Relatos de Infidelidades https://relatosdeinfidelidades.com/ Los Relatos de infidelidades contadas por sus protagonistas, con lujo de detalles. Fri, 20 Dec 2024 01:48:52 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.7.1 https://i0.wp.com/relatosdeinfidelidades.com/wp-content/uploads/2024/08/favicon-1.png?fit=32%2C32&ssl=1 Relatos de Infidelidades https://relatosdeinfidelidades.com/ 32 32 236328075 SUEGRO tenemos que ser rápidos puede venir mi Esposo. https://relatosdeinfidelidades.com/suegro-tenemos-que-ser-rapidos-puede-venir-mi-esposo/?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=suegro-tenemos-que-ser-rapidos-puede-venir-mi-esposo Fri, 20 Dec 2024 11:10:00 +0000 https://relatosdeinfidelidades.com/?p=293 "Ya Suegro, deje esas manos quietas, tenga más cuidado, porque si nos ve mi esposo, se acaba nuestro secretito”, si no nos cuidamos bien se nos cae el teatrito, y de este manjar no volverá a degustar, le dije mientras me observaba a mí misma en el espejo de la sala.  O es que ya se empachó de tanto comer de esto todos los días.

The post SUEGRO tenemos que ser rápidos puede venir mi Esposo. appeared first on Relatos de Infidelidades.

]]>
«Ya Suegro, deje esas manos quietas, tenga más cuidado, porque si nos ve mi esposo, se acaba nuestro secretito”, si no nos cuidamos bien se nos cae el teatrito, y de este manjar no volverá a degustar, le dije mientras me observaba a mí misma en el espejo de la sala.  O es que ya se empachó de tanto comer de esto todos los días.  La incertidumbre llenaba mis pensamientos, aunque trataba de mantener una apariencia tranquila.

No sabía si estaba haciendo lo correcto, solo sabía que aquello era distinto con mi Suegro.  Porque con sus años y sus habilidades, era todo lo que cualquiera quisiera.  Mi Suegro no es tan viejo que digamos, apenas está en sus cincuenta años, y por su estilo de vida, está como quiere.  Sinceramente es un caramelo envuelto en un muy buen estuche. Tú que estás en esta edad, dime si miento.  Escucha el Relato en mi voz y me dices si te gusta: 👉 Clic aquí para escuchar.

Verdad que hay más buena disposición y muy buena fuerza para lo que tú ya sabes.  Mi suegro se rio suavemente, esa risa profunda que a veces me desarmaba. Sus ojos, siempre tan serenos, se iluminaron con una chispa traviesa. Y entonces, con un tono que no me dejaba duda, dijo: «Claro que no, al contrario creo que me estoy…» Y le interrumpí antes de que pudiera continuar, antes de que las palabras que no debía escuchar salieran de su boca. 

«Ni lo diga Suegro», respondí rápidamente. Mis palabras flotaron en el aire, cargadas de una tensión que no se podía ignorar. Había acordado con él, hace tanto tiempo, que esto sería sin compromisos, sin ataduras. Pero, a medida que pasaban los días, las reglas se volvían cada vez más difusas, más resbaladizas.

Mi Suegro respondío asombrado

«Lo sé», dijo él, y su voz se suavizó. «Pero es que no sé qué me pasa, la verdad es que últimamente he sentido incomodidad cuando se cierra la puerta de tu habitación. Sé que no debo pensar así, pero me vuelve loco el saber que tú estás… no sé ni cómo describirlo. Sé que tu marido es mi hijo, pero ahora lo empiezo a ver como un… contrincante. Creo que estoy sintiendo celos, y por eso no sé qué hacer.» 

Mi cuerpo se tensó, y una ola de calor recorrió mi rostro. El aire entre nosotros se volvió denso, pesado, y no pude evitar preguntarme si de verdad estaba escuchando lo que él acababa de decir. ¿Celos?, ¿Mi suegro sintiendo celos de su propio hijo? Era algo que nunca había cruzado por mi mente. No me había ni siquiera planteado tal situación, pues nunca pensé que llegaríamos tan lejos.  Pero ahí estaba, delante de mí, en palabras y miradas que no se podían disimular. 

«Y a veces…» continuó él, acercándose un poco más, «a veces pienso que sería mejor que nos viera. Así las cosas serían diferentes, Quizás… podríamos ser más libres.»  No sé quizá podríamos irnos lejos donde nadie nos conozca.  Donde lo único que dirían sería que Yo parezco más tu padre que tu pareja. 

Pero nadie sabría de que también soy tu Suegro.  Lo he pensado una y otra vez, y creo que estoy volviéndome loco con esto en la cabeza. Porque ahora mismo quisiera que fuera aquí mismo, que tú y yo ya sabes, tener nuestro espacio y momento.

Buscando apaciguar a mi Suegro.

«¿Cómo va a creer eso Suegro?», Le dije con la voz temblorosa. No sabía qué hacer con lo que acababa de escuchar. «Ya le dije que tiene que controlarse, porque si no… yo voy a tener que alejarme un poco. Más bien, creo que vamos a tener que poner un poco de espacio entre los dos.» Escuchando a mi Suegro empecé a dudar de lo que estaba haciendo. 

 Aunque no voy a mentirte, también había pasado por mi mente, el pedirle a mi Suegro que nos fuéramos lejos.  Pero es que había mucho que me detenía.  En ese momento, algo en la mirada de mi Suegro cambió. Sus ojos, siempre tan confiados, se volvieron vulnerables, como si me suplicaran entender. «No me digas eso», dijo con su voz llena de desesperación. «No ves que me desarmas, no ves que me destruyes el corazón.» 

Entonces, como si el aire entre nosotros ya no pudiera sostener más el peso de las palabras, se acercó a mí. Quiso abrazarme, acercarse, como si pudiera borrar la distancia que se había interpuesto entre nosotros. Pero justo en ese instante, la puerta de la sala se abrió y mi marido apareció, rompiendo el momento, deshaciéndose de la burbuja de tensión en la que nos encontrábamos.  «¿Qué pasa aquí?», preguntó mi marido con su mirada confusa y alerta a la vez.  «Nada hijo», respondió mi suegro, con una calma forzada.

Mi Esposo casi nos descubre.

«Es solo que estoy pasando un momento tan difícil que necesito del abrazo y las palabras de aliento de alguien. Y tu mujer siempre ha sido tan amable y buena persona conmigo, que por eso le cuento a ella lo que me pasa.»  Traté de disimular lo más que pude, pero mi rostro ardía de vergüenza. Mis mejillas estaban tan acaloradas que me costaba respirar. Con voz temblorosa, logré decir: «Oye, ven, que tu padre necesita también del abrazo tuyo.» 

Mi marido se acercó sin decir nada, y sin pensarlo, nos abrazamos los tres. Ese abrazo que debió haber sido reconfortante, me pareció el acto más extraño de todos. Sentí el calor de los dos hombres más importantes de mi vida envolviéndome, pero al mismo tiempo, una punzada de incomodidad recorrió todo mi ser.

No olvides que puedes escuchar el Relato aquí 👉 clic para escuchar. Y dejamé un comentario en el video si quieres que ponga el resto aquí.

The post SUEGRO tenemos que ser rápidos puede venir mi Esposo. appeared first on Relatos de Infidelidades.

]]>
293
Mi SUEGRO no tuvo COMPASIÓN ¡Nunca pensé en lo que HIZO! https://relatosdeinfidelidades.com/mi-suegro-no-tuvo-compasion-nunca-pense-en-lo-que-hizo/?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=mi-suegro-no-tuvo-compasion-nunca-pense-en-lo-que-hizo Thu, 19 Dec 2024 11:00:00 +0000 https://relatosdeinfidelidades.com/?p=498 Mi Suegro es un hombre bastante reservado, tanto que prefiere estar en su habitación que compartir con nosotros. Y aunque nunca me había faltado el respeto, y tampoco me ha dicho nada. Yo notaba que mi Suegro de vez en cuando me miraba de tal manera, que a mí me erizaba la piel.

The post Mi SUEGRO no tuvo COMPASIÓN ¡Nunca pensé en lo que HIZO! appeared first on Relatos de Infidelidades.

]]>
Mi Suegro es un hombre bastante reservado, tanto que prefiere estar en su habitación que compartir con nosotros.  Y aunque nunca me había faltado el respeto, y tampoco me ha dicho nada.  Yo notaba que mi Suegro de vez en cuando me miraba de tal manera, que a mí me erizaba la piel. En dos o tres ocasiones lo noté, pero no le di importancia, en todo caso, me decía a mí misma: es un hombre y tiene ojos.

Y quién te va impedir a ti mirar lo que te gusta. Y aparte que Yo soy una mujer que ha sido muy bendecida por la naturaleza.  Y aunque quisiera esconder lo que la providencia me concedió, no es posible, porque si tú me vieras estoy segura que también te robaría un suspiro. 

🙋‍♀️Dale para esuchar el relato: mi Suegro no tuvo compasión🤦‍♀️.

Pero llego el momento en que mi Suegro ya no se aguantó y no tuvo compasión e hizo esto. Y todo comenzó de esta manera. Yo tenía la intención de sorprender a mi marido y por eso estaba buscando que ponerme.

Eligiendo mi Vestido para la ocasión.

Que me pongo, me decía a mí misma, mientras miraba fijamente el ropero. No es que no tuviera ropa, ni que no me gustaran mis prendas, pero aquella noche tenía un propósito claro. Estaba decidida a despertar en mi esposo lo que ya hace tiempo parecía apagado, esa chispa que solía prenderse con una mirada, con un roce, con una palabra.

Pero no sé si la rutina, las responsabilidades, o simplemente el paso del tiempo, nos habían ido distanciando de esa pasión que antes nos envolvía.  Claro, una como mujer tiene sus necesidades. No se trata solo de estar con alguien, sino de sentirse amada, de sentir que al mirar a esa persona, algo más que cariño se enciende.

Y si en la casa no se encuentra lo que una busca, pues a veces la solución es muy sencilla: salir a buscarlo afuera. Pero antes de correr a brazos ajenos, decidí que esa noche iba a ser todo lo necesario para conseguir lo que esperaba de mi marido.  Para no tener que ir a buscar fuera lo que podría avivar aquí, en casa y con mi Esposo. 

El Camisón efectivo que elegí.

Frente a mí colgaba el camisón. El camisón de encaje color crema que compré en un impulso una tarde. De apariencia sencilla, pero en cuanto lo vi, supe que tenía que ser mío. No era un camisón cualquiera, era como un escaparate de lo que se podía mostrar, de lo que podía ser. Transparente y Seductor; Era perfecto para la ocasión. Lo tomé entre mis manos y le susurré en voz baja, casi como si me hablara a mí misma: “Hoy tú serás mi cómplice, Y si tienes que sufrir uno que otro jalón, todo sea por amor.”

El momento estaba por llegar. Me enfundé en el camisón, y sentí un leve escalofrío cuando la tela suave y delicada rozó mi piel. Un escalofrío que no era solo físico, sino algo más profundo, una sensación de intriga que me atravesó. Y aunque mi intención en este momento era estar con mi marido, nunca pensé que sería las manos de mi Suegro las que terminarían despojándome de tal prenda, pero aguanta un poco que para ya vamos.

Miré mi reflejo en el espejo, viendo cómo el encaje caía sobre mí con una gracia que nunca imaginé. No me reconocía, pero me gustaba lo que veía.  Respiré hondo, sabiendo que en ese instante mi ser hablaba por sí mismo. “No creo que él diga que no», me dije a mí misma, y una sonrisa se dibujó en mis labios. “Porque hoy le voy a dar hasta para llevar, hasta que le salga por las narices.”

 Hoy va a conocer a la mujer que traigo escondida por dentro, y que saldrá a la luz para ser devorada.  La seguridad creció en mí con cada palabra interna, con cada pensamiento. Aquel camisón no era solo un trozo de tela, era una invitación, un acto deliberado. 

Poco tiempo para que mi plan se lleve a cabo.

La hora avanzaba rápidamente, y cuando miré el reloj, me di cuenta de que solo faltaban quince minutos para que él llegara. Como un ritual, encendí una vela aromática y la coloqué en el centro de la habitación. Su luz era tenue, cálida, y el aroma de lavanda llenaba el aire, envolviendo la estancia en una atmósfera íntima, en una mezcla de calma y expectación.

Arreglé la cama, la dejé perfecta, pero no fue el lugar lo que más importaba. Lo que quería era que al entrar mi Esposo, se sintiera atrapado por el momento. Me recosté lentamente, y tomé el libro de consejos que había estado leyendo sobre cómo mantener encendido el fuego de la pasión en una pareja. No es que pensara que un par de trucos pudieran cambiar la historia, pero uno nunca sabe.

Y si algo me había quedado claro, era que el anhelo no solo se alimentaba de lo que vemos, sino también de lo que sentimos, de lo que evocamos.  Pero no tenía ni la menor idea de que ese fuego se encendía también en el interior de mi querido Suegro. 

Cerré el libro y dejé que el silencio me envolviera. Mi corazón latía rápido, y no solo por la anticipación. No sabía qué esperaría de él, si lo que había planeado realmente tendría el efecto que deseaba. Pero en el fondo, lo que más me importaba era que al final de esa noche, algo cambiaría entre nosotros.

Mi Marido llega a casa y me ve con el Camisión

Mi esposo llegó a casa después de un largo día de trabajo. Su voz sonó como una corriente de aire al entrar: «Oye cariño, ¿y tú qué?, ¿Se te sobaron los tornillos o qué te pasó?» Lo miré de reojo, sin perder la calma, y me acerqué lentamente. Mi mirada pícara le transmitió lo que quería, mientras una sonrisa coqueta se asomaba a mis labios. 

Sí cariño, se me sobaron los tornillos, respondí, haciendo una pausa dramática para que lo procesara bien. Y quiero que tú me los acomodes, quiero que tú me los atornilles todo. Porque necesito que todo esto, sea acomodado en su lugar, que todo esto reciba su buena aceitadita para no oxidarse. 

