Nunca pensé que mi Esposo hizo esto a mi Hermana. Me encontraba tumbada en el sofá, dejándome llevar por la comodidad de la tarde, sintiendo cómo cada fibra del suave tapiz me invitaba a relajarme aún más. Mis piernas estaban estiradas, una sobre el respaldo, la otra descansando despreocupada en el suelo, mientras mis manos jugaban con un mechón de cabello, enrollándolo distraídamente. Estaba tan cómoda que casi me olvidé de que mi hermana y su marido estaban en la casa.
Al levantar la vista, allí estaba él, el esposo de mi hermana, apoyado en el umbral de la puerta de la cocina. Sus ojos estaban fijos en mí, observándome de una manera que intentaba disimular, pero que yo percibía claramente. Me hacía gracia, y por un instante quise cruzar su mirada y sostenerla, pero decidí fingir que no lo había notado. En el fondo, me gustaba ser el centro de atención, y aunque esa situación era peculiar, de algún modo también la encontraba divertida. La voz de mi hermana rompió el silencio y me sacó de mis pensamientos.
“Oye, acomódate bien recuerda que no estás sola en la casa”, dijo con un tono que intentaba sonar despreocupado, aunque sus ojos brillaban con una ligera advertencia. Sin pensarlo mucho me enderecé un poco y le respondí: “¿Pero qué de raro tengo yo?, ¿Qué demás tengo que no tengan las otras mujeres?”. Mis palabras salieron con un toque de desafío que no pude controlar; después de todo, no había sido yo quien buscó aquella atención.
Mi Herman se dirigé a su Marido para regañarlo.
Ella suspiró y miró a su esposo de reojo, con su ceño fruncido apenas visible. “Yo sé que no tienes nada raro, pero aquí está mi marido”, respondió dejando claro lo que le incomodaba. Sentí una oleada de satisfacción; no era frecuente que lograra captar tanto la atención de alguien, y menos de esa manera. Sin embargo, no iba a dejar pasar la oportunidad de lanzarle una última provocación.
“A pues allí sí que no tengo yo control”, dije mientras me acomodaba la falda, estirando un poco la tela sobre mis piernas, de manera que el contorno de mis muslos quedaba apenas visible. “Mientras yo esté descansando, no tengo por qué velar para que la mente de tu marido se mantenga sana. ¿Verdad cuñado?”, dije dirigiéndome a él. Pero esta vez lo miré directamente, y pude ver cómo sus mejillas se tornaban ligeramente rojas; su mirada esquivó la mía en un intento de ocultar la vergüenza que se le notaba en el rostro. Había algo casi ingenuo en su reacción, como si no supiera muy bien cómo actuar frente a esa súbita incomodidad.
Decidí no prolongar más la situación y me puse de pie, enderezándome con lentitud mientras lanzaba una sonrisa irónica. Sin decir nada más, me dirigí a mi habitación, disfrutando la pequeña victoria que sentía haber logrado, aunque en el fondo me preguntaba si aquello no era, en realidad un juego peligroso que podría llevarme a un lugar del que sería difícil regresar. Pero como nadie sabe lo que le puede pasar después, yo me retiré.
El Esposo de mi Hermana ocupaba mis pensamientos.
Sinceramente mi corazón estaba empezando a inclinarse al esposo de mi hermana, y aunque trataba de sacármelo de la mente, esa atracción parecía un susurro persistente que me desbordaba. Sabía que no era justo por ella, que siempre había sido tan buena conmigo, pero en el torbellino de mis pensamientos encontraba cada vez menos razones para contener ese anhelo. Luego salí para distraerme un poco frente a la casa.
Me encontraba sentada en la puerta principal, viendo a unos niños jugar a la pelota bajo el calor de la tarde, cuando sentí una mano ligera, casi casual, apoyarse en mi cintura. Me tensé y moví un poco, pero al levantar la vista me encontré con su sonrisa—esa sonrisa que parecía leerme el pensamiento antes de que me atreviera a decirlo en voz alta.
—¿Puedo sentarme? —preguntó el marido de mi hermana, con una mirada que me hizo sentir como si fuéramos los únicos en ese rincón del mundo. Intenté mantener la calma y respondí en tono ligero: —Claro si no te regaña tu mujer —bromeé forzándome a sonreír. Él se rio suavemente, mirándome como si estuviera evaluando cuánto decirme y cuánto callar. —No te preocupes, ya sabes cómo es tu hermana, Un poco exagerada a veces. Suspiré y sin poder evitarlo, sonreí también.
—Un poco, ¡qué va!, no tiene medida cuando se trata de ti. Parece que está muy enferma de amor por ti. Pero no la culpo por eso, creo que si yo estuviera en su lugar, también haría lo mismo. Porque me parece que eres un hombre especial, un hombre de otro mundo.
El Esposo de mi Herman se sintió halagado con mis palabras.
El esposo de mi hermana soltó una risa baja y profunda que vibró entre nosotros como una nota de un secreto compartido. —Parece que la que está exagerando ahora eres tú —dijo, con sus ojos llenos de un brillo que me estremecía del todo—. Hasta donde yo sé, soy un hombre como todos; nada en mí es mejor que en otros…también me pierdo de vez en cuando en mis pensamientos.
