Vi como mi Mamá se lo dio a mi Esposo sin compasión.

La conversación con mi madre esa mañana me había dejado una sensación de incomodidad que no podía sacudirme. Mientras subía a mi habitación, los recuerdos de la charla en la cocina seguían rebotando en mi mente. No quería ser injusta con ella, pero había algo en su manera de actuar con mi esposo que simplemente me incomodaba.

No podía evitarlo, aunque intentara convencerme de que eran ideas mías.   Todo comenzó hace unos meses, cuando noté cómo mi madre, siempre tan cariñosa, se acercaba más de lo usual a mi marido, o a veces al esposo de mi Hermana. Su forma de apoyarle la mano en el brazo cuando hablaban, o ese modo en que lo miraba cuando él contaba alguna historia divertida en la mesa. Era difícil no verlo, aunque intentara no prestarle demasiada atención.

—Ay no mamá —le había dicho esta mañana, incapaz de contener más mi malestar—, me parece que está bien que seas llevadera y cariñosa, pero hay que tener un límite. La gente no solo ve, también piensa otras cosas. Tú te acercas mucho a mi esposo, y a veces parece que fueras tú la que está casada con él.

Y aunque yo sé que también lo haces con el marido de mi hermana, y que lo haces porque tú eres así, no me parece tan correcto mamá.  Mi madre dejó lo que estaba haciendo y me miró como si no entendiera de qué estaba hablando. Sus ojos se entrecerraron, pero no con rabia, sino con una especie de desconcierto.

Mi Mamá dice que vivimos en una nueva era.

—Ay hijita ¿en lo que tú estás? —me dijo, con un tono que rayaba en la burla—.  Acaso no ves que vivimos en una nueva era. Mientras yo sepa que no estoy haciendo nada malo, no tengo por qué darle explicaciones a nadie.  Había una dureza en su voz que no esperaba. Ella continuó mientras yo apretaba los puños, intentando contener mi frustración. 

—¿O es que acaso te gustaría que en vez de ayudar y ser armoniosa con mis yernos, hablara mal de ellos y fuera como otras suegras que les hacen la vida de cuadritos? —Su risa fue breve, casi desafiante, como si estuviera segura de su posición en este asunto.  —No mamá, pero creo que todo tiene un límite —le respondí, sintiendo mi voz subir un poco más de lo que quería—. Tú a veces te pasas, y claro, ellos como son hombres no pierden oportunidad.

Mi madre dejó escapar un suspiro, visiblemente molesta. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero sus palabras fueron un cuchillo envuelto en seda.  —¿Qué es lo que estoy haciendo pues? —dijo, con la voz temblorosa pero aún firme—. Como para que vengas tú como si fueras un verdugo a darme de latigazos. No puede ser que buscando el bien entre mis hijas, termine siendo una carga, una amenaza para ti. 

Mi mamá me hizo sentir de esta manera.

Sentí un nudo en el estómago, y las lágrimas de mi madre siempre habían sido mi debilidad, y sabía que no lo hacía por manipularme, pero su vulnerabilidad me afectaba más de lo que me gustaría admitir.  En ese momento mi hermana mayor entró a la cocina. Siempre aparecía en los momentos menos indicados, como si su presencia fuera un presagio de discusiones mayores.

—¿Qué pasó aquí? —preguntó frunciendo el ceño y mirándome con evidente desaprobación—. ¿Qué le hiciste a mamá?, La acusación en su voz me hizo sentir como si fuera la villana de esta historia, pero estaba cansada de ser siempre la que tenía que morderse la lengua.  —Nada, ¿qué le voy a hacer yo? —respondí intentando mantener la calma, aunque por dentro hervía.  —No hija, no ha hecho nada —intervino mi madre, secándose las lágrimas con el dorso de la mano—. Aunque sinceramente me duele que me acuse de algo tan terrible, como si yo fuera una mujer que se mete con sus yernos.

El peso de sus palabras cayó como un yunque sobre mis hombros. Todo lo que quería era que ella entendiera mi preocupación, pero ahora parecía que la situación se había vuelto completamente en mi contra.  —Ay no mamá —dije intentando corregir el rumbo, pero ya era tarde—. No es así como quise decir las cosas.  Mi madre se había cerrado, y mi hermana mayor ya me había condenado con la mirada. Mi hermana siempre había sido la favorita, la que defendía a mi madre a capa y espada, sin importar el contexto. Cualquier cosa que yo dijera a partir de ese momento solo empeoraría las cosas. 

Me defendí y le dije esto a mi madre.