Porque últimamente ha quedado sin uso y parece que necesita una desempolvada.  Ya sabes lo que dicen cariño, que lo que no se usa se daña.  Lo vi detenerse, como si no supiera cómo reaccionar ante mi tono tan directo. Mi Esposo dejó su maletín en la mesa, pero no parecía del todo convencido. 

Vamos deja eso allí, le dije, haciendo un gesto para que no se preocupase más por el trabajo. La comida se enfría, y sabes bien que no me gusta que la comida se pierda. O es que no se te antoja, o ya olvidaste mi sazón, le dije.

Mi marido no sabe que decirme.

Él se quedó parado en el umbral de la puerta, y por un instante, sus ojos se entrecerraron, pero luego su expresión cambió, y dijo con una sonrisa que me dejó helada: Te agradezco mucho, pero la verdad es que no tengo hambre de eso, más bien… ponte algo encima y ve por mi cena. Además, no es hora todavía de eso.

Tienes que saber que apenas estoy llegando y vengo muy cansado.  Las palabras de mi Marido me golpearon como una ola fría. Me quedé en silencio, tratando de entender qué estaba sucediendo. Lo miré de arriba abajo, y le dije: cariño, pero sabes bien que tú yo ya hace un buen tiempo que nada de nada.  

Y creo que no nos vendría mal aprovechar esto que he preparado.  Mi marido cambió de rostro y dijo: es que acaso no me tienes un poco de consideración, yo trabajo todo el día y me canso. 

Tú porque solo te mantienes en la casa, y pues no haces sino arreglar y cocinar.  No eran las palabras ni la forma en yo esperaba que reaccionara.  Como si lo que yo hacía todos los días no tuviera valor. Como si mi esfuerzo fuera invisible para él.

Mi Esposo me rechazo.

No me molestó tanto que me rechazara, porque al final de cuentas, eso era solo un juego de roles, ¿no? Lo que me molestó profundamente fue que no se tomara ni un momento para valorar lo que hago en casa. Yo también estaba cansada, pero mis esfuerzos no parecían ser importantes para él. Mi Esposo estaba tan ensimismado en su cansancio y sus papeles que ni siquiera me miró. Y sin embargo, decidí no quedarme callada.

No quería hacer una escena, pero sí que necesitaba su atención.  Vamos cariño, ya verás que esto no durará mucho tiempo. Ven aquí, sé que te vas a relajar. Después te traigo tu cenita, y te la sirvo yo misma… en tu boquita.   En ese momento, me miró con una mezcla de sorpresa y desdén.

«Pues tú sí que no entiendes que significa no, o es que yo hablo otro idioma, no es no.  Luego se acercó a la vela y la apagó con un movimiento brusco, y encendiendo la luz de la habitación, como si esa luz, tan fuerte y fría, pudiera despejar cualquier sombra entre nosotros.  Me volteó la espalda y dijo sin mirar atrás:  Levántate de allí y ve por mi cena.

El tono de su voz se hizo autoritario. Y a pesar de todo lo que sentía dentro, no quise ceder. Me quedé allí, observando cómo sacaba algunos papeles de su portafolios, sin prestarme la más mínima atención.

No te lo pierdas, Escúchalo completo aquí 👉 https://youtu.be/Kd1ZuPlMr10

The post Mi SUEGRO no tuvo COMPASIÓN ¡Nunca pensé en lo que HIZO! appeared first on Relatos de Infidelidades.

]]>
498
No lo PIENSE mucho me dijo mi SUEGRO. | Nunca pensé… https://relatosdeinfidelidades.com/no-lo-piense-mucho-me-dijo-mi-suegro-nunca-pense/?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=no-lo-piense-mucho-me-dijo-mi-suegro-nunca-pense Mon, 02 Dec 2024 19:22:44 +0000 https://relatosdeinfidelidades.com/?p=493 Los ojos de mi suegro siempre tuvieron algo. Un "no sé qué" que, cada vez que se posaban sobre mí, me helaba la piel y me hacía sentir una extraña incomodidad que no lograba entender. Era como si al mirarme pudiera leer mis pensamientos más ocultos, mis miedos y mis deseos. Y no era la primera vez que me pasaba; no.

The post No lo PIENSE mucho me dijo mi SUEGRO. | Nunca pensé… appeared first on Relatos de Infidelidades.

]]>
Nunca imaginé que mi suegro sería el protagonista de algo así. Pero, ¿te puedes imaginar todo lo que fue capaz de hacer? La verdad, tiene una fuerza y una habilidad sorprendentes. No me quejo, porque al final todo salió a la perfección… pero déjame contarte cómo sucedió todo.

Los ojos de mi suegro siempre tuvieron algo. Un «no sé qué» que, cada vez que se posaban sobre mí, me helaba la piel y me hacía sentir una extraña incomodidad que no lograba entender. Era como si al mirarme pudiera leer mis pensamientos más ocultos, mis miedos y mis deseos. Y no era la primera vez que me pasaba; no. Pero hoy, algo en el ambiente estaba cargado de una electricidad sutil, como si el aire mismo se estuviera cargando de una tensión incontrolable. Estábamos todos reunidos en el comedor, disfrutando de tarde tranquila, o al menos eso parecía. El helado estaba delicioso, aunque mis manos, como siempre que él me miraba, no estaban tan serenas.

Sentía cómo el helado comenzaba a derretirse con más rapidez de lo que debía, y aunque intentaba mantener la calma, no podía evitar la sensación de que algo estaba por ocurrir, algo que no sabía cómo manejar.  No fue una mirada directa lo que me alteró, sino esa forma en que de reojo, sentí que me observaba.  La piel se puso de gallina, aquella mirada era profunda, como si quisiera descubrir algo más allá de lo que mostraba mi exterior.

Mi Suegro hizo esto cuando derramé el helado.

Mi mano tembló ligeramente, y el helado, que ya había comenzado a derretirse, resbaló y cayó sobre mi escote. Fue un accidente torpe, claro, pero de alguna manera no pude evitar que el rubor se apoderara de mi rostro. ¡Qué vergüenza!, No pude hacer más que intentar reaccionar lo más rápido posible.

Sin embargo, Mi Suegro fue el primero en levantarse, siempre tan educado, tan atento. Pero de alguna manera, el hecho de que se acercara a mí tan rápidamente me dejó sin aliento. Con una suavidad que no esperaba, tomó una servilleta, pero en lugar de dármela, como habría sido lo más lógico, se inclinó hacia mí, casi con un movimiento instintivo.

Su mano se alargó, acercándose demasiado. Yo, en un movimiento casi involuntario, retrocedí un paso atrás, el aire en mis pulmones se volvió espeso, denso, mientras sentía una ola de incomodidad recorrerme.  «Perdón», dijo rápidamente, apartándose un poco, mientras su rostro adoptaba un tono de vergüenza evidente. «No sé ni en qué estaba pensando…

Toma y límpiate», murmuró, y me extendió la servilleta. Su tono era casi una disculpa, pero no pude evitar sentir que había algo más en su mirada, una especie de confusión que no logró disiparse.

No sabía como reaccionar ante mi Suegro.

Mi mano temblaba al tomar la servilleta, más por el descontrol que sentía dentro de mí que por el incidente en sí. El roce fugaz de nuestros dedos, aunque breve, fue como una chispa en un campo seco. Mi corazón latió fuerte, y aunque no lo dije, sentí como si el aire entre nosotros se hubiera cargado de algo que ambos sabíamos, pero ninguno de los dos se atrevía a decir.

Mi marido y su hermano estaban completamente absortos en el partido de fútbol, sus voces se mezclaban con el ruido de la televisión, mientras las imágenes del juego se sucedían a toda velocidad. Se notaba en el ambiente la energía que la competencia traía consigo; ellos, como siempre disfrutaban del momento, ajenos a todo lo que ocurría a su alrededor. Mi suegra, en la cocina, estaba ocupada trayendo más helado para todos, asegurándose de que nadie se quedara sin su porción. 

Mi forma de vestir decía mucho de mí.

Yo me encontraba allí, con el vestido color corinto oscuro que elegí para ese día. Su ajuste era perfecto, ni demasiado ceñido ni demasiado suelto, pero con suficiente elegancia para hacerme sentir especial. El escote, ligeramente pronunciado, dibujaba una línea suave que dejaba entrever lo justo. La tela caía con gracia sobre mi cuerpo, mientras que mi espalda quedaba parcialmente descubierta, como una invitación discreta a la mirada sin ser evidente. Mi cabello recogido en un chongo alto resaltaba aún más el diseño del vestido, y los pequeños aretes en forma de media luna, del mismo tono, completaban la imagen.

Me levanté para tomar otra servilleta que había quedado sobre la mesa, y sin pensarlo demasiado me dirigí hacia el espejo de la sala. Necesitaba asegurarme de que todo estuviera en su lugar. Mientras me observaba, noté que una gran mancha de helado se había formado sobre mi escote. Me detuve un momento, sintiendo el frío de la gota sobre mi piel, una sensación extraña que contrastaba con el calor del lugar. 

Comencé a secarme con la servilleta, pero no pude evitar sonrojarme al darme cuenta de lo incómoda que me sentía en ese instante. Fue entonces cuando escuché la voz de mi marido, que sin apartar los ojos de la pantalla, me dijo: “¿Qué te pasó cariño?, Vaya pareces una chiquilla, botando las cosas…

Mi marido no se tanteo conmigo.

Ponte un suéter para que no se vea la mancha, que pronto llegarán mis tíos.”  Además, no sé ni porque te pones esa clase de ropa, si tú ya no eres una joven, ya deberías de cubrirte un poco más.  Porque aunque el vestido este bonito, creo que el maniquí ya no lo es, dijo sin mirarme siquiera. 

 La ligereza de sus palabras, mezclada con esa falta de atención, me hizo sentir una pequeña punzada en el corazón. Como si no fuera suficiente para él, el ver más allá de lo evidente, de lo superficial. Lo que para él era solo un comentario casual, para mí fue algo más profundo, algo que me hizo sentir más invisible que nunca.

Me quedé unos segundos mirando mi reflejo en el espejo, sintiendo una mezcla de desconcierto y frustración. La imagen que veía no era la misma que sentía por dentro. La mujer que estaba frente al espejo no era solo la esposa perfecta, la que cumplía con los estándares de cortesía y familia. Había algo más dentro de mí, una curiosidad oculta, una necesidad de ser vista de una manera distinta. Algo que se despertó en silencio, sin que nadie lo supiera, pero tenía miedo. 

Lo que mi Suegro despertó en mí me dio miedo.

Porque quien había despertado eso en mí, era nada menos que mi Suegro.  Mientras mi marido y su hermano seguían hablando sobre el partido, yo sentí una leve, pero creciente sensación de vacío. Quizá lo que más me molestaba no era la mancha en mi vestido, ni el helado derramado sobre mi piel. Lo que realmente me tocaba era esa falta de mirada, esa desconexión de parte de mi marido. Porque en esa sala, rodeada de ruido y gente, me sentía más sola que nunca.

Decidí ir a la cocina para ver si ayudaba en algo a mi Suegra. Mi suegra, con esa calma que siempre la caracteriza, me miró sonriendo de manera casi maternal.  «Qué bueno que estás aquí,» me dijo mientras se acercaba lentamente, como si nada pudiera perturbar su serenidad. «Mira, ayúdame con preparar las tacitas para el café, solo déjalas listas.

Solo te ruego que no me vayas a botar ninguna, porque son únicas y yo las cuido mucho.»  Asentí sin pensar mucho, como si el ritual de esas tacitas, con su fina porcelana, fuera más importante que cualquier otra cosa. Había algo en la manera en que lo decía, una mezcla entre cariño y posesión, como si esas tacitas fueran más que un simple objeto. Eran en su mundo un símbolo de lo que había pasado antes, de los recuerdos que ella guardaba celosamente. 

Mi Cuñado me propone esto.

Sin embargo, no pude dejar de sentir una cierta incomodidad al estar sola en la cocina, mientras el sonido de los gritos y los aplausos provenientes de la sala llegaban hasta mis oídos. Mi esposo y su hermano, mi cuñado, parecían estar enloquecidos con el partido de fútbol. Los escuchaba a lo lejos, y sin embargo, mi mente no podía evitar pensar en las miradas de mi Suegro, en la manera en que se había acercado para querer ser él, quien me ayudara con el helado derramado.

Estaba tan absorta en el cuidado de las pequeñas tazas que ni siquiera noté la presencia de mi cuñado, hasta que su voz me hizo saltar.  «Oye, no vayas a creer que el vestido no te queda bien,» dijo con una sonrisa burlona, acercándose a mí de manera lenta, como si cada palabra que pronunciara estuviera pensada para desbordar la tensión que comenzaba a formar un nudo en mi pecho.

«Porque sinceramente, estás que revientas de bonita dentro del vestido. No le hagas caso a tu marido, te ves bien bonita.»  Mis manos se tensaron involuntariamente al escuchar su comentario, y sentí cómo una oleada de calor subía por mi cuello. De alguna manera, sus palabras tan directas, y tan llenas de esa picardía que me erizaba la piel, me incomodaron profundamente. Pero no pude evitarlo: una parte de mí también se sintió extrañamente halagada

Yo fingí no enteder lo que mi Cuñado quería decirme.

Había algo en su tono, algo en su mirada, que no supe cómo interpretar, pero que me hizo sentir que había algo más en juego, algo más allá de las bromas.  Entonces me dije a mi misma: qué te pasa mujer, pareces como si estuvieras tan urgida.  No creo yo que no tengas control sobre ti misma, qué es eso de pensar en tu Suegro ya hora en tu cuñado, vaya que si estás torcida mujer.

Su mirada no se apartaba de la mía, y de pronto sus ojos se alargaron volvieron aún más intensos. Sentí que su presencia invadía la cocina, como una sombra que no podía ignorar. «Y si en algún momento necesitas una ayudadita… ya sabes que yo estoy para servirte,» dijo, mientras pasaba la lengua lentamente por sus labios, un gesto que no supe si era un simple hábito o un desafío.  Cállate tú, que necesidad voy a tener yo, le respondí. 