—¿Ah sí? —pregunté inclinándome hacia él sin siquiera pensarlo, como si algún imán invisible me acercara más—. ¿Y dime cuál es el pensamiento más peligroso que has tenido?, Ese que te hace estremecer y que solo de pensarlo, te asusta.
Una chispa de intriga pareció encenderse en sus ojos, y mi corazón se aceleró al sentir que podía estar al borde de una confesión. Él se acercó, como si en cada centímetro de distancia que acortaba existiera una historia que nadie más debería escuchar. Entonces su mirada se fijó en la mía, tan profunda y cargada de tensión que apenas respiraba.
—¿Segura que quieres saberlo? —me preguntó con una sonrisa enigmática y una voz que sonaba como una advertencia. Tragué saliva, notando cómo mi pulso parecía duplicarse. Y con un leve temblor en los labios, respondí: —Claro que sí, no me dejes con la duda. Luego te diré yo a qué pensamiento le temo.
Mi hermana interrumpe la conversación que tengo con su marido.
En ese momento, él movió su mano hacia la mía, y sus dedos rozaron los míos con una suavidad que me resultó embriagadora. Justo cuando estaba a punto de hablar, escuché la voz de mi hermana llamándolo desde el interior de la casa, con su tono casi impaciente. En un instante, él se levantó de prisa, como si el simple sonido de su nombre hubiera disuelto el hechizo entre nosotros.
Le cuento algo de mi Cuñado a mi amiga.
El día siguiente, en plena clase de lenguaje, mis pensamientos iban y venían en un enredo del que no podía escapar. Las palabras del profesor apenas me alcanzaban, y en mi mente solo resonaba la imagen del esposo de mi hermana, esa chispa prohibida que ardía con cada uno de mis suspiros. De repente sentí una presión ligera en el hombro. Era mi mejor amiga, mirándome con un toque de impaciencia y una sonrisa de curiosidad en el rostro.
“Oye ¿qué te pasa?”, dijo arrugando la nariz en tono divertido. “Pareces que estás en la luna, Pon atención porque si no vas a dejar este curso.” Me reí tratando de sacudir la nebulosa en la que estaba atrapada. Pero ella me conocía demasiado bien y aunque intenté disimular, en sus ojos ya se asomaba la sospecha.
Al sonar el timbre de salida, ella insistió. “¿Qué traes entre manos amiga?” No podía hablarle directamente sobre lo que sentía, pero algo dentro de mí ansiaba al menos una pista, una especie de guía en aquel terreno pantanoso donde me había metido. “Oye,” le dije al fin, fingiendo despreocupación, “¿qué opinas tú sobre enamorarse de alguien que ya tiene compromiso?” Su rostro cambió, y su expresión dejó de ser bromista para tomar un tono serio. Sin perder tiempo, contestó: “No me digas que andas tras uno así…” Y antes de que pudiera decir más, me dio un empujón suave, riendo para disipar la tensión.
Mi mejora amiga sospecha de que ando con un hombre mayor.
Yo respondí rápido, empujándola de vuelta, y solté: “No no…solo quiero saber tu opinión, ya sabes.” Pero en el fondo sabía que solo buscaba su aprobación, algún indicio que me permitiera justificar el impulso que me quemaba por dentro.
“Si estoy soltera, no veo la necesidad de buscarme a alguien casado,” dijo sentenciando con esa franqueza suya. “Pero bueno, si a ti te gusta la comida manoseada, pues nadie podrá detenerte. Solo recuerda que los consejos no son útiles si no los escuchamos con atención. Y aún si los escuchamos y los analicemos, al final todo está en nuestras manos. Sinceramente yo no lo veo bien.”
Al escucharla, asentí para darle a entender que estaba de acuerdo, pero dentro de mí sabía que mis pensamientos ya estaban decididos, aunque de manera irracional. Mi amiga sonrió y con tono de complicidad, preguntó: “Bueno ya cuéntame quién es el afortunado que has elegido.” Me apresuré a negar, “Que no soy yo,” para cerrar el tema, pero ella no dejaba de mirarme con sospecha, como si pudiera leer algo más en mis gestos.
Pensando en lo que mi amiga me dijo.
En el camino de regreso a casa, las palabras de mi amiga seguían rondando mi cabeza, pesadas y llenas de advertencias. Tenía razón, Pero mi corazón no entendía de razones. Desde la primera vez que el esposo de mi hermana me miró de esa forma tan descomunal, tan cercana, algo se encendió en mí. Su mirada siempre parecía decirme algo más allá de lo permitido, y mi piel se erizaba cada vez que lo tenía cerca, sintiendo que esa atracción prohibida era como una corriente eléctrica que por más que intentara, no podía detener.
“Será mejor que me vaya a vivir con mi padre”, pensé para mí misma. Tal vez así podría escapar de esta locura antes de que me absorbiera por completo. Pero el pensamiento fue débil, pasajero, una excusa que no tenía intención de seguir. Los días en casa de mi hermana, las horas en las que podía verlo, aunque fuera de lejos, habían despertado en mí una obsesión que crecía a cada instante. Intentaba recordar sus gestos, la manera en que se reía de las bromas de mi hermana, o cómo se inclinaba para escuchar a los míos. Pero de alguna forma inexplicable, cada uno de esos gestos parecía estar hecho para mí.