—Bueno ya tú si lo tomas así… —susurré sintiendo un sabor amargo en la boca—. Creo que voy hacer algo más productivo, me voy que tengo una cita con mi Ginecóloga.   Mi hermana me miró y me dijo: te dije que te acompañaría hoy, pero no sé si quieras todavía.  No te preocupes que yo puedo sola, le dije.  A bueno por lo menos no digas que no te queremos apoyar, pues entonces yo voy hacer también algunas cosas que tengo pendiente, dijo ella.

Mi Esposo estaba aun acostado cuándo entré al cuarto.

Mi esposo aún estaba acostado en la cama cuando entré en la habitación, su cuerpo pesado apenas se movía bajo las sábanas. El sol de la mañana se filtraba por las cortinas, iluminando su rostro adormilado. Me acerqué lentamente, con el bolso colgado del hombro, y le dije con suavidad: —Oye recuerda que hoy tengo que ir a ver cómo va todo con la criatura. 

Él entreabrió los ojos, sin siquiera voltear la cabeza, y murmuró: —Se me había olvidado cariño.  Una mueca de fastidio se dibujó en sus labios, apenas visible y volvió a cerrar los ojos.  —Y la verdad —continuó, mientras se revolvía bajo las sábanas— es que no quisiera ir a ningún lado. Hoy solo quiero aprovechar mi descanso y quedarme todo el día acostado.

Respiré hondo, tratando de calmar la creciente frustración que se alojaba en mi pecho. No era la primera vez que se desentendía, pero esta vez lo sentí diferente, más personal, más doloroso.  —Sabes que es responsabilidad de los dos ¿no? —le recordé con una nota de firmeza en mi voz.  Él suspiró exasperado, como si todo el peso del mundo cayera sobre sus hombros.  —Lo sé cariño, lo sé —respondió con la misma desgana de siempre—, pero creo que puedes ir sola.

Mi Esposo me reprocha que trabaja duro todos los días.

No ves que yo trabajo duro todos los días y casi nunca tengo tiempo para descansar.  Sus palabras me golpearon como una bofetada. Claro que sabía cuánto trabajaba, pero aquello no era solo sobre el cansancio físico. Era sobre la distancia emocional, el hecho de que cada vez parecía estar más lejos de nosotros, de mí y de nuestra vida juntos.

—Lo sé y te entiendo —dije con la voz temblorosa—, pero yo prefiero que vayas conmigo. No quiero que te quedes aquí solo.  Mis palabras quedaron suspendidas en el aire como un ruego. Un ruego que sabía que no escucharía. Su rostro se endureció y sus ojos fríos y vacíos, se clavaron en mí.  —¿Qué te pasa mujer? —dijo ahora irritado—. Siempre encuentras algo de qué quejarte, Yo solo quiero descansar. 

—No es solo eso… —empecé a decir, pero mis palabras se apagaron antes de llegar a sus oídos. Una sensación amarga de celos me llenaba el pecho, pero era más que eso. No solo me molestaba que él no viniera conmigo, sino la extraña relación que últimamente veía entre él y mi madre. Un vínculo que se sentía excluyente, como si yo estuviera siendo empujada lentamente fuera de sus vidas.

Me quedé en silencio, mirando las arrugas en la sábana, recordando las miradas furtivas, los susurros. Algo me perturbaba profundamente, algo en cómo mi madre parecía proteger siempre a mi Esposo, como si yo fuera la que sobraba.

Sugería a mi Esposo irnos de la casa de mi mamá.

—Deberíamos buscar otro lugar —murmuré, casi en un susurro, sin esperar realmente que él me escuchara—. No aguanto más a mi hermana, está siempre acusándome de hacer sufrir a mamá.  Mis propias palabras me sorprendieron, no era solo mi hermana. Había algo más oscuro detrás de mi malestar, algo que no había querido enfrentar hasta ahora: una sombra de desconfianza, una duda que me atormentaba. ¿Por qué mi madre siempre parecía preferir a mi Esposo? ¿Era posible que los celos se extendieran incluso hacia ella?

—Cariño —me interrumpió mi esposo con una voz firme, casi indiferente—, si tienes problemas con tu hermana, eso es asunto tuyo. No me arrastres a mí en eso, te dije que quiero descansar, y eso haré. No creo que por no ir contigo hoy, vayas a desfallecer, ¿o sí?  Volvió a cubrirse con las sábanas, como si la conversación hubiera terminado. Como si yo no existiera en ese momento. Me quedé inmóvil, con las manos tensas sujetando el bolso.

No podía entender cómo habíamos llegado a este punto, cómo el hombre que había prometido estar a mi lado en los momentos más importantes, ahora ni siquiera podía levantarse de la cama para acompañarme en algo tan crucial.

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