No te hagas sabes bien a lo me refiero, me dijo él con una sonrisa.  Me quedé allí, congelada por un instante, mientras él daba un paso atrás, con su mirada aún fija en la mía, como si esperara una respuesta, aunque no fuera la que realmente deseaba escuchar. Su tono se suavizó, pero algo en el aire había cambiado, como si las palabras no fueran solo eso, sino una invitación a algo más, algo que no podía ni quería definir.

Mi Cuñado suspiró y dijo esto.

«Hay cuñadita… ojalá y se me haga el milagrito,» dijo finalmente, tomando un vaso de agua con una lentitud que me desconcertó aún más, antes de darme la espalda y marcharse hacia la sala, dejándome sola en un mar de pensamientos turbulentos.  El sonido de sus pasos se desvaneció rápidamente, pero su presencia permaneció en el aire, flotando entre la porcelana de las tacitas, entre las sombras de la cocina. Mi respiración se volvió más irregular, y mis manos, temblorosas, casi dejaron caer una de las tacitas que había comenzado a alinear con tanto cuidado.

The post No lo PIENSE mucho me dijo mi SUEGRO. | Nunca pensé… appeared first on Relatos de Infidelidades.

]]>
493
Mi ESPOSO le hizo esto a mi PRIMA. | Nunca… https://relatosdeinfidelidades.com/mi-esposo-le-hizo-esto-a-mi-prima-nunca/?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=mi-esposo-le-hizo-esto-a-mi-prima-nunca Tue, 26 Nov 2024 17:09:00 +0000 https://relatosdeinfidelidades.com/?p=491 Mi Jefe me dijo: siéntate por favor ahora te atiendo. Él se inclinó hacia adelante, moviendo el bolígrafo entre sus dedos con un ritmo que casi hipnotizaba. Sus ojos, de un café que alguna vez me pareció atractivo, me escrutaban con una mezcla de calculadora frialdad, y una chispa de algo más oscuro

The post Mi ESPOSO le hizo esto a mi PRIMA. | Nunca… appeared first on Relatos de Infidelidades.

]]>
Vi como mi Esposo lo HACÍA a mi PRIMA. Al ver a mi marido dándole a mi prima, me enojó. No sé le ha pasado a alguien más, pero lo que a mí me pasó fue algo que no sé ni cómo llamarlo. Mi Jefe me dijo: siéntate por favor ahora te atiendo. Él se inclinó hacia adelante, moviendo el bolígrafo entre sus dedos con un ritmo que casi hipnotizaba. Sus ojos, de un café que alguna vez me pareció atractivo, me escrutaban con una mezcla de calculadora frialdad, y una chispa de algo más oscuro. Cuando humedeció sus labios con un movimiento lento, una oleada de incomodidad me recorrió.

Sentía mi piel erizarse, pero no era el tipo de escalofrío que precede un buen presagio.  Bueno no quiero darle tantas vueltas al asunto, comenzó con su voz baja y controlada, con una cadencia que pretendía transmitir poder.  Tú eres una muy buena pieza dentro de la empresa y has mostrado dedicación y muy buenos resultados. Su mirada no se apartaba de la mía, buscando una grieta en mi fachada, un temblor que le diera la ventaja que deseaba.

Mi Forma de vestir es de esta manera.

Acostumbro a usar ropa que me hace sentir libre, una prenda ligera, cómoda, que no pide nada más que lo necesario para moverse con la suavidad del viento. Pero, claro, la libertad siempre viene con un precio en un mundo que se dedica a juzgar lo que llevamos encima. Mi vestimenta, tan simple y despreocupada, para muchos no era más que una invitación, ustedes saben, una señal clara de que estaba dispuesta a todo y a lo podía venir. 

Aunque en realidad no era esa la forma en que yo pienso.  Pero bueno ya saben que todos vemos las cosas con diferentes ojos, y pues tenemos derecho a ver como queramos.  Para mí sin embargo, no significaba nada más que comodidad. Nunca antes me había detenido a pensar en lo que los demás pudieran interpretar. Hasta ese preciso momento.  Estaba sentada frente a mi jefe, del otro lado de su escritorio, pero cuando sentí esa mirada, tan fija, tan penetrante, la calma se desmoronó como una torre de cartas.

La Mirada de mi Jefe me erizó la piel.

Era como si el tiempo se hubiera detenido, y de repente, todo mi ser estuviera expuesto a los ojos de alguien que hasta entonces, había sido simplemente mi jefe. Su mirada me recorrió lentamente, desde la parte superior de mi cabeza hasta mis pies, como si estuviera escaneándome. Mis músculos se tensaron, y un frío extraño empezó a envolver mi espalda, especialmente en la zona del cuello. Miré al frente, intentando no ceder ante el vértigo de su presencia. Pero no pude evitarlo.

Mi piel reaccionó, se erizó, un calor incómodo subió por mi cuerpo y mi garganta, como si una mano invisible me estuviera apretando. En un movimiento instintivo, mis manos se cruzaron sobre el escote, como si pudiera esconder la evidencia de lo que la naturaleza me regaló, aunque en el fondo, ya sabía que era inútil. Mi vestido, tan ligero, tan inocente antes de esa mirada, ahora me parecía una segunda piel, cada costura como una frontera que se volvía peligrosa.

¿Era mi mente la que estaba jugando trucos o realmente había algo en la forma en que me miraba? La tensión en el aire era palpable, insoportable.  Entonces, como si hubiera leído mis pensamientos, vi cómo su lengua se deslizaba lentamente sobre sus labios, un gesto casi imperceptible, pero cargado de un significado que me paralizó. Su sonrisa, casi un suspiro de satisfacción, se asomó, tímida al principio, luego más definida, como si se estuviera deleitando con algo oculto tras esa fachada profesional que ambos manteníamos. 

No sabía que hacer ante la mirada penetrante.

 Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente. No sabía si quería salir corriendo de la sala o quedarme allí, atrapada en el hechizo de su mirada. No entendía qué había cambiado. Hasta ese momento, su presencia era una mera formalidad, un vínculo necesario en este lugar de trabajo, pero ahora… ahora sentía una brecha profunda entre nosotros, una línea invisible que al parecer, él estaba dispuesto a cruzar.

La oficina estaba cargada del leve zumbido del aire acondicionado, un sonido constante que solía pasar desapercibido, pero que ahora parecía ensordecedor. Me obligué a mantener la compostura. Noté cómo sus dedos se movían alrededor del bolígrafo, un gesto nervioso que contrastaba con la seguridad de sus palabras.  Como usted dice, es mejor ir directamente al grano. ¿Por qué no me dice lo que realmente quiere, o más bien lo que pasa?, le dije.  Mis palabras salieron más firmes de lo que esperaba, pero por dentro, un leve temblor las acompañaba. No podía permitirme mostrar debilidad. 

La propuesta de mi jefe me deja atonita.

Él suspiró, reclinándose en el respaldo de su silla y cruzando los brazos con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.  Vamos a tener que prescindir de tus servicios, a menos que tú… bueno ya sabes, su tono bajó aún más, volviéndose una sutil invitación, una trampa disimulada tras la autoridad de su voz.  No sería nada complicado, ya sabes que tú y yo, en algún momento, arreglemos y nos pongamos de acuerdo. 

Aunque cueste decirlo, creo que hacerlo es menos difícil, dijo él con sus ojos puesto en mí.  Además, tengo entendido de que tienes un crédito que aún te falta pagar, y ya ves como está ahora la situación allá afuera, no está como para quedarse sin trabajo.  Aparte de que va hacer beneficioso, también si quieres puedes, no sé sentirle el gusto.

El peso de sus palabras se alojó en mi pecho como una roca. Pero una fracción de segundo fue suficiente para decidir qué hacer. El silencio que siguió resonó en mis oídos, marcando cada latido de mi corazón como un tambor distante. Me levanté despacio, con una firmeza que no sentía pero que proyectaba como un escudo. 

Mi Respuesta a su propuesta fue esta.

Gracias, pero eso nunca va a pasar, y menos por mantener un puesto. Usted es un hombre atractivo y bien parecido, dije, sintiendo el veneno mezclarse con la sinceridad de mis palabras, pero su actitud lo vuelve horrendo.  Sus ojos perdieron el brillo pícaro y se tensaron en líneas de disgusto. Un tic apareció en su mandíbula, señal de que mis palabras habían cortado más profundo de lo que esperaba. Mantuve mi mirada fija, sin dejarme arrastrar por el miedo que latía en mi interior.

Dígame dónde firmo y me voy, rematé buscando en la mesa con la vista, aunque sabía que el papel que pondría fin a esa escena estaba en su cajón, bajo llave.  Él no respondió de inmediato. La rabia contenida y la humillación danzaban en sus pupilas, pero su control volvió, aunque quebrado en los bordes. Extendió una mano hacia el cajón, con su gesto tenso, y lo abrió con un chasquido que resonó más de lo debido en el silencio.

El contrato de despido se deslizó sobre la mesa y lo firmé con un trazo decidido. Al salir, con la puerta cerrándose tras de mí, supe que había ganado más de lo que perdía.  Pero algo más me esperaba, y como no tenía más que hacer, regrese a casa para contarle a mi Esposo lo que me pasó.

Imaginense como me sentía después de esto.

El despido había caído sobre mí como un balde de agua helada en una noche de invierno. La mezcla de tristeza y desesperación me envolvía mientras caminaba por la acera, mis pasos resonando como un eco hueco entre los edificios grises. Cada paso era un recordatorio de la incertidumbre que se avecinaba, una sombra que empañaba los sueños que había compartido con mi esposo. Un apartamento nuevo, nuestro refugio, ahora parecía un espejismo más distante. Pero bueno me decía a mí misma, lo importante es que nos tenemos el uno al otro

Y de que me serviría tener un apartamento nuevo a costa de aquello, me decía a mí misma.  No tendría yo la valentía de ver a los ojos de mi marido, cuando estemos en nuestros que aceres.  No creo que hice lo correcto, o qué piensas tú, aunque te cuento que las cosas cambiaron más adelante; ya verás.

Camino a casa en busca de mi Esposo.

El aire estaba cargado de humedad, y las hojas de los árboles susurraban entre sí, como si supieran un secreto que yo desconocía. Fue entonces cuando al alzar la mirada, vi a la señora, mi vecina de la cuadra, observando a través de su ventana entreabierta. Su silueta desaliñada se movió rápidamente, y un segundo después, la puerta de su casa se abrió con un rechinido.  ¡Ay perdone que la ataje así!, dijo con su voz aguda y un tono de urgencia, mientras se acomodaba la bata estampada con figuritas de ositos.

Parecía un personaje salido de un sueño extraño, con el cabello despeinado cayéndole en bucles desordenados alrededor de la cara.  La sorpresa me dejó sin palabras un instante. La señora rara vez hablaba con alguien; era el tipo de vecina que se mantenía al margen, siempre observando, pero nunca participando. Intenté esbozar una sonrisa cansada.

La vecina me dice esto.

Siempre he querido hablarle, pero según entiendo usted sale muy temprano y vuelve tarde a casa. Sí es verdad, pero creo que ahora voy a tener más tiempo, porque me acaban de despedir.  Por lo tanto no se preocupe, respondí, pero ¿qué sucede? Sus ojos se agrandaron, y una expresión de lástima y nerviosismo se reflejó en su rostro. Dio un paso hacia mí y miró alrededor, como si temiera que alguien más pudiera escucharla. 

Mire, no sé cómo estén las cosas entre usted y su esposo, y no quiero meterme donde no me llaman. Pero como mujer, siento que debo decirle algo. Es algo que… me pesa en la conciencia desde hace semanas.  El frío de la mañana se intensificó, recorriendo mi piel como un escalofrío de advertencia.

La mezcla de su tono urgente y la seriedad en sus ojos hizo que mi corazón comenzara a latir con fuerza. Una oleada de aprensión me invadió, pero traté de mantener la calma. Me acerqué un poco más, inclinándome para escucharla mejor.

¿De qué se trata señora?, pregunté intentando que mi voz sonara tranquila, aunque mis manos comenzaban a temblar levemente.  Ella abrió la boca y por un momento, solo el susurro del viento llenó el silencio entre nosotras. Cerró los ojos, buscando las palabras, pero antes de que pudiera decir algo, mi teléfono sonó.

La llamada que interrumpe a la vecina.

El tono estridente cortó el aire y mi aliento, haciendo que diera un pequeño salto.  Perdón deme un segundo, dije levantando la mano mientras sacaba el móvil del bolso.  Era mi hermana mayor, y una urgencia diferente, más aguda, reemplazó la inquietud que había comenzado a gestarse. Contesté con rapidez, y su voz, tensa y temblorosa, me lanzó la noticia como un golpe directo al pecho. 

Oye, no quiero que te pongas nerviosa, pero mamá ha tenido un accidente. Tienes que venir a la clínica… te envío la dirección.

The post Mi ESPOSO le hizo esto a mi PRIMA. | Nunca… appeared first on Relatos de Infidelidades.

]]>
491
Nunca Imaginé Que Mi Suegro Me Diera Consuelo. https://relatosdeinfidelidades.com/nunca-imagine-que-mi-suegro-me-diera-consuelo/?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=nunca-imagine-que-mi-suegro-me-diera-consuelo Mon, 25 Nov 2024 19:54:18 +0000 https://relatosdeinfidelidades.com/?p=489 Ni por mi Mente pasaba que fuera mi querido Suegro quien se encargara de tal cosa conmigo. Vaya que fue una gran sorpresa para mí el que mi Suegro hiciera esto, y bien que sabe hacerlo. Pero mejor vamos y te cuento como sucedieron las cosas.
¿Y tú para qué tanto arreglo?, dijo mi Marido mirándome mientras se arreglaba, Acaso no has escuchado el dicho que dice: "la mona aunque se vista de seda, mona se queda"?

The post Nunca Imaginé Que Mi Suegro Me Diera Consuelo. appeared first on Relatos de Infidelidades.

