Papá me hacía esto cada vez que mamá no estaba.

Mi nuevo papá me dije en tono irónico, tratando de sacudir cualquier emoción que pudiera incomodarme. Mi mamá había pasado por varias relaciones, y cada una de ellas llegaba como una sorpresa y se iba como una rutina, así que no había razón para emocionarme, o al menos eso creía.  Mientras terminaba de acomodar la mesa, escuché el motor del auto apagarse justo frente a la casa. Bueno creo que llegó el momento de conocer al nuevo papá que hoy me trae mamá, me dije a mi misma.

Era ese momento que había estado postergando en mi mente, casi ignorándolo por completo.  No me molesté en arreglarme, llevaba un pantalón corto y una camiseta de casa, vieja y estirada.

Me concentré en preparar el almuerzo, cortando vegetales, alineando el arroz en el plato, dándole forma de algo que pudiera lucir presentable. Escuché los pasos de mi mamá acercándose desde la sala, y luego su voz llamándome por mi nombre, con ese tono alegre que dejaba ver lo emocionada que estaba. Me detuve, respiré hondo y me obligué a caminar hacia la sala, sin esperar absolutamente nada.

Conociendo a mi Nuevo papá.

Y entonces lo vi, no sé qué esperaba encontrarme, pero desde el primer instante algo en él capturó toda mi atención. No era un papá sino más bien un papacito. Este hombre no era para nada lo que imaginaba. Su porte era firme, de una elegancia casual, como si hubiese nacido para destacar sin esforzarse en absoluto.

Me quedé inmóvil por un segundo que se sintió eterno, observándolo en detalle. Sus ojos claros me atraparon en cuanto se cruzaron con los míos, y sentí cómo algo inexplicable me recorría, desde el estómago hasta la piel, erizándome.  El nuevo papá extendió la mano con una sonrisa que parecía tener un peso particular, una mezcla de cortesía y algo indefinible, como si ambos supiéramos que no sería solo un saludo. El calor de su piel rozando la mía me descolocó.

Sus labios gruesos y bien formados pronunciaron un simple: “un gusto conocerte”, con una voz grave y cálida, mientras sus ojos recorrieron mi rostro, y quizás sin intención, también se desviaron hacia el cuello desgastado de mi camiseta.

Mi Padrastro me Sorprendió.

No pude evitar estremecerme, sintiéndome sorprendida de mi propia reacción. “El gusto es mío”, respondí intentando sonar neutral, apretando apenas su mano mientras él me observaba con una curiosidad que aunque breve, fue intensa.  Entonces, mi madre rompió la tensión en el aire y nos invitó a celebrar. Me obligué a desviar la mirada, y lo solté con cuidado mientras fingía acomodar algo en la mesa

Nos dirigimos al comedor, y él se sentó frente a mí, sin perder detalle de cada gesto. Intenté concentrarme en servir la comida, pero cada vez que alzaba la vista, él estaba allí, observándome, como si pudiera ver más allá de esa actitud indiferente que intentaba mantener.

Mientras comíamos, se inclinaba ligeramente hacia mí cada vez que hablaba, manteniendo una cercanía sutil, pero que se sentía completamente deliberada. Y en cada palabra, en cada gesto, había una especie de complicidad no verbal que aunque no entendía del todo, me envolvía más y más.  No sabía cómo mi madre no notaba esa energía que llenaba el espacio entre él y yo.

La conversación avanzaba, pero yo apenas prestaba atención a lo que decían, demasiado absorta en mis pensamientos. Era un conflicto constante entre el impulso de mirarlo y el temor a que él descubriera lo que pasaba dentro de mí, que ni siquiera yo entendía.

Mi madre me pidió esto.

Cuándo se fue mi dis que nuevo papá, mi madre me llamó para que hablarnos. La conversación con mi madre me dejó en un estado de incredulidad, y hasta un poco de risa. Era absurdo: pedirme que llamara “papá” a un hombre que fácilmente podría haber sido mi compañero de clase. No pude evitar poner los ojos en blanco mientras me imaginaba esa escena: “Papá, ¿me pasas la sal?” o “Papá, ¿qué opinas de este libro?”. Apenas podía disimular la sonrisa nerviosa que esa idea me causaba. 

Sin embargo, por muy ridículo que fuera, me encontraba en una situación inédita. Mi madre nunca había hablado de ningún hombre de esta manera. Los anteriores, aunque le habían devuelto cierta chispa y felicidad, no le habían despertado esta… necesidad de integración. En cambio, ahora parecía como una adolescente enamorada, deseando a toda costa que yo también participara en su burbuja de felicidad, que aprobara a este hombre, y en el fondo, que sintiera algo de lo que ella misma sentía.

Lo extraño de lo que mi madre me pidió.

Pero lo más desconcertante de todo no era su petición, sino lo que me despertaba a mí. Había algo en él, en su manera de mirarme cuando venía a casa. Quizá era su risa fácil, o la manera en que sus ojos chispeaban cuando hacía un comentario sarcástico, esos ojos cafés y profundos que parecían comprenderme mejor de lo que yo misma quería admitir. Era ese tipo de persona que sin esforzarse, logra atraer toda la atención de una mujer.

Mi pecho latía con una extraña mezcla de nerviosismo y expectativa. Imaginaba cómo sería compartir la misma casa con él, encontrármelo en la cocina mientras preparaba un café, o cruzar miradas al otro lado del pasillo en plena madrugada. Había algo peligroso en esa cercanía que me seducía. Algo que me hacía sentir viva, a pesar del dilema moral que llevaba dentro.  Bueno hija me voy a ver con la felicidad de mi vida, dijo refiriéndose a él, salió y se fue.  Mi madre volvió entrada la noche, con una sonrisa amplia que ya no intentaba ocultar.

