba bien el momento exacto en que mi alma se rompió, pero el reflejo en el espejo del baño me lo recordaba todo.  Cerré la puerta con fuerza, apoyé las manos sobre el lavabo y sin poder evitarlo, comencé a llorar. Las lágrimas caían pesadas, como si intentaran arrastrar conmigo todo lo que había sido hasta ese momento.

Mi maquillaje, que había sido cuidadosamente aplicado por la mañana, ahora era un simple trazo de color distorsionado por el dolor. Las mejillas, llenas de manchas negras, parecían reflejar la tormenta interna que me atormentaba. 

Fue en ese instante cuando escuché la puerta principal. Un fuerte ruido, y la cerradura girando, el sonido del portón que se cerraba con un estruendo que resonó en mis oídos. Sabía, lo supe al instante, que él se iba. Mi marido, el hombre con el que había decidido compartir toda mi vida, se había ido, y esta vez lo hacía sin mí. No hubo palabras, solo ese ruido, esa despedida silenciosa.

El encuentro con mi Suegro en el pasillo.

Me lavé la cara, intentando borrar las huellas de la tormenta de mi debilidad. Pero cada gota de agua que caía sobre mi piel parecía recordarme lo que había pasado, lo que había perdido. Salí del baño y me dirigí hacia mi habitación, pero algo me detuvo en el pasillo. Allí estaba él, mi suegro, mi querido Suegro, este hombre que al final de cuentas terminó siendo mi consuelo. Su rostro, normalmente tranquilo, ahora mostraba una mezcla extraña de sorpresa y algo que no lograba identificar.

No era ira, ni preocupación, pero sí una expresión que no era propia en él. Sus ojos se clavaron en mí, como si hubiera visto algo que no debería haber visto. Como si me estuviera viendo a través de una capa de cristal roto.  Oye, ¿qué te pasó?, me preguntó con su voz quebrada por una inquietud palpable.  Yo, intentando mantener la calma, lo miré fijamente.

No podía darme el lujo de que alguien descubriera lo que realmente sucedió, lo que había provocado mi caída, mi grito silencioso. Pensé que mis ojos empapados de lágrimas, me delatarían, pero no caí en cuenta de lo que mi vestido reflejaba. Y no, no era solo el maquillaje ni las lágrimas lo que me delataba. Era el hecho de que ya no estaba yo entera, ya no estaba protegida por esa tela que antes me cubría.

Mi suegro entretuvo sus ojos en esto y me herizo la piel.

Nada suegro, respondí rápidamente. Solo me entró una basurita en los ojos.  Pero sus ojos, esos ojos que siempre habían sido tan perspicaces, no parecían conformarse con mi explicación. Observaba fijamente el estado de mi vestido. Su mirada se desvió hacia el borde rasgado, luego al escote abierto, y sentí una presión incómoda que me ahogó. 

¿Y por qué lo traes así el vestido? Bueno, si es por lo que me imagino, está bien, no me digas nada. —Su voz estaba llena de algo entre comprensión y desconcierto, pero de inmediato se notó una especie de aceptación silenciosa. Mis manos, como si tuvieran vida propia, se movieron hacia el frente para cubrirme, pero fue en vano. Al bajar la vista, me di cuenta de que el vestido ya no me cubría como antes. Lo que antes había sido una capa protectora de mi cuerpo ahora estaba rasgado, deshecho, y apenas si me cubría lo esencial. Mi cuerpo parecía tan expuesto como mi alma.

Y ahí, en esa fracción de segundo, entendí lo que había sucedido. Mi suegro no solo estaba asombrado por el estado de mi vestido, sino por algo más, algo más profundo. Sus ojos recorrieron mi cuerpo de una manera que me hizo temblar, que me hizo sentir vulnerable, más vulnerable de lo que ya me sentía en ese momento.  Instintivamente, cubrí mi torso con ambas manos y sin pensarlo más, di un paso atrás, y luego otro, hasta que salí corriendo hacia mi habitación.

ESto fue lo que mi Suegro causo en mí

Necesitaba escapar, esconderme, desaparecer de ese espacio donde las paredes ya no me daban refugio, donde los ojos que antes me habían protegido ahora me parecían un riesgo. Me senté al borde de mi cama, mientras el murmullo de la casa parecía alejarse con cada segundo que pasaba. Me quedé ahí, quieta, pensando en lo que acababa de suceder. La conversación con mi suegro se había desarrollado de una manera tan… rara. No era algo que hubiera anticipado. La manera en que me miró, como si algo en su interior se hubiera despertado también. 

De repente, me invadió una extraña sensación. Recordé sus ojos, esos ojos oscuros que en un instante, parecían haberse perdido en mi rostro. Ojos que estaban fijos, intensos, como si hubieran hecho un descubrimiento en mí. Y no era una mirada cualquiera. No era la mirada de un padre que observa a su nuera con cariño, ni la de alguien que busca simplemente una conversación casual.

No, sus ojos parecían estar entretenidos, no en lo que decía, sino en ya saben ustedes.  Y algo dentro de mí se encendió. Lo sentí como una chispa, algo eléctrico que recorrió mi cuerpo y me sacudió. Quizás fue solo una ilusión, tal vez el cansancio me estaba jugando una mala pasada, o quizás… no lo sé. Lo que sí sé es que hacía mucho tiempo que no veía a alguien mirarme de esa manera. Una mirada diferente a la de mi marido, pues él ya ni siquiera me dirigía la vista.

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