]]>
Ni por mi Mente pasaba que fuera mi querido Suegro quien se encargara de tal cosa conmigo.  Vaya que fue una gran sorpresa para mí el que mi Suegro hiciera esto, y bien que sabe hacerlo. Pero mejor vamos y te cuento como sucedieron las cosas.

¿Y tú para qué tanto arreglo?, dijo mi Marido mirándome mientras se arreglaba, Acaso no has escuchado el dicho que dice: «la mona aunque se vista de seda, mona se queda»? ¿Quién no ha escuchado esa frase más de dos veces? Pero que te lo diga una amiga, o un compañero, está bien. A veces eso es lo que uno espera de alguno que otro al que no le caes bien, hasta lo aguantas. Pero que te lo diga la persona a quien amas… y con esa cara de desprecio… no, eso no está bien, No tiene gracia, claro que no lo tiene.

O que piensas tú, tú que estás ahora con la mente fresca y sin presión alguna, verdad que no, eso pensé. 

Mi Esposo ni cuenta se dió de como yo estaba.

Me acomodé el escote, y noté como la tela se estiró un poco más de lo que me hubiese gustado. Había subido algunos kilos, y el vestido me quedaba un poco apretado, y las palabras de mi marido más el vestido, me recordaba lo que había dejado de ser. Aquella silueta que un día me hizo sentir tan segura, ahora era una jaula, una trampa que me devolvía la imagen de una mujer que no encajaba, ni en el vestido ni en su vida.

Pero, aun así, mi intención era clara: quería que él me mirara, que me deseara como antes. Había puesto todo mi empeño en esto, hasta en la elección de los tacones, aunque mis pies lo odiaran. Quería que al verme, su respiración se acelerara, que al menos por un segundo se diera cuenta del manjar que tenía a su disposición, y que podía tenerlo cuando quería.  Pero no, no fue así.

Yo me pregunté:  ¿De verdad me veo tan mal?, o es que la cosas con mi Marido ya no van para más.  Porque sinceramente para mi Esposo yo ya era más como si fuera una broma, como si todo lo que hacía estuviera mal. Su mirada recorrió mi cuerpo con una indiferencia que ya no era nueva, pero que dolía más cada vez. 

Le dije todo esto a mi ESposo por enojo, sin saber que mi Suegro sería mi consuelo.

No me aguanté más y dije: ¿Sabes qué?, Es mejor que vayas tú solo a esa fiesta. Mi voz salió firme, más firme de lo que sentía en mi interior. Si yo te causo pena o vergüenza, prefiero quedarme en la casa. Un nudo se me formó en la garganta, pero lo solté rápido, como si esa era la última gota que había caído sobre la copa que ya se desbordaba. No quiero ser una carga para ti, y si es tan difícil estar a mi lado, es mejor que te vayas solo.

Y ya que estamos en eso, busca a alguien que me ayude en la casa. Porque yo no voy a seguir quitándome la vida, con todo lo que hago por ti, para además tener que atender a tu padre. Mi suegro llevaba solo dos días viviendo aquí, y aunque no era una carga real, lo dije como si lo fuera. Como si al menos, ese fuera el único recurso que tenía para hacerle ver lo que me estaba haciendo, y Lo que me hacía sentir. Tal vez no debí haber dicho eso, pero es que no tenía otra forma de defenderme.  O qué hubieras hecho tú, déjame saber en los comentarios.

Mi Marido, ajeno a todo lo que pasaba dentro de mí, seguía mirando al espejo, arreglándose con la misma meticulosidad con la que siempre se preparaba. Ni siquiera se giró hacia mí cuando me habló. ¿Y tú crees que yo no hago mucho?, Con todo lo que hago por ti, dándote de comer, manteniéndote… ¿Acaso tú trabajas? Lo único que haces es cocinar, lavar la ropa, mantener limpio. Eso lo puede hacer cualquiera, Ya veo que eres malagradecida.  La rabia me subió como una ola, pero me la tragué, me la tragué entera, momento aquí no seas mal pensado.  No podía gritar, no podía desmoronarme allí, en medio del dolor.

mi Esposo me dijo todo esto.

Mi Esposo prosiguió, Y sí te pedí que me acompañaras a la reunión anual de la empresa.  Es Porque todos van a llegar con sus mujeres. Si no quieres venir, entonces mucho mejor. Yo veré cómo soluciono mis asuntos. Y mírate, ¿no te da pena ponerte ese vestido cuando ya ni siquiera te queda?  Mis ojos se inundaron de lágrimas, pero las contuve. Él no merecía ver mi dolor, Ya no.

¿Sabes qué?, Fue lo único que pude decir, y mis palabras eran un susurro de desesperación, de rabia contenida; Que te vaya muy bien.  Me quité los zapatos de tacón con una brusquedad que me sorprendió. Y tomé con fuerza mi vestido y tiré de él con fuerza, El sonido del desgarro de la tela del vestido me hizo pensar que algo en mí también se rasgaba, que lo que quedaba de mi dignidad se desvanecía junto con él. 

Me senté en la cama, dejé mi bolso sobre la mesita de noche y lo miré por última vez, y con una fuerza que no sabía que aún tenía. Dije: Ya que este vestido ya no debería de usarse… murmuré mientras con una fuerza insólita, rasgaba la otra parte del vestido. Las fibras cedieron con un sonido seco, y al mismo tiempo, algo dentro de mí también cedió.

Reflexionando en el baño

Me levanté aún con el vestido sobre mí, pero ya desgarrado, rasgado, como si el tiempo y el dolor me hubieran tratado de esta manera. Me dirigía al baño, No recordaba bien el momento exacto en que mi alma se rompió, pero el reflejo en el espejo del baño me lo recordaba todo.  Cerré la puerta con fuerza, apoyé las manos sobre el lavabo y sin poder evitarlo, comencé a llorar. Las lágrimas caían pesadas, como si intentaran arrastrar conmigo todo lo que había sido hasta ese momento.

Mi maquillaje, que había sido cuidadosamente aplicado por la mañana, ahora era un simple trazo de color distorsionado por el dolor. Las mejillas, llenas de manchas negras, parecían reflejar la tormenta interna que me atormentaba. 

Fue en ese instante cuando escuché la puerta principal. Un fuerte ruido, y la cerradura girando, el sonido del portón que se cerraba con un estruendo que resonó en mis oídos. Sabía, lo supe al instante, que él se iba. Mi marido, el hombre con el que había decidido compartir toda mi vida, se había ido, y esta vez lo hacía sin mí. No hubo palabras, solo ese ruido, esa despedida silenciosa.

El encuentro con mi Suegro en el pasillo.

Me lavé la cara, intentando borrar las huellas de la tormenta de mi debilidad. Pero cada gota de agua que caía sobre mi piel parecía recordarme lo que había pasado, lo que había perdido. Salí del baño y me dirigí hacia mi habitación, pero algo me detuvo en el pasillo. Allí estaba él, mi suegro, mi querido Suegro, este hombre que al final de cuentas terminó siendo mi consuelo. Su rostro, normalmente tranquilo, ahora mostraba una mezcla extraña de sorpresa y algo que no lograba identificar.

No era ira, ni preocupación, pero sí una expresión que no era propia en él. Sus ojos se clavaron en mí, como si hubiera visto algo que no debería haber visto. Como si me estuviera viendo a través de una capa de cristal roto.  Oye, ¿qué te pasó?, me preguntó con su voz quebrada por una inquietud palpable.  Yo, intentando mantener la calma, lo miré fijamente.

No podía darme el lujo de que alguien descubriera lo que realmente sucedió, lo que había provocado mi caída, mi grito silencioso. Pensé que mis ojos empapados de lágrimas, me delatarían, pero no caí en cuenta de lo que mi vestido reflejaba. Y no, no era solo el maquillaje ni las lágrimas lo que me delataba. Era el hecho de que ya no estaba yo entera, ya no estaba protegida por esa tela que antes me cubría.

Mi suegro entretuvo sus ojos en esto y me herizo la piel.

Nada suegro, respondí rápidamente. Solo me entró una basurita en los ojos.  Pero sus ojos, esos ojos que siempre habían sido tan perspicaces, no parecían conformarse con mi explicación. Observaba fijamente el estado de mi vestido. Su mirada se desvió hacia el borde rasgado, luego al escote abierto, y sentí una presión incómoda que me ahogó. 

¿Y por qué lo traes así el vestido? Bueno, si es por lo que me imagino, está bien, no me digas nada. —Su voz estaba llena de algo entre comprensión y desconcierto, pero de inmediato se notó una especie de aceptación silenciosa. Mis manos, como si tuvieran vida propia, se movieron hacia el frente para cubrirme, pero fue en vano. Al bajar la vista, me di cuenta de que el vestido ya no me cubría como antes. Lo que antes había sido una capa protectora de mi cuerpo ahora estaba rasgado, deshecho, y apenas si me cubría lo esencial. Mi cuerpo parecía tan expuesto como mi alma.

Y ahí, en esa fracción de segundo, entendí lo que había sucedido. Mi suegro no solo estaba asombrado por el estado de mi vestido, sino por algo más, algo más profundo. Sus ojos recorrieron mi cuerpo de una manera que me hizo temblar, que me hizo sentir vulnerable, más vulnerable de lo que ya me sentía en ese momento.  Instintivamente, cubrí mi torso con ambas manos y sin pensarlo más, di un paso atrás, y luego otro, hasta que salí corriendo hacia mi habitación.

ESto fue lo que mi Suegro causo en mí

Necesitaba escapar, esconderme, desaparecer de ese espacio donde las paredes ya no me daban refugio, donde los ojos que antes me habían protegido ahora me parecían un riesgo. Me senté al borde de mi cama, mientras el murmullo de la casa parecía alejarse con cada segundo que pasaba. Me quedé ahí, quieta, pensando en lo que acababa de suceder. La conversación con mi suegro se había desarrollado de una manera tan… rara. No era algo que hubiera anticipado. La manera en que me miró, como si algo en su interior se hubiera despertado también. 

De repente, me invadió una extraña sensación. Recordé sus ojos, esos ojos oscuros que en un instante, parecían haberse perdido en mi rostro. Ojos que estaban fijos, intensos, como si hubieran hecho un descubrimiento en mí. Y no era una mirada cualquiera. No era la mirada de un padre que observa a su nuera con cariño, ni la de alguien que busca simplemente una conversación casual.

No, sus ojos parecían estar entretenidos, no en lo que decía, sino en ya saben ustedes.  Y algo dentro de mí se encendió. Lo sentí como una chispa, algo eléctrico que recorrió mi cuerpo y me sacudió. Quizás fue solo una ilusión, tal vez el cansancio me estaba jugando una mala pasada, o quizás… no lo sé. Lo que sí sé es que hacía mucho tiempo que no veía a alguien mirarme de esa manera. Una mirada diferente a la de mi marido, pues él ya ni siquiera me dirigía la vista.

The post Nunca Imaginé Que Mi Suegro Me Diera Consuelo. appeared first on Relatos de Infidelidades.

]]>
489
Mi HIJASTRO Vino a MÍ y me PIDIÓ… | Nunca… https://relatosdeinfidelidades.com/mi-hijastro-vino-a-mi-y-me-pidio-nunca/?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=mi-hijastro-vino-a-mi-y-me-pidio-nunca Thu, 21 Nov 2024 17:20:07 +0000 https://relatosdeinfidelidades.com/?p=486 Estaba levemente agachada, concentrada en limpiar el sofá, pasando el trapo de un lado a otro con movimientos casi automáticos. El sol de la mañana entraba a raudales por la ventana del salón, iluminando con suavidad la estancia. El aire era cálido, pegajoso, y el sonido del trapo rozando la tela del sofá parecía lo único que me rodeaba.

The post Mi HIJASTRO Vino a MÍ y me PIDIÓ… | Nunca… appeared first on Relatos de Infidelidades.

]]>
Estaba levemente agachada, concentrada en limpiar el sofá, pasando el trapo de un lado a otro con movimientos casi automáticos. El sol de la mañana entraba a raudales por la ventana del salón, iluminando con suavidad la estancia. El aire era cálido, pegajoso, y el sonido del trapo rozando la tela del sofá parecía lo único que me rodeaba. Sin embargo, de pronto, sentí esa extraña y desagradable sensación: alguien me observaba. 

Mi respiración se detuvo por un segundo. La piel se me erizó, y algo en el fondo de mi estómago se revolvió, una mezcla de incomodidad y curiosidad. No necesitaba voltear para saber que era él. No sabía por qué, pero lo supe. Alzó la mirada con la esperanza de que mi intuición me estuviera engañando, pero al hacerlo, mis ojos se encontraron con los suyos.  Ahí estaba él, mi Hijastro, parado en el umbral de la puerta de la cocina, inmóvil. Sus ojos fijos en mí, como si todo lo demás hubiera dejado de existir.

Algo en su mirada era diferente, algo que no lograba identificar pero que de alguna manera, me hizo sentir vulnerables. Mi escote, que no había notado antes, parecía ser lo único que captaba su atención, y de pronto, me sentí expuesta, observada de una manera en que jamás lo había sido.  Los ojos de mi Hijastro estaban tan entretenidos, que ni cuenta se dio que yo lo noté.

El Hijo de mi Esposo no se avergonzó de lo que hacía.

Lo miré directamente a los ojos, esperando que el hijo de mi esposo se avergonzara, que apartara la mirada, como suele hacerlo cualquiera que es descubierto, cuando se sienten culpables de algo. Pero no, No fue así, no con mi Hijastro.  En lugar de eso, su rostro se relajó ligeramente, como si se sintiera cómodo en esa situación, incluso… entretenido.  Vaya que es afortunado mi padre, dijo con su voz grave y calmada.  Un nudo se formó en mi garganta.

Aquella afirmación, aunque inocente en apariencia, se sintió como una especie de desafío, como si el peso de sus palabras quisiera decir algo más, algo que aún no comprendía del todo. Tragué saliva, tratando de mantenerme serena, pero algo en mi interior se tensó. Mi cuerpo reaccionó por instinto, y me enderecé rápidamente, acomodando mi camiseta hacia atrás, cubriendo lo que él había estado mirando.