Se acercó a mí, emocionada, y me dijo con un brillo en los ojos: “¡Le encantó la idea!, Mañana mismo viene a instalarse”. Asentí, tratando de fingir una alegría que no sentía completamente. Algo en mi pecho se tensó; tal vez porque sabía que esto, a partir de ahora, cambiaría algo en mí que todavía no lograba entender.

Arreglando para recibir a mi Padrastro.

El día de su llegada llegó y Yo no sabía qué ponerme. El reloj avanzaba, y sobre mi cama se desparramaba casi toda mi ropa, cada prenda descartada una vez más, como si hoy ninguna fuera la indicada. De entre todos los vestidos, no me decidía. Sabía que tenía que ser discreta, que no podía llamar demasiado la atención, que cualquier comentario mal interpretado podía hacer que mamá viera todo con otros ojos.

Después de todo, no era conmigo con quien él vendría a vivir, sino con ella.  Aun así, algo me empujaba, algo me quemaba desde dentro. Era una sensación inesperada, una chispa que no lograba contener y que me hacía querer verme atractiva. Era irracional y muy, pero muy peligroso. Al final, mis manos se detuvieron en un vestido con un escote bastante sugerente, uno que no había usado en años y que dejaba a la vista las curvas que la naturaleza me había dado.

Me miré al espejo, aún insegura, y el reflejo me devolvió una mirada extraña, como si esa no fuera yo. El cabello, aún húmedo por la ducha, caía sobre mis hombros, y opté por sujetarlo con una diadema que me daba un toque de inocencia, contrastando con el brillo en mis ojos. Elegí unos pequeños aretes que colgaban discretos de mis orejas, y respiré profundo antes de salir al salón.

Mi madre sospecha de mi y mi Padratro.

Allí estaba mi madre, hojeando una revista sin mucho interés, hasta que su mirada se levantó hacia mí. Sus cejas se alzaron, y torció levemente la cabeza, en un gesto que mezclaba sorpresa y cierto orgullo. Era un gesto que rara vez veía en su rostro.  Huy hija, estás irreconocible, exclamó sin disimular su asombro. Sinceramente pareces una princesa.  Sonreí, conteniendo una risa nerviosa.

Ay mamá, no exageres, respondí intentando restarle importancia. Es solo un vestido que hace mucho que no me pongo. Y antes de que siga empolvándose en el armario, lo voy a empezar a usar.  Mamá asintió, con esa mirada de quien sabe mucho más de lo que aparenta. Mis palabras parecían haberla satisfecho, pero aun así sentía que me escrutaba. Su silencio se rompió finalmente con un suspiro.  Ah, qué bien hija, vamos a esperar un poco más, justo me llamó y dice que en unos cinco minutos, si acaso, está aquí. 

Me tensé y la espera se volvió casi insoportable. Mis manos rozaban el borde del vestido, inseguras, mientras intentaba recordar que debía controlar mis pensamientos. Él venía a casa por mamá, no por mí. Era absurdo, me repetía, pero aun así no podía evitar que un escalofrío me recorriera. 

Mi padrastro por fin llega y pasa esto.

La puerta sonó finalmente, con un golpe suave, casi contenido. Mi madre se levantó, y en un acto reflejo, me quedé en la sala, esperando a que el aire se llenara de su presencia. Y cuando él cruzó el umbral, nuestros ojos se encontraron por un segundo más largo de lo esperado. Él saludó con una sonrisa cortés, y yo, incapaz de apartar la mirada, apenas esbocé una respuesta, sintiendo cómo aquel vestido revelador hacía aún más pesados sus ojos sobre mí.

Al llegar la noche, las cosas empezaron a cambiar en la casa. La noche se cernía como un manto inquietante, y la calma era apenas una ilusión en la penumbra de la casa. A pesar de la oscuridad y el silencio que nos envolvían, yo no lograba conciliar el sueño. Una idea fija, casi obsesiva, ocupaba mi mente: la puerta cerrada de la habitación de mi madre. Una mezcla de sentimientos que apenas podía comprender se agitaba en mí.

Quizás era la sospecha de que algo desconocido y perturbador sucedía tras esas paredes, o quizá solo una curiosidad irracional, pero la incertidumbre me carcomía como un veneno lento.  Aunque en realidad sabía bien lo que pasaba en las paredes de esa habitación. 

Escuché esto entre mi padrastro y mi madre.

Finalmente, incapaz de resistir más, me incorporé en la cama. Mi respiración se tornó rápida, y cada paso que daba hacia la puerta de mi cuarto parecía una decisión irrevocable. Sentía mis pies pesados, como si avanzara hacia un abismo del que sabía que de caer, no habría retorno. Sin embargo, seguí adelante, recorriendo el corto pasillo que me separaba de la habitación de mi madre.  Al acercarme, me detuve unos centímetros antes de tocar la madera fría de la puerta, y fue entonces cuando escuché las voces.

La primera, suave y cautelosa, era la de mi madre, advirtiendo en un susurro: Solo… no vayas a hacer mucho ruido. Ya sabes que mi hija está solo a dos habitaciones de aquí.  Una pausa, y luego escuché la respuesta de él. Su voz, profunda y cargada de una confianza que me molestaba sin razón aparente, respondió con una seguridad que hacía que algo se retorciera dentro de mí: Tranquila cariño, que lo tengo todo bajo control.

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