—Sí… —respondí, con una voz que no sonaba tan firme como me hubiera gustado—. Tu padre sabe cómo conseguir lo que quiere.  Un silencio incómodo llenó el espacio entre nosotros. Yo trataba de hacer como si nada hubiera pasado, como si aquello no hubiera sido más que un simple comentario sin importancia. Sin embargo, algo en la manera en que me miraba mi Hijastro seguía dándome vueltas en la cabeza, como un eco imposible de acallar. 

La Respuesta de mi Hijastro me herizo la piel.

—Ojalá y yo logré conseguir todo el éxito que él tiene —murmuró, esta vez con una mirada distante, como si pensara en voz alta, o quizás buscando aprobación, o tal vez algo más.  No sabía cómo responder a eso. La situación se había vuelto extraña, y de alguna forma, sentí que el aire se había vuelto más espeso. Opté por desviar la conversación, por hacerlo parecer más casual, más tranquilo. 

—Pues… creo que si sigues estudiando como lo haces hasta hoy, llegarás quizás hasta más lejos que tu padre —le dije, esperando que mis palabras fueran lo suficientemente inocentes como para deshacer la tensión que había crecido entre nosotros. El hijo de mi Marido me miró, sorprendido, como si no esperara escuchar eso de mi parte. Pero en sus ojos vi algo más. Algo que no logré descifrar de inmediato. ¿Era admiración?, ¿O algo más profundo, algo que no podía poner en palabras?  —¿Tú crees? —me preguntó, con su voz más baja ahora, como si estuviera buscando una señal, una certeza en mis palabras. Pues te cuento que hay cosas que mi padre tiene, y que yo quisiera tener. 

Una en especial, dijo mientras me escaneaba de pies a cabeza.  No pude evitar notar cómo se mojó los labios con la lengua, un gesto tan sutil pero cargado de algo más. Fue como un pequeño destello de algo… diferente. Algo que no debería estar allí. 

Respondía temblorosa al Hijo de mi ESposo.

—Creo que sí —respondí, sintiendo que mi respiración se aceleraba un poco más de lo normal, como si hubiera algo en el aire que me presionaba, que me envolvía. Y con la mente aún algo turbia, le pedí que me alcanzara el sacabasura que estaba al pie de él.  —¿Y qué pasó con la chica de la limpieza? —me preguntó con una sonrisa pícara.

—Me dijo ayer que no vendría, que su madre estaba un poco enferma. Pero ya ves, no es cosa del otro mundo —respondí, intentando mantener el tono ligero, como si todo fuera normal, como si no me estuviera afectando el hecho de que él estuviera ahí, tan cerca, observándome.  Me sentí más tranquila al pensar en la excusa que le había dado, al menos eso me ayudaría a darme un respiro, a poner las distancias que de alguna forma aún no comprendía.

Aunque, dentro de mí, algo seguía despertando, algo que no me gustaba, pero que por otro lado me atraía.  —Así que si tú quieres ver limpia tu habitación, también te tocará limpiar —dije, buscando una salida, un cambio de tema.  Él sonrió, esa sonrisa traviesa que siempre me había parecido sutil, pero que en ese momento tenía una cierta malicia que no lograba entender del todo.

Mi Hijastro se ofreció ayudarme con esto.

—Bueno, pues déjame aprender un poco contigo. No te molesta si te veo hacerlo, ¿verdad? —dijo con tono juguetón, casi burlón, mientras avanzaba un paso más hacia mí.  ¿En qué momento comenzó a sentirse todo tan extraño? ¿Tan cargado de algo que no podía describir con palabras? —No, claro que no —respondí, con una calma que solo pretendía cubrir la incomodidad que empezaba a formarse como una bola de nieve dentro de mí—.

Más bien creo que mientras vas viendo, mejor si vas practicando.  Le señalé la gaveta del aparador en la cocina, la que contenía las bolsas negras para la basura.  —En la gaveta del aparador, están unas bolsas negras. Trae una por favor.  —Con mucho gusto, capitán —dijo, y me sorprendió la forma en que se inclinó con un gesto exagerado, como si estuviera jugando un papel. 

Vi cómo se alejaba hacia la cocina, aún con esa sonrisa en los labios. Y mientras lo veía moverse, algo dentro de mí me decía que aquello no era solo un juego. No era solo una conversación inocente sobre limpieza.

La razón por la que el hijos de mi esposo llegó a casa.

Aquel chico… me estaba mirando de una manera que no me gustaba. Y lo peor de todo, yo no sabía si me desagradaba o si algo en mí comenzaba a responder a esa mirada.  Mi hijastro tenía apenas dos semanas de convivir con mi esposo y conmigo. Dos semanas, Solo dos semanas, pero bastaron para que mi mundo se trastocara de una manera que ni siquiera yo podía comprender del todo.

Todo comenzó cuando él, un joven de veintitrés años, se acercó a su padre, mi marido, con una historia que parecía un tanto predecible. Dijo que había metido la pata con una chica de la universidad, una de esas historias que uno podría imaginar sin mucho esfuerzo: un error, una irresponsabilidad, una joven inesperada en su vida que le había traído consecuencias que él no quería asumir. La chica estaba embarazada, y él no quería saber nada de eso. Aseguró que no era suyo, y su padre, mi esposo, le creyó.

Aunque, sinceramente, algo en su relato me sonaba extraño. No tanto la parte del error juvenil, que eso podría entenderlo perfectamente, sino la manera en que su tono se tornaba arrogante y desafiante al negar su responsabilidad. Había algo en su actitud, algo que se me quedaba dando vueltas en la cabeza.

yo sospechaba de las intenciones de mi Hijastro.

No podía ser que un joven tan inteligente, tan capaz, hubiera sido tan tonto como para escapar de las consecuencias de algo tan importante. Lo observaba y me convencía más de que no era solo la chica la que quería evitar, sino la responsabilidad misma, el peso de lo que estaba haciendo.

Me preocupaba, Y no era solo porque su conducta me inquietara, sino porque a medida que lo observaba, una sensación extraña comenzaba a crecer dentro de mí, algo que no había buscado pero que en su presencia, empezaba a tomar forma.  Era el brillo de sus ojos y La forma en que me miraba.  Mi marido, con sus años de experiencia y madurez, nunca parecía percatarse de los pequeños detalles.

En su mundo, él era el centro de todo, y aunque me amaba, su presencia era a veces una sombra distante. Veinte años nos separaban, y a pesar de lo mucho que lo amaba, a veces no podía evitar sentir que me faltaba algo… algo que ni su amor, ni su estabilidad podían llenar por completo. No me malinterpreten: él era el hombre de mi vida, el que me había dado seguridad, la base sólida sobre la cual podía construir todo lo demás.

Mi Esposo cambió comigo cuando su hijo llego.

Pero, a veces, se volvía tan predecible, tan… inalcanzable en su madurez. Y entonces él apareció, Mi hijastro, con su cara de incomprendido y su cuerpo de hombre joven, con ese aire inquietante que no podía ignorar. Siempre tan atento, tan disponible, tan sumiso en cierto modo. Hacía todo lo que le pedía sin dudar, siempre dispuesto a ayudar, a estar a mi lado, como si fuera un sombra, casi invisible, siempre cerca, nunca fuera de lugar. Cualquier tarea que le solicitara, por mínima que fuera, él lo hacía con una rapidez y precisión que me desconcertaba.

Era extraño, porque con el paso de los días, comenzó a parecer más como una necesidad que una cortesía. No era solo que quisiera que me ayudara; era la forma en que lo hacía, la forma en que parecía leer mis deseos sin que yo dijera nada. ¿Cómo era posible que tan rápido llegara a conocerme de esa manera? Y no es que yo le pidiera algo demasiado personal o revelador.

No, Pero a veces, se quedaba demasiado tiempo en la cocina, o en la sala, mirando con una intensidad que ya no podía disimular. Sus ojos buscaban los míos, y aunque siempre hacía como si no pasara nada, yo sentía el peso de su mirada. Como si me viera de una forma diferente a la que yo deseaba.

Quizá sea esto lo que me hacía pensar en mi Hijastro.

Mi marido estaba cambiando también, claro. El hecho de que su hijo viviera con nosotros lo había dejado más distante. Ya no me acariciaba con la misma frecuencia, ni me susurraba palabras de cariño por la noche. Había comenzado a limitarse. Y yo, yo que nunca le había pedido más de lo que podía darme, empecé a sentir una insatisfacción creciente.

¿Era la presencia de su hijo lo que estaba haciendo que él se apartara de mí? ¿Era esa frialdad lo que me empujaba a buscar calor en otros lugares? En esos momentos en que mi marido estaba ausente, ya sea por trabajo o por su cansancio habitual, él, mi Hijastro estaba allí, tan cerca, tan atento. Su cercanía era algo que ni él ni yo podíamos controlar, y la tensión en el aire, la incertidumbre, me dejaba atrapada en algo que no podía nombrar.

Nunca había sido una mujer que pensara en el poder de las tentaciones, ni en los dilemas de un amor prohibido. No, para nada, pero cuando él comenzó a tocar mi vida con esa suavidad disimulada, con esa forma tan natural de estar en todas partes sin estar presente, empecé a cuestionarme cosas que nunca me habría imaginado. 

The post Mi HIJASTRO Vino a MÍ y me PIDIÓ… | Nunca… appeared first on Relatos de Infidelidades.

]]>
486
YERNO acuérdese de que hace tiempo que Yo nada. https://relatosdeinfidelidades.com/yerno-acuerdese-de-que-hace-tiempo-que-yo-nada/?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=yerno-acuerdese-de-que-hace-tiempo-que-yo-nada Wed, 20 Nov 2024 17:20:26 +0000 https://relatosdeinfidelidades.com/?p=484 "Córrase un poco más allá, que me da un no sé qué," le dije a mi Yerno, casi en un susurro, mientras lo observaba. Él me miró fijamente, con esos ojos chisporroteando con una mezcla de picardía y algo que no supe definir. Aquella mirada me erizó la piel, me aceleró el pulso, y de alguna forma, me hizo temer lo que vendría después.

The post YERNO acuérdese de que hace tiempo que Yo nada. appeared first on Relatos de Infidelidades.

]]>
«Córrase un poco más allá, que me da un no sé qué,» le dije a mi Yerno, casi en un susurro, mientras lo observaba. Él me miró fijamente, con esos ojos chisporroteando con una mezcla de picardía y algo que no supe definir. Aquella mirada me erizó la piel, me aceleró el pulso, y de alguna forma, me hizo temer lo que vendría después.  «Ya ve que hay algo que nos une,» respondió mi Yerno, con su voz suave, como si nuestras palabras compartieran una complicidad secreta.

«Esa corriente que usted siente y que yo emito, no creo que sea causalidad Suegrita.» Para mí que solo es cuestión de tiempo de que usted y yo, bueno ya sabe.  Aunque ya solo es cuestión suya, porque yo ya estoy más que listo.   Mis labios se curvaron en una sonrisa nerviosa, y me sacudí como para restarle importancia al asunto.

Quería que pensara que estaba bromeando, que todo era parte de esa ligera tensión que siempre ha existido entre nosotros, pero no podía negar que algo, algo profundo y palpable, estaba recorriéndome por dentro. Esa «corriente» de la que hablaba, no solo era evidente, sino que también me inquietaba de una manera que no sabía cómo manejar.

Mi hermana interrumpió y mi Yerno se jalo un poco.

En ese momento mi hermana irrumpió en la cocina. Ella siempre tenía el don de llegar en el momento justo, como si sus sentidos pudieran oler el aire denso de los secretos a medio decir.  «Y ustedes ¿qué fingen o qué esconden?», dijo con una risa que aunque ligera, traía consigo un filo que cortaba cualquier intento de disimulo.  Nos reímos, sí, pero la risa no alcanzó a cubrir la incomodidad que se había instalado entre los tres.

Mi yerno salió rápidamente de la cocina, quizás sabiendo que la situación no se podía prolongar. Y mi hermana, con su mirada incisiva, se acercó más, no para ayudar, sino para darme una de esas observaciones que solo ella sabía hacer, cargadas de una verdad incómoda.  «Oye,» comenzó en un tono que solo ella utilizaba cuando algo no le encajaba. «Me parece que tú debes tener un poco más de límites con tu yerno. Porque recuerda que él es hombre, y esta joven…»

La pausa fue significativa, como si las palabras; «esta joven» quisieran traer consigo una interpretación aún más precisa, más peligrosa. «… además de que está como quiere.»  Porque para qué vamos a negarlo, sinceramente esta echo un caramelito, y pues sé que tú hace ya un buen tiempo que nada de nada.  Y no vaya hacer que sea tu yerno quien te termine dando para los dulces. 

Mi Hermana insinuá que mi Yerno y Yo.

Mi corazón dio un vuelco, y la risa de mi hermana me pareció de pronto cruel, hiriente. Yo por supuesto, traté de quitarle importancia.  «Ya cállate tú, ¿cómo vas a creer esas cosas?» respondí, intentando sonar firme, pero mi voz tembló ligeramente.  Ella no se dejó amedrentar por mi respuesta, y se acercó aún más. Su mirada era de esas que penetran en lo más profundo, como si ya lo supiera todo. 

«Yo no lo creo,» dijo con calma, «sino más bien veo cómo ustedes se tratan. Y ya sabes que las cosas empiezan con bromas.» Y de broma en broma aquel uno se asoma, y no perdona.  La presión en mi pecho se intensificó. Quería desmentirla, rechazar esa insinuación, pero algo dentro de mí me decía que tal vez no estaba tan equivocada.

Yo no quería pensar en eso, no podía permitirme pensar en eso. Mi hermana, en su insistencia, estaba sacando lo peor de mí, las dudas que no quería enfrentar.  «No, no puede ser,» balbuceé, «Eso ni pensarlo es bueno.» Pero la verdad, en lo más hondo de mi corazón, era que a pesar de mis palabras, sentía una inquietud creciente. Aunque intentara ignorarlo, algo estaba comenzando a germinar dentro de mí. Y aunque lo ocultara tras una fachada de indiferencia, las palabras de mi hermana se quedaban dando vueltas en mi cabeza. 

Mi hermana sospechaba lo que mi Yerno y yo.

Mi hermana tenía razón, aunque yo no quería admitirlo. Porque, en lo más íntimo, algo había cambiado entre nosotros. Mi yerno… mi yerno era tan, no sé cómo decirlo, tan él. Su manera de mirarme, su tono de voz, esa confianza con la que hablaba, todo en él había encendido en mí algo que hacía mucho tiempo había estado apagado, algo que creía que había dejado atrás. 

Y, mientras me lo negaba una y otra vez, esa chispa crecía. Como una llama secreta, una que yo no había prendido, pero que no podía apagar, por más que tratara. Esa corriente que él decía que existía entre nosotros, esa que yo había sentido en el fondo, seguía allí, invisible pero poderosa.

En ese instante, el sonido del teléfono me sacó de mis pensamientos. El timbre familiar me hizo levantar la vista de la taza de café, como si algo dentro de mí supiera lo que venía. El número que apareció en la pantalla era el que siempre tenía grabado con su nombre. Mi hija, sí era mi hija, la mujer de ese hombre que ahora ocupaba mis pensamientos.  

La llamada de mi Hija me hizo reaccionar.

Ella Llevaba dos años fuera, había tomado la decisión de irse al otro lado, como se dice aquí en el pueblo. Hacía tanto que no la veía, que hasta el simple eco de su voz se me hacía distante.  Respiré hondo antes de contestar. Sentí una punzada en el pecho, ese nudo que no se acaba de disolver nunca cuando te separas de un ser querido. Como si las palabras ya no tuvieran el mismo peso, como si la distancia las diluyera, dejándome sólo con un eco de lo que fue.

Hola hija, ¿cómo estás?, dije intentando disimular mi desconcierto. Era la misma voz, pero al mismo tiempo, era distinta.  Hola mamá, estoy bien y tú ¿Cómo estás?, su tono sonaba cálido, pero con un deje de inseguridad que nunca había notado en ella.  Estoy muy bien hija, Ya sabes, aquí como siempre la vida sigue igual. Tenemos que movernos todos los días, ver qué conseguimos, ya sabes cómo es la situación aquí. 

En el fondo, mientras hablaba, sentía que algo no estaba bien. Era una sensación extraña, como un presagio. Algo en el aire, algo en la manera en que su voz se filtraba a través del teléfono, me decía que venía algo que cambiaría todo.  Mamá, quiero hablarte de algo, pero no sé cómo empezar, su voz se quebró, y me erguí en la silla, sintiendo que la conversación tomaba un giro inesperado—. Es que hay algo que me está pasando y quiero sacármelo ya, para tener tranquilidad. Necesito realmente que tú me des tu bendición…

Mi hija me confiesa esto

Mis ojos se entrecerraron, mi corazón latía más rápido. ¿Tu bendición?, Eso sonaba a algo importante, algo que no podía ser algo simple, como la elección de un vestido o la compra de un auto. No, sino había algo más, Y no me gustaba nada la sensación que me recorría la espalda.  ¿Qué pasa, hija?, pregunté sintiendo que un peso comenzaba a asentarse en mi pecho.  Mamá, la verdad es que me enamoré de otra persona aquí.

Y ya llevo dos meses viviendo con él. —Su voz era un susurro, pero había algo en esa frase que me destrozó. Dos meses… ¿Y yo sin saber nada?  El aire se me escapó del cuerpo, dejándome vacía, y por un segundo, la realidad se desmoronó a mi alrededor. Mi hija, la que había dejado todo para ir a buscar algo mejor, ahora me decía esto.

—Mamá, no te preocupes, estoy bien. Yo sé que si no te lo digo, ni tú ni mi marido, el que está allá contigo en casa, no se van a enterar. Lo que dijo después me hizo sentir como si un millón de pensamientos me atropellaran a la vez—. Pero la verdad es que ya no quiero estar con él. No lo quiero más mamá. Y necesito que tú me ayudes a que él lo entienda. No puedo seguir engañándolo, ni a él, ni a mí misma. 

Mi hija quiere que sea yo quien le diga a mi Yerno lo hizo.

Sentí cómo el frío me invadía, como si una capa de hielo se formara dentro de mi pecho. Las palabras de mi hija se mezclaban con recuerdos, con imágenes de aquella vez en que ella me hablaba del futuro que quería construir con su marido, de los sueños que compartían. ¿Cómo era posible que todo eso se hubiera desvanecido tan rápido? ¿Qué clase de vida estaba construyendo mi hija ahora, a miles de kilómetros de casa?

—¿Pero… hija, ¿cómo es eso?  —dije, apenas pudiendo articular las palabras—. No entiendo, y no sé qué decirte.  —No tienes que decir nada mamá. Ya está dicho, Yo ya no quiero volver con él. Y si me quedo callada, seguiré sintiéndome culpable, pero lo que quiero, lo que realmente te pido, es que me des tu bendición. Y que por favor seas tú quien le diga lo que pasa, para que él se vaya de tu casa.  Un vacío enorme se abrió dentro de mí, y mi mente se quedó en blanco. No tenía palabras, no sabía cómo reaccionar.

¿Cómo le explicaba a un hombre que se quedó en mi casa, esperando a que su esposa regresara, que su mundo se había desmoronado?  —Está bien hija —respondí finalmente, con la voz temblorosa—. Déjame pensar en la mejor forma de decirle. Sinceramente lo vi como una oportunidad para mí, pero no quería aprovecharme de la situación.  Porque, aunque mi Yerno es un hombre muy llevadero, no sabía si él me miraba como lo hacía, porque sentía algo por mí.  O solo era parte de su forma de ser conmigo.  

Ahora como le digo a mi Yerno que su mujer ya no quiere con él.

Colgué el teléfono con la mente aturdida. No supe cuánto tiempo pasé sentada en la cocina, con las manos en el regazo, tratando de ordenar mis pensamientos. Mi hija se había ido hace dos años, pero en ese momento sentí que la distancia entre nosotras se había hecho aún más grande. Había algo más entre nosotras ahora, algo que no podía entender. Algo que no podía deshacer.

Estaba atrapada entre la lealtad a mi hija y la compasión hacia un hombre que se había quedado esperando, confiado, creyendo que su vida tenía un sentido que ya no existía. ¿Cómo se le dice a alguien que todo lo que había planeado se ha roto? ¿Cómo le damos a nuestra hija la paz que necesita cuando lo que nos pide es deshacer el pasado?  Toqué la puerta de la habitación de mi hermana, y ella me dejó entrar con una mirada curiosa, como siempre. Lo que vi en sus ojos sin embargo, no fue esa chispa juguetona de los días tranquilos, sino una especie de desconcierto, como si estuviera esperando algo, algo que no podía identificar.

The post YERNO acuérdese de que hace tiempo que Yo nada. appeared first on Relatos de Infidelidades.

]]>
484
Al YERNO le gustó y repitieron | Nunca imaginó lo que su Yerno Hizo. https://relatosdeinfidelidades.com/al-yerno-le-gusto-y-repitieron-nunca-imagino-lo-que-su-yerno-hizo/?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=al-yerno-le-gusto-y-repitieron-nunca-imagino-lo-que-su-yerno-hizo Tue, 19 Nov 2024 19:12:32 +0000 https://relatosdeinfidelidades.com/?p=482 Mi yerno estaba sentado al borde de la cama, con la cabeza agachada y las manos cubriéndole el rostro. No sé qué estaba pensando, pero lo que sí sabía con certeza es que estaba atravesando un dolor tan profundo que parecía que se lo tragaba la tierra. Sentado allí, en silencio, Mi Yerno parecía un hombre derrotado.

The post Al YERNO le gustó y repitieron | Nunca imaginó lo que su Yerno Hizo. appeared first on Relatos de Infidelidades.

]]>
Mi yerno estaba sentado al borde de la cama, con la cabeza agachada y las manos cubriéndole el rostro. No sé qué estaba pensando, pero lo que sí sabía con certeza es que estaba atravesando un dolor tan profundo que parecía que se lo tragaba la tierra. Sentado allí, en silencio, Mi Yerno parecía un hombre derrotado. La verdad, no sé por qué no intervenía, por qué no me acerqué a su puerta y les pedí que bajaran la voz.

Pero algo me detuvo, algo dentro de mí sabía que ese momento era inevitable, que no podía interferir.  Mi hija sin embargo no se detuvo. Estaba furiosa, desbordada por una rabia que no había mostrado jamás. Le habló con un tono cortante, como si cada palabra fuera un puñal que buscaba herir. «Así es que tomas tus cosas ahora mismo y te me vas de esta casa», dijo, como si estuviera despidiendo a un extraño, y no al padre de sus hijos.

«Porque ahora sí me encontré al hombre que si me da lo que quiero, y lo que merezco. No como tú, que apenas y podemos comer con lo que ganas. Si no fuera por mi madre, ya nos hubiéramos muerto de hambre». La dureza de su voz me atravesó como una espada. Nadie, ni siquiera yo, habíamos llegado a imaginar que todo lo que había en su corazón se había convertido en veneno.

Mi Hija fue muy dura con mi Yerno.

Mi hija dio un paso más, como si necesitara herir con cada palabra. «Y para que sepas», continuó con ese tono seco y cortante, «ese hombre sí sabe darme lo que quiero. No como tú, que siempre vienes cansado, diciendo que haces horas extras en el trabajo». Fue como si me clavaran una daga en el pecho.

No quería escuchar más, pero el dolor de su voz, tan llena de desprecio, me obligó a quedarme allí, inmóvil, como una espectadora de algo que nunca imaginé que pasaría.  De repente la puerta de la habitación se abrió con violencia, y en un segundo vi cómo unas camisas y pantalones volaban, lanzados con furia desde el dentro de la habitación.

La escena era absurda, pero a la vez tan real que me descolocó. La ropa de mi yerno caía como una lluvia desordenada, como si se deshiciera de todo lo que alguna vez había representado. Mi hija, enfurecida, no mostraba ni un atisbo de remordimiento, sólo esa mirada dura, implacable.

No sé cuánto tiempo permanecí allí, inmóvil, escuchando y sintiendo cada palabra. Decidí no intervenir, porque sabía que no estaba en posición de hacerlo. Cerré la puerta de mi habitación con la misma suavidad con la que abrí, sin hacer ruido, sin querer que ninguno de los dos supiera que había estado escuchando. Pero lo cierto es que no sabía qué hacer, ni cómo reaccionar ante lo que acababa de presenciar. 

Mi Yerno se defiende de esta manera.

Y entonces escuché la voz de mi Yerno.  Esa voz, normalmente tan tranquila y pacífica, ahora sonaba quebrada, rota. «Sabes que lo que estás haciendo conmigo, ese hombre lo va a hacer contigo después», dijo, con una calma inquietante. La amenaza estaba allí, oculta entre las palabras, entre la impotencia de un hombre que había dado todo por una mujer que al parecer, ya no lo veía como su pareja, sino como una carga.

«Yo nunca te he faltado al respeto, y siempre busqué tu bienestar», continuó, casi susurrando. «Y tienes razón, no tengo tanto. Pero lo que te daba te lo daba con mucho gusto y cariño. Pero antes de que me vaya, debo hablar con tu madre, porque no quiero que ella piense que son cosas mías, o que yo soy un hombre irresponsable».

Mi hija sin embargo, no estaba dispuesta a escuchar ninguna de sus razones. «No tienes nada que hablar con mi madre», replicó con frialdad. «Y mejor si te vas ahora mismo, porque no quiero que ella te vea más». Con esa sentencia, mi hija lo echó, como si todo lo que había sido, todo lo que habían compartido, se desvaneciera de repente.  Yo, desde mi habitación, apenas podía respirar. Mi cabeza, que me había estado martillando desde la mañana, estalló en un dolor insoportable. Me llevé la mano a la frente, tratando de apaciguar el dolor, ese dolor que me había impedido ir a trabajar, pero ahora no era sólo físico.

Decidí esonderme en mi habitación.

El peso de lo que acababa de escuchar me aplastaba. Sentí como si el aire se hubiera vuelto denso, pesado, como si todo a mi alrededor se estuviera colapsando. Ahora que lo pensaba, ninguno de ellos sabía que yo había estado allí, que había sido testigo de todo.  Pues regularmente salgo bien temprano al trabajo, pero esa mañana el dolor de cabeza no me dejó ir.

Decidí quedarme en mi habitación, en un intento de no involucrarme en nada, de no ser parte de esa lucha que ya no era mía. Tenía que esperar a que cada uno de ellos se fuera a trabajar, a que la casa quedara vacía, y entonces, quizás, podría encontrar la manera de recomponer los pedazos de lo que acababa de presenciar. Pero el silencio que llenaba la casa no me daba tregua.

El eco de las palabras de mi hija, tan llenas de desprecio, me seguía golpeando. Y la de él, tan dolida, tan sincera, como si aún creyera que había una forma de salvar algo de lo que quedaba entre ellos. Mi hija salió y solo escuché su voz por el pasillo, una voz que intentaba ser firme, pero que no lograba esconder la rabia contenida, como si cada palabra estuviera cargada de una herida aún fresca. «Cuando regrese, no quiero ver nada tuyo en mi habitación», dijo. Esas palabras, tan tajantes retumbaban en mis oídos con un eco que no se desvanecía.

Mi yerno se derrumba entre lagrimas.

Mi corazón se apretó al escucharla, pero lo que realmente me heló fue lo que sucedió después.  Me acerqué a la ventana de mi habitación, una ventana que siempre había sido mi refugio, el único lugar donde podía observar sin ser vista. Moví la cortina con cuidado, un gesto tan sutil como si temiera que el aire mismo pudiera delatarme.

Al principio no vi nada, solo la sombra de la puerta que mi hija había cerrado tras ella. Pero entonces, al enfocar mi vista, lo vi. Mi yerno estaba de pie en el umbral de su habitación, mirando hacia el vacío, como si estuviera esperando que el mundo fuera a cambiar, pero nada lo haría.

Respiró profundo, su pecho se hinchó como si intentara contener todo el dolor que sentía, y un estremecimiento recorrió su cuerpo. Luego, no pudo evitarlo y Un grito escapó de su garganta, un grito desgarrado, tan lleno de impotencia que hizo que mi propio cuerpo temblara. Las lágrimas brotaron sin previo aviso, desbordándose por su rostro y empapando su barba recién recortada. Aquellas lágrimas, caían lentamente, como si quisieran contarlo todo, como si las palabras no pudieran expresar lo que su alma llevaba dentro. 

mi Yerno guarda sus cosas en una bolsa.

El dolor me atravesó, fue como si Yo fuera la que estaba en sus zapatos, tan intensamente que me vi obligada a tragar saliva para calmarme. Fue un dolor tan profundo que me dejó sin aliento, como si el peso de su tristeza fuera algo que yo también cargara. Vi cómo temblando comenzó a agacharse para recoger las prendas que yacían tiradas en el suelo, vestigios de lo que alguna vez fue un amor compartido, de lo que alguna vez fue una promesa.

Las levantó con sumo cuidado, como si no pudiera creer lo que le estaba pasando.  Tomaba cada pieza, una por una, y las colocaba sobre sus hombros, en un intento supongo de aferrarse a algo que se le escapaba. Vi cómo se detuvo al final del pasillo. Ahí, frente a la puerta de la calle, sacó una bolsa negra del bolsillo de su chaqueta. Estaba tembloroso, como si el simple hecho de empacar su vida en esa bolsa fuera un acto de rendición, un último suspiro de algo que ya no podía salvarse.

No dije nada, Mi boca estaba sellada, pero mi mente gritaba, mi corazón era un campo de guerra entre el anhelo de intervenir y la necesidad de no hacerlo. Vi cómo arrojó toda su ropa dentro de la bolsa, sin mirar atrás. Parecía como si todo lo que había compartido con mi hija ya no tuviera valor, como si la relación que habían tenido se desmoronara con la misma facilidad con la que lanzaba sus pertenencias a la bolsa.

Me puse a pensar en todo lo que mi Yerno sacrifico por mi hija.

Cuando terminó, no hubo más palabras. Solo el sonido de sus pasos, cada vez más distantes. Caminó hasta la puerta de la casa, y allí se detuvo un momento, como si quisiera decir algo, pero no encontró las palabras. Finalmente puso la bolsa al lado de la puerta, y salió sin llevarse nada.  

Yo sabía muy bien que si mi hija había conseguido un trabajo tan bueno, había sido gracias a su marido. No lo decía en voz alta, claro, pero nadie podía ocultar lo evidente. Él había trabajado hasta el agotamiento para pagar sus estudios. Había sido un sacrificio de dos, pero con el tiempo, el desgaste de ese esfuerzo había sido mayor para él. Ella nunca lo entendió completamente, o tal vez en su mundo perfecto, nunca lo quiso ver. 

 Ahora ella tenía un buen trabajo, un trabajo que parecía haberla elevado por encima de todos nosotros. Y por supuesto, en cuanto se sintió segura, se olvidó de lo que realmente importaba. Se olvidó de quién la había ayudado a llegar hasta allí. Me preguntaba, cada vez que la veía salir con esa sonrisa arrogante, si algún día recordaría lo que su Esposo hizo por ella.

Si alguna vez sentiría esa pequeña chispa de gratitud que te quema por dentro y que nunca se apaga. Pero no, no lo hacía, Y eso, me dolía más de lo que podría explicarse.

Mi hija y su nuevo compañero.

La migraña ya me estaba atormentando.  Así que salí a la cocina, buscando algo que calmara ese dolor que se había instalado en mis sienes. Me serví un vaso de agua y tomé la pastilla. No tenía ganas de hacer nada más, pero el sonido de la puerta de la calle me hizo levantar la cabeza. La risa de mi hija se coló, suave, como un eco familiar, y el corazón me dio un pequeño salto. Esa risa… esa risa era la de ella, sin lugar a dudas.

Pero algo era distinto, la risa estaba acompañada de una voz que nunca había escuchado antes.  Mi pulso se aceleró, y casi sin darme cuenta, me levanté y me asomé a la puerta de la cocina, con la esperanza de que lo que estaba escuchando no fuera lo que realmente pensaba. Vi a mi hija, con su risa tan característica, junto a ella, un hombre Alto. Con el cabello  bien recortado, sus ojos brillaban con una intensidad que me incomodaba.

Su corbata, bien ajustada al cuello, la misma corbata que los hombres de la alta sociedad suelen llevar para sentirse superiores, fue aflojada lentamente por mi hija. El corazón me dio un vuelco, no entendía qué estaba pasando, pero algo en mi interior me gritaba que no era bueno. De pronto, me sentí observada, como si todo aquello no fuera más que una escenografía en la que yo no era más que una espectadora incómoda.

The post Al YERNO le gustó y repitieron | Nunca imaginó lo que su Yerno Hizo. appeared first on Relatos de Infidelidades.

]]>
482
Mi Yerno vino a visitarme de noche | nunca pensé https://relatosdeinfidelidades.com/mi-yerno-vino-a-visitarme-de-noche-nunca-pense/?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=mi-yerno-vino-a-visitarme-de-noche-nunca-pense Mon, 18 Nov 2024 20:58:44 +0000 https://relatosdeinfidelidades.com/?p=479 Mi yerno y mi hija llegaron a visitarme, trayendo consigo la calidez de su presencia que siempre iluminaba mi hogar. El saludo fue efusivo, los abrazos apretados y las sonrisas sinceras. Mi hija, con ese gesto que heredó de su padre, me entregó un vestido que le había pedido prestado. Era un detalle simple, pero me hizo sentir cuidada y querida.

The post Mi Yerno vino a visitarme de noche | nunca pensé appeared first on Relatos de Infidelidades.

]]>
Mi yerno y mi hija llegaron a visitarme, trayendo consigo la calidez de su presencia que siempre iluminaba mi hogar. El saludo fue efusivo, los abrazos apretados y las sonrisas sinceras. Mi hija, con ese gesto que heredó de su padre, me entregó un vestido que le había pedido prestado. Era un detalle simple, pero me hizo sentir cuidada y querida.  La noche avanzó y el eco de nuestros pasos se convirtió en susurros mientras cada quien se retiraba a descansar.

Las luces de la casa se apagaron una a una, dejando la sala en penumbra y al pasillo envuelto en sombras. Un silencio espeso se instaló en el ambiente, interrumpido solo por el crujido ocasional de la madera vieja del piso.  Desperté horas más tarde con la necesidad de ir al baño. Moví las sábanas con cuidado, intentando no hacer demasiado ruido.

La casa, tan llena de vida durante el día, se había convertido en un espacio casi desconocido, donde cada rincón parecida guardar un susurro olvidado. Al pasar por el pasillo, mi atención fue capturada por la puerta entreabierta de la habitación de invitados. La oscuridad me impidió ver claramente, pero podía distinguir las figuras de mi hija y mi yerno, sentados en el borde de la cama.

Mi Yerno habla de esta manera.

Cariño disculpa, no fue mi intención empujar con fuerza, dijo mi hija en un tono apagado, cargado de tensión.  Es que tienes que entender que no puedo hacerlo aquí, continuó ella, con su voz temblando levemente. Esta fue la habitación que mis padres usaron cuando aún mi padre vivía. Solo que mi madre decidió convertirla en la de invitados, para no recordar a mi padre.  El silencio que siguió se prolongó como un latido contenido, hasta que la voz de mi yerno irrumpió, baja pero firme: Pues por eso es que yo quisiera que fuera aquí, porque así nos imaginamos que somos ellos.

El aire se tensó de inmediato, y hasta el eco de las palabras parecía pesado, oscureciendo la habitación más de lo que la falta de luz podía. Un escalofrío me recorrió la espalda al escuchar la rápida respuesta de mi hija.  ¿Cómo vas a pensar eso?, dijo ella con incredulidad y un dejo de enojo. No puedo creer que estés diciendo que quieres imaginarte que yo soy mi madre.  Se produjo un silencio que parecía dilatar el tiempo. Podía imaginar el entrelazar de miradas, y la tensión contenida en los gestos. 

Pero lo hiciste, respondió ella cortante y firme; Ahora te quedas en el piso.  El sonido sordo de una cobija y una almohada cayendo al suelo se arrastró hasta mis oídos, como un eco que se alargaba en la oscuridad. No fui capaz de dar un paso más. La situación me había robado el aire, el latir de mi corazón ensordecía mis pensamientos y me paralizó la voluntad. La necesidad de ir al baño se disolvió entre la incomodidad y la conmoción.

Me refugie en mi Habitación después de escuchar a mi yerno decir esto.

Di media vuelta, con pasos lentos y un nudo en la garganta, y regresé a mi habitación. Al cerrar la puerta tras de mí, la oscuridad de mi cuarto se volvió un refugio, pero también una celda. Me recosté sin encender la luz, con los ojos fijos en el techo que apenas distinguía. Los fragmentos de la conversación que acababa de escuchar seguían flotando en mi mente, como un rompecabezas imposible de armar, donde cada pieza era un reflejo de secretos y anhelos nunca sospechados.

Mi Yerno me hace esto en la cocina.

Al amanecer me dirigí a la cocina en busca de un vaso de agua, intentando despejar mi mente de la discusión que había teñido la noche unas horas antes, con una sombra amarga.  De pronto, un escalofrío recorrió mi espalda. Un calor inesperado se coló por detrás de mí, envolviéndome. Antes de que pudiera reaccionar, sentí el roce de unos brazos firmes abrazándome desde la espalda. Su contacto fue lento y cuidadoso, Mi cuerpo se tensó al instante, mientras su aliento cálido y marcado por un sutil aroma a vino tinto, rozaba la piel sensible de mi nuca. 

Cariño ya se te pasó el enojo, susurró una voz suave, con una dulzura que llevaba el peso de la embriaguez. Era un tono que no conocía, pero que en ese momento resultaba un eco agradable.  El aire se espesó en mis pulmones, cada latido de mi corazón resonando como un tambor. Por un instante, todo mi ser se debatió entre la sorpresa y una inexplicable sensación de vulnerabilidad. Giré la cabeza con rapidez, separándome de aquel abrazo que había pasado no solo la distancia física, sino también los límites de lo moral.

¿Pero qué te pasa, ¡Yerno!, ¿Estás bien?, mi voz salió en un susurro cargado de incredulidad, buscando en su rostro una explicación.  Sus ojos, de un cafés deslavado por el efecto del vino, se enfocaron lentamente en mí. Por un momento, el desconcierto se pintó en su expresión antes de que la realidad lo golpeara.

Mi Yerno reacciona de esta manera conmigo.

 Se llevó una mano a la sien y sacudió la cabeza, como si tratara de despejar la bruma que lo confundía.  Perdón suegra…su voz se quebró y bajó la mirada, avergonzado. Pensé que eras mi mujer.  La tensión se disolvió en el aire como una niebla al sol, dejando solo el pesado silencio y el latir acelerado de mi corazón. Sin una palabra más, se dio la vuelta tambaleante y se alejó por el pasillo, sus pasos erráticos perdiéndose en la penumbra de la casa. 

Me quedé inmóvil, escuchando el eco de su partida mientras el murmullo del reloj volvía a dominar el ambiente. Y Un sinfín de pensamientos y emociones me atravesaron. En el momento entendí la razón de la confusión de mi yerno. El vestido que ahora lucía, un elegante vestido color esmeralda con un corte que abrazaba cada curva con suavidad, era el que yo le pedí prestado a mi hija, para ir a la boda al que estaba invitada. No es que no pudiera permitirse uno nuevo; la verdad es que yo tampoco me preocupé por el asunto hasta la noche anterior. No soy alguien que asista a muchas fiestas, mi vida social quedó relegada a un segundo plano desde que enviudé hace ocho años.  

En esto que yo tengo se fijo mi Yerno.

A mis cuarenta, la edad ha sido clemente conmigo. Mis caderas mantenían la misma gracia que tenía a los veinte, y mis piernas parecían esculpidas por un tiempo que había decidido posarse en mi piel de una manera que rozaba la indulgencia. Aquel día, al probarme el vestido, me miré al espejo con una mezcla de sorpresa y nostalgia. La tela se deslizaba sobre mi figura como un secreto bien guardado, y en ese instante, comprendí por qué los ojos de mi yerno habían dejado escapar un destello de incertidumbre cuando me vio.

En eso mi hija irrumpió por el pasillo, con su voz firme, pero con una pizca de fastidio, —¡Y tú, otra vez así! —. Aquellas palabras rebotaron en las paredes como un eco cargado de una preocupación que no entendía del todo. —Ya vete a la habitación y descansa, a ver si se te pasa, porque uy no, ¡qué olor el que traes encima! —.  Mi yerno solo dijo: bueno ya voy, luego hablamos. 

Al llegar a la sala mi hija me dijo: uy mamita te ves muy bella y hasta te pareces a mí con ese vestido.  Me alegra mucho que vayas y te distraigas un momento.  Quizá logres pescar algo, dijo y se carcajeó.  Al escuchar a mi hija, una mezcla de emociones me atravesó como un relámpago. Me acerqué al espejo del recibidor y observé mi reflejo, algo que había evitado hacer en los últimos meses. Mi hija tenía razón, ese vestido se ajustaba a un cintura, con bordados delicados en las mangas, realzaba mis facciones de una manera que no recordaba haber visto en años. 

Mi Hija me dijo esto.

Su risa resonó en la sala, pero yo sentía un eco diferente, uno que venía de tiempos perdidos, de noches en las que esperé a su padre mirando por la ventana, contando las estrellas y rogando que una de ellas le indicara el camino de vuelta a casa.  “Ay hija, yo ya no estoy para esas cosas,” repetí, intentando que mi voz sonara tan segura como lo estaba mi corazón de que la época de esos juegos había terminado para mí.

“Hace ya mucho que pasó mi tiempo, porque tú bien sabes que para todo hay tiempo. Yo ya cumplí con lo que tenía que cumplir, nací, crecí y pues ya estás tú… ahora solo me falta lo último; alcanzar a tu padre.”  Vi cómo el rostro de mi hija se oscureció un instante, el brillo de sus ojos titubeó como la llama de una vela a punto de apagarse. “Eso no lo digas ni en broma mamá,” dijo con un tono que no logró disimular la preocupación. “Tú eres todavía muy joven para pensar en irte. Mi padre se fue porque se descuidó y no supo administrar la vida que se le concedió.”

Suspiré tratando de aliviar la tensión que sentía acumularse en mi pecho. “Sabes hija,” le dije, “creo que también yo descuidé a tu padre, porque debí ayudarlo. Por eso creo que es necesario que tú ayudes a tu marido. Porque parece que lleva el mismo camino de tu padre. Últimamente está más con sus amigos y con sus copas que contigo.

El Consejo a mi hija

No sé, pero creo que si yo hubiera detenido a tu padre cuando salía, quizá aún estuviera con nosotras.”  “No mamá, no es culpa tuya,” dijo acercándose con un ademán suave, sus manos acariciando el borde de mi vestido para ajustar el cuello y esconder la etiqueta rebelde. La suavidad de su toque era un recordatorio de que la vida seguía, de que había manos nuevas que tejían el presente, aunque yo aún luchara con los hilos del pasado. 

“Más bien ahora ponte tu mejor loción y ve a disfrutar esa fiesta,” ordenó con un destello de firmeza en sus ojos, esos mismos ojos que reflejaban tanto de él y tanto de mí. La mencionada loción, de aroma a jazmín y sándalo, descansaba en la repisa junto al espejo, su frasco de vidrio bruñido atrapando la luz del atardecer. Al tomarlo en mis manos, un breve temblor recorrió mis dedos, y su fragancia, familiar y nostálgica, invadió el aire. 

“Quizá logré pescar algo,” susurré para mí misma, esta vez sin la carga de la ironía, sino con una ligera esperanza que me tomó por sorpresa. Pero lo que nunca pensé fue que quién caería en mi red era mi propio Yerno.  O no sé quién pescó a quién, pero de que hubo pesca lo hubo.

The post Mi Yerno vino a visitarme de noche | nunca pensé appeared first on Relatos de Infidelidades.

]]>
479
Mi Sobrino no me tuvo compasión | Nunca… https://relatosdeinfidelidades.com/mi-sobrino-no-me-tuvo-compasion-nunca/?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=mi-sobrino-no-me-tuvo-compasion-nunca Fri, 15 Nov 2024 17:24:10 +0000 https://relatosdeinfidelidades.com/?p=477 Mi Sobrino como yo le llamo, aunque en realidad es hijo del hermano de mi Esposo. Es un hombre que está hecho un caramelito, y tiene un sentido del humor que me fascina. Por eso cuándo mi marido me dijo que si estaba de acuerdo a que viniera a vivir a casa, yo no dude en decirle que sí. Pero nunca pensé que mi sobrino fuera capaz de tal cosa, y sin compasión conmigo.

The post Mi Sobrino no me tuvo compasión | Nunca… appeared first on Relatos de Infidelidades.

]]>
Mi Sobrino como yo le llamo, aunque en realidad es hijo del hermano de mi Esposo.  Es un hombre que está hecho un caramelito, y tiene un sentido del humor que me fascina.  Por eso cuándo mi marido me dijo que si estaba de acuerdo a que viniera a vivir a casa, yo no dude en decirle que sí.  Pero nunca pensé que mi sobrino fuera capaz de tal cosa, y sin compasión conmigo.  Así es que acomódate que ahora mismo te cuento que fue lo que pasó con tan semejante hombre.

Cuando se abrió la puerta principal, sentí el inconfundible sonido de sus pasos cruzando el umbral. Un leve crujido en las tablas de madera anunciaba cada movimiento, y con cada uno de ellos mi corazón parecía perder su ritmo natural. Al voltear la cabeza, ahí estaba él: El sobrino de mi esposo, con su cabello oscuro desordenado y esa sonrisa que lograba desarmar mi compostura en un instante. 

Mi esposo lo presentó con el entusiasmo de quien recibe a un hijo perdido. “Bienvenido a casa muchacho”, le dijo, y el abrazo que compartieron hizo que mis pensamientos se hundieran aún más en una maraña de emociones. Mi sobrino me miró, y por un segundo eterno, sus ojos oscuros encontraron los míos. Había algo en su mirada, una chispa, un mensaje que solo nosotros dos podíamos leer.

El Sobrino de mi Esposo me preguntó esto.

A la hora del desayuno, El Sobrino de mi esposo se paró a la entrada de la cocina, y con tanta calma, me dijo.  Oye tía, porque te puedo llamar así, ¿verdad?, me preguntó, con su voz que parecía un susurro, una mezcla de respeto y una extraña confianza que me hizo tensar los hombros. 

Lo miré y sonreí, tratando de disimular la leve aceleración de mi pulso.  Claro que me puedes llamar así, sería un honor para mí saber que me consideras como tal, respondí con un tono que pretendía ser casual, aunque sentía cada palabra arrastrándose por mi piel, haciéndome cosquillas.  El Sobrino de mi Marido con su porte atlético y esa mirada oscura que siempre había evitado sostener por mucho tiempo, se inclinó ligeramente hacia mí. La distancia entre nosotros se redujo, y por un instante, el aire pareció quedarse sin oxígeno.

Bueno entonces ya que estamos en confianza, quisiera hacerte una pregunta—dijo cruzando sus brazos y apoyándose contra el marco de la puerta. Sus ojos me recorrieron con una lentitud deliberada, estudiándome como si buscara descifrar un código oculto.  —Vamos dale, que estoy aquí para responderte—le dije, tratando de mantenerme serena, aunque la curiosidad y la alerta comenzaban a mezclarse en mi interior. 

No podía creer que me preguntara esto

El sobrino de mi Esposo esbozó una sonrisa que no llegó a sus ojos. Dio un paso hacia delante y pude sentir el calor que emanaba de su cuerpo, un calor que se propagó por la cocina y se instaló en mis mejillas.  —¿En verdad tú amas a mi tío?, soltó de golpe. Su voz que hasta entonces había sido un murmullo suave, se volvió precisa y cortante.  El peso de su pregunta cayó sobre mí como un balde de agua fría.

Noté cómo mis pupilas se dilataban, cómo mis labios se entreabrían sin que pudiera evitarlo. El silencio que siguió fue casi ensordecedor, solo interrumpido por el tictac del reloj de pared que marcaba cada segundo con la misma insistencia de un tambor en un juicio.

Arqueé las cejas, más por la sorpresa que por la indignación. Ladeé un poco la cabeza y tras una respiración honda que parecía no terminar, respondí:  —¿Y tú por qué crees que no lo amo, o a qué viene esa pregunta?, dije sintiendo cómo mi voz temblaba ligeramente al final.  Mi Sobrino se acercó otro paso, y pude ver cómo una sombra de incertidumbre cruzaba su expresión, antes de que volviera a esa mueca que combinaba osadía y ternura. 

El Sobrino de mi Marido responde esto.

—Porque tus ojos hablan de otra cosa—murmuró, y esta vez su voz era apenas un suspiro.  No te alarmes no pienses mal de mí, no vayas a creer que yo estoy juzgándote.  Es solo que tú eres una mujer muy bella, y creo que podrías estar con el que tú quieras.  Me sonrojé y le dije: ya cállate tú, realmente tú sí que eres tremendo. El espacio entre nosotros se redujo a nada, y podía sentir el latido en mis venas martillándome los oídos, acompasado al tictac del reloj, que en ese momento, parecía burlarse de nosotros.  Pero antes de que respondiera a su pregunta, mi marido me llamó desde la sala.

Mis mejillas ya encendidas por las palabras de mi sobrino, ahora ardían con una mezcla de nerviosismo y deseo no confesado. Los segundos se alargaron como una cuerda que amenaza con romperse en cualquier momento. Me obligué a girar la cabeza lentamente hacia la puerta, tratando de recobrar una composición que ya sentía escurrirse entre mis dedos. 

¡Allí voy amor!, respondí con mi voz firme, pero con un leve temblor que solo yo podía detectar. Mis ojos regresaron por un instante a mi sobrino, quien seguía observándome con una mezcla de curiosidad y osadía que me desarmaba.  ¡Nos vemos luego tía!— dijo él, con una sonrisa ladeada y un brillo en los ojos que dejaba claro que la conversación estaba lejos de haber terminado.

Mi Esposo me pregunta esto.

Te estaba buscando, dijo mi esposo, sin notar el sutil temblor de mis dedos cuando me acerqué a él. Le di un beso rápido en la mejilla, como una mueca de normalidad. Estaba con tu sobrino, respondí, y traté de no desviar la mirada, pero el peso de sus ojos sobre los míos fue suficiente para recordarme que en el fondo de mi ser, algo había cambiado. 

Al final de ese día, el aire de la noche se colaba por la ventana abierta, agitando levemente las cortinas y trayendo consigo el tenue sonido de los grillos. Las sombras danzaban en la penumbra de nuestra habitación, reflejando el titilar de las luces de la calle y creando una atmósfera cargada de un misterio inquietante. Me acerqué a él, a mi Marido, deteniéndome un instante al borde de la cama, y con voz suave, casi susurrante, le dije: —Cariño, ¿sabes qué día es hoy?

Mi Esposo se niega a darme aquello

Sus ojos, oscuros y profundos, me miraron con un destello de picardía que solo había visto en los momentos más íntimos. Pero pronto su expresión se tornó seria, y tras un breve silencio, asintió.  Sí lo sé amor, dijo, pero vamos a tener que acomodar esto. No olvides que mi sobrino está en casa. Sus palabras cayeron como hielo sobre el calor que había empezado a envolveme.

Lo observé de cerca, intentando descifrar si la preocupación en su voz era real o una excusa más que había preparado con antelación. Sentí un impulso de rebeldía recorrerme y me acerqué un poco más, lo suficiente para que la luz de la luna iluminara mis ojos.  Cariño, le dije, modulando mi voz para que sonara firme pero dulce, sabes que espero este día, porque tú lo has impuesto así.  

 Porque si por mí fuera, sería todos los días sin descansar. Y ahora vienes a decirme que no habrá nada… ¿Acaso no confías en que podamos ser discretos? Tu sobrino está hasta la última habitación, no nos oirá si tenemos cuidado.

La escusa de mi Marido.

Mi marido se frotó el mentón, pensativo como si evaluara todas las posibilidades y sus consecuencias. Yo Fruncí los labios impaciente. Había algo en su mirada que me irritaba, un resquicio de duda que no solía estar allí.  Sé que está lejos, admitió, pero si se despierta por alguna razón y pasa por aquí, lo escuchará todo. Para ir a la cocina hay que pasar frente a nuestra puerta, y lo sabes.  Respiré hondo, intentando controlar la creciente frustración que me quemaba el pecho.

¿De verdad estás preocupado por eso, o solo estás buscando excusas?, lo reté, mirándolo fijamente a los ojos. Un destello de incomodidad cruzó su rostro antes de que pudiera disimularlo. La chispa que buscaba prender estalló al ver su ademán esquivo. Me acerqué un poco más, y le dije: No será que ya no puedes… ¿Cómo que los años te pesan, tal vez?  Su rostro se tensó, una mezcla de molestia y orgullo herido iluminándole los ojos. 

¿Qué quieres decir con eso?, ¿Acaso piensas buscarte a un muchacho?   Me mordí el labio inferior, y con un gesto que pretendía ser desafiante pero que traicionó mi propia vulnerabilidad, aparté la vista.  No se trata de eso, susurré finalmente. Solo quiero sentir que esta noche importa tanto para ti como para mí.  Además, sabes bien qué si tomé la decisión de vivir contigo, es porque quiero estar contigo. 

El Sobrino de mi Esposo me confiesa esto.

A la mañana siguiente no tenía ánimo de nada, la verdad. El sol apenas comenzaba a filtrarse por las cortinas de la cocina, bañando el mármol con una luz que parecía querer arrancar la somnolencia del lugar. Mi mente seguía presa de la frustración; la noche que tanto había anticipado con mi marido había sido robada por la presencia inesperada de su sobrino.

Era como una piedra en el zapato, un obstáculo incómodo en mi camino.  El sonido de pasos suaves sobre el suelo interrumpió mis pensamientos. Levanté la mirada y lo vi entrar, con esa sonrisa despreocupada que siempre parecía portar, como si el mundo girara a su favor.  Y sus ojos oscuros brillaban con una chispa de diversión, era el Sobrino de mi Marido.

—Buenos días tía, ¡Qué maravilla de día el que amaneció hoy!, ¿No crees? me preguntó, con su voz cálida y burlona a la vez.  Supongo que sí, respondí sin mirarlo, concentrada en el café que revolvía lentamente. Intentaba que mi tono fuera neutral y desinteresado. Pero él no era de los que se dejaban ignorar tan fácilmente.  Vaya, parece que alguien amaneció con el pie izquierdo hoy— replicó, avanzando unos pasos hasta que su presencia fue imposible de obviar. 

El sobrino de mi marido me hace costillas.

Pero eso tiene solución.  Antes de que pudiera entender a qué se refería, sentí sus dedos deslizándose con ligereza por mi costado, provocando un estallido de risa involuntaria. Una risa que rompió la tensión en mi cuerpo, pero que al mismo tiempo la cargó con una corriente distinta, nueva, que me recorría la piel como una descarga.

—Todo está bien— mentí, deteniendo su mano con la mía. Mi voz salió un poco más agitada de lo que hubiera querido, una traición que él notó de inmediato.   No te creo, dijo inclinando el rostro hasta que nuestros ojos se encontraron. Y La sombra de una sonrisa pícara jugaba en sus labios. Pero tengo la fórmula y el bálsamo que necesitas para volver a la vida.   Arqueé una ceja, tratando de mantener la compostura, pero fallando en el intento.

The post Mi Sobrino no me tuvo compasión | Nunca… appeared first on Relatos de Infidelidades.

]]>
477